San Vicente de Paúl (la esclavitud en Túnez) (IX)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de Paúl, Formación Vicenciana, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jean Guichard, C.M. · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 1937 · Fuente: Desclée de Brouver.
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VI. Dificultades Resueltas

1. La lengua.

Le sorprende a uno ver al sr Grandchamp preguntarse cómo pudo el médico espagírico de Túnez mantener una conversación con Vicente.

La cuestión debería plantearse también para los siete u ocho mil esclavos que estaban en Túnez. Cuando eran capturados en el mar no les preguntaban qué lengua hablaban.

En las casas los colocaban en trabajos diversos, con bastón en mano, y si daban a entender que no comprendían, el bastón les hacía trabajar.

La lengua nunca ha sido un obstáculo a la esclavitud.

Los cabezas de las familias importantes de Berbería conocían casi siempre una lengua de los naciones de Europa. El italiano en particular era muy hablado.

El Bey de Mascara pregunta a Thédenat, el esclavo del que se ha hecho dueño, si sabe otra lengua además del francés y del español. «Le dije que hablo todavía el italiano. -Muy bien, me dice él en italiano, puesto que hablas esta lengua, nosotros no hablaremos otra. Es también la que yo prefiero. He estado, continúa, por largo tiempo en Italia y sobre todo en Livurno; también en Marsella y algún puerto más de Francia, pero nunca pude hablar esta lengua».

Jean Bonnet, pariente de Jehan Bonnet, patrón de barco en Cassis, cuya mención se hace en las actas del comsulado, en  La France an Tunisie au XVIIe siècle, capturado en el Mediterráneo, llega a Porto-Farina y es presentado a su amo, Hadgi Mehemmed Codgia. Le aborda besándole la orla del vestido siguiendo la lección que le habían dado  Después de esta ceremonia, dice, me preguntó en italiano, que entiende y habla muy bien, si era capitán de la barca …».

«Mi patrona, escribe Emmanuel d’Aranda, sabía bien la lengua española, y también el franco».

Los casos en que los amos sabían una lengua mediterránea eran pues bastante numerosos.

Había también una costumbre, en toda África del Norte, un lenguaje franco –es su verdadero nombre- que era conocido de todo el mundo.

Se encuentran ejemplos de este hablar en varios relatos

De Fercourt al desembarcar en Argel, después de capturado, comprende todas las conversaciones intercambiadas entre el Reis que quiere comprarlo, el Señor Dusault, agente de la Compañía de los comerciantes de Francia y el Turco que acompaña a este último. «Durante más de una hora me hizo una infinidad de preguntas para tratar de descubrir quién era yo, diciendo que si me comprara sería para darme gusto… Le respondí que yo era un pobre mercenario de quien no se podía esperar nada… y yo entendía lo que decían entre sí en lengua franca que creían que yo no sabía».

Más adelante, en este mismo relato, de Fercourt refiere algunas frases en esta lengua. «Este bárbaro, agarrándome del brazo y escupiéndome al rostro, me dijo, con los ojos llenos de furor y cólera: Perro de cristiano, túmbate. Perro sensa fede, gyaour, sentar abasso».

Y también:

«Todos los esclavos no tienen una suerte tan desdichada como la nuestra. Los que tienen la suerte de caer en las manos de un verdadero musulmán, o turco natural, no sufren más que por el hecho de haber perdido la libertad. Se ve a menudo a estos buenos musulmanes consolar a los esclavos, que encuentran por las calles cargados de cadenas, que les dicen: No piliar fantasia, Dios grande, mondo cousi, cousi, Dios fera il tuo camino, si venirá ventura, ira a casa tua, que quieren decir: No te apenes, Dios es grande, el mundo así,  Dios hará tu camino, llegará una ocasión que te hará regresar a tu casa».

El relato de la cautividad de Emmanuel d’Aranda da también precisiones sobre la lengua franca.

«El franco es la lengua común entre los esclavos y los Turcos y también de los esclavos de una nación y otra. Es un lenguaje mezclado de italiano, español, francés y portugués. De otra forma, sería imposible a los Turcos mandar a sus esclavos, ya que en nuestra mazmorra, entre 550 esclavos, se hablaban 22 idiomas».  (p. 21)

Aún no había salido el sol cuando el guardián entrando en la mazmorra comenzó a gritar: Sursa cani, abasso canalla: levantaos, perros, abajo, canallas». (P. 20)

el guardián me dijo: Pilla, esse, cane: toma eso, perro. Pero como yo no entendía su idioma ni lo que quería decir pilla, me dio tres o cuatro bastonazos, en la espalda, tan fuertes que había sangre en las marcas». (p. 22)

Pigelin le dijo en lengua franco:

«La, cane, ty far gaziva, ty tener fantasia, a fe de Dio my congar bueno por ti: a ver, perro, te haces el entendido, tienes fantasías; por fe de Dios ya te las arreglaré yo». (p. 327)

Pila basso, cane, porta la falaca: Póngase por tierra, perro, y que le traigan la falaca (instrumento de suplicio)». (p.328)

Cervantes, por su parte, hace una observación parecida: «El padre de Zoraïda, escribe, se dirigió a mí en esta lengua que se habla entre cautivos y moros, por todas las costas de Berbería y hasta en Constantinopla, que no es ni el árabe, ni el castellano, ni la lengua de ninguna nación, sino una mezcla de todas las lenguas con la que llagábamos a entendernos todos».

Cuando Grandchamp saca a relucir la dificultad de la lengua entre los esclavos y sus amos, se olvida de que, él mismo en el Prefacio de su sabia publicación, ha dado un maravilloso ejemplo de la lengua corriente hablada, al final de la carta del pacha de Túnez al rey Enrique III, del 16 de junio de 1579, que se acaba así: «Servitour de Vostre Magestt. Romadan Bassa, re, per Soltan Morat al regno de Tunes».

Un hecho más probatorio todavía que todo lo que precede nos lo da el autor de los Viajes del Señor de Brèves. El señor du Castel cuenta a lo largo de su desdichada empresa de los caballeros de Malta contra la ciudad fortificada de Hammamet donde perecieron centenares de soldados cristianos y más de cincuenta caballeros. Esto ocurría el 15 de agosto de 1606, mientras que Savary de Brèves negociaba con Kara Osman, virrey de Túnez. Al día siguiente 16, los vencedores llevaron a esta ciudad 120 prisioneros para ponerlos a la venta Trajeron también cinco o seiscientas cabezas de soldados decapitados. Algunas quedaron suspendidas de las horcas de la fortaleza, y las demás, enfiladas en cuerdas, fueron arrastradas por las calles de la ciudad, mientras que el vil populacho seguía gritando por burla en lengua francesa: «Malta calas, Malta calas, San Joan dormir: Frutos de Malta, frutos de Malta, San Juan duerme».

Finalmente, los domingos y fiestas los misioneros de Argel hablan en lengua franca, ante los esclavos reunidos, hacen la homilía en la misa y explican el evangelio del día

San Vicente de Paúl, de las Landas, conocía la lengua de oc. Y había pasado algún tiempo en Roma, donde había aprendido un poco de italiano.

Añádase, si se quiere su desparpajo. Estaba listo al cabo de unas semanas -sin tener que aprenderse el árabe- para entenderse perfectamente con el médico espagírico y los demás amos que tuvo antes y después.

2. El lago de Túnez.

El sr Grandchamp no puede admitir el mareo de san Vicente. Es una ficción, dice, san Vicente no habría hablado de ello si hubiera conocido e ñago de Túnez. En si novela habría ido sencillamente al lago a pescar.

-Se puede responder que si hubiera redactado su composición en la Costa Azul, Vicente habría consultado con toda seguridad antes un atlas, que habría visto el lago sin dificultades y habría hablado de él.

Siempre con el juego de los seudo-argumentos negativos.

Vamos a los hechos.

¿Se pescaba en el lago?

-Sí, tal vez, pero si la pesca estaba reservada, arrendada como hoy, no había lugar para el patrón de san Vicente, debía ir a otra parte.

-Los relatos de la época nos hablan de la abundancia de los peces, sin olvidarse de los flamencos:

«Allí vimos, escribe el R. P. La Faye, cantidad de estos hermosos pájaros, que los llaman flamencos. Parecen primero blancos como cisnes, cuya altura igualan casi; pero cuando emprenden el vuelo, la mezcla de negro y rojo como el fuego de que se adornan, hace admirar su plumaje.

Percibimos en este lago una cantidad prodigiosa de peces. Uno de la compañía, en menos de medio cuarto de hora, se apoderó de cuatro muy grandes con la caña; pero no sin buenos, no se sirven en las buenas mesas más que el pescado que llega de Bizerta».

Entonces, como hoy, el pescado del lago era de mal gusto y no se comía.

Al patrón de san Vicente no le queda otro remedio que salir al mar en Bizerta o La Goulette.

Es pues Vicente quien tiene la razón.

3. La llagada de Savary de Brèves

El P. Grandchamp hace un esfuerzo inimaginable para sorprender a san Vicente en la construcción de una frase de su relato. Por una palabra, quiere ponerle un retraso de tres meses:

«El sobrino me revendió pronto después de la muerte de su tío porque oyó decir que venía el sr de Brèves, con buenas y expresas patentes del Gran Turco para recobrar a los esclavos cristianos.

Si nos atenemos estrictamente a  la letra del texto, debemos comprender que el dueño de Vicente se había deshecho de él, porque llegaba Savary de Brèves, es decir que iba a venir, iba a llegar a Túnez. Si el embajador hubiera estado allí ya, la precaución no habría servido de nada, ya que Vicente no habría dejado sin duda de solicitar su liberación. Eso está claro.

Savary de Brèves llegó a La Goulette el 17 de junio de 1606. Abandonó la Regencia el 24 de agosto. Siendo así, ¿qué vale la indicación dada por Vicente?».

Así razona Grandchamp.

No puede uno por menos de admirar estos golpes de mano sobre una palabra de la lengua francesa.

Hemos consultado a los gramáticos, y éste es el resultado de nuestra pregunta:

» El pasado de indicativo no tiene más que tres tiempos en latín; en la nuestra (el francés) tiene hasta cinco, dos simples y tres compuestos.

El primer tiempo simple se llama Pretérito imperfecto, es decir, un tiempo que no ha pasado todavía, porque sirve para representar una acción, una cosa, como comenzada, pero no acabada aún».

La palabra venía (acababa de) para san Vicente no se aplica al tiempo transcurrido antes de la llegada de Savary de Brèves a Túnez, sino al objeto de su venida, que enuncia así: «recobrar a los esclavos cristianos». Esta recuperación se trataba durante toda la duración de su presencia en Túnez.

Cuando Grandchamp habla de los esclavos en busca de su liberación ante el embajador, traza un bonito círculo vicioso, y da por resuelto lo que todavía está en cuestión.

Se puede pues admitir que no hay error de gramática y que todas las conclusiones que Grandchamp ha sacado se caen por sí mismas.

4. El témat.

Vicente cuenta que apenas comprado por el renegado, fue llevado por él al campo, a su temat, «así se llama, dice, la propiedad que se tiene como colono del Gran Señor, ya que el pueblo no posee nada, todo es del Sultán».

Esta afirmación, como hemos recordado en la primera parte, habla bien claro de su conocimiento de las costumbres musulmanas. Contiene una profunda impresión de sinceridad, entra sin esfuerzo en su relato, comunicándole una nota de autenticidad sin discusión.

El sr Grandchamp se ha empeñado en ponerla en duda.

«Puede suceder, dice, que esta expresión (témat) fuera empleada en Túnez; por nuestra parte no la hemos visto nunca. Pero la afirmación que en la regencia ‘el pueblo no tiene nada, todo es del Sultán’, no correspondía desde hacía mucho a la realidad».

En sus Obsevaciones nuevas, publicadas un año después, habiendo descubierto Grandchamp que «en toda esta grande y espaciosa extensión del imperio turco, no existe un hombre cualquiera que sea que pueda decir que tiene una sola pulgada de terreno en propiedad ni los suyos tampoco; así, está todo dominio repartido a unos y a otros en forma de usufructo solamente, y además no de por vida, así mientras sea del agrado del príncipe dejárselo y seguir, lo que ellos llaman por eso timar, que significa frutos, y los timariots son los que disfrutan de estas tierras», etc…., identifica timar y témat y añade:

«Mal pronunciado por la persona que informó al joven sacerdote, o mal comprendido por éste último, la palabra fue transcrita equivocadamente témat. Esto dicho, podemos ser más categóricos de lo que lo habíamos sido a propósito del témat y afirmar que nunca ha habido en Túnez ni timar ni timariots».

¿Acaso no se ve en este modo de razonar un prejuicio? Una fuente auténtica: l’Histoire de la décadence de l’Empire Grec et establissement de celui des Turcs, por Chalcondile, viene a conformar en todo punto la carta del joven Vicente.

Grandchamp la rechaza desdeñosamente: «No ha habido nunca en Túnez ni timar ni timariots». El texto es sin embargo absoluto: «En toda esta grande y espaciosa extensión del imperio turco». Los países berberiscos forman parte del imperio. Los recuerdos han permanecido ya que Vicente ha oído hablar de ellos y nos los ha contado. Su palabra concuerda con el texto, el texto prueba que no miente…

«Venga ya», exclama Grandchamp, habiéndose decidido: «la persona que informó al joven sacerdote (Sobre la Costa Azul) pronunció mal, o él mismo lo entendió mal».

¿No se podrá llamar a eso: cerrar los ojos a la luz? Veamos:

1º ¿Acaso los textos contemporáneos y hasta posteriores a Vicente no nos hablan del derecho de preferencia o de ocho uno sobre las capturas de esclavos, del derecho de carta franca o de impuesto de salida, en el momento de la puesta en libertad?

¿No se ve en ello una marca de versatilidad por parte del Sultán de Constantinopla o de la autoridad que le representa?

2º ¿Acaso no leemos en Cervantes:

«El Gran Señor es el heredero de todos aquellos que mueren, y participa como y todos los demás hijos en la sucesión del difunto?»

¿Es que no vemos ahí señales de ese poder absoluto sobre los hombres y sobre los bienes?

3º ¿No hemos advertido más arriba, en el texto citado de las buenas y expresas patentes, fechadas en 1604,  del Sultán Achemet I a sus súbditos de Argel y de Túnez, esta maldición a los que desobedecieran sus órdenes: «Y requiere que su pan que se comen les sirva de condenación?»

¿No se ve ahí un fundamento suficiente para explicar la expresión de que se sirve Vicente, refiriéndose únicamente al suelo, que era como un dicho repetido por todo el mundo en Berbería: «El pueblo no tiene nada, todo es del Sultán?»

4º En cuanto a la palabra témat, ¿no podría venir de una palabra árabe equivalente?

«El sentido de «dominio agrícola» queda fijado por el contexto, la forma de las «t» finales en la escritura autógrafa es constante. Y como la «no ha sido leída sino oída por el autor de la carta, la identificación con el término turco-persa timar parece excluirse. Se ha de buscar un sinónimo en el vocabulario administrativo otomano de la época. Es To’met lo que se ha de leer, cuyo sentido es «feudo no hereditario» (ver el Diccionario de Lane) donde la faríngea (‘ayn notada’) colorea la t antecedente con la coloración vocálica que justamente percibió san Vicente de Paúl «é».

5. La novela de las mujeres.

El sr Grandchamp no puede admitir que las mujeres del apóstata hayan podido ver sin trabas al esclavo Vicente.

¿Por qué no? El amo de Niza no era más que un renegado, no era turco natural, no tenía sus costumbres. En el campo, la regla de la separación de las mujeres se interpreta siempre con amplitud.

Casi todos los relatos escritos por antiguos esclavos sobre el tiempo de su cautiverio señalan la presencia de mujeres, desempeñando un papel en su vida o en su liberación.

De Fercourt traza este cuadro delicioso al hablar, de las que estaban cerca de él:

«Había tres mujeres en la casa, la madre de nuestro patrón cuyo corazón era tan inhumano como el de su hijo, Immona su mujer, y Fatma su cuñada, mujer de su hermano Moustapha. Immona era muy bonita, sus ojos tiernos y llenos de fuego inspiraban amor a aquellos mismos que estaban encadenados. Fatma no tenía las mismas gracias. Las dos eran de un natural tan bueno que sufrían cada vez que nos veían maltratados. Nuestro patrón, que quería descubrir a fuerza de golpes la manera cómo habíamos proyectado evadirnos, las mandó fuera de la casa».

Este es pues un patrón quien, sabiendo la simpatía que sienten las mujeres hacia sus esclavos, las hace salir de la casa antes de torturar a estos últimos.

Grandchamp se escandaliza casi por las relaciones fáciles que se establecieron entre Vicente y las tres mujeres de su amo; -todo se cuenta sin embargo con suma delicadeza.

«Hagamos constar, de paso, dice, que este renegado de Niza no era de ninguna manera fanático ni celoso, ya que dejaba así a sus mujeres correr por el campo, y conversar largo y tendido con un infiel».

Éste mismo de Fercourt, que acabamos de citar, al dar noticias de su criado, añade:

«Mi criado, que había sido comprado por un viejo Turco, estaba incomparablemente mejor que nosotros. El placer de su patrón era mandarle emborrachar, todos los días, a tres de sus mujeres. Creo que se encontraba bien, del placer que sentía, al obedecer a su amo».

El señor Mouette, esclavo de Salé, da a saber las relaciones que ha tenido con la mujer de su patrón:

«Como yo no sabía moler el trigo que me había dado, mi patrona me confió un niño que tenía para pasearle por la ciudad. Le acostumbré tanto que no quería ir con otros ni siquiera dormir si no era a mi lado. Mi patrona que era una joven y muy hermosa persona y que hablaba muy bien el español, viendo el afecto que su hijo me profesaba, me consiguió la libertad de pasearme con él por todas partes a donde quisiera ir. Me regalaba con pan blanco, con mantequilla mezclada con miel y frutas, según las estaciones del año; me mandó quitarme una cadena de 25 libras que me había dado su marido y me insistía a hacerme renegado para darme señales más amplias de su afecto haciéndome desposar con una sobrina que tenía, muy bella y muy rica, cuyo padre estaba, desde hacía quince años, esclavo en la Capitana de las galeras de Malta…Hizo que me eximieran de ir a dormir al calabozo con los demás cautivos».

Emmanuel d’Aranda, cautivo en Argel, afirma que las mujeres de aquel país buscan por lo común ocasión de platicar con los cristianos. Esta buena mujer (la patrona) me hacía cada día curiosas preguntas».

«La costumbre del país, añade, es que las mujeres que van por la calle lleven la cara cubierta con dos velos, uno que cubre la frente hasta los ojos, el otro que cubre toda la nariz (hasta el mentón). Cuando están en la casa no son tan escrupulosas para con los esclavos cristianos; ya que dicen que los cristianos son ciegos; pero si un mahometano les viera la cara descubierta, sería un grave pecado».

Cervantes, que estuvo cautivo en Constantinopla y en Argel, nos hace una declaración parecida:

«Las mujeres moriscas no se dejan ver nunca  por un Moro o Turco, a menos que sea por orden de su padre o marido.

En cuanto a los cautivos cristianos, se dejan ver y conversan con ellos, tal vez más de lo razonable».

¿Por qué quiere Grandchamp que el relato de Fercourt y de sus compañeros de desgracia sea historia y el de Vicente leyenda?

6. Turquía por Túnez.

Dice el aforismo que quien quiere probar demasiado, a menudo no prueba nada. Parece ser que Grandchamp va demasiado lejos cuando presta a san Vicente, hacia el fin de su vida, confundir Túnez con Turquía. No habría retenido ya el recuerdo de los acontecimientos y habría caído en esta confusión sensible.

Estas son las palabras de Grandchamp:

«Saltémonos ahora 53 años, y lleguemos al 20 de marzo de 1660. El Señor Vicente se va a morir dentro de dos meses; suplica a su amigo, el canónigo de Saint-Martin que el envíe «esa miserable carta que hace mención de Turquía.

Ya no se trata de Túnez, y el anciano, que ha conservado sin embargo toda su lucidez, se ha olvidado evidentemente de los detalles de lo que escribió, hace tantos años».

Ya no se trata de Túnez, escribe Grandchamp.

Se sorprende uno al oír al autor de La France en Tunisie au XVIIe siècle, habituado a manejar textos y a interpretarlos, hacer una declaración parecida.

El Sultán de Constantinopla, en posesión del virreinato de todas las tierras de África del Norte desde Egipto hasta Marruecos, toda Berbería o país berberisco formaba parte del imperio, era parte integrante de Turquía y estaba sometida a la jurisdicción de los Turcos.

Túnez era pues Turquía, y hablar de la carta que hace mención de Turquía era, para san Vicente, hablar de la carta que hacía mención de Túnez.

Una escena de l’Étourdi, de Molière, representada por primera vez en 1655, nos va a devolver a la memoria esta lección de geografía.

Trufaldin, ¿Dónde lo habéis dejado?

Lélie,  En Turquía, en Turín.

Trufaldin, Turin, pero si esta ciudad creo yo

Está en el Piamonte.

Mascarille,¡Oh! cerebro entorpecido

No lo entendéis, quiere decir Túnez.

Y es allí en efecto donde dejó a vuestro hijo.

Pero los Armenios tienen todos una costumbre,

Cierto vicio de lengua muy rudo para nosotros;

Es que en todas las palabras, cambien nis en tin

Y para decir Tunis, pronuncian Turin.

Que el lector se refiera a las numerosas citas de san Vicente de Paúl que hemos hecho en la segunda parte de este estudio, y le será fácil darse cuenta, por los propios testimonios del Santo, que, para él, los Turcos significan los dirigentes del poder en Berbería, y que Turquía es la extensión del poder del Sultán de Constantinopla a los reinos o «Potencias» de África del Norte.

VII. El pensamiento del sr de Comet

Cada proposición, cada frase, cada línea de la nota del P. Grandchamp contiene inexactitudes, reclama explicaciones.

Según él, el sr de Comet no habría atribuido ninguna importancia a la primera carta de Vicente. No habló de ella, no la respondió y la guardó.

Conviene poner a los ojos del lector el texto de esta interpretación histórica que se refutará a continuación.

«Parece bien por otra parte, y esta anotación no es sin importancia bajo el punto de vista de la opinión que emitimos aquí, que el sr de Comet apenas concedió peso a la carta de Vicente. En todos los  casos no  respondió, ya que, según hemos visto, el joven sacerdote debió escribirle de nuevo el 28 de febrero de 1608, siete meses más tarde, para reiterarle su petición respecto de la copia de sus letras de órdenes, que necesitaba.

Es verosímil pensar que no sólo se abstuvo de responder el sr de Comet, sino que ni siquiera habló a sus allegados de la aventura extraordinaria, y en ciertos aspectos notablemente edificante de Vicente.

Conociendo a los meridionales, sabía que éstos tienen a menudo una imaginación pronta y fértil y estimó sin duda, en su justo valor, las altas gestas narradas por su protegido. Se puede suponer también que tenía otros elementos de apreciación que nosotros ignoramos. Mas preocupado, como se estaba entonces, por no destruir las cartas que se recibían, guardó las de Vicente y se olvidó de ellas, sin suponer que un día tendrían la importancia que han alcanzado mucho después».

Examinemos este pretendido pensamiento del sr de Comet, a la luz de los hechos y des razonamiento lógico.

¿Ha leído Grandchamp hasta el final la segunda carta de Vicente al sr de Comet, del 28 de febrero de 1608?

Esto es lo que allí se lee, de la mano del joven sacerdote:

«Recibí, por quien fue a buscarle de mi parte, las letras de bachiller que tuvo a bien enviarme, con una copia de mis cartas que se ha tenido por inválida al no estar autorizada por la firma y sello de dicho Señor de Dax».

El objeto de la primera carta era únicamente pedir al sr de Comet una copia oficial de sus cartas de ordenación y de sus grados obtenidos en la Universidad de Toulouse, éste respondió y envió los documentos, ya que Vicente acusa recibo.

El sr de Comet tomó pues en consideración la primera carta y no la descuidó, ni la dejó a un lado, dio todos los pasos que la copia de los documentos pedidos requería.

Cuando el sr Grandchamp afirma que no respondió, está equivocado, se equivoca de todas todas. Si quiere decir que la historia no nos ha conservado su carta, transeat; pero el acuse de recibo de san Vicente es formal.

Cuando el sr Grandchamp añade que san Vicente debió escribir una segunda vez para reiterar su petición, no fue porque el sr de Comet no había respondido, sino tan sólo porque los documentos que éste último se había procurado y había expedido -al menos los que se referían a las ordenaciones- no llevaban la firma y sello del obispo de Dax. Omitida esta formalidad, las cartas no podían servir al fin para el que Vicente las había pedido.

Una nueva copia conforme a las exigencias del derecho era necesaria.

Es muy probable -la simple cortesía lo indicaba- que el sr de Comet acompañó el envío con unas palabritas de aliento, de felicitación y con toda seguridad de reconocimiento por toda la gratitud que Vicente le demostraba.

Éste le había enviado el secreto para curar el mal de piedra, recordando a su hermano, y también una piedra preciosa tallada en punta de diamante, que fue seguramente apreciada en esta respetable familia.

Decir que el sr de Comet no habló en su entorno social de la extraordinaria aventura relatada en la carta de san Vicente, es una afirmación puramente gratuita como muchas otras que se descubren en el estudio de Grandchamp, que no tiene fundamento alguno y que no está en armonía con la verosimilitud. Sus razonamientos sobre los meridionales son generalidades que no permiten avanzar un paso a la verdadera historia.

Si Vicente era meridional ¿qué era el sr de Comet su compatriota? ¿Por qué habría exagerado uno y se habría mostrado tan lleno de prudencia el otro?

Nos gustaría escuchar al sr Grandchamp convenir en que hace una distribución de cualidades y de defectos siguiendo una idea preconcebida.

Cuando añade: «Se puede suponer también que había otros elementos de apreciación que nosotros no sabemos», el sr Grandchamp, sin darse cuenta, «prosigue siempre su punto» y deja asomar la oreja. Carga el cuadro; tiende sombras en torno a la fisonomía de Vicente. Proyecta al exterior el pensamiento que le anima por dentro. Pero eso es el asunto de un novelista que reviste a un personaje y que «cuida si desenlace», eso no es ya historia.

La historia nos enseña por el contrario que el sr de Comet, abogado en Dax y juez en Pouy, hermano mayor de éste, según el buen testimonio del Padre guardián de los Franciscanos donde el joven estudiaba, le confió la educación de sus hijos, y viendo con satisfacción el feliz avance en la piedad, le ayudó a entrar en la carrera eclesiástica.

El sr de Comet, según Grandchamp, «preocupados como se estaba entonces en no destruir las cartas que se recibían, guardó las de Vicente y se olvidó de ellas».

En lugar de decir -como lo exigiría la lógica- el sr de Comet guardó las cartas de Vicente porque le habían impresionado y porque le parecieron dignas de conservarse, el sr Grandchamp prefiere que se hayan conservado como por azar, porque entonces se guardaban todos los papeles que se recibían.

¡Se olvidó de ellas!

El Señor Grandchamp se olvida de que el sr de Comet joven, abogado de la corte superior de Dax, había muerto antes de 1610, que no tuvo nunca la dicha de volver a ver a su gran amigo y corresponsal Vicente, y que sus papeles fueron sometidos a los olvidos de las herencias prematuras y cargadas de papelería como lo eran en aquella época -y como lo son hoy- las sucesiones de los abogados y de los notarios.

Este recuerdo es suficiente, al parecer, para explicar el silencio casi completo sobre a gran aventura de Vicente, y el asombro del canónigo de Saint-Martin cuando su sobrino, en 1658, realizó el hallazgo de la carta que nos da el relato.

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