Vidas que cambian vidas: los mártires de España

Francisco Javier Fernández ChentoTestigos vicencianosLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: María Ángeles Infante, H.C. · Año publicación original: 2014 · Fuente: Ecos de la Compañía.
Tiempo de lectura estimado:

Introducción

martires hijas de la caridad 2013Defender y custodiar la vida” es el tema del año elegido para los Colegios de las Hijas de la Caridad en España. El lema que lo ilustra ¡Todo por la vida! La Comisión interprovincial de Hermanas ha elaborado para los alumnos y los profesores un material educativo, pedagógico y pastoral. Cuando la Asamblea del episcopado español presentó su Plan Pastoral trienal en noviembre de 2012 se tomó la decisión de clausurar el Año de la Fe con la celebración de una gran fiesta de Fe que comprendería la beatificación de más de 500 de mártires del siglo XX. Esta celebración en Tarragona, el domingo trece de octubre de 2013, será un motivo para reforzar nuestra fe. Entre ellos 27 Hijas de la Caridad, una laica vicenciana, miembro de la Asociación de “Hijas de María” y 14 misioneros de la Congregación de la Misión.

En su mensaje al pueblo de Dios, los obispos invitan a: “… glorificar a Dios por la fe que vence al mundo (cf. 1 Jn 5,4) y que trasciende las oscuridades de la historia y las culpas de los hombres. Los mártires “vencieron en virtud de la sangre del Cordero, y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte” Ellos han dado gloria a Dios con su vida y con su muerte y se convierten para todos nosotros en signos de amor, de perdón y de paz. Los mártires, al unir su sangre a la de Cristo, son profecía de redención y de un futuro divino, verdaderamente mejor para cada persona y para toda la humanidad”.

Los mártires entregaron su vida por otra Vida. Desde los orígenes del cristianismo hasta hoy, la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Convencido lo afirma Tertuliano, tras su conversión al cristianismo, al ver la firmeza y la fuerza de la fe de los mártires. San Justino, San Sebastián y tantos otros abrazaron la fe, procedentes del judaísmo o del paganismo. A lo largo de la historia de la Iglesia los mártires han dado solidez a la fe cristiana. Sus vidas, siguiendo a Jesús, el Señor resucitado, cambiaron y se llenaron de sentido. Por eso hemos elegido como título de este artículo: ”vidas que cambian vidas”.

Jesús cambia la vida de algunos pescadores y de otras muchas personas. Jesús se ha revelado como promotor de vida: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10, 10). Sus gestos y signos en favor de la vida son múltiples. Como Hijo del Padre es el autor de la vida, tal como lo refleja san Juan en su Evangelio: “En ella, la Palabra, estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4).

Durante su vida apostólica, eligió hombres sencillos, pescadores, para asociarlos a su misión y les hizo evangelizadores, “pescadores de hombres”. Los evangelios nos presentan a personas que se encontraron con Jesús y cambiaron de vida: Pedro y los discípulos, Zaqueo, Maria Magdalena, el ciego de Jericó, el centurión del Gólgota… durante siglos, numerosas personas han encontrado a Jesús y han cambiado de vida radicalmente… La muerte de Jesús en la cruz fue ocasión de conversión para algunos: el buen ladrón, el centurión romano encargado de vigilar la crucifixión que gritó: “Ciertamente este hombre era justo” (cf. Lc 23, 47), o “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39). Se convierte en testigo de la fe.

Igualmente este mismo hecho se repitió en el martirio de algunas de nuestras Hermanas. Al ver el miliciano Marchen que asistía a la muerte de Sor Martina Vázquez, confesó que este acontecimiento le hizo volver a la fe de la que había renegado hacía tiempo. El perdón de Sor Martina, la forma de rezar para prepararse al martirio, su modo de morir confesando a Jesucristo con valentía y firmeza le impresionó profundamente. Marchen había sido designado por el Comité Comunista para fusilarla; le acompañaban algunos que habían sido beneficiarios del Comedor de Caridad que ella había organizado en Segorbe (Castellón). Cuando Marchen era pequeño había sido acogido y cuidado por Sor Martina en el Hospital y Escuelas de Segorbe al quedarse huérfano y sólo en el mundo… Al querer taparle los ojos, ella respondió que quería ver a los que perdonaba. Su mirada de ternura y sus palabras de perdón antes del fusilamiento, tocaron su corazón endurecido. En el momento de su conversión, lo dijo públicamente.

El martirio de nuestras Hermanas pone de relieve el mensaje de amor que proclamaron con su vida de caridad. Muchos de los que fusilaron a las Hermanas habían sido alumnos de sus escuelas de párvulos, aprendices en sus talleres profesionales o beneficiarios de los Comedores de Caridad. Se hace realidad la convicción de San Vicente de Paúl: “Tenéis que pensar con frecuencia que vuestro principal negocio y lo que Dios os pide particularmente es que tengáis mucho cuidado en servir a los pobres, que son vuestros señores. Sí, hermanas mías, son nuestros amos. Por eso tenéis que tratarlos con mansedumbre y cordialidad, pensando que por eso os ha puesto juntas y os ha asociado Dios, que por eso Dios ha hecho vuestra Compañía” (Conf. de S. Vicente sobre el Reglamento; 14.06.1643; IX/1, 125). Pobres engañados y manipulados, dispusieron de la vida de las Hermanas.

Derramar la sangre por una persona es la muestra de amor más grande que alguien puede dar, es la prueba de que el amor es más fuerte que la muerte: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El martirio consiste en derramar su sangre por la fe en Cristo Jesús y por su amor. Cuando el amor de Dios es el más fuerte, pasa por encima del miedo a morir: este es el secreto del martirio.

En su plan pastoral, la Conferencia Episcopal Española, presenta la beatificación de los mártires del siglo XX en España en el Año de la Fe, a la luz de las palabras del Papa Benedicto XVI en Porta Fidei: “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores” (Nº 13).

El martirio, cumbre de las Bienaventuranzas

Las Bienaventuranzas nos indican el camino de la verdadera felicidad. En el sermón de la montaña Jesús anuncia el precio de la alegría del Reino: la pobreza de espíritu, la paciencia, el arrepentimiento de sus pecados, el hambre y la sed de justicia, la misericordia, el deseo de la Paz, la persecución: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa” (Mt 5, 10-11).

Las Bienaventuranzas son el corazón del Evangelio, la «Carta Magna» del cristianismo, «el manifiesto de Jesús». A través de las Bienaventuranzas, Jesús presenta los valores y actitudes esenciales de la vida cristiana: la pobreza, la mansedumbre, la humildad, la pureza de corazón, la misericordia, la justicia, el deseo de paz, la fortaleza en la persecución. Jesús es el primero en vivirlas; es el hombre pobre, de corazón puro y misericordioso… Es el primer «bienaventurado» que nos enseña un código de felicidad basado en un amor que se entrega sin medida.

Las Bienaventuranzas expresan los valores del Reino anunciados por Jesús y muestran las exigencias del seguimiento de Cristo. Contienen el programa de vida que debe realizar todo creyente y toda comunidad cristiana. Son, ante todo, un mensaje de felicidad, pero no la que propone el mundo… Durante su vida nuestras Hermanas practicaron estas Bienaventuranzas en toda su dimensión social, optaron libremente por los pobres, en respuesta a la llamada de Dios para ser continuadoras de la misión de Jesucristo, vivieron la pobreza, la humildad, el respeto y la caridad, consolaron a los afligidos con un corazón rebosante de compasión y ternura.

Hijas de la Caridad, tenían hambre y sed de justicia… Sor Adoración Cortés, Sor Joaquina Rey y Sor Josefa Martínez defendieron sus derechos y los derechos de los oprimidos ante los jefes de los Comités y de los Tribunales populares que las condenaron a muerte.

Sor Josefa Martínez: cuando fueron a detener a su hermana a la que habían fusilado a su esposo hacía tres semanas por haber dado cobijo en su casa a las Hermanas del pueblo y ser miembro de la Adoración Eucarística nocturna. Sor Josefa fue a ver al Jefe para ocupar el lugar de su hermana que estaba embarazada. Le dijo que era injusto haber detenido a su hermana y querer matarla cuando esperaba un bebé. Su petición fue aceptada y murió en lugar de su hermana salvando así dos vidas: la de su hermana y la del hijo de sus entrañas. Antes de morir, Sor Josefa confesó su fe en Jesucristo y perdonó a sus perseguidores.

Estas Hijas de la Caridad se esforzaron por restaurar la paz en medio de la violencia, respondiendo con bondad y perdonando los insultos, las calumnias, las afrentas y el despojo de lo poco que tenían. Su último grito: “Viva Cristo Rey”, es una confesión de fe; proclamaban así que solo Dios era el Señor de sus vidas. Antes de recibir el último disparo, rezaron el Padrenuestro. Es esa la forma que tienen los mártires de poner su vida en las manos del Padre y de morir perdonando.

Según el Concilio Vaticano II y la Catequesis de la Iglesia católica (nº 2473): “El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado (CIC. 2473). Muchos santos no han padecido martirio cruento por la fe, pero han vivido el martirio de la caridad y la fidelidad al Evangelio. Así san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, Margarita Nasseau y otras muchas mártires de la fe y de la caridad que han vivido el carisma a lo largo de la historia, mediante un servicio generoso y callado, por Dios y por los pobres. Las Hermanas amaron a Dios y a sus Hermanas de comunidad con todo su corazón, salvaron la vida de muchos niños, enfermos, mendigos y galeotes, presos y marginados. Fundaron escuelas y pequeños hospitales. Algunas han sido llamadas para confesar a Jesucristo en tiempos de persecución: “Me persiguieron a mí y también os perseguirán a vosotros” (Jn. 15, 20).

Desde las Bienaventuranzas al martirio en ofrenda de amor

logo_ecosDe Leganés (Madrid), Colegio de La Inmaculada: Sor M. Adoración Cortés, Sor María S. Díaz-Pardo y Sor Estefanía Saldaña († 12.08.1936). Del Hospital psiquiátrico Santa Isabel: Sor M. Dolores Barroso y Sor Asunción Mayoral (esta última se había refugiado allí, pero procedía del Asilo de ciegos de Madrid).

Del Hospital antituberculoso El Neveral de Jaén, Sor Ramona Cao Fernández y Sor Juana Pérez Abascal († 12.08.1936): son perseguidas y mueren fusiladas en el “tren de la muerte” al que las subieron a su llegada a Madrid, en el pueblo de Vallecas.

Del Asilo San Eugenio de Valencia, Sor Rosario Ciércoles, Sor Mª Luisa Bermúdez y Sor Micaela Hernán († 18.08.1936) refugiadas en Puzol (Valencia) en la casa familiar de una compañera; un franciscano acogido como ellas, les celebraba la Eucaristía, esta fue la causa de su muerte.

De la Casa Misericordia de Albacete, Sor Dolores Caro, Sor Andrea Calle y Sor Concepción Pérez Giral († 03.09.1936) : expulsadas por las autoridades y amenazadas de muerte, se refugiaron en Madrid, en la casa de un pariente de la Superiora. Tres de ellas buscaron ayuda en casa de otro familiar en Vallecas donde no fueron recibidas. Seguidamente fueron brutalmente martirizadas.

Del Hospital y Escuelas de Segorbe (Castellón), Sor Martina Vázquez († 04.10.1936): la comunidad fue expulsada y las Hermanas se refugiaron en la casa de una antigua alumna. Cuando vinieron a detenerlas, Sor Martina, Superiora durante muchos años, rogó que dejasen libres a sus compañeras y fue escuchada. Fue la única martirizada.

Del Hospital general de Valencia, la comunidad fue expulsada y disuelta, Sor Josefa Martínez Pérez se refugió en su casa familiar de Alberique (Valencia). Su familia estaba perseguida y ella se ofrece a morir por su hermana. Su petición fue aceptada y ella muere mártir de la fe y la caridad († 15.10.1936).

De la Casa Beneficencia de Valencia las Hermanas fueron echadas de la Comunidad. Algunas se refugiaron en la casa familiar de una compañera. En esta casa estaban refugiados dos sacerdotes. Celebraban a diario la Eucaristía clandestinamente. Este fue la causa del martirio en Gilet (Valencia) de Sor Joaquina Rey y Sor Victoria Arregui († 29.10.1936).

De la maternidad Santa Cristina de Madrid fueron martirizadas Sor Modesta Moro Briz y Sor Pilar Isabel Sánchez Suárez. Habían encontrado refugio en una pensión de familia del centro de Madrid, deseaban con ardor participar en la Eucaristía en la fiesta de Todos los Santos. Al salir para asistir a la misa, fueron detenidas y condenadas a morir por un tribunal popular (31.10.1936).

De los Hospitales de Atocha y Carabanchel de Madrid Sor Josefa Gironés Arteta y Sor Lorenza Díaz Bolaños fueron perseguidas y fusiladas. Fueron condenadas por su fidelidad a la Fe y a su vocación ante propuestas inmorales de los perseguidores († 22.11.1936).

Del Colegio el Carmen de Bétera (Valencia), Sor Josefa Laborra, Sor Carmen Rodríguez Barazal, Sor Estefanía Irisarri, Sor Pilar Nalda, Sor Isidora Izquierdo y Mª Dolores Broseta (Hija de María) fueron asesinadas. La comunidad fue duramente perseguida. Las Hermanas se refugiaron en una pensión de Valencia. Dolores Broseta les llevaba a diario la comida preparada por las antiguas alumnas de Bétera. Se alternaba con otra compañera para realizar este servicio. Un día la siguieron, los milicianos buscaban a las Hermanas para fusilarlas lo que hicieron en el campo († 09.12.1936).

De Puerto Rico a Madrid y de Madrid al Cielo: tras un tiempo largo de misionera en Puerto Rico Sor Gaudencia Benavidaes Herrero vuelve a España por su salud, padecía una enfermedad cardiaca. Identificada como religiosa, fue detenida y llevada a tres cárceles diferentes donde debió sufrir malos tratos. Su cuerpo se llenó de heridas y al serle negada la atención médica necesaria, murió dando testimonio de su fe en Jesucristo y perdonando a los perseguidores († 11.02.1937).

La muerte de Jesucristo fue realmente el culmen de su vida. Así es también el martirio de nuestras Hermanas y el testimonio de Fe de los Testigos que serán beatificados en este Año de la Fe. Juan Pablo II habla de innumerables legiones que han seguido al Rey crucificado, manifestando que el amor es más fuerte que la muerte”. En ellos se hace realidad la convicción de Benedicto XVI: “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores” (P.F. nº 13).

Nos encomendamos a ellas para que intercedan por nosotros, porque ellas son ejemplos de vida evangélica y modelos de fidelidad al carisma. Que ellas nos ayuden a reavivar nuestra fe y a dejar que la fuerza de las Bienaventuranzas transforme nuestra vida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *