30º Domingo de Tiempo Ordinario (reflexión de Antonio Elduayen, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Antonio Elduayen, C.M. .
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Queridos amigos

En el Perú y en mil sitios más del mundo donde hay peruanos celebramos este 28 la Fiesta del Señor de los Milagros: Día central del Mes Morado, como solemos llamar a octubre. Morado, porque así es el color del cuadro, del hábito de las Hermandades y devotos y, sobre todo, del ambiente penitencial que le damos a octubre, desde que el Papa Juan Pablo II lo llamara la otra cuaresma del Perú. Morado también, porque así parecen ser el alma, la identidad y la piedad cristiana del peruano. Una mezcla de rojo y azul, de donde sale el color morado: del rojo del fuego, el amor, la sangre, el sacrificio, con el azul del agua, la humildad, la paz y la bondad.

En atención a la importancia que el Señor de los Milagros tiene para el Pueblo de Dios en el Perú, prevalece sobre el domingo y proclama un evangelio (Jn 3, 11-16), que le cae al Señor como anillo de oro al dedo. Es muy significativo en el contexto en el que lo escribe el evangelista águila, y es muy decidor cuando lo aplicamos al acontecimiento religioso, humano y peruano de la Fiesta. En el evangelio y siempre sobre el piso del bautismo (Jn 3, 1-10), Jesús revela su Plan de Salvación a Nicodemo -(nombre griego que significa pueblo vencedor, como lo es el pueblo peruano cuando acompaña a su Señor). Le revela: 1. Que el Padre Dios amó tanto al mundo que le envió a su propio hijo para salvarlo; y 2. que cuando el Hijo, Jesús, sea alzado en la cruz (su muerte) empezará su exaltación (glorificación) junto al Padre.

Estas dos revelaciones, que por instinto sobrenatural el pueblo acoge con devoción y expresa acompañando en procesión a la sagrada imagen por horas y horas, me recuerdan las palabras de Jesús por San Lucas (10, 21): cuando alaba a su Padre Dios por hacer que los sencillos y humildes acojan con fe estas cosas, y dejar a su libre albedrío a los “sabelotodo” y pagados de sí mismos. Ciertamente hoy hay empresarios, profesionales, políticos, etc. que le acompañan y rinden homenaje… Pero siguen siendo “los pequeños”, los sin voz ni poder, el “pobre pueblo”, como diría S. Vicente de Paul, los preferidos del Señor, a quienes más y mejor se les revela.

Estar frente al Cristo crucificado y/o acompañarlo hace a los sencillos sentirse amados y llamados a una actitud de cercanía con Dios, el «Emmanuel» (“Dios-con-nosotros»). Y de confianza para pedirle por las necesidades personales, familiares, etc.. Jesús, elevado en lo alto, es un «trono de gracia», que nos ofrece a raudales su amor y bendición. Invocarlo con fe es ya un anticipo de un milagro concedido: «todo lo que pidan en mi nombre, mi Padre les concederá». Comprueban este hecho los miles de devotos que siguen al Señor para… dar gracias por el favor recibido. O para empezar el cambio de vida que tanto anhelan, pues vivir el Mes Morado es una llamada a la conversión.

“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mi”, ha dicho el Señor (Jn 12,32). Esta profecía el Señor de los Milagros la hace realidad todos los días, en Octubre sobre todo. La mayoría del pueblo peruano se siente atraído hacia el Señor. Atraído por una doble fuerza: la fuerza atractiva del Señor – ese poder imantador de Dios, invisible, pero real, que jala sin que podamos resistirnos- ; y la fuerza oblativa con la que el pueblo se entrega a su Señor y éste crucificado, como diría S. Pablo (1 Cor 2,2). Que el Señor de los Milagros nos bendiga aumentando nuestra fe.

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