VICENTE DE PAÚL EN CHATILLON (III)

Mitxel OlabuénagaEn tiempos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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LA PRIMERA COFRADÍA DE CARIDAD

Es sorprendente cómo Vicente, que comentó tantas veces en público los incidentes sucedidos en enero de 1617 en Gannes-Folleville como decisivos en el cambio de rumbo que sufrió su vida sacerdotal a los 37 años, dedique tan pocas alusiones al otro gran hecho sucedido en la segunda mitad del mismo año, hecho que, como se irá viendo, es prácticamente tan influyente como el anterior en la trayectoria posterior de su vida. Salvo error u omi­sión, en la extensa documentación de cartas y conferencias que han llegado hasta nosotros Vicente se refiere a la creación de la Cofradía de Caridad de Chátillon sólo tres veces. Las tres refe­rencias se encuentran:

en una carta a Luisa de Marillac del 13 de octubre de 1635, 18 años después de los sucesos y sólo dos años después de fundada la Compañía de las Hijas de la Cari­dad, en la que, aparentemente a una pregunta de Luisa, Vicente responde escuetamente: «Creo que la (Cofradía de) Caridad comenzó el año 1617” (1, 336);

en una conferencia a las hijas de la caridad de 22 de enero de 1645, 28 años después de los sucesos y 12 años des­pués de fundada la compañía (IX, 202). Esta referencia es clave para conocer la visión que tenía Vicente de Paúl de la historia de la creación de las hijas de la caridad y de la naturaleza de su vocación;

en otra conferencia a las hijas de la caridad del 13 de febrero de 1646 (IX, 233). Esta referencia es similar en contenido a la anterior, y con la misma importancia. Vere­mos más adelante en detalle la importancia de estas dos referencias.

Los sucesos que condujeron a la fundación de la Cofradía de Caridad de Chátillon son bien conocidos en sus líneas generales, y por eso no volveremos a narrarlos aquí. Decimos «en sus líne­as generales» porque en las diversas narraciones que han llegado hasta nosotros se encuentran discrepancias de detalle que es imposible armonizar y que pudieran tener su importancia, pero que no nos interesan en el contexto de este trabajo, y por eso no trataremos de ellas.

Daremos sólo un ejemplo: ¿quiénes y cuántos eran los enfer­mos que recibieron la ayuda de la gente del pueblo y del párro­co? En un punto tan sencillo como éste no nos vale ni siquiera el testimonio de Vicente mismo, que había sido testigo presencial y actor principal. En el espacio de trece meses escasos nos da dos versiones totalmente diferentes. Y no se atribuya este fenómeno a los estragos que la edad avanzada suele producir en la memoria, pues Vicente no tenía más que 65 años cuando narra el suceso a las hijas de la caridad, y aún no hacía treinta años que habían sucedido los hechos que narra. En la conferencia de 1645 citada arriba dice que se trataba de «un pobre hombre enfermo»; sólo un año después, en la otra conferencia también citada arriba, dice que en aquella casa «todo el mundo estaba enfermo». La infor­mación que nos da Abelly se acerca a esta segunda, pero añade un detalle que desfigura totalmente la imagen que sugiere Vicen­te, pues mientras en el testimonio de éste queda implicada la idea de que se trataba de una familia pobre, Abelly dice que se trata­ba de «una familia la mayor parte de cuyos hijos y criados habían caído enfermos», lo que parece sugerir que era una familia más bien acomodada.

Omitimos el comentar otras divergencias, como hemos dicho, porque lo que nos interesa en este trabajo es saber qué es lo que tuvo lugar en Chátillon después de que volvieran a la población las buenas gentes y el párroco que habían asistido al anciano enfermo o a la familia enferma, pobre o rica, aquel caluroso domingo de agosto de 1617.

Lo que tuvo lugar en Chátillon fue fruto de una idea que le vino al párroco mientras volvía al poblado. Vicente atribuye la idea a Dios y la menciona él mismo a las hijas de la caridad en 1645: «Me encontré con grupos de mujeres y Dios me dio este pensamiento: ¿No se podría reunir a estas buenas mujeres y ani­marles a darse a Dios para servir a los pobres enfermos?» Como le sucedió con tantos otros incidentes de su vida, Vicente no podía ni sospechar el potencial histórico de aquella idea a primera vista tan sencilla. Lo iremos viendo más adelante. Por ahora, reténgase la frase principal: «darse a Dios para servirle en los pobres enfermos», pues será, con sólo suprimir la palabra `enfermos’, la clave y cifra de la visión espiritual que inspiraría a tantos miles de personas hasta hoy mismo: darse a Dios para servirle en los pobres.

Éste fue el fruto inmediato de la idea: Vicente convocó a un pequeño grupo de ocho mujeres a una reunión para el siguiente miércoles. La fecha merece ser señalada: 23 de agosto de 1617. «Les mostré que se podrían remediar grandes necesidades con una gran facilidad. Inmediatamente ellas se decidieron a hacer­lo» (IX, 202). Eran ocho mujeres, casadas y solteras, de origen social variado, a las que Vicente propuso lo que nos ha dicho arriba: entregarse a Dios para servir a los «pobres enfermos», expresión que en este caso quería decir los pobres que estuvieran o cayeran enfermos, «los enfermos verdaderamente pobres», como lo expresará claramente el reglamento de la Cofradía, y no ya cualesquiera enfermos, fueran pobres o ricos.

Se ha conservado una breve acta de esta reunión escrita por Vicente mismo en la que ya aparecen con claridad algunos ele­mentos de su visión personal espiritual que le acompañarán hasta la tumba y que inspirarán todas las instituciones que fundará años más tarde. La reunión comienza y termina invocando a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quienes sean dados «todo honor y gloria por los siglos de los siglos». Las señoras se «han asociado caritativamente para asistir a los pobres enfermos de esta villa de Chátillon por turno», de manera organizada, para que no quede ninguno sin recibir asistencia todos los días mien­tras la necesite. Se les asistirá en sus necesidades corporales, dándoles alimentos y medicinas, y sus necesidades espirituales, «disponiéndoles a bien morir, o a vivir cristianamente, si se curan». Todo ello se hará «para gloria del buen Jesús», y toman­do a la Madre de Dios «como patrona y protectora de la obra». Si son fieles a esta buena obra pueden estar seguras de que en el día del juicio «oirán la voz dulce y agradable del buen Jesús que dirá a los que ayudan a los pobres: Venid, benditos de mi Padre y poseed el reino que os tiene preparado desde los comienzos del mundo…»

Al nacer, este grupo no tiene ningún nombre ni calificación canónica. Pero las primeras semanas de su funcionamiento debie­ron de hacer ver a Vicente que aquel grupo, por humilde que fuera, podía muy bien convertirse en una institución permanente y reconocida por la autoridad eclesiástica. Podría pensarse en hacer de aquel grupo una Cofradía no de piedad, como pudiera ser la del Rosario, que existía en Chátillon desde unos pocos años antes de la llegada de Vicente, sino de acción caritativa. Cofradía quiere decir una asociación de hermanos-as en la fe que se unen para un fin concreto. Los miembros de la Cofradía de la Caridad se unen fraternalmente para practicar la caridad.

A las pocas semanas de ver funcionar el grupo satisfactoria­mente Vicente empezó a dar los pasos necesarios ante el arzobis­pado de Lyon para que el grupo fuera reconocido por la autori­dad eclesiástica competente como Cofradía de Caridad, lo que se hizo por parte de la curia arzobispal el día 24 de noviembre de 1617. El párroco fundador justamente tuvo tiempo para verla eri­gida oficialmente el 8 de diciembre siguiente, pues a los pocos días dejó la parroquia para volver a París, ciudad que ya no dejaría prác­ticamente hasta su muerte. Pero no desapareció ni languideció la Cofradía con la marcha del fundador. Ha quedado testimonio escri­to de que seguía funcionando años después de la muerte en 1660 de aquel que había recibido de Dios la idea de fundarla en 1617. Esto quiere decir que Vicente supo dar a la Cofradía una estructu­ra sólida cuya permanencia en el tiempo no dependía de la presen­cia o ausencia de su promotor original.

Este hecho plantea un problema de interpretación en la bio­grafía de san Vicente de Paúl: ¿quién le enseñó, de quién o dónde aprendió Vicente de Paúl a organizar grupos humanos estables para conseguir un fin concreto, instituciones que fueron en casi todos los casos para fines de duración indefinida, varias de las cuales aún existen después de casi cuatro siglos? Un conoci­miento, aunque sea somero, de lo que hizo Vicente desde que nació hasta que llegó a Chátillon a los 37 años revela que no tuvo previamente ni maestro, ni tiempo, ni ocasión de aprender cómo se organiza un grupo humano para conseguir un fin determinado y cómo se le dota de una solidez estructural que perdure en el tiempo.

Como hemos visto arriba en el caso de la Cofradía, él siem­pre atribuyó a Dios las ideas que dieron origen a sus diversas fundaciones. Sin duda tiene razón, incluso en los casos en que sabemos que hubo otras personas de las que Dios se sirvió para dar la idea a Vicente de Paúl. Por ejemplo, la señora de Gondi para la Congregación de la Misión, Luisa de Marillac para las Hijas de la Caridad, algún sacerdote diocesano anónimo para las Conferen­cias de los Martes, el rey Luis XIII para la misión del norte de África, el nuncio en París para la misión en Madagascar… Pero el saber cómo se organiza un grupo y cómo se le da solidez, esto tuvo que llegarle sin intermediarios y directamente de Dios mismo a través de sus cualidades innatas.

Podemos rastrear las raíces de algunos aspectos de su visión espiritual y descubrir las personas y las lecturas que influyeron en ella, como se ha hecho muchas veces con acierto. Pero su capacidad de organización, que tanto ha admirado a tantos, incluso a un historiador de inspiración marxista como Boris Porschnev, no parece que se pueda atribuir a ninguna influencia previa procedente de persona o de institución anterior. Uno de los aspectos más originales y propios de la rica personalidad de Vicente de Paúl es su gran capacidad de organización, de la que la primera muestra es, aunque humilde y en pequeña escala, la Cofradía de Caridad de Chátillon.

El título de la Cofradía está inspirado en el de un hospital que habían fundado años antes en Roma los hermanos de San Juan de Dios, que Vicente conoció en su segunda estancia en Roma, hospital que fue a su vez precursor de otro con el mismo nombre que la misma orden fundaría después en París, con el que Vicen­te tuvo alguna relación durante los años de su primera estancia en esa ciudad. El Reglamento de la Cofradía reconoce expresa­mente que su título está basado en el del hospital mismo, y no en el de alguna supuesta cofradía que existiera en ese hospital, como afirma algún biógrafo.

La Introducción del Reglamento ofrece de manera condensa­da una serie de ideas que inspirarán la acción y el pensamiento de Vicente a lo largo de su vida, y también a sus instituciones.

Tiene cuando escribe esas ideas 37 años, vivirá hasta los 80, pero ya nunca las dejará de lado, y sabrá ofrecerlas a personas de muy variada condición social y eclesial sin retocarlas en lo fundamen­tal. Damos la introducción del Reglamento en traducción literal. El lector familiarizado con el lenguaje de san Vicente de Paúl no tendrá problemas en reconocer de inmediato su huella inconfun­dible: «Como la caridad hacia el prójimo es una señal infalible de los verdaderos hijos de Dios, y como uno de sus principales actos sea el visitar y alimentar a los pobres enfermos, algunas señoritas piadosas y algunas señoras de la villa de Chátillon-les-Dombes, diócesis de Lyon, deseando conseguir de Dios la gracia de ser verdaderas hijas suyas, han convenido en reunirse para asistir juntas espiritual y corporalmente a los enfermos de la villa, quienes a veces han sufrido mucho más por falta de organización en atenderles que por escasez de personas carita­tivas. Pero como es de temer que, después de haberla comenza­do, esta buena obra podría desaparecer en poco tiempo si para mantenerla no mantuvieren alguna unión y vínculo espiritual, han decidido unirse en una organización que pueda ser erigida como cofradía… La dicha Cofradía se llamará Cofradía de la Caridad, a imitación del hospital de la Caridad de Roma, y las personas de las que principalmente estará compuesta se llama­rán sirvientas de los pobres o de la Caridad».

La Cofradía se limitará a un grupo de veinte personas, «para que con la muchedumbre no venga la confusión», todas ellas casadas o solteras, ayudadas en la administración por un procu­rador «ciudadano virtuoso, solícito del bien de los pobres», que en esta ocasión fue el señor Beynier, el supuesto protestante con­vertido al catolicismo por Vicente, de quien hablamos arriba. El reglamento detalla un control extremadamente riguroso del dine­ro y de los bienes de la Cofradía, en el que intervienen el párro­co, la presidenta de la Cofradía, la tesorera y otra asistenta o consejera. Las cuentas del año están sometidas a una especie de auditoría externa por parte de personas públicas ajenas a la Cofradía, como son «el señor de la villa de Chátillon, uno de los síndicos y el rector del hospital» municipal, con lo que se quie­re asegurar la buena y exacta administración de los bienes de la Cofradía, pues son bienes de los pobres de la villa de Chátillon. Si se advirtieran fallos en la administración, deberá informarse de ellos al señor arzobispo, por cuya autoridad la Cofradía dis­fruta de personalidad jurídica pública.

Nos hemos detenido en este aspecto, que no suelen destacar los comentaristas, porque refleja uno de los aspectos permanen­tes de la capacidad organizativa de Vicente de Paúl, una clara conciencia de la necesidad de controlar cuidadosamente los bienes dedicados a los pobres, bienes que son casi siempre manejados por personas que no son pobres, pero que sin embar­go se pueden ver fácilmente tentadas a usar de esos bienes en favor propio o para fines extraños. La historia antigua y la con­temporánea de las instituciones benéficas voluntarias está llena de ejemplos de tales abusos. Aunque Vicente de Paúl confía en la buena voluntad de las gentes voluntarias que trabajan en las obras fundadas o inspiradas por él, en el tema de la administra­ción de los bienes materiales quiere un control tan estricto como el que se pueda exigir en cualquier institución financiera antigua o moderna.

Otros aspectos del reglamento de la Cofradía suelen ser más comentados por los biógrafos y estudiosos, en particular todo lo que se refiere al trato exquisito y personalizado de cada enfermo. No comentamos aquí este aspecto en detalle por ser más conoci­do. Pero sí queremos suscitar un problema que tampoco se suele mencionar en relación con este tema: ¿dónde aprendió, quién le enseñó a este sacerdote de 37 años, con escasa experiencia pas­toral previa y muy poca relación previa con gente pobre, a mos­trar esa sensibilidad extrema, y a la vez totalmente práctica, sobre el modo de asistir, de dar de comer, de limpiar a enfermos pobres en sus camas, de asistirles espiritualmente sin fatigarles con sermones? El único lugar en que pudo aprenderlo fue el Hospital de la Caridad de París mencionado arriba, al que Vicen­te visitaba como uno de los capellanes de la reina Margarita. El dicho hospital era sin duda el más moderno de su tiempo; en él, por ejemplo, cada enfermo tenía una cama individual convenien­temente rodeada de cortinas, en contraste con lo que se acostum­braba en los grandes hospitales públicos, tal como el Hótel Dieu de París, en el que era común alojar a varios enfermos en una misma cama, tal como aparece en la película «Monsieur Vincent», que en este aspecto se atiene a la estricta realidad histórica.

La Cofradía se describe en el reglamento como una organiza­ción de carácter fraternal basado en el afecto y la ayuda mutua, durante la vida e incluso más allá de la muerte, pues cuando fallezca «algún miembro de esta corporación, las demás asisti­rán a su entierro con el mismo sentimiento con que se llora la muerte de la propia hermana, esperando poder volver a verla en el cielo.» Los miembros de la Cofradía deben manifestar en todos los aspectos de su vida personal, y no sólo cuando sirven a los enfermos, un talante netamente cristiano e incluso devoto, alimentado por unas prácticas de oración sencillas y sobrias, practicadas con constancia.

El fundador de la Cofradía quiere también que sus miembros sean cristianas bien formadas en su espiritualidad laica propia. Les recomienda para ello la lectura del libro de espiritualidad laica que más éxito ha tenido en la historia de la Iglesia, la «Introducción a la vida devota», de san Francisco de Sales, a quien Vicente aún no conocía personalmente. Al año siguiente, 1618, se verían en París los dos por primera vez, e iniciarían de inmediato una relación de amistad y aprecio mutuo que influyó profundamente en la posterior evolución espiritual, y aun sicoló­gica, de Vicente de Paúl. El libro de Francisco de Sales propor­cionaba a las mujeres de la Cofradía una sólida visión espiritual de su vida cristiana laica.

El reglamento, por su parte, añadía a la visión del libro un fin caritativo, orientando de ese modo su vida espiritual al servicio de los pobres. El mismo reglamento describe a las mujeres que componen la Cofradía como un grupo organizado dotado de autonomía para dirigir los asuntos propios de la Cofradía. El gru­po funciona por sí mismo, escoge sus actividades, maneja sus recursos financieros, y elige a las responsables de los cargos de dirección «mediante los sufragios de toda la Cofradía por mayo­ría de votos.» No era el fundador, ni tampoco el sacerdote que le sucediera en el cargo de párroco, el director responsable de la Cofradía, sino sólo su animador, que en las reuniones de la Cofradía se limitaba a dar «una pequeña exhortación espiritual». Este aspecto de esta Cofradía, el dar plena confianza a mujeres laicas para su buen funcionamiento, es más sorprendente si se tiene en cuenta que Vicente podría fácilmente haberse dejado lle­var por el modelo de la otra Cofradía formada también por muje­res, la Cofradía del Rosario, que, como dijimos, ya existía en Chátillon cuando él llegó, en la que los dos principales cargos directivos estaban reservados a dos hombres, uno de los cuales era el varias veces mencionado Beynier.

Para el día de Navidad de 1617 Vicente de Paúl estaba de vuelta en París. El que esto sucediera se debe sobre todo a la constancia de una mujer, la señora de Gondi, que por la ausencia de su director y preceptor de sus hijos sentía que su familia esta­ba al borde de la perdición. Removió, como se suele decir, cielo y tierra, que en este caso eran todas las personas civiles y ecle­siásticas que pudieran tener alguna influencia sobre Vicente para que éste volviera a París. No se despidió Vicente de sus parro­quianos (y esto se dice en contra de lo que afirma expresamente el citado testimonio de los seis ciudadanos), por la buena razón de que cuando dejó Chátillon no estaba aún seguro de si volvería al pueblo a seguir cumpliendo su oficio de párroco, o acabaría cediendo a las exigencias de la señora de Gondi y se quedaría en París para siempre (I, 94, carta 10). Sucedió de hecho esto último. Conociendo la trayectoria posterior de la vida de Vicen­te, no se puede dejar de pensar que su vuelta a París fue obra de la Providencia, actuando esta vez a través de la inseguridad sico­lógica de una mujer. Pero también se debe sin duda a la Provi­dencia el que Vicente fuera párroco de Chátillon, aunque lo fuera por un tiempo tan corto, el tiempo justo para poder tener el moti­vo y la ocasión de fundar la Cofradía de la Caridad.

Jaime Corera

CEME, 2008

 

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