San Vicente de Paúl (la esclavitud en Túnez) (VI)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de Paúl, Formación Vicenciana, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jean Guichard, C.M. · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 1937 · Fuente: Desclée de Brouver.
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XII. París

Vicente llegó a la capital del reino en los primeros días de enero de 1609. Se dio prisa en desempeñar la importante misión que le confió Savary de Bèves.

Cumplida su misión, se retiró.

Encontró en el barrio de Saint-Germain-des-Prés una habitación que por ahorrar compartió con uno de sus compatriotas, de paso por París, el juez de Sore.

Viviá allí honestamente repartiendo su tiempo entre la oración y los ejercicios de celo.

Todos los días visitaba a los pobres enfermos del hospital de la Caridad. Los consolaba, los instruía en la religión, enseñándoles a orar y prepararse a bien morir. Este hospital establecido hacía pocos años en el barrio por los cuidados de la reina María de Médicis, le segunda esposa de enrique IV, había sido confiado por ella a los discípulos de San Juan de Dios (1601).

Se ha de destacar, al parecer, el lazo y establecer un acercamiento entre el hospital de los Fate ben Fratelli de Roma y el de la Charité de París: son los mismos religiosos quienes los dirigen, y es una colonia de cinco hermanos de Roma la que llegó a fundar el hospital de París.

Si Vicente a su llegada a la capital se estableció cerca de la Caridad, fue con toda la intención de acercarse a estos santos religiosos. Los había visitado en Roma al ir a ver a su penitente que se había entregado a Dios en su orden, había hecho cerca de ellos sus primeras armas en la hermosa obra de la asistencia a los enfermos. Piensa proseguir este ejercicio que ha ganado su corazón. Así los hermanos de San Juan de Dios parecen haber sido su educadores en los cuidados para con los enfermos espirituales o corporales y en la dirección de los hospitales. Conservará para ellos, toda su vida, una amistad fiel.  Cuando, en octubre de 1611, un bienhechor generoso le dé, con toda propiedad, una suma de quince mil libras, se la llevará al hospital de la Caridad sin dudarlo quedarse con nada para sí.

En el ejercicio de esta obra caritativa, se encontrará con un sacerdote distinguido, el sr de Bérulle, cuyo nombre era ya muy conocido en todo el reino.

Se unió a él, de quien hizo su consejero y director.

Bajo esta suave influencia sus pensamientos no tardaron en evolucionar, y él que hasta entonces  había mirado con relativa atención el aspecto de los intereses humanos, se volvió resueltamente a la práctica de la perfección cristiana y sacerdotal.

Varios rasgos de su caridad acudiendo a este periodo de su vida se han conservado para la historia; dejan entrever una virtud si no consumada al menos segura ya de sí misma.

Se tendrá como simple recuerdo la prueba que le vino encima, en los primeros meses de su residencia en París, la negra calumnia de que fue objeto  por parte del juez de Sore, su compatriota, y el modo generoso, sencillo y sobrenatural con que supo sobrellevarla.

El Santo hizo alusión a ella, en los últimos días de su vida, en una conferencia dada en San Lázaro, ante sus misioneros, el 9 de junio de 1656:

«Hay una persona en la Compañía, dice, quien, al ser acusada de robar a su compañero y habiendo sido publicada como tal en la casa, aunque la cosa no fue verdad, no quiso sin embargo justificarse, y pensó para sí, viéndose de esta manera acusada: ¿Te justificarás tú? Estamos ante algo de lo que se te acusa, que no es verdad. ¡Oh! No, dice, elevándose a Dios, es preciso que yo sufra esto con paciencia. Y así lo hizo. ¿Qué sucedió después?

Señores, esto es lo que sucedió. Seis meses después, el que lo había robado hallándose a cien leguas de aquí, reconoció su culpa y escribió contándolo y pidiendo perdón».

Esta mención por boca del propio Santo, de un suceso que data de su entrada en el ministerio, nos muestra el grado de humildad al que el joven sacerdote había llegado ya.

Ponía ya en práctica lo que el Salvador nos recomienda como especialmente evangélico: el perdón de las injurias.

«¿Te justificarás tú? ¡Oh! No, es preciso que yo lo sufra con paciencia».

¡Cuántas veces recordará más tarde este precepto a los suyos, y con qué elocuencia les hablará de las calumnias! Él, de buenas a primeras, en la aurora de su carrera sacerdotal, entra en la perfección de la octava bienaventuranza.

«Dichosos los que sufren persecución por la justicia porque el reino de los cielos es de ellos. Dichosos sois cuando os insulten, os persigan y se diga falsamente toda clase de mal contra vosotros, a causa de mí. Alegraos porque vuestra recompensa es grande en los cielos».

En realidad, está ya en camino hacia la práctica de la verdadera humildad que será su virtud preferida en cuanto escogida como tal por el divino Redentor.

Y pronto llegará a confesar una y otra vez en público lo que él llamaba sus extravíos y sus abominaciones, «confesión, dice Collet, que debe hacer temblar a tantos fariseos que no ven en ellos más que su propia justicia».

La calumnia del juez de Sore es un acontecimiento de importancia para la vida espiritual del joven Vicente. Ha sido con toda razón tenida muy en cuenta por sus historiadores.

Una carta del Santo a su madre, con fecha del 17 de febrero de 1610, de París, viene a arrojar una luz viva sobre los sentimientos de su alma, después de pasar un año en la capital

en ella se ven las seguridades más delicadas y más profundas de su afecto filial. Ama a su madre de la manera más tierna. Todo lo que ha hecho tiene por finalidad recobrar la ocasión de su progreso -que le han arrebatado sus desastres- para ir a rendirle los servicios que le debe, empleando e resto de su vida a su lado.

Entre tanto descansa sobre el sr de Saint-Martin con quien se escribe y que espera suceder al sr de Comet por la benevolencia y el afecto que profesa a toda la familia.

El resto de la carta está dedicado al recuerdo de la casa y de todos sus hermanos y hermanas, parientes y amigos. Se interesa por todos en particular, y se le ve preocupado por su situación terrenal tanto como por la práctica de la religión.

Esta carta menciona como hermano del Santo, a Gayon; como hermanas: a Marie, de Paillole, y a su otra hermana. El testamento de 1630, recordado aquí ya, da los nombres de los hermanos Berbard y Menion, que habitan en Pouy, de su hermana, Marie de Paul, casada con Grégoire Delartigue. Si se añade a Juan fallecido antes de 1626, tenemos aquí los nombres de todos los hermanos y hermanas del Santo.

Por parte de su madre, Bertranda de Moras, san Vicente tuvo con probabilidad un sobrino que se elevó a los primeros cargos de la administración de la ciudad de Dax. El rey Luis XIII, el 8 de mayo de 1632, firmaba en Reuil la donación a Jean de Moras del oficio de consejero en Dax anteriormente detentado por el difunto Balthazar de Saphore.

En mayo de 1610, Vicente de Paúl era consejero y capellán de la reina Margarita. Se sabe por las actas levantadas entre el arzobispo de Aix, Paul Hurault de l’ Hospital y Vicente de Paúl, por la renuncia en favor de éste último a la abadía de Saint-Léonard-des-Chaumes, en la diócesis de Saintes y fechadas el 17 de mayo de 1610.

Poder poner detrás del nombre: consejero y capellán de la reina Margarita de Valois, y después del 17 de mayo, poder añadir también: abate comandatario de Saint-Léonard-des-Chaumes, debía demostrar a todos que había llegado a todos sus fines, que sus planes tantas veces recordados en sus primeras cartas se habían realizado.

Tres meses antes, escribía otra vez a su madre:

«el tiempo que debo pasar en esta ciudad para recobrar la ocasión de mis progresos, me resulta molesto por no poder ir a prestaros los servicios que os debo; pero espero tanto de la gracia de Dios que bendecirás mi trabajo y me dará pronto el medio de hacer un modesto retiro, para emplear el resto de mis días a vuestro lado».

¿No tenía ya para entonces alguna esperanza? Él rogaba sin duda y se confiaba a la gracia de Dios, pero trabajaba también con todas sus fuerzas para llegar al fin soñado.

Estos planes duraron mucho. Llegaron por fin a realizarse. Van firmados del joven rey, Luis XIII:

…»Hoy (sobrentendido: 17º día de mayo, del año1610), el rey hallándose en París, deseando agradecer y tratar con favor al señor Vicente de Paúl, consejero y capellán de la reina Margarita, duquesa de Valois, , su dicha Majestad ha tenido por agradable, etc.»

Nadie puede poner en duda que el asunto estuviera listo tres días antes y que la fórmula aquí empleada haya sido preparada para ser firmada por Enrique IV, asesinado el 14 por Ravaillac.

A él es a quien se ha de hacer llegar la benevolencia real que testimonia el acta en favor de Vicente. Se puede ver en ello la recompensa por el servicio prestado en la misión desconocida que trajo consigo su salida de Roma.

Nos pareció bien hacer el comentario de los escritos de Vicente de Paúl sobre el cautiverio y conducir al lector, como de la mano, hasta el primer tiempo de su fijación en París.

Se ha podido de esta manera enderezar múltiples interpretaciones inexactas y apoyar el relato del Santo sobre datos históricos que le encuadran y aclaran.

Cuando se hayan presentado las pruebas nuevas sacadas de la crítica externa, la opinión de la cautividad de Vicente de Paúl tomará cuerpo a nuestros ojos y arrastrará fácilmente el espíritu de un lector imparcial.

SEGUNDA PARTE: LA CRÍTICA EXTERNA

ARGUMENTOS NUEVOS

l. Testimonios de San Vicente de Paúl

Hasta ahora la discusión del problema de la esclavitud de san Vicente de Paúl en Túnez ha girado únicamente sobre la interpretación de lo que se ha convenido en llamar su carta de cautividad.

Esta famosa carta fechada el 24 de julio de 1607, y escrita en Aviñón, en el palacio de los papas, en casa del vice-legado Pierre-François Montorio, está impresa en todas las vidas del apóstol de la Caridad.

Conviene asimismo unir a ésta la carta escrita de Roma, algunos meses después, el 28 de febrero de 1608, que explica y desarrolla la primera.

Los biógrafos de san Vicente de Paúl y los críticos, apoyándose en este solo fundamento explican, comentan estas cartas,

-o para aceptarlas enteramente, con todos sus detalles, como lo han hecho la mayor parte de los autores antiguos y modernos;

-o para rechazarlas en bloque, admitiendo su autenticidad, pero sosteniendo que los hechos que en ellas se cuentan no están conformes con la verdad y son inventados en su totalidad, como lo ha dicho el P. Grandchamp, y después de él, el Reverendo Padre Debongnie;

-o para avanzar y proponer una opinión media, ésta: las grandes líneas de estos documentos son verdaderas, numerosos detalles son inventados y se han de rechazar. Opinión de A. Rédier, y de J. Dagens y otros.

Queda por encontrar en la vida y en los escritos del Santo, afirmaciones directas -aunque inconscientes e involuntarias-  sobre el hecho de su cautividad,

– o sobre acontecimientos que no habrían podido sucederle sino en África,

-o sobre un modo de hablar que dejaría adivinar su estancia en Berbería.

Esta es la exposición de estos testimonios sacados en la edición de las obras de san Vicente de Paúl por el señor Pierre Coste.

Si, tomados aparte, cada uno de estos extractos, salidos de la boca o de la  pluma del Santo, no produce una certeza absoluta, el conjunto no deja de causar en el espíritu una profunda impresión y, en todo caso, hace desvanecerse la pretensión del olvido completo de Berbería, atribuido por algunos a Vicente de Paúl.

1. El dinero, un poco de tierra blanca cocida.

 

En un sermón sobre la Comunión, de la mano de Vicente, sin fecha, pero que el sr Coste considera como muy antiguo, a causa de la forma de la escritura que tiene muchos más rasgos de semejanza con las dos primeras cartas del Santo que con las siguientes, Vicente de Paúl se expresa así:

«(Para la Comunión), sólo se necesita la disposición del corazón, un olvido de las vanidades pasadas, u vivo conocimiento del gran amor que Dios nos ha mostrado en este sacramento y una reciprocidad y correspondencia de amor por nuestra parte; cosa que se hace sin moverse del sitio. Partiendo, sin que sea necesario ir a las Indias, a hacerse cubrir de polvo y ceniza para la conquista de este gran bien. El pobre labrador tiene que ganarse  su pobre vida con el sudor de su frente; el malvado pasa el mar para ganar un poco de dinero que pierde casi siempre en una marejada. Pero aquí, donde se trata de una ganancia no de un trozo de pan, no de un poco de tierra blanca cocida, como es la plata, sino de todos los tesoros del mundo, no es necesario más que pura aplicación de su corazón».

Éste es uno de los primeros escritos de gran apóstol de la caridad, que se pude hacer remontar al año 1616 o incluso antes.

¿Acaso no presenta una traición involuntaria de su empleo con el médico espagírico de Túnez?

¿Acaso o se encuentra a menudo, entre los escritores contemporáneos de Vicente, la comparación de un poco de tierra blanca cocida que es palta?

Acaso esta expresión no recuerda que ha sido testigo, en el laboratorio de su viejo amo, del modo de hacer plata en crisoles que estaban veinticuatro horas al fuego que él cuidaba, plata que su amo daba a los pobres? Involuntario, pero implícito recuerdo de su cautividad!

2. La policía de los mercados en Túnez.

 

En una repetición de oración, el 1º de agosto de 1655, Vicente tuvo la ocasión de hacer, ante la comunidad de San Lázaro, el elogio del silencio. Habló de los que se dejan llevar a la pasión, a los movimientos de cólera y confesó -pensando humildemente en sí mismo- que «aquellos de la parte del Mediodía y de los países más cálidos están más expuestos que los del Septentrión».

Enseguida, sin transición, añadió esta historia que debió parecer un tanto rara a todos sus oyentes, y que no era sino una confidencia de lo que había visto con sus ojos en berbería.

«De ahí, ven ustedes que en ciertas ciudades, como, por ejemplo, Constantinopla…» -Sus pobres hijos debieron mirarse unos a otros y constatar que ninguno de ellos había estado en Constantinopla y por consiguiente que no habían podido ver… algunos pensaron sin duda: «¡Cuánto sabe, nuestro muy honorable Padre!» -Después de dudar un instante diciendo «como por ejemplo Constantinopla», el sublime narrador continuó:

«Hay una policía, es decir gente que va por la ciudad, por los mercados y las ferias, con arqueros, sargentos, para visitar y advertir a los que hablan demasiado alto y hacen ruido de la mismo que ustedes lo ven en París, estos comerciantes jurados que hacen visita de tienda en tienda…»

-Muy temprano, esto ha sido comprendido por todo el mundo, ya que cada año, durante un mes, se celebra la feria de Saint-Laurent en el territorio de San Lázaro. La Biblioteca Nacional posee todavía catorce anuncios cuyas fechas se extienden de 1639 a 1658, que llevan la ordenanza real sobre la feria de Saint-Laurent. Esta ordenanza comienza de esta manera:

«De parte del rey y el sr preboste de París o su lugarteniente civil, se encarece a todos los comerciantes tanto de esta ciudad (de París) como forasteros, de cualquier mercancía que sea y que tienen por costumbre venir a la feria de Saint-Laurent, que lleven y hagan llegar sus mercancías y géneros en la dicha feria, de la misma forma que se ha hecho los años precedentes y guardar y observar en ella las ordenanzas en la tienda de ellas, y a este fin tolerar la vista de sus guardas y jurados, los cuales informarán de dichas  visitas y contravenciones ante nos, obligando a la policía de dicho suburbio, etc.»

Tras la comparación de las ferias de París, Vicente continúa:

«Y si se encuentra a alguien -no en París, sino en Turquía- que se sobrepase o hable demasiado fuerte, sin otra forma de proceso y al punto, le hacen echarse sobre el pavimento, tendido, y allí, le hacen propinar veinte ,treinta bastonazos. Bueno, esa gente, esos turcos, lo hacen por pura policía. Con qué mayor razón no lo debemos nosotros hacer, por principio de virtud «.

La costumbre de dar veinte, treinta bastonazos por dejarse llevar de la lengua en los mercados no existía en París, y Vicente nunca fue a Constantinopla.

¿Acaso tampoco aquí una vez más, no le traiciona el recuerdo de su paso por Túnez?

3. Los Turcos no beben vino.

 

Explicando la regla a las Hijas de la Caridad y hablándole sobre la uniformidad, en la conferencia del 15 de noviembre de 1657, Vicente les dirige esta exhortación:

«Créanme, hermanas, es una ventaja no beber nunca vino. Los Turcos no lo beben nunca, aunque estén en un país muy cálido, y se comportan mucho mejor que lo que se hace aquí donde se bebe. Lo que nos permite ver que el vino no es tan necesario para la vida como se cree. Ay, si no fuera tan común no se verían tantos desórdenes. ¿Es ago triste que los Turcos y todos los de Turquía, la cual contiene diez millas que hacen 150 de nuestras leguas, viven sin ello, y que los cristianos abusen tanto de él? Eso explica por qué son tan compuestos en sus costumbres, que no pueden aguantar que se hable alto entre ellos».

4. Cartago en ruinas.

 

En otra ocasión hablando también a las Hijas de la Caridad sobre las virtudes de su estado: humildad, caridad, obediencia, paciencia, Vicente se dejas escapar uno de sus más hermosos gritos de su corazón, comparando la belleza de un hija de la Caridad con la hermosa ciudad de Cartago. Siempre es África la que le viene a la memoria. Escuchemos a este maestro incomparable.

Si una Hija de la Caridad no tiene humildad es seguro que la dominará muy pronto la vanidad; y no habiendo ya humildad, no habrá ya obediencia ni paciencia. Pobre hija que tantos años  ha ejercitado estas virtudes, que era tan paciente que nada era capaz de sacudirla, que era tan puntual en la obediencia! ¿Adónde ha ido a parar todo eso? Oh, hermanas mías, se dirá de ella lo que se dice de esta gran ciudad de Cartago. No quedan ya más que chabolas desde que fue vencida por los Romanos».

La razón dada por el conferenciante no es quizás exacta del todo, históricamente hablando, sigamos.

Nuestra gente al pasar por allí nos dicen que no hay más que alguna piedra». -Eso, es el alambre para pasar todo el trozo. El sr Vicente aporta sus propias observaciones a cuenta de los misioneros que ha enviado allí. No hay que ponerse a temblar. Es su visión personal la que nos da con sus reflexiones originales. -Y prosigue:

«Estas jóvenes que en los comienzos parecían con estas hermosas virtudes, ¡ha! Qué agradables eran a los ojos de Dios! Pero cuando estas bellas virtudes desaparecieron, qué queda, ¡viejas chabolas!

…»Oh, pobre hija a quien se ha visto tantos años tan obediente, habrá que decir que nada de eso existe ya! Qué dolor no ver ya en lugar de la paciencia más que impaciencia; donde se ha visto tanta ayuda, no ver más que arrebatos! Qué podremos decir sino que es una hermosa ciudad de Cartago en ruinas!

No queda ya más que este pobre vestido gris, y el nombre de Hija de la Caridad. Oh, cuánta aflicción!».

una hermosa ciudad de Cartago en ruinas, qué prueba indirecta más evidente de la visita de Vicente a Cartago!

5. Los tragasables.

Conviene con san Vicente de Paúl saber interpretar los rasgos que nos refiera con tanto acierto y sencillez, en sus conferencias e instrucciones. Por ello nos atrevemos a colocar en se verdadero medio una historia que nos cuenta en una conferencia sobre las ilusiones

«Ví a un hombre que llevaba una especie de lezna apuntada, que, a medida que querían hundirla, se acortaba. Este hombre se la metía por la garganta y cundo veían que se la llevaba a la boca, gritaban: «Sácala, sácala!» si bien la punta pareciera entrar en la garganta, sin embargo nada de eso; y así este hombre engañaba a la gente «.

¿Dónde había visto Vicente a este hombre?

¿En París en las atracciones de las ferias o en Túnez en alguna de sus plazas donde se ejercitan los adeptos de las confraternidades musulmanas? Los payasos de las ferias parisinas como los saltimbanquis no tenían buena reputación en el siglo XVII. Estaba prohibido a los buenos cristianos ir a verlos, asistir a sus juegos. San Vicente de Paúl fue uno de los sacerdotes de su tiempo que formaban la opinión, que imponían la disciplina cristiana, que realizaban la reforma eclesiástica y religiosa. Se le atribuye, por su poder sobre la voluntad de Ana de Austria, haber logrado suprimir las comedias italianas en 1647, para gran disgusto del cardenal Mazarino que mandaba venir a los actores de Italia.

por todas estas razones, no se puede creer que el hecho aquí referido lo haya observado Vicente en París o en Francia.

Es muy natural situar el suceso en el tiempo de su cautividad, en Túnez.. su médico espagírico era también un prestidigitador. Había inventado una cabeza parlante. Podía perfectamente entregarse a juego de tragarse una lezna puntiaguda, «que a medida que se quería hundir se acortaba».

La tradición de los tragasables ha continuado hasta nuestros días, entre las confraternidades musulmanas, que tienen aún, en épocas fijas, la costumbre de sus sesiones y a la que se convoca a los extranjeros de nota, de paso por el país.

La lezna puntiaguda es para Vicente una visión de la plaza Bab-Souïka de Túnez. Narra lo que sus ojos han visto.

Un testimonio nuevo más, que asegura su paso por África.

6. El rosario de los Turcos.

 

Nos queda una cita que hacer, sacada de las instrucciones del venerable fundador de la misión. No es la menos demostrativa, a nuestro parecer.

El 8 de diciembre de 1658 -adviértase la coincidencia de fecha, dos siglos exactamente antes de las apariciones de la Virgen Inmaculada en la gruta de Lourdes- el superior de las hijas de la Caridad les dirigía una conferencia sobre la recitación del rosario. De repente, en medio de su exhortación encendida, levanta la voz, llevado por un movimiento interior que no puede moderar:

«esto se ha tenido por tan hermoso entre los Turcos mismos, la recitación del rosario -siempre la observación de los Turcos y de las visiones del pasado- que llevan un rosario, a veces al cuello, otras en bandolera. Oh, saben ustedes cómo rezan el rosario? No dicen como nosotros el Pater y el Ave porque no creen en Nuestro Señor y no le tienen por su Señor, aunque le respeten mucho y a la Santísima Virgen, hasta el punto de que si oyeran a alguien blasfemar contra nuestro Señor le darían muerte. Toman pues su rosario: «Allah! Allah! Dios mío, Dios mío, tened piedad de mí. Dios justo, Dios misericordioso, Dios poderoso». Estos son los epítetos que le dan.

Pues, si los Turcos tienen alguna especie de devoción al rosario, ved si no es razonable que ustedes tengan gran devoción a la Santísima Virgen».

Esto es, en estas pocas líneas, cincuenta años después de los hechos, la pintura de un cuadro vivo, trazado con una pluma lo más realista posible. Este rosario llevado al cuello (como los Padres Blancos de hoy que les han copiado el uso a los musulmanes) o en bandolera, el narrador lo ah visto con sus ojos! Ha oído con sus oídos las invocaciones al Dios todopoderoso, esta larga letanía de noventa y nueve atributos divinos que los Árabes piadosos recitan todavía hoy.

El lector que tuviera la curiosidad de conocer este rosario musulmán, lo encontrarían aquí en los Documentos y podrá constatar que las tres invocaciones, citadas por el piadoso predicador, ocupan respectivamente el 3º, 30º, 69º lugar.

Sí, Vicente ha visto y oído a los Árabes rezar. Ha pasado tiempos en África durante se juventud.

Una duda podría acudir al pensamiento sobre el valor de estos testimonios. Para dar cuenta de estas expresiones, ¿no basta con suponer que Vicente de Paúl ha leído libros especiales sobre las costumbres y usos de los Turcos, Árabes y musulmanes, y que así ha dado a conocer todas estas maravillas que refiere?

Por otra parte, sus relaciones con los misioneros que él había establecido en Berbería, ¿ no le daban ocasión de recibir una correspondencia abundante que le informara suficientemente sobre estos temas?

No creemos que los rasgos que hemos aportado sean fruto de un estudio libresco. San Vicente no es un a especulativo. Es un ser vivo, un práctico, un activo. Su espíritu estaba bastante abierto para comprender  estas materias y disfrutar con estos estudios; pero la dirección de su pensamiento no iba por ahí. Siempre y en todo, Vicente ha apuntado a la acción práctica que llevar a cabo, al bien que hacer, que escuchar, que aumentar. Habría temido estar robando a Dios y a los pobres un tiempo que le habían dado para el ejercicio de la caridad bajo todas sus formas y no para gimnasia del espíritu.

Nada en el total de su obra está orientado en esa dirección.

Sin duda por la correspondencia con sus misioneros, el superior debía aprender muchas cosas sobre los habitantes de África del Norte. Mucha veces, además, el fundador alude positivamente a ellas y nos da información recibida por esta vía.

Pero dado que su costumbre de hacer recaer sobre los demás todo el bien que hace, no se molesta en esos casos en citar la fuente. Encontramos una característica notable de ello en una conferencia a las Hijas de la Caridad, del 4 de marzo de 1658, sobre el deber de la reconciliación, en la que, poniendo el ejemplo de los Turcos en este punto invoca el testimonio de un sacerdote de la Misión, enviado a este país.

Con san Vicente de Paúl, el peligro es lo opuesto; es oírle poner en la cuenta de un tercero lo que le ha sucedido a él mismo personalmente, lo que saca de su propio haber.

Todo el mundo conoce su testimonio sobre las virtudes de santa Chantal y sobre la visión de los globos que él tuvo en dos ocasiones. Pues bien, en su deposición formada, él declara que le había sucedido «a una persona digna de fe, la cual asegura que preferiría morir a mentir. Esta persona me ha dicho que habiendo tenido noticias de lo extremo de la enfermedad de nuestra difunta», etc.

Piadosa superchería. La persona de quien habla aquí no es otra que él mismo.

«No es costumbre de los grandes fundadores, ha escrito Paul Renaudin,  renegar de la paternidad de sus creaciones. Vicente de Paúl, a lo largo de su vida, lo ha hecho con sus obras. ¿Cómo puede decirse que yo he fundado a las Hijas de la Caridad? Yo no pensaba en ello, ni la Srta Le Gras». Igualmente sobre la Misión: «Todas estas reglas y demás cosas que ven ustedes en la Congregación se ha hecho yo no sé cómo. Porque yo nunca lo había pensado, y todo se ha introducido poco a poco, sin que se pueda decir quién es la causa».

Después de las citas hechas, la única conclusión que se saca es ésta: no se puede constatar, sin gran sorpresa esta costumbre de san Vicente, con motivo o sin él, de tomar sus comparaciones en Turquía, o como prefiere él decir, entre los Turcos. Para él Turquía es África del Norte o Berbería.

Se dice que los criminales tienen obsesión por volver a visitar el lugar de su crimen -los policías de hoy conocen esta inclinación psicológica y de ella se sirven para apoderarse de los culpables emboscándose en el lugar- .¿No se podría razonar de la misma forma para el sr Vicente y concluir: «Hablas demasiado de los Turcos, luego has estado en Turquía»?

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