Perboyre en San Floro

Francisco Javier Fernández ChentoJuan Gabriel PerboyreLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Huerga, C.M. · Año publicación original: 2001 · Fuente: Anales, año 2001, tomo 1.
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Está San Floro (departamento de Somme) en la ciudad de Montdidier, así llamada porque Didier, rey de los lombardos, sufrió aquí su prisión romana. El después general De Wailly, pero antes superior en el seminario de Amiens, aceptó un centro docente —reconversión de la antigua abadía cluniacense—, que la Congregación dirigiría los años 1818 a 1903.

Fue donde estuvo Perboyre, con los estudios terminados, pero subdiácono aún. El primer curso (desde otoño, 1824) instruiría a los alumnos menores, pero al curso siguiente (previo al presbiterado, 23 de septiembre de 1826), en­seña filosofía a los mayores —sumado todo ello, claro, a la administración del internado—. Pues bien, canonizado hoy ya Perboyre, ningún daño puede haber —más bien provecho— en dastacar cierta noticia, publicada tiempo ha, y que el abogado del diablo blandiría en el proceso.

He aquí dos referencias impresas a las que me remito: 1) Colloque (pu­blicación vicenciana de Irlanda, otoño de 1982), Th. Davitt. C.M., p. 479, n.° 28. 2) y L. Mezzadri, C.M., Lettere Scelte, CLV 1996, pp. 62-64. Se trata de la simpatía (valga la palabra) que Perboyre manifiesta hacia L’Avenir, órgano del «catolicismo liberal» mennaisiano. No la persona de La Mennais, pero el «liberalismo» de su doctrina fue censurado por la encíclica Mirari vos, de Gregorio XVI, 15 de agosto, 1832. (Gregorio promulgaría aún la Singulari nos, 25 de junio de 1834, nombrando esta vez por su título las «Palabras de un creyente», de un Lamennais1 ahora contumaz, mas Perboyre había reac­cionado apenas se insinuó el papal sentir).

En 1993 emite un estudioso (Giancarlo Zizola, Il conclave, Newton Compton editori) el siguiente juicio sobre Gregorio: «Erudito más que culto, empapado de teología formal, el ex-abad del monasterio camOulense del Celio, es devorado por la obsesión de que el Estado Pontificio pueda ceder a los golpes del liberalismo, y demuestra no distinguir entre los intereses rea­les de la Iglesia y las sistematizaciones caducas del antiguo régimen. Su línea política está decidida a obtener de los gobiernos, pese al anacronismo, que re­conozcan la supremacía de la monarquía papal»… Por parte nuestra, obvie­mos el anacronismo: cualquiera fuese la nota o calificación teológica que aquellas encíclicas merecieron entonces, «hoy —dice el Dicc. de Teol. Dogm. de W. Beinert, Herder 1990, pág 413— la doctrina de la calificación tiene menor importancia».

Hay un pasaje comprometedor en la carta que, con fecha 20 de enero de 1832, Perboyre dirige al párroco de Jussies, padre Caviole, primo suyo. Dice que ha leído los dos primeros números de la Gazette du Clergé, cercana a L’Avenir por el fondo doctrinal, si bien más moderada y suave en la manera, pero inferior en talento redaccional. Un breve texto del padre Portal en el aniversario del martirio, 11 de septiembre de 1908, dice a su vez que Per­boyre debió saber algo de sufrimientos intelectuales; que era discípulo de Lamennais, y que sin duda causó a él dolor la condena del maestro. Otro texto de Portal, también de 1908, es relevante a nuestro propósito: «Uno puede separarse de la Iglesia, yendo demasiado adelante o quedando dema­siado atrás. Lamennais fue demasiado adelante, se separó, murió espiritual­mente, su acción extraeclesial resultó infecunda, aun desde el punto de vista social». Pero ya en 1907, a la mención de Lamennais, Montalembert, Lacordaire, seguía en Portal este pasaje: «En todas partes se quería la inde­pendencia de la Iglesia con respecto al Estado. La idea del Estado es esen­cialmente nacional, limitadora; por el contrario, la idea de la Iglesia es universal, católica»…

Ahora bien, en la documentación que arriba resumí, diséñanse dos po­siciones respectivas: una crédula y hagiográfica, que hace a Perboyre prever, pronosticar la decisión del Papa y aun sus motivos; otra escéptica, sostenida por la sola tradición oral, y para la cual el motivo de no volver Perboyre a San Floro fueron aquellas sus simpatías de otrora por Lamennais.

Por lo que hace a la postura papal, se concederá la extraordinaria coinci­dencia de que, en las décadas postconciliares, la Santa Sede haya debido decir y repetir que la Iglesia no es una democracia: casi lo propio se lee en el Dic­tionnaire de Vacant/Mangenot 9/1.a, c. 563;2 a saber, que llevado del sueño de una Iglesia emancipadora de los pueblos, los cuales voluntariamente la acatarían luego como soberana, el liberalismo católico aventuraba lo divino de la institución y dejaba ésta a merced del sufragio popular.

Perboyre menciona con entusiasmo el Ensayo mennaisiano sobre la indi­ferencia (1818, 1820-23). Lamennais combate allí el indiferentismo deísta, cuyo larvado ateísmo desenmascara. Tuvo por ello que apenarle hondamente el que la condena emparejase y equiparase ambos conceptos, el de liberalis­mo y el de indiferentismo. El Ensayo extraía su persuasividad de la amplia sensibilización a las crueldades revolucionarias que invocaron una mera reli­gión espontánea, natural, brotada de la pura razón. La pura razón, en efecto, ¿quién la tiene? A pesar suyo (Cf. de nuevo Vacan/Mangenot, ib., c. 560), ¿no fluían del indiferentismo las tesis liberales? Y he aquí otra coincidencia ex­traordinaria: se recordará el debate conciliar sobre la libertad religiosa. ¿Una o dos palabras, para articular el punto vejado de la Declaración? ¿Solamente conciencia, o más bien conciencia informada? Iba en ello el reconocimiento o la repulsa de la instancia divina, ulterior de la Iglesia.

Gregorio XVI había sido prefecto de la Sagrada Congregación de Pro­paganda (1826), y en cuanto Papa, vino de él el renovado impulso que reci­bieron las misiones extranjeras. El las reorganizó y sujetó a un firme control pontificio. Es mérito suyo el establecimiento de una setentena, entre diócesis y vicariatos apostólicos. Aproximadamente dos centenares de obispos misio­neros fueron consagrados, gobernando él la Iglesia. Por 1836 la Obra de la Propagación de la Fe estaba en pleno auge. Aquel año (16 de agosto), desde China, Perboyre escribe3 al Vicario General de San Floro, urgiéndole a que todos los católicos se inflamen de celo por los intereses de nuestro divino rey, se inscriban en la milicia espiritual de la Propagación de la Fe, y tomen las armas de la oración, hasta destruir el imperio de Satanás.

Por: Luis Huerga, C.M.
Tomado de Anales, año 2001, tomo 1

  1. Él mismo se firmó de ambos modos.
  2. ¡1926!
  3. Mons. Candéze.

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