Lucía Rogé: Asamblea General 1985

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Lucía RogéLeave a Comment

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Autor: Lucía Rogé, H.C. .
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22 de septiembre de 1984

Es una gran alegría para mí, el verlas reunidas en nuestra Casa Madre, procedentes de todas las Casas Provinciales y Regionales de la Compañía. Quisiera decirles sencillamente unas palabras sobre la fina­lidad de estas jornadas y la relación que tienen con nuestra próxima Asamblea General, de mayo de 1985.

Están ustedes, pues, aquí, «llamadas y reunidas» por el Señor, desig­nadas por sus Visitadoras para venir a tomar parte en estas jornadas especiales, de septiembre de 1984. Esta «Reunión Hermanas Jóvenes 84», no lo duden ustedes, es para honrar a Nuestro Señor Jesucristo como manantial y modelo de toda caridad, una caridad fraterna, profunda, que ha de unirlas durante estas jornadas y después de terminadas, a pesar de las barreras de idiomas y culturas. La «Reunión de Hermanas Jóvenes 84» es también con miras a un servicio mejor, corporal y espiritual a Cris­to, en la persona de los pobres, eje de nuestra vocación.

Esta reunión internacional de Hermanas Jóvenes reviste una impor­tancia especial, como la tuvo la anterior de 1979. Se trata de hacer lle­gar a la Asamblea General el pensamiento de las Hermanas Jóvenes de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Se encuentran ustedes, pues, frente a una gran responsabilidad. Ya sé que en sus Provincias se han preparado a ella por la oración. Continúen aquí, recurriendo al Espíritu Santo, para que acompañe su trabajo de reflexión, de búsqueda y de expresión, relacionado con nuestra vocación específica en la Iglesia.

El desarrollo de las Jornadas las llevará, después de una mirada his­tórica y familiar a los orígenes, hacia los tres temas, ya estudiados, el espí­ritu de la Compañía, la evangelización, el estilo de vida. La síntesis que van a elaborar al terminar el estudio de cada tema, tiene como destinata­rios a los miembros de la Asamblea General. Lejos de ser repetición, les aportará con sencillez, el resultado de su mirada exigente y joven, estí­mulo para el porvenir de la Compañía a través de las Provincias.

Necesitamos conocer sus reacciones ante la comparación de los textos de los Fundadores con la vida de hoy. No tengan miedo de expre­sarse, hasta de parecer un tanto ingenuas, de cuestionarnos, de propo­ner a la Asamblea, de retarla a una auténtica revisión de vida. Están ustedes relativamente más cercanas del mundo, que han dejado hace poco, que los miembros de la Asamblea General. Ya antes de entrar en comunidad, han descubierto ustedes las resistencias que se oponen al avance del Reino de Dios. Se han dado cuenta de la distancia que exis­te entre el evangelio vivido y la vida del mundo actual. Reflexionen y atrévanse a ponernos ante la verdad, sin temor a concretar, sobre todo, en los temas de la evangelización y del estilo de vida, en relación con el espíritu de la Compañía. La base de su meditación serán las conferen­cias clave de san Vicente y de santa Luisa.

Por lo que se refiere al tema de la evangelización, recordarán uste­des las palabras de san Vicente en una conferencia de los primeros años: «El designio de Dios en vuestra fundación, ha sido, desde toda la eternidad, que le honréis contribuyendo con todas vuestras fuerzas al servicio de las almas, para hacerlas amigas de Dios. Y esto, antes de que os ocupéis del cuerpo».1 Es el recuerdo del servicio espiritual, del tormento interior que hemos de sentir por revelar el amor de Dios. Aun sin palabras, nuestra conducta puede revelarlo.

Esta misma certeza la tenía santa Luisa en lo íntimo de su ser. Inte­rrogada por san Vicente, en la Conferencia del 25 de mayo de 1654, responde: «Padre, la primera razón que tenemos para darnos a Dios, con el fin de alcanzar de su bondad que la Compañía dure largos años, y si es posible siempre, es el convencimiento que debemos tener de que Dios mismo ha querido su fundación y la ha querido de la manera que es».2

El servicio corporal y el servicio espiritual de los pobres, van ínti­mamente unidos para nosotras. La verdadera Hija de la Caridad sabe también que no puede haber un servicio humilde, con entrega total y lleno de amor a los pobres, que no sea el fruto de una experiencia per­sonal del amor de Dios. Como lo hacía san Vicente, reflexionemos sobre las necesidades de nuestros Amos y Señores. Considerémosles verda­deramente como tales, viendo ante todo en ellos a personas, a hombres y mujeres que poseen su propia dignidad de hijos de Dios, aun cuan­do no aparezca de manera muy visible. Abstengámonos de todo poder que puede degenerar en una forma sutil de dominio, cuando lo que somos es siervas. En este sentido, busquen ustedes cuáles son las exigencias de la evangelización en la sociedad de hoy. Vuelvan a con­siderar las señales concretas de autenticidad, los signos que ofrecen credibilidad a nuestros contemporáneos, que esperan y desean en­contrar un amor humilde, desinteresado, no ideológico, no partidista, no parcial y, menos aún, paternalista. Y para que nuestros deseos de evangelización no sean vanos, propóngannos puntos actuales de conversión.

Entren asimismo con audacia en los detalles de lo cotidiano, del esti­lo de vida de una sierva de Jesucristo en los pobres, según la Iglesia de hoy, la del Vaticano II, la de Puebla, la de los Fundadores, la de siempre. Atrévanse a repetirnos, por medio de su mensaje a los miembros de la Asamblea General, que ser pobre no es contentarse con dar lo super­fluo, sino cuestionarse de continuo, a título personal y a título comunita­rio, acerca de nuestro estilo de vida, en el plano de la alimentación, de la comodidad (¿o lujo?) de nuestras habitaciones, de nuestras ropas, de los tiempos que llamamos libres, pero que san Vicente califica siempre como pertenecientes a Dios y a los pobres, es ser pobre con Jesucristo pobre y por él, con la misma disponibilidad que Él hacía el querer del Padre: «Dejarlo todo, sin esperanza de poseer nada, sin saber lo que será de nosotros, sin tener otra seguridad que la confianza en Dios, ¿no es eso la misma vida de Nuestro Señor Jesucristo?».3

Repitamos, según las palabras de Juan Pablo II a los jóvenes, cuá­les son las obligaciones de los que quieren, hoy, «…ser dignamente sen­cillos en un mundo que paga cualquier precio al poder; ser limpios de corazón entre quien juzga sólo en términos de sexo, de apariencias o hipocresía; construir la paz en un mundo de violencia y de guerra; luchar por la justicia ante la explotación del hombre por el hombre…».4

Están ustedes más cerca de los cambios de la sociedad y su influencia sobre la vida espiritual de nuestros contemporáneos y sobre la nuestra. ¿Qué consecuencias sacan ustedes de ello para la vida de la Hija de la Caridad, hoy? Recordemos estas palabras de san Vicente: «Si no habéis unido lo interior a lo exterior, no habéis hecho nada»,5 y estas otras: «Dios pide lo primero el corazón y después las obras».6

Insistan en sus reflexiones sobre la visión de fe ante el pobre. Nues­tro servicio como Hijas de la Caridad va orientado por el descubrimien­to que hayamos hecho, en una contemplación de fe, de los rasgos de Jesucristo en los rasgos del pobre. «Los pobres no tienen más que un rostro, el de Jesucristo», ha dicho nuestro Superior General.

Contemplen con amor ese rostro en los rasgos de los pobres de nuestro tiempo. Y pidan a la Santísima Virgen que nos alcance la gracia de precisar bien, de afinar, de embellecer los rasgos de sus siervas, las Hijas de la Caridad de hoy y de mañana. Una plegaria de san Vicente nos servirá para introducir la conclusión de estas palabras: «Que nues­tro Señor Jesucristo nos dé a conocer la importancia de lo que se ha dicho, para que así lo practiquemos, para que no seamos causa, por nuestras infidelidades y pecados, de la ruina de esta hermosa Compa­ñía, que Él mismo ha formado como ha querido. Te pedimos, Señor, esta gracia, por los méritos de tu Santísima Madre y por el servicio que que­réis obtener de esta Compañía. Concédenos, Salvador mío, Tú que eres la luz del mundo, concédenos la gracia que tanto necesitamos para conocer las astucias por las que el enemigo quiere seducir las almas de aquellos que se entregan a ti, para impedir que entre en ellos y derribe la obra de tus manos».7

Sí, el enemigo está ahí, siempre. Se disimula en el consumismo, en la tentación de extravagancia, bajo capa de libertad, de individualismo y de eficacia material. Pero cuentan ustedes con la gracia de Dios para ayudarlas a descubrir la insinuación de sus engaños en nuestras vidas. Por intercesión de la Santísima Virgen María y con la fe puesta en el poder del Espíritu Santo, trabajen para descubrir el servicio auténtico que Dios quiere obtener hoy de la Compañía.

Son ustedes la juventud de la Compañía y en cierto modo su futuro. Son ustedes la savia nueva que promete un brote de primavera como en los orígenes, si entran dentro del camino de comunión con los Fun­dadores.

Sean conscientes de que, por esta participación suya en los traba­jos de la Asamblea General, la renovación debe alcanzar a todas las células de la Compañía, es decir, a todas y a cada una de las comuni­dades locales. ¡Qué así sea!

Queda abierta la segunda Reunión Internacional de Hermanas Jóvenes de la Compañía de las Hijas de la Caridad, en preparación a su Asamblea General.

  1. IX, 39.
  2. IX, 621.
  3. IX, 171.
  4. Ecclesia, n. 2.101, 13 de noviembre de 1982, p. 38.
  5. IX, 754.
  6. IX, 755.
  7. IX, 624-625.

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