Vicente de Paúl, maestro de sabiduría (III)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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ENSEÑANZA DE LAS REGLAS COMUNES

Mucho de lo que se refiere a la vida espiritual se encuentra en las Reglas Comunes o Constituciones de la Congregación de la Misión. San Vicente es el autor de este pequeño libro que discutió con sus hermanos. Aparece dos años antes de su muerte. Lo presenta como el fruto de la experiencia personal y colectiva, y es el reflejo de las máximas del Evan­gelio. Lo distribuye entre sus hermanos el 17 de mayo de 1658, después, cosa loable y digna de interés, de treinta años de ajustes y de una histo­ria ajetreada (comisiones, asambleas generales, paso obligado por el arzobispado y los despachos romanos, nueva revisión, etc.). Se trata de un retraso controlado. Vicente pone de relieve que los cartujos nunca han tenido necesidad de reformas, y que los jesuitas no cesan de incre­mentarse. Estas son las comunidades de referencia. También aquí el tiempo es un gran aliado. Quiere una comunidad original. Para conse­guirlo se desmarca de las congregaciones parecidas que le rodean, por ejemplo, los oratorianos o los Misioneros de Provenza. A Vicente no le gusta su modo de gobierno y espera lo que el cuerpo y la práctica de su Congregación le dicten.

Si Vicente lee con cierto interés las reglas de san Agustín, san Bruno y san Ignacio, hace de su uso el verdadero guía para determinar el esti­lo de autoridad, la actividad misionera, el comportamiento de los suje­tos y el estímulo espiritual. Además, retiene tres grandes misterios como principios fundamentales, la Trinidad, la Encarnación, y la Eucaristía. Aparecen en la primera página de la edición príncipe. Con estos ele­mentos, obtiene una congregación muy perfilada y un librito original que le sirve de apoyo.

Más allá de los reglamentos, de las costumbres, las indicaciones espirituales y las insistencias, este librito transmite un espíritu que sería peligroso abandonar. Privarse de su meditada lectura, es malograr el impulso evangélico dado por Vicente y los primeros misioneros. Este hálito impregna las Constituciones de la Congregación de la Misión de 1984 y permite verificar hoy la fidelidad al carisma inicial… pero nada vale tanto como el original.

A los doce capítulos, depositarios de un objetivo, de un espíritu y un estilo, se añade un tesoro: las explicaciones ofrecidas por el propio Vicente. Durante un año, él amplifica su pensamiento ante sus herma­nos con los que se reúne los viernes por la tarde, de anochecido. Es prác­ticamente el contenido del volumen once cuatro de la recopilación de Pedro Coste. Pero además de esta exégesis de las Reglas, este espíritu nos es transmitido también por las repeticiones de oración y las demás conferencias. En ellas destila un espíritu que nos permite conocer su pensamiento sobre muchos temas fundamentales. Es preciso, con toda seguridad, mencionar sus cartas, verdaderos mensajes, que unen el arte del gobierno y la animación espiritual; en ellas nos entrega con fre­cuencia su mística de la acción.

Cómo no evocar aquí los primeros reglamentos de las caridades de las damas evocando a Cristo como «patrón» de la cofradía y centrando a las participantes en la devoción de la Santa Trinidad y la Eucaristía. Las Reglas Comunes de las Hijas de la Caridad que Vicente les explica desde 1655, insisten en la misma temática: El Cristo que conduce a una mirada de fe sobre los pobres, la devoción a la santa Trinidad, el culto de la oración y, cosa novedosa para la época, la comunión eucarística más frecuente. Se percibe a un hombre viviendo él mismo esos acentos espirituales y fortalecedores. Estas son las convicciones personales que Vicente quiere trasmitir a los suyos.

 

  1. Renouard

 

Ceme

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