Espiritualidad vicenciana: Misiones Populares, ayer y hoy

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicenciana, Misiones «Ad gentes»Leave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Ander Arregui, C.M. · Año publicación original: 1995.

1ª clave: LA ORIENTACIÓN CATEQUÉTICA: I. La orientación catequética en los orígenes.- II. La orientación catequética de las Misiones hoy.- 2ª clave: LA OPCIÓN POR LOS POBRES: I. La opción por los pobres en San Vicente de Paúl.- II. La opción por los pobres, hoy.- 3ª clave: LA PREOCUPACIÓN POR LA CONTINUI­DAD: I. La preocupación por la continuidad en Vicente de Paúl. ­II. La importancia de la continuidad en las Misiones Populares, hoy.


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Las Misiones Populares vicencianas, en su origen, intentan atajar la ignorancia religiosa en la que viven los pobres en el Medio rural.

En la Francia de los siglos XVI y XVII van sur­giendo personas que toman conciencia de la ig­norancia del «pobre pueblo». Existe en ellas una preocupación casi obsesiva por el hecho de que muchos se condenan por no saber las verdades fundamentales de la fe y por confesarse mal. An­te la necesidad de una reforma pastoral, algunos buscan nuevos cauces de evangelización. Entre ellos se encuentran: Adrián Bourdoise, Jean-Jac­ques Olier, Jean Eudes, y VICENTE DE PAÚL. Lo ori­ginal de éste no fue inventar, sino el organizar y plasmar las iniciativas pastorales que iban sur­giendo en cauces concretos. (A. Dodin, La cate­quesis en s. Vicente de Paúl, en Vicente de Paúl y la catequesis, CEME, Salamanca 1979, 34)

Uno de los cauces evangelizadores que po­tenció y sistematizó Vicente de Paúl fue el de las Misiones Populares, también llamadas misiones en el interior o parroquiales. Ya desde sus co­mienzos, aparecen en estas Misiones Populares unos elementos claves a tener en cuenta, que son muy válidos a la hora de presentarlas en la ac­tualidad como un medio de evangelización.

1ª clave: la orientación catequética

I. La orientación catequética en los orígenes

Desde el principio predomina en las Misiones Populares la preocupación por instruir en lo fun­damental de la fe. Este matiz les diferencia de otro tipo de Misiones cuya orientación es más pe­nitencial, que buscan sobre todo mover a la con­fesión, y recurren para ello a lo emocional, a ele­mentos teatrales, escénicos, etc…

Vicente de Paúl, consciente de la ignorancia de los pobres del campo, «una ignorancia casi increlble»(XI, 387), y participando de la mentali­dad de la mayor parte de los autores de la épo­ca, que piensan que es causa de condenación el no conocer las verdades de fe, orienta la Misión Popular en una línea catequética, que se mani­fiesta en muchos detalles que conviene tener en cuenta:

1. La duración y el equipo misionero

La permanencia del equipo misionero en un lugar viene determinada por el objetivo de la Mi­sión. Vicente lo formula así: «que todo el pueblo haya sido instruido en las cosas necesarias para la salvación y que cada uno haya hecho su con­fesión general» (1, 551; II, 125; VII, 53). La duración depende, por lo tanto, del número de habitantes a misionar. Oscilaba entre dos y seis semanas.

La Misiones se interrumpían desde junio has­ta octubre por dos motivos: es época de «siega y vendimia» y los campesinos están ocupados; y también porque los misioneros «tienen necesidad de ese tiempo para cuidar de sus cuerpos y de sus espíritus fatigados, a fin de volver a la Misión, con nuevas fuerzas, desde Todos los Santos has­ta San Juan, poco más o menos» (VIII, 48; cf. 1, 552; VIII, 31).

La Misión se iniciaba en domingo o día de fiesta. Uno de los misioneros sacerdotes hacía el anuncio. En la Eucaristía, dentro del sermón, avi­saba la próxima llegada de los misioneros y ex­presaba el servicio que se quería prestar con la Misión. También les exhortaba a la penitencia y a disponerse para hacer una buena confesión. Pocos días después llegaba el resto del equipo misionero. Lo formaba un número de dos a seis misioneros que contaban generalmente con la colaboración de un hermano coadjutor. Éste se encargaba de los aspectos materiales necesaríos. A veces, formaban parte de este equipo mi­sionero sacerdotes diocesanos. En un principio los misioneros llevaban de todo, incluso muebles, para no ser carga. Se desplazaban de aldea en al­dea. No volvían a su residencia habitual en me­ses. Las Misiones vicencianas eran misiones des­centralizadas. (II, 67)

2. La importancia de algunos actos, su conteni­do y desarrollo

Por la mañana, antes de que los campesinos comenzaran sus labores, tenia lugar el «sermón». Los contenidos de esta predicación eran de tipo moral, orientados a corregir los vicios y a exhor­tar a la práctica de la virtud.

Para Vicente de Paúl, lo más importante de la Misión y lo que producía mejores frutos era el «catecismo» (cf. I, 273s. 441), y que por nin­gún motivo debería ser suprimido. Se lamenta­ba cuando se suprimía el «catecismo mayor»: «Por lo demás, he sentido mucho saber que, en lugar de tener el catecismo mayor por las tardes, ha pronunciado sermones, en la última Misión. No se debe hacer eso. ‘ 1° porque el predicador de la mañana puede estar quejoso de esta se­gunda predicación; 2° porque el pueblo tiene más necesidad de catecismo y se aprovecha más de él…» (VI, 358).

La Misión vicenciana dedicaba dos momentos al día al «catecismo». El «pequeño catecismo» te­nía lugar a primera hora de la tarde y estaba orien­tado a los niños. El primer día se les exhortaba a asistir con asiduidad, se les motivaba para que se comportaran debidamente. En los días sucesivos se les instruía en los misterios fundamentales de la fe, en los mandamientos, etc… El «catecismo mayor» tenía lugar al atardecer, cuando ya se ha­bían terminado las labores del campo. Una vez for­muladas las preguntas a los niños, para captar el interés, y después de recordar el contenido de la víspera, se iniciaba el tema del día. Los conteni­dos eran: la Santísima Trinidad, la Encarnación, la Eucaristía, los mandamientos de Dios y de la Igle­sia, el Símbolo de la fe, la Oración dominical, etc… De este temario se recomendaba seleccionar lo más importante si no había tiempo para todo. Al final de la catequesis se realizaban aplicaciones morales.

3. El estilo y el lenguaje

Vicente de Paúl recomendaba a los misione­ros utilizar en la predicación y en la catequesis un lenguaje sencillo y familiar, inteligible a todos, adaptado a la gente pobre, lo cual no deja de ser un acto de caridad. A esta forma sencilla y colo­ quial de anunciar el mensaje se le da el nombre de «pequeño método» y conlleva una forma de­terminada de organizar el Mensaje en torno a: motivos, naturaleza y medios.

Podríamos decir que la Misión vicenciana quie­re ser una respuesta a cada persona y a cada pueblo en su situación social y religiosa. Por eso, Vicente de Paúl recomienda a un misionero: «la Voluntad de Dios es que nos acomodemos a las circunstancias de las personas, de los lugares y de los tiempos» (1, 274).

4. Los objetivos

Como ya hemos dicho, las Misiones vicen­cienes tenían por objetivo, fundamentalmente, el instruir en las verdades de la fe, necesarias para la salvación, e inspirar sentimientos de conversión que lleven a la gente a celebrar la confesión ge­neral (cf. X, 238. 242. 249. 253. 284. 298. 300. 464).

Los sacramentos se celebraban después de una catequesis misionera, intensiva y ocasional. Vienen a ser una expresión de la conversión y a la vez, medios para llevar una vida cristiana au­téntica.

Es verdad que existe una preocupación y una insistencia sobre la confesión general. Esto es debido a la mentalidad de la época y a una situa­ción pastoral determinada. Las estructuras canó­nicas imponían la confesión al párroco en el pe­ríodo pascual. Confesar ciertos pecados a alguien que te conoce, resulta difícil. El párroco, en de­terminadas ocasiones, carecía de permiso para ab­solver y tenía escasa formación. Existía una mo­ral rigorista y una idea de Dios que, en muchas personas, fomentaba una conciencia escrupulo­sa (cf. X, 902; J. Delumeau, Un chemin d’histoi­re, Fayard, Paris 1981, 173). Muchos católicos se encontraban en un estado de bloqueo interior, in­capacitados para todo planteamiento de profun­dización en la fe, de celebración y de vida cristiana. Celebrar la confesión general significaba la libe­ración del bloqueo interior y predisponía a asumir y vivir el mensaje cristiano (cf. Delumeau, o. c., 174-175). La confesión general venía a ser la ce­lebración de un proceso de profundización en la fe y de una conversión que ya había tenido pre­viamente unos signos: enemigos que se han re­conciliado, restituciones ya saldadas, separacio­nes entre familiares, amigos, etc, superadas… De modo que en la celebración culmina este pro­ceso. (cf. III, 246).

Al final ya de la Misión y después de una ins­trucción intensiva, se celebraban las comuniones y, con una especial solemnidad, la primera co­munión de los niños. Con todo, Vicente de Paúl recomienda «huir de las pompas y de la aparato­sidad» (III, 113).

II. La orientación de las misiones, hoy

Este matiz catequético que tuvieron las Mi­siones vicencianas en sus comienzos, es im­prescindible que exista en la actualidad. Es más; las Misiones, hoy, tendrán validez, en la medida en que se respete esta orientación catequética.

Porque, también hoy, la ignorancia religiosa «es increíble». El hombre de hoy se ha preocu­pado por adquirir un nivel cultural, se ha formado profesionalmente, etc…, pero la inmensa mayo­ría de los llamados católicos, no se han preocu­pado de actualizarse en el aspecto religioso. Mu­chos, según las estadísticas, llamándose católicos, no creen en verdades tan fundamentales como la Resurrección, o que Jesucristo sea Dios. A mu­chos católicos no les ha sido presentado el dog­ma y la moral de una forma catequética, de mo­do que pocos saben dar razón de su fe.

A pesar de este panorama, el cristiano cató­lico no se siente motivado para iniciar procesos catequéticos que le lleven a una profundización y a una actualización de su fe.

Por otra parte, al cristiano católico se le ofrecen muchas oportunidades para celebrar los sacra­mentos, pero no se le presentan cauces evan­gelizadores, ni muchas ofertas catequéticas motivadoras y serias.

Por todo ello, uno de los objetivos de la Mi­sión Popular hoy ha de ser la de sensibilizar, mo­tivar y organizar grupos de reflexión cristiana y de diálogo, que deriven en catequesis de adultos, de jóvenes, etc.

El anuncio del tiempo fuerte de Misión ha de orientarse en la línea de una catequesis misionera. Los contenidos del mensaje a anunciar han de ser lo fundamental de la fe cristiana. El estido, sen­cillo, inteligible a todos y adaptado «a las cir­cunstancias de las personas, de los lugares y de los tiempos». Para ello es imprescindible cono­cer la realidad y acercarse a las personas en sus ambientes.

No se minusvalora lo sacramental. La Misión Popular ha de llevar a superar la celebración de sacramentos por rutina o vacíos de sentido y con­tenido, y ha de motivar para celebrarlos de forma gozosa y participativa, como expresión de fe y de vida cristiana. Todo ello supone una reevangeli­zación, que la Misión Popular motiva e inicia.

2ª clave: la opción por los pobres

I. La opción por los pobres en san Vicente de Paúl

El encuentro con Jesucristo en los pobres fue vital en el itinerario humano y espiritual de Vicente de Paúl. Si no hubiera sido por este descubrimien­to no nos encontraríamos hoy ante este santo.

La opción por los pobres es un elemento cons­titutivo del concepto «evangelización». Esta afir­mación es de dominio común después de la aparición de la Exhortación Apostólica «Evagelii Nuntiandi». Pero ya, Vicente de Paúl, hace mu­chos años, en su admirable intuición evangélica la concebía del mismo modo. Para él, evangeli­zar no es solo «instruir», anunciar de palabra la Buena Noticia, sino que implica también «hacer efectivo el Evangelio», «realizar las cosas predi­chas por los profetas» (cf. XI, 391).

Estas intuiciones le habían sido confirmadas por la experiencia, después del encuentro con el «hereje» de Montmirail. Aquel hombre había lle­gado a la conclusión de que «el Espíritu Santo guía a la Iglesia» cuando descubrió cómo, en la Misión Popular, los misioneros se ocupaban de los pobres, les atendían en sus necesidades y les instruían.

San Vicente, como sabemos, fue creando cau­ces e instituciones variadas en la medida en que se iba encontrando con distintas situaciones de pobreza y de necesidad: Cofradías de la Caridad, Congregación de la Misión, Hijas de la Caridad etc… Con estas respuestas a la pobreza, hizo cre­íble el Mensaje del Evangelio, porque, de lo con­trario, ocurre que «hagamos lo que hagamos, nunca creerán en nosotros si no mostramos amor y compasión hacia los que queremos que crean en nosotros» (1, 320).

La Cofradía de la Caridad fue la primera insti­tución ideada por el santo para dar respuesta, desde la comunidad cristiana, a las situaciones de pobreza. En la creación de estas «Caridades» que­dan en evidencia las cualidades de San Vicente para sensibilizar, movilizar, aunar voluntades y or­ganizar.

Las Misiones Populares terminaban normal­mente con la creación de una Cofradía de la Ca­ridad. De hecho, a partir de 1633, con la genera­lización de las Misiones, se multiplicaron también las Caridades. Vicente de Paúl dejaba bien or­ganizada la Caridad, después de motivar y sensi­bilizar por medio del testimonio y del anuncio, durante la Misión. Al final invitaba a todas las per­sonas sensibilizadas, a dedicarse al servicio de los pobres por turno, para que pudieran estar aten­didos debidamente. Y todo quedaba bien delimi­tado en un Reglamento que él mismo escribía.

II. La opción por los pobres, hoy

En una sociedad como la nuestra, saturada de palabras y de promesas incumplidas, y en un claro proceso hacia la increencia, es fundamen­tal que la evangelización incluya una opción cla­ra por los pobres. El compromiso en favor de los marginados es una de las pocas cosas que pue­den suscitar un interrogante y posibilitar la aco­gida del anuncio explícito.

Si esta dimensión es tan vital, en la evange­lización en general, y en la Misión Popular vi­cenciana en particular, ya desde el inicio del proceso de Misión habrá que ir detectando las ne­cesidades con un buen estudio de la realidad y mediante las visitas a las familias. En el anuncio explícito, no se podrá olvidar el intentar sensibili­zar y motivar a los miembros de la comunidad cris­tiana. Y no se podrá dar por terminada una Misión si no se ha dejado organizada la acción social y caritativa.

La problemática del «hereje» de Montmirail si­gue viva en la Iglesia de hoy. Si esta Iglesia olvi­da al mundo rural, a los barrios periféricos de las ciudades, en una palabra, a los pobres, no tendrá credibilidad. En este sentido, las Misiones Popu­lares, pueden ofrecer un buen servicio a la Igle­sia; pero para ello, no sólo deberán evangelizar anunciando la Buena Noticia, sino realizándola, optando por los pobres de una manera práctica. ¿No es esto una asignatura pendiente en las Misiones Populares renovadas?

3ª clave: la preocupación por la continuidad

I. La procupación por la continuidad en Vicente de Paúl

Encontramos en San Vicente muchos detalles y comportamientos que nos descubren su preo­cupación por mantener los frutos de la Misión. De hecho, las Misiones Populares en sus orígenes conseguían reactivar la vida de la comunidad pa­rroquial en múltiples aspectos: una mejor ins­trucción, restauración de la práctica cristiana en un doble aspecto, -celebración de Sacramentos y solidaridad con los necesitados-. Han llegado hasta nosotros testimonios de Obispos, sacer­dotes y vecinos de los lugares misionados, que muestran cómo los pueblos misionados quedaban transformados (II, 46-47. 202-204). El mismo San Vicente constata que las Parroquias misionadas se hacían irreconocibles (I, 235; V, 185. 339; VIII, 318; XI, 701-792).

La preocupación del santo por la continuidad se percibe desde el inicio de una Misión. En prin­cipio, aconseja no acudir a misionar a ningún lu­gar sin la autorización del Obispo y del párroco correspondiente. Recomienda también no reali­zar nada en contra de los agentes del lugar, en con­creto, del párroco. Además hace participar a los miembros de las comunidades a misionar en di­versos momentos y acciones de la Misión (cf. II, 168; V, 77; XI, 693; X, 487. 520).

En dos rasgos que identifican la Misión vi­cenciana, se preocupó san Vicente de crear cau­ces que aseguraran su continuidad:

1. La orientación catequética

Para garantizar la continuidad de la cateque­sis en el medio rural para niños, sobre todo niñas, pobres, Vicente de Paúl creaba «escuelas de ca­ridad». Estas escuelas ya existían con el nombre de «pequeñas escuelas», pero él las creaba con motivo de la Misión. En ellas, el catecismo viene a ser el manual más importante, que sirve inclu­so para aprender a leer. Algunos autores afirman que lo fundamental en ellas es la catequesis, que la enseñanza de la lectura, la aritmética, etc… es como un pretexto (cf. E. Germain, Langages de la foi á travers l’histoire, Fayard, París 1972, 74- 76). Era, sin duda, una forma de continuar la ca­tequesis iniciada con motivo de la Misión.

2. La Opción por los pobres

Ya hemos señalado cómo en los orígenes, en los lugares misionados, se dejaban establecidas las caridades. A estas cofradías clásicas, ya exis­tentes, adheridas a una capilla o altar, provistas de indulgencias y hasta de indumentaria propia, Vicente de Paúl les da un carácter laico y las orien­ta hacia el servicio de los necesitados del lugar. Así garantiza la continuidad de esa dimensión tan entrañable para él y tan fundamental para la cre­dibilidad de la Iglesia, la opción por los pobres.

En una época en que el laicado no tenía responsabilidades en la Iglesia, sino que era co­mo mero receptor de servicios, Vicente de Paúl incorpora a los laicos a las tareas eclesiales, con­firiendoles responsabilidades, tal como se ve en las Cofradías de la Caridad. Quiero resaltar el tra­to que, en este sentido, dio a la mujer. En el siglo XVII estaba totalmente relegada, tanto en la so­ciedad como en la Iglesia, y era considerada co­mo inferior al hombre en lo jurídico y en lo social. San Vicente incorpora a las mujeres a las tareas pastorales en una línea de corresponsabilidad; y las considera para ello dignas y capaces tanto co­mo a los hombres (cf. X, 945. 953. 957; XI, 392-393). Podemos concluir que San Vicente descubrió en el laicado un potencial valioso y rico para la Igle­sia, pero por diversas causas, desaprovechado. Él los motiva y los incorpora a la tarea evangelizadora creando cauces de participación y confiándoles responsabilidades para asegurar así, entre otras co­sas, la continuidad de los frutos de la Misión.

Otro aspecto importante que cuidó San Vi­cente para garantizar la continuidad fue:

3. La formación de los agentes del lugar

Podemos afirmar que la causa fundamental que llevó a Vicente a orientar la Congregación de la Misión a la formación del clero fue la preocupación por mantener los frutos de la Misión. Así lo manifiesta en una carta dirigida al Obispo de Perigueux: «Sabemos por experiencia que los fru­tos de las Misiones son muy grandes ya que las necesidades de las pobres gentes campesinas son extremas; pero como sus espíritus son rudos y mal cultivados de ordinario, fácilmente se olvi­dan de los conocimientos que se les han dado y de las buenas resoluciones que han tomado, si no tienen buenos pastores que los mantengan en la buena situación en que se les ha puesto. Por eso procuramos también contribuir a la forma­ción de buenos eclesiásticos por medio de los ejer­cicios de los ordenandos y de los seminarios, no ya para abandonar las Misiones, sino para con­servar los frutos que se consiguen en ellas» (IV, 46).

La falta de documentación en relación a la for­mación de los seglares es casi total. Han queda­do testimonios de su preocupación por formar a los miembros de las Cofradías de la Caridad. Les exhorta a capacitarse intelectual y espiritualmen­te, y para ello hacer alguna lectura y comentarla en las reuniones, En este sentido hay que decir que Vicente de Paúl era hijo de su tiempo y, si bien incorporó al laico como agente evangeliza­dor, en tareas pastorales, era consciente, sin du­da, de que la responsabilidad mayor recaía sobre los sacerdotes y a ellos les dedicó los más va­riados esfuerzos.

II. La importancia de la continuidad en las misiones populares, hoy

La actuación de Vicente de Paúl en relación con esta continuidad nos descubre pistas muy valiosas para tener en cuenta en la actualidad:

  1. Es importante no plantear la Misión al mar­gen y menos en contra de los sacerdotes y se­glares comprometidos del lugar a misionar. Es preciso ponerse de acuerdo en los pasos a seguir durante la preparación, en los objetivos, etc. . de modo que la Misión no resulte extraña a la pas­toral ordinaria sino que entre dentro de sus ob­jetivos.
  2. Otro de los aspectos que hay que cuidar y que interesa para su desarrollo y continuidad es la incorporación de los agentes laicos en la tarea evangelizadora. Por una parte, porque el seglar, por su bautismo y por su vocación es un miem­bro activo de la comunidad parroquial; y por otra, porque es imposible que los sacerdotes solos lle­ven adelante la preparación de la Misión, el de­sarrollo del tiempo fuerte y toda la tarea de la continuidad.
  3. Para que los seglares puedan asumir res­ponsabilidades es necesario ofrecerles cauces de formación. La Misión Popular, desde su pre­paración, ha de ofrecer, tanto a los sacerdotes co­ mo a los seglares, cauces y apoyos para su for­mación

Como conclusión final, podemos afirmar que las Misiones Populares vicencianas son un ins­trumento pastoral válido para acometer con de­cisión, en nuestro país, la segunda evangeliza­ción. Pero esto a condición de que se tengan en cuenta los tres elementos clave en los orígenes. Aún más; hoy por hoy no se encuentra otro me­dio para dinamizar las parroquias globalmente y pasar de una pastoral de conservación a una pas­toral de misión.

Bibliografía

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