SANTIAGO MASARNAU: TESTIMONIOS DE SU FAMA DE SANTIDAD (IV)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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ALGUNOS TESTIMONIOS DE SU FAMA DE SANTIDAD

Numerosos testimonios y publicaciones sobre su Obra y su figura fueron apareciendo a lo largo de los tiem­pos. Ya en vida, en 1836, se publicó en la revista «El Ar­tista» una semblanza de Santiago Masarnau debida a su amigo Pedro Madrazo que realza su figura como composi­tor y pianista de primer orden, acompañada de un retra­to que le hizo su hermano, el gran pintor romántico, Fe­derico Madrazo.

Algunas congregaciones religiosas femeninas también aparecieron en España en la segunda mitad del siglo XIX con un profundo carácter de apoyo social y servicio a los necesitados. Entre ellas está la iniciada por la Vizcondesa de Jorbalán, hoy Santa María Micaela del Santísimo Sa­cramento. Santiago Masarnau colaboró y apoyó esta obra dando clases de música, desinteresadamente, a chicas re­cogidas en el establecimiento por ella fundado.

Esta santa, en su autobiografía, nombra en varias oca­siones a Masarnau y da testimonio de su ejemplo y santidad:

«En cierta ocasión me habló con un lenguaje que atra­vesó mi corazón, pues lo decía tan dulcemente y con un tono tan religioso que pocas cosas en mi vida me han sor­prendido tanto».

DE DONOSO CORTÉS

El político intelectual Juan Donoso Cortés, Marqués de Valdegamas, que trató íntimamente a Masarnau, en París, por el mero hecho de verle actuar contribuyó a su conversión. El mismo nos cuenta que: «le sojuzgó con el sólo espectáculo de su vida» de tal forma que sus creencias echaron raíces en lo más hondo de su alma. Más tarde, Donoso Cortés informó de este hecho en dos cartas. Una de ellas está dirigida al Marqués de Raffin, Alberich de Blanche el día 21 de julio de 1849 y otra a Madame Craveus con fecha 4 de mayo de 1853. En la primera se dice:

«Cuando estuve en París traté íntimamente a Masarnau,y aquel hombre me sojuzgó con sólo el espectáculo de su vida, que tenía a todas horas delante de mis ojos. Yo había conocido hombres honrados y buenos, por mejor decir, yo no había conocido nunca sino hombres buenos y honrados; y, sin embargo, entre la honradez y la bondad de los unos y la honradez y la bondad del otro hallaba yo una distancia inconmensurable, y la diferencia no estaba en los diferentes grados de la honradez. Estaba en que eran dos clases de honradez de todo punto diferentes. Pensando en este negocio vine a averiguar que la dife­rencia consistía en que la una honradez era natural, y la otra sobrenatural o cristiana. Masarnau me hizo conocer a usted y a algunas otras personas unidas por los víncu­los de las mismas creencias; mi convicción echó entonces raíces más hondas en mi alma y llegó a ser invencible por lo profunda».

Este célebre personaje fue socio de las Conferencias hasta su muerte en 1853, acaecida en París y asistido por una Hija de la Caridad, Sor Rosalía Rendu, cuyo proceso de Canonización está en la última fase.

DE CONCEPCIÓN ARENAL

La ilustre escritora Doña Concepción Arenal, mujer de corazón ardiente y compasivo, tan ligada a la labor ca­ritativa de Masarnau, publicó un precioso artículo necro­lógico, que figuró en la primera página de la revista «La Voz de la Caridad», con orla negra en señal del luto de su corazón. Ello constituye una prueba irrefutable de la pro­funda y constante amistad que se profesaron. Un testimo­nio valiosísimo de fama de santidad:

«Don Santiago, así le llamaban los afligidos, así le lla­maban los desconsolados, así le llamábamos todos; y la manera de pronunciar este nombre venerado y amado, era como el apellido que le distinguía de los demás: porque Don Santia­go era él, y no podía ser otro. Sa­biendo la especie de horror que te­nía por la publicidad de sus buenas obras e íntimos afectos, creo oírle que desde el cielo me re­conviene porque no guardo abso­luto silencio sobre su vida y sobre su muerte, y con aquella sonrisa que parecía seguro presentimien­to de dicha inefable y reflejo de la de los niños que acariciaba, me pregunta: —¿Por qué lloras? —Lloro porque ya no volveré a oír aquella voz que daba siempre gusto, lección y consuelo; la palabra del artista, del sabio y del santo: lloro por los que han perdido al que enjugaba sus lágrimas; lloro por la patria insensata e infeliz, que ha visto desaparecer al más grande de sus hijos sin un estre­mecimiento doloroso, como esos enfermos tan graves que se pueden mutilar sin que lo sientan».

Quince días después, en el número siguiente de la misma publicación firmado por Fermín Higinio Iglesias, su direc­tor, recogía un artículo tomado del Diario de Barcelona del 3 de enero de 1883 que comenzaba citando unas palabras de Concepción Arenal: «Don Santiago Masarnau» La muerte ha helado aquellas manos siempre abiertas a los po­bres: la pérdida irreparable de D. Santiago sería un duelo nacional si hubiese nación» (…) A lo largo de cinco páginas del texto, Fermín H. Iglesias no regateó elogio alguno:

«La Corte de España, los infelices y los desvalidos, los tristes de la tierra han perdido algo que no se reemplaza. La corte, un ejemplar nobilísimo de bienhechor creyente; los infelices, un protector y guía; los tristes, una fuente inagotable de purísimos y eficaces consuelos. España, en fin, a cuyos ámbitos envió Masarnau por diversos rumbos sus beneficios en son tranquilo, pero incansable, de hu­mildad y caridad cristianas, ha perdido un timbre valio­so de verdadera honra nacional, que pudiera comparar­se a la pálida pepita de oro nativo entre hojarasca exuberante de relucientes oropeles».

Fermín H. Iglesias termina su artículo diciendo:

«Nosotros creemos que habrá nación en alguna parte para sentir, como duelo nacional, el que la muerte haya helado aquellas manos siempre abiertas para los pobres».

María Teresa Candelas Antequera

Madrid, 2000

 

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