Vida de san Vicente de Paúl: Libro Primero, Capítulo 20

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis Abelly, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Abelly · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1664.

Nacimiento y erección de la Congregación de la Misión


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Se puede afirmar en verdad que esta Congregación fue en sus comienzos como el granito de mostaza del Evangelio: siendo, como es, la menor de las semillas se convierte al cabo en árbol, en cuyas ramas los pájaros pueden posarse. No había nada tan pequeño como esta Congregación, no sólo en su exterior, cuando empezó, sino hasta en los sentimientos internos del Sr. Vicente y de los primeros Sacerdotes que se asociaron con él. Se consideraban los más pequeños de los trabajadores en el ministerio de la Iglesia, y estaban destinados únicamente a servir en las obras más bajas, más abandonadas y más despreciadas por el común sentir del mundo: tales eran instruir y catequizar a los pobres, particularmente en las aldeas y otros lugares más abandonados; atender, socorrer y ayudar a los pobres enfermos; preparar a unos y a otros para hacer buenas confesiones generales, y a prestarse como los servidores de los aldeanos, de los galeotes y de las personas más míseras; para servir a todos gratuitamente y sin recibir nada a cambio, sintiéndose muy honrados por servir a Jesucristo en sus personas, y considerando gran ventaja que los párrocos quisieran permitir y tolerar que practicaran las obras caritativas en sus parroquias según su propio Instituto. A pesar de todo, Dios quiso derramar grandes bendiciones sobre aquellos humildes comienzos y hacer nacer en tan reducido espacio de tiempo una Compañía numerosa, que felizmente se ha extendido por diversos sitios, como explicaremos más adelante, y que ha contribuido santamente, y contribuye también en nuestros días con una especial bendición al avance del Reino de Jesucristo

Sucedió, como ya lo hemos dicho, el año de 1625, después de la muerte de la Señora Generala de las Galeras: el Sr. Vicente se retiró al Colegio de Bons-Enfants, cuya principalía había puesto en sus manos el Sr. Arzobispo de París, a instancias de la susodicha Señora y del Sr. General, para que sirviera a los fines de su fundación. El Sr. Portail, de quien ya hemos hablado antes, había convivido doce o quince años con el Sr. Vicente, y no lo quiso abandonar en tan hermosa ocasión para servir a Dios: resolvió nuevamente no separarse nunca de él, y se retiró con el Sr. Vicente al Colegio indicado con el propósito de consagrarse en su Compañía a dar misiones. Y para trabajar con más fruto invitaron a otro buen sacerdote a que se les juntara, y le daban cincuenta escudos por año para su sostenimiento. Iban los tres de aldea en aldea a catequizar, exhortar, confesar y a realizar otras funciones y prácticas de la misión, con sencillez, humildad y caridad, a sus propias expensas, sin andar pidiendo, ni queriendo recibir nada de nadie. Trabajaban primero en los sitios donde la misión había sido fundada, y después iban a darla en otras parroquias, particularmente de la diócesis de París. Y como no disponían de medios para sostener criados que residieran en el Colegio para guardarlo en su ausencia, cuando iban a misionar, dejaban las llaves a uno de los vecinos

¿Quién hubiera podido pensar entonces, que, de tan pequeños principios, fueran a obtener semejante progreso como vemos hoy en día, y que dos pobres sacerdotes, yendo así a trabajar en las aldeas y en otros lugares desconocidos y abandonados, habrían de poner, sin haber pensado en ello, los fundamentos de un edificio espiritual tan grande como el que Dios ha querido levantar en su Iglesia? Esa era una de las cosas que le sorprendieron al Sr. Vicente. Un día, hablando sobre ese tema a la Comunidad de San Lázaro,

«Ibamos dijo buena y sencillamente enviados por los Sres. Obispos a evangelizar a los pobres, como lo hacía Nuestro Señor. Eso es lo que hacíamos. Y Dios por su parte llevaba a cabo lo que tenía previsto desde toda la eternidad. Dio su bendición a nuestros trabajos. Al ver aquello otros buenos eclesiásticos se nos juntaron y solicitaron estar con nosotros; no todos a la vez, sino en diversos momentos. ¡Oh Salvador! ¿Quién hubiera nunca pensado que aquello llegaría al estado actual? Si alguno me hubiera dicho eso entonces, hubiera creído que se estaba riendo de mí. Pero fue por ahí por donde Dios quiso dar comienzo a la Compañía. Pues bien, ¿llamaréis humana una cosa que ningún hombre había jamás pensado? Porque ni yo, ni el pobre Sr. Portail pensamos en eso, ¡estábamos muy lejos de eso!»

El Sr. Arzobispo de París, Don Juan Francisco de Gondi dio después una aprobación auténtica al primer proyecto de institución de la Congregación de la Misión con Letras del 14 de abril de 1626 con idéntica forma de expresión que la que aparecía en el contrato de Fundación: dos buenos sacerdotes de Picardía, llamados Sres.Francisco du Coudray y Juan de la Salle, vinieron a ofrecerse al Sr. Vicente para vivir y trabajar bajo su dirección junto con el Sr. Portail. El los recibió y asoció a los tres con él, ejecutando así la fundación. Dos notarios del Châtelet levantaron acta el 4 de septiembre del mismo año, 1626. Y el difunto rey Luis XIII, de gloriosa memoria, por Letras patentes del mes de mayo de 1617 expedidas en favor del susodicho Sr. General de las Galeras, confirmando y aceptando el contrato de Fundación, permitió la Asociación y Congregación de los Sacerdotes de la Misión para vivir en comunidad, y establecerse en los lugares del reino de Francia que les pareciera bien, y para aceptar todos los legados, limosnas y donaciones que les fueran hechos

Así es como Dios dio principio a la Congregación de la Misión por una tutela especialísima de su misericordiosa Providencia. Extendió los desvelos de esa misma Providencia para hacerla crecer y multiplicarse. Y a ese fin, inspiró a otros virtuosos eclesiásticos a unirse al Sr. Vicente para trabajar con él en la cosecha de las almas. Además de los tres arriba mencionados, hubo otros cuatro sacerdotes que entraron de los primeros en la Congregación, a saber, Juan Bécu, de la aldea de Brache, diócesis de Amiens; Antonio Lucas, de la ciudad de París; Juan Brunet, de la ciudad de Rion, en Auvernia, diócesis de Clermont; y Juan Dehorgny, de la aldea de Estrée, diócesis de Noyon. Estos siete, así asociados y unidos con el Sr. Vicente para vivir y morir en la Congregación de la Misión, prometieron a Dios dedicarse de por vida a procurar la salvación y la santificación del pobre pueblo del campo en la misma Congregación

Y lo han cumplido fielmente, y se puede decir que fueron como los siete sacerdotes, que guiados por Josué, tocaron las trompetas para derribar las murallas de Jericó, y que, con el ejemplo de su celo y de sus virtudes, atrajeron a muchos otros a esta santa milicia.

Por Bula del Papa Urbano VIII del mes de enero de 1632 la Compañía fue erigida en Congregación y aprobada por la Santa Sede con el título de Sacerdotes de la Congregación de la Misión, y bajo la dirección del Sr. Vicente, a quien su Santidad dio el poder de hacer y redactar los Reglamentos para el buen orden de la Congregación. Más adelante, el Rey hizo despachar otras Letras Patentes en el mes de mayo de 1642, registradas en el Parlamento de París en septiembre del mismo año

Por la Bula de Urbano VIII la Santa Sede dio a los que son de esa Congregación el nombre de Sacerdotes de la Congregación de la Misión. Por ese nombre se distinguen de otras Comunidades, y también de los eclesiásticos particulares que se dedican a su vez a dar misiones. Esto es lo que hemos juzgado necesario señalar en este libro, para obviar los inconvenientes que podría causar la carencia de esta distinción

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