Federico Ozanam según su correspondencia (09)

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Pativilca · Año publicación original: 1957.
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Capítulo IX: La Conferencia de Lyon

¿Rencores? ¿De qué sirven?
¿Qué logran los rencores? Ni restañan heridas,
ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas
tiempo para dar flores
y no prodiga savias
en pinchos punzadores.

Amado Nervo.

El regreso de Ozanam a su hogar, después de cinco años de ausencia, colmó de felicidad el corazón de sus padres. El también se entregó a compartir sin reservas ni medida la dicha de su familia, cuya mayor felicidad consistía en volver a encontrar a su mismo Federico, sin que la ausencia lo hubiese cambiado en lo más mínimo: su frente siempre coronada de pureza; su corazón siempre repleto de fe cristiana.

Por disposición de su padre, debía Ozanam instalarse como futuro abogado de la Corte Real de Lyon, pero faltaban cuatro meses para que dicho proyecto pudiese realizarse. Aprovechó Ozanam este lapso de cuatro meses para fundar en Lyon la primera Conferencia de San Vicente de Paúl.

1.— Ozanam y Lamartine

No tenemos datos fijos sobre cómo se llevó a cabo esta fundación, ya que la correspondencia de Ozanam en esos días está llena con el dolor que le causan los errores de Lamartine, que tuvieron por resultado la condenación de su Jocelyn, y la publicación que salió en esos días de las «Paroles d’un croyant», de Lammenais.

Dolor grande sintió el joven creyente. Pero dolor fuerte y admirable por su enérgica adhesión a la Santa Sede, la cual se tradujo en esta espléndida profesión de fe católica, romana: «Roma —escribe a Lallier—, Roma mostró su valor al herir al primero y mostró que no teme al segundo. El genio no le inspira ningún temor, ya que ella tiene continuamente junto a sí al mayor de los genios que siempre la inspira. Pero es doloroso contemplar al genio desertor pasarse, como tránsfuga al campo opuesto. Tránsfuga impotente, ya que, al abjurar su fe, abdica su gloria y su fuerza, doble motivo de llanto para aquellos que lo admiraban.»

Por su parte, no escondía Lamartine su predilección por aquel joven sabio que había sabido acaparar su atención y merecer su admiración. Oigamos lo que, entre otros elogios, dijo de él: «Aunque su filosofía y la mía divergían en varios artículos, esa diferencia no establecía ninguna separación, ninguna frialdad entre nosotros. Se podía discutir, pero nunca pelear con aquel joven sin hiel. Su tolerancia era concesión, era respeto».

2.— Fundación de la Conferencia de Lyon

El 4 de diciembre del mismo año 1836, rinde cuentas Ozanam a la Conferencia de París, con el siguiente informe: «Varios jóvenes formaban parte de las Conferencias de París, al encontrarse reunidos aquí, en Lyon, de regreso en sus hogares, después de haber terminado sus estudios, recordando los amigos que habían endulzado su destierro en la capital y recordando la felicidad que experimentaron al hacer reunidos un poco de bien y al evitar un poco de mal, se apresuraron a reanudar los lazos que acababan de romper y acordaron el reunirse, fundar, aquí, según el modelo de París, una Conferencia de Caridad.»

La primera reunión tuvo lugar el día 1 de agosto.

Fue poco numerosa. Algunos días después, se sumaron otros, que elevaron el número a trece. Y así, sucesivamente, llegaron a veintidós. Todos ellos compañeros de oración y de limosnas. Animados del mismo espíritu primitivo de la Sociedad, espíritu de fe y de piedad para sí mismo, espíritu de caridad corporal y espiritual para los pobres y espíritu de celo que los impulsa a reclutar para las Conferencias de París a todos los jóvenes lioneses que cursaban sus estudios en aquella capital. «Así, regresarán un día formados por vosotros —escribía Ozanam a sus amigos—, trayendo en sus corazones el fuego sagrado que habréis sabido conservar».

3.— Sus actividades

Esta Conferencia de Lyon prodigaba sus cuidados a veinte familias.

«Edificándose los unos a los otros, tanto los visitados como los visitantes, y viviendo así unidos y como arropados por el manto de San Vicente de Paúl.»

La cuenta rendida por Ozanam debía ser leída en París el 8 de diciembre. La Obra comienza. Acaba de nacer. Pero ya está viva. Es débil, pero llegará a ser fuerte, manteniéndose injertada en la Obra de París. Gran necesidad tiene de esa unión para resistir los obstáculos que encuentra a cada paso, sobre todo, entre la gente buena que siente miedo, que no tiene confianza. Por todas esas dificultades, dirige Ozanam esta especie de plegaria a M. Bailly:

«Trabajad para que nuestro número se multiplique. Y esforzaos también en hacernos mejores, más tiernos y más fuertes, ya que a medida que los días se agregan a los días, vemos que el mal se agrega al mal y la miseria a la miseria. ¡Ya las luchas políticas se ven eclipsadas por las luchas sociales!… Lucha entre la pobreza y la riqueza. Entre el egoísmo que quiere arrebatar y el que no quiere soltar. Terrible habrá de ser el choque entre esos dos egoísmos, si no se interpone entre ellos la caridad cristiana, si no se convierte ésta en medianera, con la omnipotencia del amor, entre el pobre, poderoso por su número, y el rico, fuerte por su poder. Dios, en su misericordiosa Providencia, por una razón poderosa, despertó en Vd. el deseo de fundar esa Obra que ha hecho crecer bajo su tutela.»

4.— Su progreso

Ya para el mes de julio podía anunciar Ozanam a la Asamblea general, que se reunía con ocasión de la fiesta de San Vicente de Paúl, que la joven Conferencia de Lyon contaba con cuarenta miembros, los cuales visitaban setenta familias. Cerraba estas buenas noticias con las siguientes palabras:

«Todos acudiremos a esa fiesta. Todos acudiremos a esa cita de las almas. Allí estaremos todos presentes ante la mirada de San Vicente de Paúl, nuestro padre; de la Santísima Virgen, nuestra Madre, y de Jesucristo, nuestro Dios.»

Aunque las Conferencias fuese una Sociedad seglar, contaba con el apoyo decidido de la mayoría del clero. Varios párrocos la veían con especial interés.

5.— Oposición y contrariedades

Sin embargo, la Sociedad encontró en muchas partes la desconfianza. Ya oímos quejarse a Ozanam por los obstáculos que les suscitaba en Lyon «la gente buena». En el boletín de 1837, se puede ver por qué les ponían dificultades. Les censuraban, ante todo, su origen extranjero y, sobre todo, parisién. Igualmente, su novedad, mal vista en una ciudad no menos apegada a sus instituciones y a sus costumbres del pasado que a sus piadosas creencias y a sus modas antiguas. Y puede decirse que se veían atacados por la piedad rutinaria de muchos, sombría en sus sospechas e inconsideradamente absoluta en su celo.

Al contar Ozanam a los socios de París estos laboriosos comienzos, les describe la modestia tradicional de las reuniones y los ciegos prejuicios de los adversarios. Y no calla los procedimientos cristianos con que se defendía aquella honrada y pacífica juventud: «Nos reunimos martes por la noche, a las ocho. Tenemos, como en París, la mesa con su carpeta verde, los dos candeleros, el ropero, bueno y viejo. Pero la sala no llega a llenarse. Y la bolsa tampoco. Ya hemos soportado las pequeñas contrariedades que habíamos previsto. Hemos encontrado personas piadosas que se han asustado y han gritado. Han dicho que una camarilla de jóvenes «Menesianos» que había logrado imponer el P. Lacordaire al Arzobispo de París, querían establecerse como dueños y señores de Lyon, que habían pedido listas de pobres a todas las Hermanas de Caridad de la ciudad, que por lo menos, eran treinta, que había entre ellos nos que no eran cristianos y que iban a desacreditar a todas las demás Obras, por la manera incorrecta como erigían ésta, etc.

«Obedientes a la ley de nuestro reglamento, nos hicimos pequeñitos, muy humildes. Aseguramos que nuestras intenciones eran inofensivas y que veíamos con gran respeto las demás Obras…, y al fin hemos logrado que no hablen más de nosotros, como no sea para asegurar que pronto fracasaremos… Yo espero que, a pesar de las siniestras profecías, triunfaremos, no por el misterio, sino por la humildad, no por el número, sino por el amor; no por las protecciones, sino por la gracia de Dios.»

Tal fue la carta oficial. En otra íntima a Lallier, da Ozanam rienda suelta a su numen describiendo esos «caciques laicos de la ortodoxia, Padres de Concilio con frac y pantalones rayados», doctores infalibles que pronuncian su «ex cátedra» entre plato y plato, puritanos de provincia que sólo ven perversidad en todo lo que venga de París, grandes acaparadores de todas las Obras de cuyo monopolio quieren apoderarse. «No podría imaginarse — le dice a su amigo— las mezquindades, los ultrajes, las vilezas, argucias y bagatelas de que se han valido estas buenas gentes, con la mejor buena fe del mundo, para atacarnos. Chaurand y yo, en nuestro carácter de principales fundadores y directores de la Obra, hemos sido el blanco de todas las saetas. Y esta lucha nos fatiga mucho. Pero lo más lamentable es que todo eso deja siempre un poco de acritud en el espíritu y la víctima de todas esas discusiones resulta ser la caridad. Discusiones que, por otra parte, no se pueden evitar, por el interés del bien y de la verdad».

6.— Fortaleza de Ozanam

Vemos, por lo tanto, cómo Ozanam encontró también mezquindades y vejaciones en su apostolado. Encontró él también en su camino la fatal incomprensión, tal vez negra envidia que quiso obstaculizar sus pasos. Pero, si tropezaron sus pies, supieron sostenerse, no ya para no caer, sino más bien para ni siquiera detenerse. La fuerza que animaba la voluntad y la luz que iluminaba su espíritu eran dos alas que sostenían su ideal. Luz y fuerza que, haciéndolo superior a las circunstancias, lo obligaban a vencer el obstáculo, a seguir siempre adelante en la realización de su plan. Y su plan era amar a Dios y hacer efectivo ese amor para sus obras de amor. Amar a Dios con el sudor de su frente, con la fatiga de sus brazos. Por eso, si se queja, no lo hace impulsado por el desaliento. Testimonio de esto tenemos en el final de su misma carta:

«El número de socios es, por hoy, de cincuenta, de los cuales treinta y cinco trabajan asiduamente». En la cuenta rendida en diciembre, dice así:

«Gracias al rigor de la presente estación hemos sido muy bien acogidos en todas partes, encontrando mayor fe en nuestros pobres, y en nosotros mismos tesoros de alegría y resignación. Así, en este dulce comercio de la caridad, supera en mucho el beneficio al esfuerzo.»

7.— Fraccionamiento de la Conferencia de Lyon

Continuemos nuestra relación: En vista del aumento considerable de sus miembros y de la distancia que separa los barrios entre si, decidió la Conferencia dividirse en dos: una para el Norte y otra para el Sur. Una en la parroquia de San Pedro y otra en la parroquia de San Francisco. Eran ya setenta y cinco las familias visitadas. Entre éstas, hay una que fue arrancada del protestantismo, hay un niño bautizado y hay varios hombres atraídos a frecuentar los Sacramentos. Con razón podían pensar los socios de las Conferencias que la gracia divina ayudaba sus esfuerzos.

8.— Círculo para militares

Pero la obra principal de las Conferencias de Lyon, obra muy conforme con el espíritu de San Vicente de Paúl, fue la instalación de un «Círculo» o lugar de reunión para los militares que custodiaban la ciudad. Encontraron los socios a un buen sacerdote que los se secundó en sus esfuerzos y consiguieron también un local. Lograron establecer una biblioteca con quinientos volúmenes. Estos libros se prestaban y circulaban. Más de mil soldados se aprovecharon de esta institución.

9.— Escuela y biblioteca

Poco después, no les bastó la biblioteca y le agregaron la escuela, donde dos veces por semana daban los socios de las Conferencias clases de escritura, lectura y cálculo. Los soldados acudían allí con entusiasmo y, al mismo tiempo que se instruían, cobraban confianza con sus maestros, les abrían el corazón y recibían sus consejos. Más tarde, agregaron a todo esto una reunión dominical que terminaba con palabras del sacerdote y bendición la bendición los Santísimo. Podemos leer en una carta de Ozanam los frutos de moralización y de conversión obtenidos por este medio. Dice así:

«Hemos aprendido muchas cosas en el trato íntimo con el soldado. Nunca hubiéramos sospechado cuán grandes son los corazones que palpitan bajo ese uniforme y hasta qué punto se encuentra allí viva y escondida la fe enseñada por la madre y practicada en el hogar.»

En su respuesta a Ozanam, le participa M. Bailly que ha mostrado al Arzobispo la carta en que le habla de la obra del soldado, por la cual se mostró Monseñor muy interesado y conmovido. Le ruega, al mismo tiempo, más detalles sobre esta bella misión, detalles que desea tener antes del 10 de diciembre, fecha de la próxima junta.

Cuando recibió esta carta, ya les había enviado Ozanam todos los datos concernientes a la obra, instando a las Conferencias de París y de los otros lugares para que hicieran lo mismo que hacían ellos en Lyon, para que por este medio, lograsen los soldados, al cambiar de guarnición, encontrar siempre el mismo refugio. En la misma carta, les indica a un sacerdote muy fervoroso que vive cerca de los Inválidos y que le parece muy a propósito para la obra.

Como la perseverancia con que trabajaban nuestros jóvenes no era menor que el ardor que en su labor ponían, resultó muy fructuosa la cuenta rendida el año siguiente. En ella se ve el progreso obtenido por las dos Conferencias y por sus obras anexas. Ya estaba asegurada la asistencia facultativa por la colaboración de los jóvenes médicos inscritos en la Sociedad, y asegurada también en dos farmacias la distribución gratuita de los remedios. Y aquí repite Ozanam su idea de siempre: «Esperemos que así, por la generosidad de los bienes materiales, podamos multiplicar el bien de las almas. Es asombroso —agrega— el bien que puede realizar un médico piadoso, ante el lecho de un moribundo.» En esa misma carta, relata las conversiones obtenidas entre los soldados.

Pero en medio de cosecha tan óptima, Ozanam no está satisfecho y exclama: «¿Quién podría decir los resultados que podríamos obtener si tuviéramos una piedad más sincera, si no fuéramos tan inferiores a nuestra vocación?… Podríamos santificar el mundo. Pero, ¡ay!, ¡lo podríamos, si nosotros fuéramos santos!… ¿Cómo predicar al desgraciado las virtudes de las cuales nosotros mismos carecemos? Virtudes que ellos practican mejor que nosotros, ya que tenemos que reconocer, con San Vicente de Paúl, que esos desgraciados son superiores a nosotros. Esos pobres de Jesucristo son nuestros señores y maestros, decía el Santo, y nosotros no somos dignos de atenderlos.»

Mientras Ozanam trabajaba asiduamente en Lyon, seguía los pasos de las Conferencias de París, con la continua solicitud del fundador ausente. Se dirige sin cesar a Lallier, secretario general y brazo derecho del venerable presidente, para recordarle las obligaciones de su cargo. Le escribe que la primera de esas obligaciones consiste en establecer la unión de todas las Conferencias entre sí y de todas ellas con la de París, centro y hogar de donde todas deben recibir luz y calor. «No basta crecer —dice—, preciso es unirnos y establecer el contacto continuo de la circunferencia con el centro. Nuestra pequeña Sociedad de San Vicente de Paúl ha tomado proporciones tan considerables, que bien podemos considerar que es obra de la Providencia y no ha de ser para nada que Vd. ocupe en ella un puesto tan importante. No se engañe, señor secretario general; después de M. Bailly Vd. es el alma de la Sociedad. De Vd. depende la unión de las diversas Conferencias. Y de la unión depende el vigor y la estabilidad de la Obra.

«La rendición de cuenta anual está muy bien. No hay duda de que ya es éste un punto de contacto que tienen las Conferencias entre sí. Pero no basta.»

10.— Institución de las circulares

Bien pronto indicó Ozanam un nuevo medio eficaz para aumentar ese contacto. Ideó la institución de las Circulares que irían a recordar a todos el espíritu, las reglas y el fin supremo de la Sociedad.

En 1837, inauguró Lallier la serie de Circulares del Consejo General, las cuales habían de contribuir tan eficazmente a propagar la corriente de caridad cristiana por todos los extremos del Universo.

La primera de estas circulares, decía así: «Bien sabéis que si hay algo en el mundo que vigoriza y ayuda, es el pensar que no estamos solos y que estamos rodeados de consejos y de ejemplos. Vive doblemente aquel que vive entre sus amigos. Las sociedades de caridad viven también doblemente cuando se saben acompañadas y ayudadas por sociedades hermanas.»

11.— Insistencia de Ozanam sobre el espíritu requerido en las Conferencias

Ahora bien, el tema principal de Ozanam, el que recomienda con mayor interés en sus cartas al secretario general, es la conservación del espíritu primitivo de la Obra, que es el mismo espíritu de San Vicente de Paúl. La virtud que más recomienda es la humildad. Humildad que exige para la Obra en general y que juzga imposible lograrla sin la humildad de los miembros en particular. Es tal la insistencia de Ozanam sobre este punto, es tal la ansiedad con que reclama esta virtud, que parece casi imponer la retirada a un miembro que se sienta incapaz de albergarla en su pecho.

¡Atrás!, parece decir, frentes erguidas por la soberbia. Vuestro puesto no está aquí. Atrás, rostros contraídos por la jactancia, ¡adulteráis nuestra labor! Semejantes modales lastiman el corazón de nuestro Dios, desgarrado en la persona del pobre. Semejantes modales podrán encontrar su campo de acción en otras obras, pero no en ésta, que obedece tan sólo al más dulce de los mandatos: «Amaos los unos a los otros…», y por eso requiere corazones puros que, sin reparar en la joya, sin mirar el andrajo, sepan descubrir la imagen de Dios en cada uno de sus semejantes.

Nuevo Ignacio de Loyola por el espíritu, teme más para su Obra la exaltación que la contradicción. Y desea más para ella la oscuridad que la prosperidad. Sí, la oscuridad en el ejercicio del bien. Veamos cómo se expresa sobre este punto en su carta a Lallier:

«Apruebo de corazón su intención de recalcarnos en su próxima circular lo provechoso que es para nuestra Obra que pasemos inadvertidos y que permanezcamos en la oscuridad. Yo llegaría hasta proponer este principio: que la humildad sea obligatoria tanto para la Asociación como para cada miembro. Me apoyaría, para esto, en el ejemplo que nos dejó San Vicente de Paúl, quien reprendió a un sacerdote de la Misión por haber dicho, al hablar de su Congregación: «Nuestra santa Congregación». Nuestra divisa podría ser: no hacerse ver, ni dejarse sentir.»

Tenemos que reconocer que este joven Salomón había recibido de lo alto el espíritu de sabiduría para guiar esas tribus de jóvenes con quienes pretendía levantar y sostener el gran templo de la caridad.

A fines de 1838, habiendo logrado a su vez Lallier el título de doctor, abandonó París, para establecerse definitivamente en Sens, su ciudad natal, donde ejerció las funciones de juez del Tribunal y donde debía fundar un hogar verdaderamente modelo.

Ozanam, por su lado, hace un año que está también entregado al ejercicio de su profesión. Ahí le encontramos en el próximo capítulo.

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