Fundamentos teológicos de la espiritualidad Vicenciana en las Reglas Comunes de la C.M.

Francisco Javier Fernández ChentoCongregación de la MisiónLeave a Comment

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Autor: Bernard Koch, C.M. · Traductor: Germán Orlando Niño Niño. · Año publicación original: 2008 · Fuente: Vincentiana, Mayo-Junio 2008.
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1. En las Reglas Comunes

Y porque, según la Bula de fundación de nuestra Congregación, debemos venerar de una manera especialísima los inefables mis­terios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, procurare­mos cumplirlo con el mayor cuidado y de todos los modos que podamos, pero principalmente cumpliendo estas tres cosas: [etc.](RC X, 2).

Y porque, para venerar perfectamente estos misterios, no puede darse medio más excelente que el debido culto y el buen uso de la Sagrada Eucaristía, ya la consideremos como sacramento, ya como sacrificio, teniendo en cuenta que contiene en sí como un compendio de los demás misterios de la fe, y que por sí misma santifica y finalmente glorifica las almas de los que celebran como es debido y de los que comulgan dignamente, y de esta manera se da mucha gloria a Dios trino y uno y al Verbo encarnado [etc.](RC X, 3).

Y ya que la misma Bula nos encarga además que veneremos con particular culto a la Santísima Virgen María, a lo cual ya esta­mos obligados por diferentes títulos; todos y cada uno, con la gracia de Dios, procuraremos cumplirlo perfectamente: [etc.](RC X, 4).

2. Una primera pregunta

Una primera pregunta puede plantearse: ¿es corriente que las Reglas et Costumbres, o Constituciones de algunas Ordenes religio­sas y otros Institutos, contengan la mención de los grandes misterios de la Fe, Trinidad, Encarnación, Eucaristía como principios funda­mentales de la vida espiritual, o esto es raro, o incluso propio del Señor Vicente?

¡El número de estos Institutos es inmenso! He aquí una rápida investigación sobre algunos:

San PACOMIO murió en 346, sólo algunos fragmentos han llegado hasta nosotros, los cuales permiten ver que las versiones posteriores, como aquella sobre la cual trabajó San Jerónimo, son fiables. Ellas regulan la vida común y la oración, sin ningún artículo teológico.

San BASILIO, 330-379, ha escrito dos Reglas; en las largas, el Capí­tulo 6, 1,1 ha inspirado quizá el capítulo II, 2, de Vicente: «He ahí lo que hay que seguir si nosotros renunciamos a nosotros mismos y lle­vamos la Cruz del Cristo…: prepararse a sufrir la muerte por Cristo», y al parecer nada más, ni tampoco en las Reglas cortas. Sus Consti­tuciones ascéticas comienzan así: «Toda acción y toda palabra de nuestro Salvador Jesucristo es norma de piedad y virtud»,2 «Jesús, que comenzó a hacer luego a enseñar» ¿sería un eco de esto? Pero no hay todavía ninguna mención de la Santa Trinidad. Ciertamente (san Basilio) compuso muchas obras teológicas y llegó a una profundiza­ción enorme en la teología del Espíritu Santo, sin embargo no habla de ello en sus Reglas.

San AGUSTIN, muerto en 430, nos dejó una Regla, su Carta 211, dirigida a religiosas, de la cual los parágrafos 5 a 10 son la adapta­ción de una Regla de monjes.3 La carta comienza en 1-4, por una exhortación a la unidad, tras unas divisiones en la comunidad, y sigue con algunas directivas sobre la vida común, las virtudes, la ora­ción, la obediencia, el comportamiento de los superiores, pero sin ningún párrafo teológico. Es cierto que San Agustín iba seguramente a predicarles. Dios sabe con qué profundidad habló y escribió sobre la Trinidad, pero eso no parece en dicha carta.

La Regla de San BENITO, hacia 480-547, es seguramente la más conocida. La introducción es una invitación a escuchar la voz del Señor; viene a continuación, después de las normas de las virtudes y de la piedad, apoyadas en numerosas citas de la Escritura, una serie de normas para la organización de la vida en común, el Oficio divino, y distintas cuestiones de administración. Ninguna referencia a la Santa Trinidad ni a la Encarnación.

Podemos ir a las Constituciones de la Compañía de Jesús, que tuvieron varias redacciones sucesivas, las primeras escritas por San IGNACIO, la última y definitiva con algunas modificaciones de otros miembros, hacia el final de la vida de San Ignacio.4

En cuanto al Oratorio de Jesús, de Francia, en el cual participó, en sus comienzos, el Señor Vicente, a finales de noviembre de 1611, a su llegada al Curato de Clichy durante el año 1612, BERULLE escribió un gran numero de opúsculos espirituales y teológicos, y su enorme Dis­curso del Estado y grandezas de Jesús contiene muchas páginas sobre Trinidad, la Encarnación, la Eucaristía y la Virgen María, Madre de Dios. El escribió también un Reglamento para la Institución del Ora­torio en sus comienzos, que contiene, como otros, un orden del día, vida común y ejercicios de piedad, comenzando por actos de adora­ción, ofrenda e intención a Jesucristo Nuestro Señor y honrar a la muy Santa Virgen, especialmente como Madre de Dios. Esto parece nuevo y probablemente inspiró un poco al Señor Vicente, el cual dio a su Congregación casi exactamente el mismo orden del día y de la semana y muchas otras prácticas de la vida común.

Parece claro que el Señor Vicente, es el único en poner, por una parte, estos cuatro puntos en cabeza de las «Prácticas espirituales a observar en la Congregación», y por otra parte, en poner «Encarna­ción» en lugar de «Nuestro Señor Jesucristo». Cierto no se trata más que de una palabra, pero esta palabra la ha dicho, y si no escribió tratados sobre ello, como otros, hizo conferencias para presentarlos.

Por una parte, nombrar Santísima Trinidad, verdad primera del cristianismo, lo que no hacen las otras Reglas, era capital, y por otra parte, escribir Encarnación en vez de Jesucristo es muy significa­tivo, yo diría típico, de la preocupación apostólica del Señor Vicente. La palabra Jesucristo designa, es cierto, la persona de Jesús, verda­dero hombre y verdadero Dios, pero hasta cierto punto de una manera estática, su obra de salvación está solamente sobreentendida, mientras que la palabra Encarnación es dinámica, e indica no sola­mente la persona divino humana del Salvador, sino el movimiento del Hijo de Dios enviado por el Padre a tomar naturaleza humana, su misión, ya que desde al menos San AGUSTÍN se reconoce que las misiones no son solamente de Dios a los humanos, sino también del Padre al Hijo y al Espíritu Santo.5

3. San Vicente comentó estas verdades a lo largo de los años en sus conferencias

Los oyentes no tomaron nota de todas las conferencias, desafortu­nadamente. Sólo a partir de 1645 las notas sobrepasan dos páginas, y las más completas y fieles son las tomadas por el Hermano Ducour­nau, a partir de 1656.

Peor todavía, en el saqueo de San Lázaro el 13 de julio de 1789, al principio de la Revolución, la víspera de la toma de la Bastilla, todo fue devastado, desde las bodegas a los graneros, y archivos y biblio­tecas lanzados por las ventanas; muchos documentos, sobre todo las hojas separadas, se perdieron; algunas recopilaciones de copias pudieron recogerse.

La biografía de Abelly nos da también un gran número de extrac­tos de conferencias cuyo original desapareció el 13 de julio de 1789, pero no están datados.

Además el Señor Vicente aborda a menudo estos misterios en el millar de charlas sobre otros temas. Por fin, podemos aún conocer los temas abordados gracias a dos cohermanos que escribieron al menos los títulos durante los 10 últimos años, y el Señor Coste unió las dos listas, eso completa las Conferencias anotadas que llegaron hasta nosotros. Obtenemos esto:

El habló de la Santa Trinidad los días 24 de mayo 1652, 23 de mayo de 1655, 25 de mayo de 1657, 14 de junio de 1658. Además habló accesoriamente en distintas charlas, incluso en un Consejo con las Hijas de la Caridad.

Las Conferencias sobre el Espíritu Santo, tenían lugar para prepa­rarse a Pentecostés: 26 de mayo de 1651, 17 de mayo de 1652, en 1655, 2 de junio 1656, 18 de mayo de 1657. Lo evoca en muchas otras ocasiones, y lo invoca al final de muchas de sus cartas.

Para celebrar bien la Navidad, trata de la Encarnación, 24 de diciembre de 1650, 22 de diciembre de 1651, 18 de diciembre de 1654, 22 de diciembre de 1656.

Habla de la Eucaristía, sea para la fiesta del Santo Sacramento, sea en otras circunstancias: sobre la comunión frecuente, hacia 1648, en la fiesta de Corpus Christi, el 31 de mayo de 1652; sobre la Santa Misa y la comunión, el 28 de junio de 1652, en junio de 1653, el 23 de febrero y el 2 de marzo de 1657, el 2 de junio de 1657, el 13 de junio de 1659, el 2 de mayo de 1660.

Al parecer no tuvo conferencias sobre la Virgen María, pero habla de ella relativamente a menudo, y muy a menudo con las Hijas de la Caridad.

La profundidad de lo que dice en dos o tres frases, sobre lo que otros escribirían varias páginas, nos hace ver no sólo que estudió y enseñó, sino sobre todo que debió estar iluminado por el Santo Espí­ritu, ya que los teólogos aunque proponen análisis muy profundos, son más bien técnicos, intelectuales; en Vicente, es también vivo, animado.

4. La Santa Trinidad

Los pocos textos que nos llegaron nos permiten pensar que San Vicente poseía las espléndidas páginas de San AGUSTÍN y de Santo TOMAS sobre las relaciones entre las Personas divinas, las «procesio­nes», su circulación de amor, para la cual los teólogos utilizaron, sin traducirlo, la bonita imagen de San Juan de Damasco, «coro de danza en redondo», «périchorèse», en griego y «circumincession» en los latin, palabras bárbaras para designar una vida tan dinámica y poética, mientras que Santo TOMAS emplea afortunadamente la sen­cilla palabra «circulación».6

Para Santo TOMAS, nuestro Dios, infinitamente perfecto, es cierta­mente inmutable, no cambia, pero no es inmóvil, inactivo, ni solita­rio, trabaja siempre, como lo dice Jesús, en San Juan, 5,17, y crea sin cesar otros seres, y el Padre envía al Hijo y al Espíritu: las misiones divinas. El Señor Vicente, molinista para la predestinación, es tomista para todo el resto, y tiene el arte de decir en pocas frases, sobre las relaciones entre las Personas divinas y su actividad, lo que Santo TOMAS expone detenidamente, por ejemplo en los dos primeros artículos de la Cuestión I de las Cuestiones Disputadas De Potentia.

Dios es activo en sí mismo por lo que los primeros símbolos de la fe llamaron procesiones, el Hijo procede del Padre, y el Espíritu Santo del Padre y del Hijo como de una sola fuente. Procesión supone un movimiento, «procedere», en latín, quiere decir ir ade­lante, avanzar. Y la procesión del Hijo desde el Padre es una genera­ción, es engendrado, el Espíritu Santo es una «espiración». Y este movimiento va también en retorno, como en un diálogo, intemporal, ciertamente eterno; el Hijo es eternamente engendrado por el Padre y espira al mismo tiempo con el Padre el Espíritu, en un retorno de amor.

El único pasaje que nos ha llegado, fue dicho a las Hijas de la Caridad el 28 de noviembre de 1649, en la Conferencia sobre las razones para trabajar a fin de ganarse una parte de su vida:7

«El mismo Dios trabaja continuamente, continuamente ha traba­jado y trabajará».

«Trabaja desde toda la eternidad dentro de sí mismo por la gene­ración eterna de su Hijo, que jamás dejará de engendrar. El Padre y el Hijo no han dejado nunca de dialogar, y ese amor mutuo ha producido eternamente al Espíritu Santo, por el que han sido, son y serán distribuidas todas las gracias a los hombres».

Luego san Vicente pasa a la obra de la creación:

«Dios trabaja además fuera de sí mismo, en la producción y con­servación de este gran universo, en los movimientos del cielo, en las influencias de los astros, en las producciones de la tierra y del mar, en la temperatura del aire, en la regulación de las estaciones y en todo este orden tan hermoso que contemplamos en la natu­raleza, y que se vería destruido y volvería a la nada, si Dios no pusiese en él sin cesar su mano».

«Además de este trabajo general, trabaja con cada uno en parti­cular; trabaja con el artesano en su taller, con la mujer en su tarea, con la hormiga, con la abeja, para que hagan su recolec­ción, y esto incesantemente y sin parar jamás».

«¿Y por qué trabaja? Por el hombre, mis queridas hermanas, por el hombre solamente, por conservarle la vida y por remediar todas sus necesidades. Pues bien, si un Dios, soberano de todo el mundo, no ha estado ni un solo momento sin trabajar por dentro y por fuera desde que el mundo es mundo, y hasta en las produc­ciones más bajas de la tierra, a las que presta su concurso, ¡cuán razonable es que nosotros, criaturas suyas, trabajemos, como se ha dicho, con el sudor de nuestras frentes!».

Muy rápidamente, Vicente pasa no solamente a la obra de Crea­ción, sino también a la presencia de la Trinidad en las criaturas, pero sobre todo, por la gracia, por habitación, en los corazones de los bautizados, que deberían imitar, según su naturaleza limitada, la unión de las tres Personas.

El primer pasaje que nos queda sobre este aspecto nos ha llegado por una Hija de la Caridad, lo que pone de manifiesto que ellas habían interiorizado bien las enseñanzas del Señor Vicente. Fue el 26 de abril de 1643, en una conferencia sobre la unión:8

«La unión me parece que es la imagen de la santísima Trinidad. Las tres personas no son más que un solo y mismo Dios; están unidas desde toda la eternidad por el amor. De esta forma no­sotras no tenemos que ser más que un solo cuerpo en varias personas, unidas juntamente con vistas a un mismo fin, por amor a Dios. Por el contrario, la desunión me parece que es la imagen del infierno, donde los diablos y los condenados están en perpetua discordia y odio».

En otra oportunidad, es en el Consejo de las Hermanas, Santa Luisa ha sugerido que las Hermanas se ayuden «recíprocamente una a la otra», San Vicente se lanza con una larga exposición a la vez teológica y práctica, que no fue seguramente fácil de seguir por todas, pero que sin embargo una Hermana la tomó en notas, el 19 de junio de 1647:9

«Hace mucho tiempo que llevo deseando y sería para mí un gran consuelo que nuestras hermanas hubieran llegado a tal extremo de respeto entre sí que la gente de fuera no pudiese conocer nunca cuál de las hermanas es la hermana sirviente. Porque mirad, hijas mías, lo mismo que Dios no es más que uno en sí, y hay en Dios tres personas, sin que el Padre sea mayor que el Hijo, ni el Hijo superior al Espíritu Santo, también es preciso que las Hijas de la Caridad, que tienen que ser la imagen de la santísima Trinidad, aun cuando sean muchas, sin embargo no tienen que ser más que un solo corazón y una sola alma».

«Y lo mismo que en las sagradas personas de la santísima Trini­dad, las operaciones, aunque sean diversas y se atribuyan a cada una en particular, tienen relación una con la otra, sin que por atribuir la sabiduría al Hijo y la bondad al Espíritu Santo se pre­tenda que el Padre está privado de estos dos atributos, ni que la tercera persona carezca del poder del Padre o de la sabiduría del Hijo, de la misma forma es preciso que entre las hijas de la Cari­dad la que esté encargada de los pobres tenga relación con la que cuida de los niños, y la que cuida de los niños con la que atiende a los pobres».

«También me gustaría que las hermanas se conformasen en esto a la santísima Trinidad, que como el Padre se entrega totalmente al Hijo y el Hijo se entrega totalmente al Padre, de donde procede el Espíritu Santo, de la misma manera ellas sean totalmente la una de la otra para producir las obras de caridad que se atribuyen al Espíritu Santo, a fin de parecerse a la santísima Trinidad. Porque mirad, hijas mías, el que dice caridad dice Dios; vosotras sois hijas de la Caridad; entonces tenéis que formaros en todo lo que podáis a imagen de Dios. A esto es a lo que atienden todas las comunidades que aspiran a la perfección».

La acción creadora de la Santa Trinidad es también Providencia, pero aun más, Dios es amor, el amor tiende a extenderse, a difun­dirse: La Trinidad asocia a sus criaturas, y especialmente a los huma­nos, a su actividad de Providencia. Es una verdadera espiritualidad de la gestión de los bienes materiales la que Vicente nos enseña, y que es rara o inexistente en los autores espirituales. He aquí las refe­rencias: 28 de abril de 1638, a Antoine Portail,10 – en 1656, Avisos a Antoine Durand,11 – a las Hijas de la Caridad, 11 de noviembre de 1657,12 – 21 de febrero de 1659.13

Citemos solamente la más clara, a los misioneros, el 13 de diciem­bre de 1658:14

«¡Dios mío!, la necesidad nos obliga a poseer bienes perecederos y a conservar en la compañía lo que Dios le ha dado; pero hemos de aplicarnos a esos bienes lo mismo que Dios se aplica a produ­cir y a conservar las cosas temporales para ornato del mundo y alimento de sus criaturas, de modo que cuida hasta de un insecto; lo cual no impide sus operaciones interiores, por las que engendra a su Hijo y produce al Espíritu Santo; hace éstas sin dejar aquellas.15 Así pues, lo mismo que Dios se complace en pro­porcionar alimento a las plantas, a los animales y a los hombres, también los encargados de este pequeño mundo de la compañía tienen que atender a las necesidades de los particulares que la componen. No hay más remedio que hacerlo así Dios mío; si no, todo lo que tu providencia les ha dado para su mantenimiento se perdería, tu servicio cesaría y no podríamos ir gratuitamente a evangelizar a los pobres».

Esta actividad intratrinitaria de las Personas se completa por la Creación de seres distintos de Dios y las Misiones divinas, como el prólogo de San Juan nos lo enseña: el Verbo, la Palabra, era Dios y por él todo fue hecho. Además de la creación, el Verbo fue enviado para reparar la humanidad deteriorada por el pecado; la Encarna­ción, que va a ser presentada a continuación.

Antes de eso, contentémonos con dos pasajes sobre la Misión del Espíritu Santo. El 30 de julio de 1651 escribe a Anne Hardemont, Hermana sirviente en Hennebont.16

«En fin, vivan todas unidas, sin tener más que un solo corazón y una sola alma, a fin de que por esta unión de espíritu sean una verdadera imagen de la unidad de Dios, ya que su número repre­senta a las tres personas de la Santísima Trinidad».

«Le pido para ello al Espíritu Santo, que es la unión del Padre y del hijo, que sea igualmente la de ustedes, que les dé una profunda paz en medio de las contradicciones y de las dificulta­des, que necesariamente tendrán que existir alrededor de los pobres».

En sus cartas recuerda frecuentemente al Espíritu Santo, con fre­cuentes invocaciones. En las Conferencias pasa muy fácilmente de «el espíritu de Nuestro Señor», en sentido de mentalidad, al «Espirítu como Persona». Otras veces, en fin, mantiene los dos punto de vista, como en este texto a los misioneros, el 13 de diciembre de 1658, donde pasa del siempre estado de gracia santificante a lo que llama­mos la vía mística: la acción de Dios en nosotros.

Está comentando los artículos 2 y 3 de las Reglas Comunes, sobre los miembros de la Compañía y sus empleos:17

«La regla dice que, para hacer esto, lo mismo que para tender a la perfección, hay que revestirse del espíritu de Jesucristo. ¡Oh Sal­vador! ¡Oh padre! ¡Qué negocio tan importante éste de revestirse del espíritu de Jesucristo!».

«Para entenderlo bien, hemos de saber que su espíritu está exten­dido por todos los cristianos que viven según las reglas del cris­tianismo».

«Pero ¿cuál es este espíritu que se ha derramado de esta forma? Cuando se dice: ‘El espíritu de nuestro Señor está en tal persona o en tales obras’, ¿cómo se entiende esto? ¿Es que se ha derra­mado sobre ellas el mismo Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo, en cuanto su persona, se derrama sobre los justos y habita per­sonalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu».

Por fin, el Señor Vicente sabe presentar de manera viva y muy profundamente teológica la doctrina tradicional según la cual la Tri­nidad habita en el alma que vive en gracia. Sólo tenemos un pasaje del Señor Vicente, pero también muy fuerte y dinámico, vivo, expresado en términos bastante claros para que sintamos que Vicente no repite una lección, sino que comunica luces recibidas. Lo decía a los misioneros, en Pentecostés, sin indicación de año:18

«Si amamos a nuestro Señor, seremos amados por su Padre (8), que es tanto como decir que su Padre querrá nuestro bien, y esto de dos maneras: la primera, complaciéndose en nosotros, como un padre con su hijo; y la segunda, dándonos sus gracias, las de la fe, la esperanza y la caridad por la efusión de su Espíritu Santo, que habitará en nuestras almas (9), lo mismo que se lo da hoy a los apóstoles, permitiéndoles hacer las maravillas que hicieron».

«La segunda ventaja de amar a nuestro Señor consiste en que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo vienen al alma que ama a nues­tro Señor (10), lo cual tiene lugar: 1. ° por la ilustración de nues­tro entendimiento; 2. ° por los impulsos interiores que nos dan de su amor, por sus inspiraciones, por los sacramentos, etcétera». «El tercer efecto del amor de nuestro Señor a las almas es que no sólo las ama el Padre, y vienen a ellas las tres divinas personas, sino que moran en ellas. El alma que ama a nuestro Señor es la morada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, donde el Padre engendra perpetuamente a su Hijo y donde el Espíritu Santo es producido incesantemente por el Padre y el Hijo».

¿Nos damos cuenta de que esto no es presentado como una simple presencia inmóvil, sino que verdaderamente las operaciones interio­res de la Trinidad, las procesiones y las relaciones de las Personas, no se hacen en una especie de cielo de donde la Trinidad se extendería hasta el alma de cada uno, sino que cada alma en estado de gracia, de «caridad» es de verdad este cielo?

5. La Encarnación

Ya no tenemos las conferencias para prepararse a la Navidad, pero nos quedan algunas frases, en sus cartas en torno a esta fiesta, y muchas otras elevaciones.

5.1. El envío del Hijo por el Padre

El 23 de mayo de 1655, hablando de la obediencia, (san Vicente) contempla el envío, la Misión del Hijo, por el Padre, en el seno de la Trinidad:19

«Cuando el Padre eterno quiso enviar a su Hijo al mundo, le pro­puso todas las cosas que tenía que hacer y padecer. Ya conocéis la vida de Nuestro Señor, cómo estuvo llena de sufrimientos. Su Padre le dijo: ‘Permitiré que seas despreciado y rechazado por todos, que Herodes te haga huir desde tus primeros años, que seas tenido por un idiota, que recibas maldiciones por tus obras milagrosas; en una palabra, permitiré que todas las criaturas se pongan contra ti’.

Eso es lo que el Padre eterno le propuso al Hijo, que le respondió: ‘Padre, haré todo lo que me mandes’. Esto nos demuestra que hay que obedecer en todas las cosas en general».

5.2. El amor y el descenso

En cuanto al aspecto terrestre de la Encarnación, (san Vicente) nos ofrece varias consideraciones.

En primer lugar, el abajamiento que representa, como San Pablo sabe mostrarlo a los Filipenses, en su capítulo 2,5-11. Siguiendo a Bérulle, al Señor Vicente le gusta meditar el anonadamiento del Hijo de Dios. Tres días antes de la Navidad de 1656, el Señor Vicente ter­mina así una carta a un cohermano:20

«Por aquí no tenemos más novedad que el misterio que se nos acerca y que nos hará ver al Salvador del mundo como anonadado bajo la forma de un niño. Espero que nos encontraremos juntos a los pies de su cuna para pedirle que nos lleve tras él en su humillación».

Estas palabras de abajamiento, de anonadamiento, se encuentran muy menudo en él, referidas a Jesús, y como modelo para nosotros. Pero no tienen nunca un colorido sombrío y estrecho. Más bien, muestra la fuerza del amor que empujaba a Dios a esta empresa. Por eso debemos unir los dos: amor y abajamiento.

El 1 de enero de 1644, en una conferencia sobre la unión, una Hermana que ha tomado la palabra, expresa bien el vínculo entre el amor y el abajamiento:21

«Nuestro buen Dios nos ha amado tanto, y con un amor tan cor­dial, que se quiso entregar a sí mismo, y se rebajó hasta hacerse como un pecador».

Conservamos el proyecto de una conferencia con la cual, en 1645, el Señor Vicente reconfortaba a un hermano que iba a morir:22

«Ese enamorado de nuestros corazones, al ver que, por desgracia, el pecado había estropeado y borrado esa semejanza, quiso rom­per todas las leyes de la naturaleza para reparar ese daño, pero con la ventaja maravillosa de que no se contentó con devolvernos la semejanza y el carácter de su divinidad, sino que quiso, con el mismo proyecto de que le amásemos, hacerse semejante a noso­tros y revestirse de nuestra misma humanidad».

5.3. Este corazón del Hijo de Dios…

La expresión Sagrado Corazon no se empleaba aún habitual­mente, a pesar de que él había visto, al llegar a Châtillon les Dombes, en 1617, un cuadro del Sagrado Corazón sobre el altar de la Capilla del Rosario (Inventario por el notario). Dice simplemente «el Corazón de Jesús». Leamos esta palabra encendida, en la conferencia del 22 de agosto de 1655 a los misioneros:23

«Bien, pidámosle a Dios que dé a la compañía ese espíritu, ese corazón, ese corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese co­razón del Hijo de Dios, el corazón de nuestro Señor, que nos dispone a ir como él iría y como él habría ido si hubiera creído conveniente su sabiduría eterna marchar a predicar la conversión a las naciones pobres».

«Para eso envió él a sus apóstoles; y nos envía a nosotros como a ellos, para llevar a todas partes su fuego, a todas partes. Ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur (3); llevar a todas partes ese fuego divino, ese fuego de amor y temor de Dios, por todo el mundo: la Berbería, las Indias, el Japón».

En plena conferencia, o en plena carta, (san Vicente) deja escapar efusiones sobre Cristo que son tanto más reveladoras cuanto que nunca ha pretendido escribir obras de mística. Citemos solamente un pasaje sobre el amor inmenso de Jesús para con nosotros, el 13 de diciembre de 1658, a los misioneros:24

«Y su amor, ¿cómo era? ¡Oh, qué amor! ¡Salvador mío, cuán grande era el amor que tenías a tu Padre! ¿Podía acaso tener un amor más grande, hermanos míos, que anonadarse por él? Pues san Pablo, al hablar del nacimiento del Hijo de D;os en la tierra, dice que se anonadó (Fil 2,17). ¿Podía testimoniar un amor mayor que muriendo por su amor de la forma en que lo hizo? (Jn 15,13) «.

«Sus humillaciones no eran más que amor; su trabajo era amor, sus sufrimientos amor, sus oraciones amor, y todas sus operacio­nes exteriores e interiores no eran más que actos repetidos de su amor. Su amor le dio un gran desprecio del mundo, desprecio del espíritu del mundo, desprecio de los bienes, desprecio de los pla­ceres y desprecio de los honores».

«He aquí una descripción del espíritu de nuestro Señor, del que hemos de revestirnos, que consiste, en una palabra, en tener siem­pre una gran estima y un gran amor de Dios. Jesucristo estaba tan lleno de él que no hacía nada por sí mismo ni por buscar su satisfacción: Quae placita sunt ei, facio semper (25); hago siem­pre la voluntad de mi Padre; hago siempre las. acciones y las obras que le agradan».

Sería necesario releer también el bonito pasaje sobre la caridad, en la conferencia del 30 de mayo de 1659 a los misioneros, a la que pertenece esta frase:25

«¡Oh Salvador! ¡Fuente de amor humillado hasta nosotros y hasta un suplicio infame! ¿Quién ha amado en esto al prójimo más que tú? Viniste a exponerte a todas nuestras miserias, a tomar la forma de pecador, a llevar una vida de sufrimiento y a padecer por nosotros una muerte ignominiosa; ¿hay amor seme­jante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente?».

5.4. En el momento de su venida a la tierra

Es de notar que, siguiendo a los Padres de la Iglesia y a Bérulle, el Señor Vicente no contempla la Encarnación solamente en el mo­mento de Navidad, sino que liga su nacimiento sobre la tierra a toda su vida y a su Pasión: está ya aquí toda la espiritualidad de las Her­manas de Gethsemani…

Pero Vicente la meditó también en el momento de su venida a la tierra, en la Virgen María, en la Anunciación. El 26 de septiem­bre de 1659, en una conferencia a los misioneros sobre el Oficio divino y la importancia de la alabanza, él insiste en el sentido de la adoración, el reconocimiento de la grandeza de Dios, la virtud de religión, — que es una de las marcas de la Escuela Francesa de espi­ritualidad:26

«¿Sabéis, hermanos míos, que el primer acto de la religión es la alabanza de Dios? Más aún: esto está incluso por encima del sacrificio… Hay que reconocer la esencia y la existencia de Dios y tener algún conocimiento de sus perfecciones antes de ofrecerle un sacrificio, esto es natural…».

«Tan cierto es esto que Dios observó este mismo orden en la encarnación. Cuando el ángel fue a saludar a la santísima Virgen, empezó por reconocer que estaba llena de las gracias del cielo: … Así lo reconoce y la alaba como llena de gracia».

«¿Y qué hace luego? Aquel hermoso regalo de la segunda persona de la santísima Trinidad; el Espíritu Santo, reuniendo la sangre más pura de la santísima Virgen, formó con ella un cuerpo, luego creó Dios un alma para informar aquel cuerpo y a continuación el Verbo se unió a aquella alma y a aquel cuerpo por una unión admirable, y de esta forma el Espíritu Santo realizó el misterio inefable de la encarnación. La alabanza precedió al sacrificio».

Podremos meditar con él en la Pasión, durante una conferencia a los misioneros, sobre la mansedumbre, el 28 de marzo de 1659:27

… Meditemos todo eso, Señores; encontraremos actos extraordi­narios de mansedumbre que sobrepasan el entendimiento huma­no, y consideramos como él conserva esta mansedumbre por todas partes…

5.5. Insiste para que vivamos de Jesús

Retengamos al menos lo que escribe el 1 mayo de 1635 a su pri­mer compañero de misión, Antoine Portail, con motivo del fracaso en una misión:28

«Acuérdese, padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo. Pues bien, puestos estos fundamentos, démonos al menosprecio, a la vergüenza, a la ignominia y des­aprobemos los honores que recibimos, la buena reputación y los aplausos que se nos dan y no hagamos nada que no sea para este fin. Trabajemos humilde y respetuosamente… No se le cree a un hombre porque sea muy sabio, sino porque lo juzgamos bueno y lo apreciamos».

Terminemos con el hecho de que nuestra fe en la Encarnación debe abrirse en la oración. ¿Pensamos a todo eso cada vez que reci­tamos el Ángelus, si aún lo recitamos? El Señor Vicente incitaba a las Hijas de la Caridad a estar atentas:29

«Se trata de una oración para dar gracias a Dios por haber venido a este mundo a encarnarse por nuestra salvación… Hay que tener la intención de dar gracias a Dios por ese gran misterio siempre que oigáis el sonido de la campana…».

6. Nos dejó bonitas meditaciones sobre la Eucaristía

Nos contentaremos de el pequeño resumen que es el párrafo 3 del capítulo X de las Reglas.

«Y porque, para venerar perfectamente estos misterios, no puede darse medio más excelente que el debido culto y el buen uso de la Sagrada Eucaristía, ya la consideremos como sacramento, ya como sacrificio, teniendo en cuenta que contiene en sí como un compendio de los demás misterios de la fe, y que por sí misma santifica y finalmente glorifica las almas de los que celebran como es debido y de los que comulgan dignamente, y de esta manera se da mucha gloria a Dios trino y uno y al Verbo encarnado».

«Por eso en ninguna cosa pondremos tanto empeño como en tri­butar a este sacramento y sacrificio el culto y honor debidos y en procurar que los demás le tributen el mismo honor y la misma reverencia, y esto procuraremos cumplirlo con el mayor esmero, en especial impidiendo, en cuanto esté de nuestra parte, que se cometa contra él la menor irreverencia, de palabra y obra, y ense­ñando con diligencia a los demás lo que deben creer acerca de este inefable misterio, y cómo deben venerarle».

7. Nos exhorta por fin a venerar a la Vírgen María

San Vicente) recomendó a sus Misioneros el amor por la Virgen, justo después de la Santa Trinidad, la Encarnación y la Santa Euca­ristía, en el nº 4 del capítulo X de sus Reglas Comunes:

Y ya que la misma Bula nos encarga además que veneremos con particular culto a la Santísima Virgen María, a lo cual ya esta­mos obligados por diferentes títulos; todos y cada uno, con la gra­cia de Dios, procuraremos cumplirlo perfectamente: 1. Haciendo todos los días con especial devoción algún obsequio a esta digní­sima Madre de Dios y nuestra. 2. Imitando, en cuanto nos sea posible, sus virtudes, especialmente su humildad y su pureza. 3. Exhortando ardientemente a los demás, siempre que oportu­namente podamos, a que constantemente le tributen el mayor honor que puedan.

A menudo ha meditado las virtudes de Nuestra Señora.

Comentó seguramente el Magnificat, ya que lo que sigue no es una simple chispa fugitiva, sino el eco de efusiones más desarrolla­das. En efecto, el 24 de julio de 1655, tiene una manera original y muy dinámica de parafrasearlo:30

¡Quiera la bondad de Dios darnos el espíritu, que los anima y un corazón grande, ancho, inmenso! Magnificat anima mea Domi­num!: es preciso que nuestra alma engrandezca y ensalce a Dios, y para ello que Dios ensanche nuestra alma, que nos dé amplitud de entendimiento para conocer bien la grandeza, la inmensidad del poder y de la bondad de Dios; para conocer hasta dónde llega la obligación que tenemos de servirle, de glorificarle de todas las formas posibles; anchura de voluntad, para abrazar todas las oca­siones de procurar la gloria de Dios. Si nada podemos por noso­tros mismos, lo podemos todo con Dios.

No puso la obligación del rosario a los Misioneros, ya que tienen el Breviario, pero lo puso en la Regla de las Hijas de la Caridad, ya que el rosario se instituyó progresivamente, a partir de los Padres del desierto, para los que no sabían leer, y que recitaban 150 «ave» en lugar de los 150 salmos que los otros recitaban cada día; más tarde, después de Santo Domingo, se agrega la meditación de los misterios. Y San Vicente había obtenido en 1650, para los Misioneros en Mada­gascar, entre otras facultades, la 23º, de recitar el Rosario u otros rezos si no podían llevar el Breviario (que era entonces voluminoso y pesado).31 Eso ilustra lo que explica a las Hermanas, el 8 de diciem­bre de 1658, el valor profundo del rosario:32

Ya sabéis la importancia que tiene hacer bien esta oración, ya que de todas las oraciones solamente ésta, o sea el Padrenueslro, fue la que enseñó Nuestro Señor a los apóstoles; y es esta misma ora­ción, al menos en su parte principal, la que compone el rosario. «Cuando recéis, les dijo, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, etcétera» (Mt 6,9). Imaginémonos, mis queridas hijas, que está en medio de nosotros y que nos dice lo mismo.

La otra oración de la que está compuesto el rosario es el Avema­ría, que fue hecha por el Espíritu Santo. La empezó el ángel al saludar a la santísima Virgen y la continuó santa Isabel cuando fue visitada por su prima; la Iglesia añadió todo lo demás. De forma que esta oración está inspirada por el Espíritu Santo.

Así pues, hijas mías, el rosario es una oración muy eficaz, cuando se hace bien… Por eso vemos a tantas almas santas uni­das para alabar a Dios y a la santísima Virgen.

Y tenéis que tener cuidado de cumplir bien con lo mandado; es vuestro breviario.

Concluyamos con una frase de la consagración de las Hijas de la Caridad a la Virgen, el 8 de agosto de 1655, con una fórmula extraordinariamente actual:33

Santa Virgen, que hablas para los que no tienen lengua y no pueden hablar, te suplicamos que asistas a esta pequeña Compañía.

 

  1. MIGNE Grec, 31, 925A.
  2. MIGNE Grec, 31, 1325A.
  3. MIGNE Latin, 33, 960 y siguientes.
  4. Se les encuentra en francés, en la edicion del padre Courel, en dos tomos, editorial Desclée de Brouwer, Christus nº 23 et 24, y en español, entre muchas otras, en Obras, edicion manual, Biblioteca de autores cristianos, paginas 433 a 695, con todas las versiones y reglas particulares.
  5. San AGUSTIN, De Trinitate, liber II, seccion II, articulos IV, 6 a V, 10; y Santo TOMAS DE AQUINO, por su parte, en la Suma Teologica, Prima Pars, Question 43, 8 articulos.
  6. Cf. Questions Disputées De Potentia, Question 9, article 9.
  7. SV IX, 489-490 (COSTE); SVP.ES IX, 444 ss.
  8. SV IX, 98 (COSTE); SVP.ES IX, 107.
  9. SV XIII, 633-634; SVP.ES X, 766.
  10. SV I, 475; SVP.ES I, 475.
  11. SV I, 475; SVP.ES I, 475.
  12. SV X, 332; SVP.ES IX, 914 s.
  13. SV XII, 142; SVP.ES IX, 438.
  14. SV XII, 110-111; SVP.ES XI, 413.
  15. Santo TOMÁS dice expresamente en las Quaestiones disputatae de Veritate, q. 2, art. 2, ad 2: Deus maxime ad essentiam suma redit quia omnibus provi­dens ac per hoc in omnia quodam modo exiens at procedens in se ipso fixus et immisus ceteris permanet.

    Dios manifiesta su esencia en que siendo Providencia total para todos los seres y por lo tanto como saliendo de sí y procediendo en cierto modo en la creación, permanece estable en si mismo e íntimamente unido a los otros seres.

    La razón de esto se nos da en las Quaestiones Dispurarae de Potencia, q. 2, art. 6: En Dios, ser único y simple, no hay realmente poderes distintos (el poder de engendrar a proceder de las Personas y el poder de crear) y así no se pueden separar y sólo soe distinguen por os actos. Las Personas, por otra parte, no son tres dioses, pero son realmente distintas, ya que no son poderes sino relaciones. Por eso las personas son coeternas, mientras que la creación no lo es.

    Una vez más podemos notar que San Vicente fue un teólogo agudo e ins­truido.

    Por supuesto, este pensamiento seguramente se encontrará en otros auto­res antiguos.

  16. SV IV, 235-236; SVP.ES IV, 228-229.
  17. SV XII, 107-108; SVP.ES XI/3, 410-411.
  18. SV XI, 44; SVP.ES XI, 336-337.
  19. SV X, 85-86; SVP.ES IX, 716-717.
  20. SV VI, 150; SVP.ES VI, 144.
  21. SV IX, 144; SVP.ES IX, 146.
  22. SV XI, 145-147; SVP.ES XI, 65.
  23. SV XI, 291; SVP.ES XI/3, 190.
  24. SV XII, 109; SVP.ES XI/3, 411-412.
  25. SV XII, 264; SVP.ES XI, 555.
  26. SV XII, 326-327; SVP.ES XI/4, 606.
  27. SV XII, 192-194; SVP.ES IX, 1104.
  28. SV I, 295; SVP.ES I, 320.
  29. SV X, 570; SVP.ES IX, 104.
  30. SV XI, 203-204; SVP.ES XI, 122-123.
  31. SV XIII, 321; SVP.ES X, 385.
  32. SV X, 620-621; SVP.ES IX, 1146.
  33. SV X, 105; SVP.ES XI, 733.

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