Luisa de Marillac, educadora de santidad

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicenciana, Hijas de la CaridadLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: J, Gonthier · Año publicación original: 1983 · Fuente: Ecos de la Compañía, 1983.
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La correspondencia de Luisa de Marillac presenta, por muchos mo­tivos y en muy diversos aspectos, un enorme interés. Sus cartas, revela­doras de su personalidad humana y de su ascensión hacia la santidad, constituyen un guía seguro para la vida espiritual. En realidad, esas cartas fueron, para la Fundadora, el medio de continuar a distancia la educación espiritual de sus hijas.

Como el terreno que voy a abordar es muy amplio, tengo forzosamente que limitarme. Así, el presente estudio lo dedicaré solamente a las DIRECTIVAS que Luisa de Marillac da en relación con el cumplimiento de la VOLUNTAD DIVINA.

 Introducción

«El trabajo de la perfección» —expresión que salta con facilidad de la pluma de la Fundadora— es un trabajo de amor y, por tal motivo, debe desembocar en la unión con Dios. Luisa de Marillac suele emplear con frecuencia estas palabras: «perfección del santo amor».

Ahora bien, el amor reclama la unión de los dos seres que se aman. La unión más verdadera, la mejor, es la que se efectúa por la confor­midad de las voluntades y a través de esa conformidad, ya que la voluntad es la más noble de las facultades humanas. La unión del alma con Dios se realiza por la conformidad con la voluntad de Dios, por la adhesión a esa voluntad divina. Así lo comprendió Luisa de Marillac:

«La caridad —escribe— nos lleva principalmente a amar la voluntad (le Dios por encima de todas las cosas, a estar en la disposición de perderlo todo antes que hacer nada que pudiera desagradarle» (Máxima 94; Luisa de M… 1886, T. 2, p. 360).

De ahí su insistencia en el cumplimiento de la voluntad de Dios. He llegado a extractar de sus cartas y máximas unos 125 pasajes que tratan de este cumplimiento.

Cuando escribe las palabras «voluntad de Dios», parece adivinarse en ella como una vibración profunda, más perceptible aún en los epítetos que utiliza y en el fondo de los pensamientos que quiere expresar. Encontramos:

  • «la voluntad de nuestra gran Dueño —oh Señor—» (1 vez);
  • «la adorabilisima voluntad de Dios» (1 vez);
  • «la santa voluntad de Dios» (24 veces);
  • «la santísima voluntad de Dios» (35 veces).

Para apreciar las directivas o consignas que da Luisa sobre el cum­plimiento de la voluntad de Dios, hay que empezar por subrayar los principios que pone en la base de la sumisión a esa voluntad divina: tal será la primera parte de este estudio; y comprobar, después, cómo, para la Fundadora, la voluntad de Dios es el primer objetivo que debernos proponernos: de ello trataremos en la segunda parte.

Principios básicos

1. Un principio que se extiende a todos los hombres

El fundamento en que descansa la convicción de Luisa acerca de la importancia del cumplimiento de la voluntad de Dios, es una verdad de hecho que le sugiere su fe en Dios. Luisa llama a Dios «nuestro gran Dueño o nuestro gran Señor» (en su carta a Bárbara Angiboust, al ser­vicio de los galeotes – n. 127). Luisa sabe muy bien que Dios es el dueño de los acontecimientos y también de los hombres. Su certeza en este punto la encontramos expresada con toda claridad en esta frase que entresaco de su carta del 24 de abril de 1656, igualmente dirigida a Bárbara Angiboust:

«Las cosas que Dios quiere, ocurren a su debido tiempo» (C. 473).

De esa soberanía de Dios sobre el mundo, procede lógicamente lo que ha de ser la actitud del hombre ante su Señor omnipotente. Así lo dice Luisa a las Hermanas de Ussel en una carta de 1658:

«Queridas Hermanas: si queremos tener contento a nuestro buen Dios, no tenemos que mirar tanto lo que queremos hacer cuanto lo que El quiere que hagamos» (C. 578).

2. Un principio de perfección

Se dirige a las voluntarias de la perfección, como son o deben ser las Hijas de la Caridad: no puede darse la perfección sin cumplimiento de la voluntad de Dios.

Este principio lo encuentro formulado con un estilo lapidario en la carta a Sor Magdalena, de Angers:

«Tenemos que ser de Dios, que quiere no queramos otra cosa sino lo que El quiere» (C. 441).

Por otra parte, la Fundadora tiene también expresiones muy felices que ponen de relieve la indispensable obligación de entregarse al cum­plimiento de la voluntad de Dios:

El 16 de septiembre de 1653, escribe a Juana Lepintre:

«¡Que dichosa es usted por conocer tan bien y amar de tal manera la voluntad de Dios, nuestro único bien, si llegamos a cumplirla en nosotras!» (C. 370).

  • «el bien» – que nos enriquece, que es la única riqueza que está al abrigo de la fluctuación monetaria y de los expertos en atracos:
  • «el bien» – que nos proporciona lo bueno, lo agradable, como cuando saboreamos algún plato exquisito y decirnos ¡qué bueno está!;
  • «el bien» – lo que hacemos bien hecho, la única cosa que podernos decir que está bien, ese esfuerzo en cumplir la voluntad de Dios.

Cuando escribe, en 1653, al Sr. Berthe que está en Roma para ps.- dirle que le proporcione la Bendición Apostólica, se sirve de una expresión que nos conviene retener:

«Luisa de Marillac… suplica humildemente al Sr. Berthe… la ponga en espíritu a los pies del Santo Padre… para que por este medí.) pueda recibir este favor de nuestro buen Dios, el de hacer su san­tísima voluntad el resto de sus días» (n. 389).

En el pensamiento de Luisa de Marillac, «hacer la voluntad de Dios» es «el favor», «la gracia» por excelencia. Y es cierto, porque lo que más nos importa hacer durante nuestra peregrinación terrena es la voluntad de Dios.

A Juana Lepintre, el 26 de marzo de 1653:

«Me parece que ha encontrado usted la piedra filosofal de la devo­ción, puesto que la firme resolución de hacer la voluntad de Dios consuela sus penas» (n. 363).

Ya se interprete lo de ‘piedra filosofal’ en sentido propio o en sentido figurado, la afirmación de Luisa de Marillac es muy hermosa:

  • en el sentido propio: así como la piedra filosofal, según los al- quimistas, transformaba todos los metales en oro, así, para la Fundadora, el cumplimiento de la voluntad de Dios transforma en oro nuestros pobres y débiles actos de criaturas humanas, dándoles un valor de eternidad.
  • en el sentido figurado: la piedra filosofal quiere decir algo im­posible de encontrar. Cuando Luisa de Marillac escribe a Juana Lepintre «ha encontrado usted la ‘piedra filosofal’, «se refiere a que si llegamos a descubrir que la única obra que merece la pena es el cumplimiento de la voluntad de Dios, hemos llegado por ahí a descubrir el secreto de la devoción y de la perfección.

Corrobora esta afitmaciOn lo que escribe en su carta «a una Hermana Sirviente»„ del mes de mayo de 1655:

«Suplico a Nuestro Señor… que… sean ustedes consumadas en la perfección de ese divino amor que las llevará a amar la santísima voluntad de Dios» (n. 429).

Santa Luisa afirma, pues, que la voluntad de Dios cumplida por amor es la cumbre de la perfección del amor a Dios.

Pero, para escalar esta cima, es necesario conocer caminos seguros que permitan la ascensión hasta el punto culminante del amor. Es el estudio que vamos a emprender ahora guiados por Santa Luisa, que logró alcanzar dicha cumbre del Amor divino.

Primer objetivo perseguido: la voluntad de Dios

La voluntad de Dios es el objetivo que, por encima de cualquiera otro; deben proponerse la Compañía de las Hijas de la Caridad y cada uno de sus miembros. Este es el pensamiento que trasciende de numerosos pasajes de las cartas de Santa Luisa.

1.° Primer objetivo que ha de proponerse la Compañía

1. Antes la destrucción de la Compañía que el no cumplir la voluntad de Dios.

Cuando, el 17 de octubre de 1644, en la catedral de Chartres se arrodi­lla a los pies de la Virgen, la Fundadora ofrece a Dios —cito el párrafo es­crito por ella—

«los designios de su Providencia sobre la Compañía de las Hijas de la Caridad, ofreciéndole enteramente dicha Compañía y pidiéndole su destrucción antes de que pudiera establecerse en contra de su santa voluntad»… (n. 111).

Hacía unos diez años que Luisa estaba dedicada al servicio de la Com­pañía naciente de las Hijas de la Caridad. Inútil decir que amaba esta obra que le había permitido dirigirse hacia Dios desde la plena expansión de su personalidad y el servicio de la caridad. Pues bien, a pesar del amor que profesa a su joven familia religiosa, véase cuál es la súplica que hace en su oración silenciosa bajo la bóveda gótica de Chartres: que dicha Compañía quede destruida antes que verla establecida en contra de la voluntad de Dios. Queda dicho con esto su culto por voluntad divina. Queda dicho también que lo que pretende ante todo es que la Compañía tenga como principal objetivo esa misma divina voluntad.

Ver la Compañía destruida antes que litera de la linea de la voluniad de Dios, es una idea que se encuentra en varias de sus cartas.

Luisa de Marillac se coloca en la misma óptica, en el mismo punto de vista, cuando teme que la dirección de la Compañía no quede en manos del Superior General de la Misión. Así se lo escribe a San Vicente el 20 de noviembre de 1647:

«Me ha parecido ver que sería más útil para su gloria que la Com­pañía llegara a faltar por completo, antes que encontrarse bajo otra dirección, ya que esto me parece sería ir en contra de la voluntad de Dios» (n. 199).

Y el 5 de julio de 1651, vuelve sobre el mismo tema:

«La manera en que la divina Providencia ha querido le hablase en toda ocasión —escribe a San Vicente— hace que en la presente en la que se trata de cumplir la santísima voluntad de Dios, lo haga muy sen­cillamente acerca de lo que podría impedir el afianzamiento de la Compañía de las Hijas de la Caridad; si no es que Dios haya dado a entender quiere su completa destrucción, a causa de las faltas gene­rales y particulares que en ella aparecen más claramente desde hace algunos años y de las que creo en verdad ser, miserable de mí, la causa principal, tanto por mi.s malos ejemplos como por el poco celo que pongo en cumplir mi deber» (n. 315).

Nótese en esta larga frase la expresión «santísima voluntad de Dios» y el empleo reiterado del verbo querer, aplicado a Dios. Es difícil poner con más fuerza el acento sobre la voluntad de Dios acerca de la Compañía.

2. Voluntad de Dios en la persistencia de la Compañía

a) Las aprobaciones oficiales han dado a la Compañía su entidad ecle­siástica y civil. Por eso, Luisa de Marillac está persuadida de que Dios ha querido la Compañía y que la ha querido tal y como es. Hay que evitar, por consiguiente, que manos humanas la arruinen… Leamos esta máxima:

«Hemos de creer que es Dios mismo quien ha querido el estableci­miento de la Compañía tal y como es, y que no quiere que los hom­bres destruyan lo que El ha hecho» (L. M. 1886, T 2, p. 339).

Expresa esta misma idea de manera más positiva cuando considera la vocación de la Compañía:

«Permanecer oculta en Jesucristo —escribe— trabajar sin ruido ni brillo en el servicio a los pobres, es cumplir con gran seguridad el designio de la divina Providencia» id. id. p. 243).

b) Para continuar sirviendo a Cristo y a la Iglesia en la persona de los pobres, la Compañía necesita sujetos, personas. Pero estos sujetos no ha de recibirlos si no es de la mano de Dios. Esto es lo que expresa la Fundadora cuando, a propósito de una joven a la que sus padres querían apartar de la Compañía, escribe al Abad de Vaux, el 29 de junio de 1644:

«Si Dios quiere dárnosla, ya encontrará los medios para ello» (n. 104).

3. Voluntad de Dios en la expansión de la Compañía

Siempre que ha tenido que proceder al establecimiento de sus hijas en algún lugar, la Fundadora ha cuidado con el mayor esmero de cumplir la voluntad de Dios.

Tratándose, por ejemplo, de la fundación del Asilo del Santo Nombre de Jesús, escribe el 23 de mayo de 1653, a Cecilio Angiboust, que está en Angers:

«Le ruego que encomiende esta buena obra a nuestro buen Dios, para que en ella se cumpla su santísima voluntad» (n. 365 bis).

Si es Polonia la que está a la vista, así dice en su carta de diciembre de 1635, también a Celicilia Angiboust:

«Nuestras hermanas de Polonia la saludan. La reina quiere que le enviemos otras tres para la primavera; va las había pedido el año pa­sado, y no sé lo que podremos hacer. Ruegue a Nuestro Señor que sea su ‘santísima voluntad y si no, que todo cese» (n. 376).

Si lo que se presentan son dificultades con un párroco de París, escribe al Sr. Vicente, en 1655:

«Tenemos motivos para temer que el Sr. Cura de San Roque quiera echarnos, una vez más; que se cumpla la santísima voluntad de Dios» (n. 428).

Con relación a todas esas fundaciones, ella desaparece ante la voluntad de Dios. Al Sr. Portail, que está en Le Mans, donde negocia el establecimien­to de las Hijas de la Caridad, le escribe el 27 de marzo de 1646:

«Consideraría como una gran presunción creerme necesaria para el establecimiento de nuestras hermanas en los lugares a donde Dios las llama, especialmente ahí donde usted se encuentra; más bien lo que tengo que temer es echarlo todo a perder» (n. 132 ter).

Sí, verdaderamente, por lo que se refiere a la vida de la Compañía la preocupación constante de Luisa de Marillac es el cumplimiento de la vo­luntad de Dios, como así se lo deja escrito a las hermanas de la Casa Madre antes de su partida para Nantes:

«Nuestro buen Dios sabe muy bien lo que quiere hacer y lo que liara por la Compañia» (n. 411).

San Vicente y Santa Luisa supieron descubrir en los acontecimientos la voluntad del Señor de la Caridad que les encaminó a ambos, tanto a él Lot() a ella, hacia la creación de la pequeña Compañía; y, una vez que es­taban seguros del consentimiento divino, se empeñeron siempre por hacer de su familia espiritual la Sierva de la voluntad divina.

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