El señor Vicente visto por su secretario, Luis Robineau. Presentación

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Luis RobineauLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Luis Robineau, C.M., con notas de André Dodin, C.M. · Traductor: Martín Abaitua, C.M.. · Año publicación original: 1995 · Fuente: Asociación Feyda.
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Prefacio

Blandina se pierde en la noche de los tiempos inciertos de la Galia romana. Santa Genoveva tiene un porte aristocrático, san Luis está íntima­mente metido en los fastos reales. «Juana, la buena lorenesa, que que­maron los ingleses en Ruán» y san Vicente de Paúl son las dos únicas figuras de Francia cristiana, que toda la familia reivindica con una sola voz. El texto… la forma, como las Hijas de la Caridad, han atravesado la tor­menta revolucionaria. La bondad activa del campesino de Las Landas de Gascuña los cubre con el velo de un Amor rudo y eficaz. Estoy oyendo todavía la voz de Jorge Lefèbvre tronando en la Sorbona durante la ocupa­ción el año 1942 (un día en presencia memorable de dos oficiales alemanes de rutilantes uniformes): «Juana de Arco y la Hijas de la caridad, eso es sagrado», y añadía, ternura por la Santa. «Quien toque a Juana de Arco es un canalla». Homenaje apoyado por el presidente de los estudios robespierristas, azul y rojo entre los rojos y los azules. San Vicente de Paúl, con el mismo título que la Santa Capilla y Vézelay, pertenece al patrimonio nacional, forma cuerpo, en cierto modo, con el suelo sagrado de la Patria común.

Al darnos este texto sin afeites ni «aderezos» el Padre Dodin, siguiendo la fórmula «republicana», ha merecido bien de la Patria.

Este manuscrito en 339 articulitos y 25 capítulos dormía, como se debe, «porque mil años son» a los ojos de quien dispone de todo, «como el día de ayer que ya ha sido», en el corazón de París, bien protegido por la falta de la curiosidad general. La redacción de estos «exempla», según Dodin, se sitúa entre el 27 de noviembre de 1660 y el 10 de septiembre de 1664. Tiene usted en sus manos la pasta primera de un Clásico, la biografía muy oficial del Fundador revestida por Mons. Abelly.

Que el Padre Dodin hace conceder a Bernardo Ducournau parte de lo que fue la obra, con toda seguridad, principalmente, de Luis Robineau, le hace un gran bien a la memoria más modesta del segundo. Los dos hombres del entorno inmediato son situados por Dodin. Vicente de Paúl llegó a ser una institución en la Francia de Luis XIII y de la Regencia de Ana de Austria y de Mazarino. Así, Secretario, el de más edad, de Gascuña, y secretario adjunto, el más desdibujado Robineau. Uno y otro, estén segu­ros, han merecido bien de la memoria de su buen Maestro.

339 breves secuencias les esperan organizadas en 12 temas desigua­les: Acciones y palabras de humildad (I)… hasta De la ecuanimidad (XII). De hecho, evidentemente, el esquema de un panegírico con vistas a un requerimiento de un processus poderoso, a saber, para llevarlo a un proceso de canonización. Este plan, un poquito cándido, no excluye algu­nas repeticiones inútiles. La repetición puede no gustar al «Retórico»; sen­cillamente es un arma de pedagogo.

Les entregaré, a mi vez, todo buenamente, como Robineau-Ducournau, las impresiones de un lector que descubre, felizmente, esas palabras cáli­das, esas manifestaciones quizás ingenuas, auténticas, perspicaces, vera­ces. Seguramente, «dis inmortalibus», ¿quién afirma lo contrario? Estos testigos son, muy evidentemente, parciales. Faltarían, si hicieran lo contra­rio, cruelmente al deber de estado. Si amar es ser parcial, seámoslo con ellos, con toda evidencia, parciales. Ellos sólo han visto la luz. La luz es verdadera, más verdadera que la sombra. San Vicente de Paúl ha pasado su vida acusándose, condenándose. Dios, no lo saben ustedes, toda la Bi­blia lo proclama, se niega a firmar en el juicio que uno dirige contra sí mismo. «Yo no te condeno», dijo Cristo a la mujer adúltera. A fortiori, ¿qué podríamos nosotros echar en cara a su siervo Vicente?

«…Cuánto quería y cuán encariñado estaba de la virtud de la humildad…». Esta humildad va lejos, a menudo, para nuestro gusto, inclu­so demasiado lejos. Con frecuencia también, bajo otro ángulo, sus secreta­rios la alaban a nuestro juicio, porque nos parece sencillamente un sencillo acto de urbanidad. Urbanidad en el sentido propio, primario. Vicente de Paúl, con su porte de buena persona, tenía una voluntad de acero, que cortaba como el diamante; por temperamento era autoritario y, sobre todo, esto es lo que me ha llamado la atención, es soberbiamente inteligente. La inteligencia en él es, cuando menos, tan llamativa como su bondad, para lo que fuera, hasta para las cosas más pequeñas». Se quedaban atónitos nuestros secretarios cuando se dirigía a ellos de este modo: «Se­ñor o Hermano, le ruego que haga esto o que vaya allí o allá». No conozco una forma más eficaz de mandar.

Sí, la inteligencia, ante todo, la inteligencia siempre. En una sociedad más francamente, más crudamente jerarquizada que la nuestra, donde el rango sin la sombra de nuestra obesa hipocresía se reivindica, ostentar su nacimiento… recordar que fue pastor, incluso porquero, es evitar que se lo echen a usted en cara, es ceder ante el avance del adversario y, por con­traste, es afirmar una forma verdaderamente superior de nobleza: la que Dios confiere, aquella cuyo camino ha enseñado en Cristo.

Mucho arrodillarse, demasiado para nuestra sensibilidad, pero no olvi­den que eso es un gesto eclesiástico y de homenaje feudal. Si se hace espontáneamente ante Aquél «a quien únicamente pertenece el reino, el poder y la gloria», por qué no, si acaso, ante el hombre, «ya que nadie ha visto nunca a Dios, excepto Aquél que lo ha dado a conocer», ante ese hombre que puede en ese instante ocultar la presencia de Cristo, a quien no tiene la inteligencia y suficiente humildad para distinguirlo.

Una negativa ascética, alguna vez, ante nuestros ojos, ante nuestros ojos únicamente ostentatoria de la máxima comodidad, le hará, ciertamen­te, aceptar la carroza o la berlina corno un medio profesional de locomo­ción, cuando ya no puede cabalgar más. Le toca ponerse un mandil y lavar vajilla «con nuestros Hermanos», dignificando, habilitando al más humilde trabajo de los hombres, ése, que por repetitivo, parece el más vil, el menos digno.

La urbanidad para con los pobres es sencillamente evangélica, en su sentido, Imitatio Christi. En una sociedad en la que sucede que se matan unos a otros por la precedencia en un cortejo, el hecho de ceder el paso quizá llegue a ser un gran acto político. Esos flashes iluminan más allá de la misma persona de Vicente de Paúl, ustedes lo comprenden, a quienes le miran y a la Sociedad en la que ellos nos informan y sus valores. Se queda uno admirado, porque los secretarios han pensado que era buena conser­var las acciones de gracias por la elección del Papa Alejandro VII (abril de 1655). Ese testimonio vale precisamente en la medida por la que su bana­lidad no la ha hecho suprimir. Ese mantenimiento paradójico prueba en 1655 cuánto había entrado el Señor Vicente en el camino de la precanonización, entiendan bien esto, la que se recorre estando uno vivo, como la hermosa tesis de Satinan lo demuestra claramente en Italia del Sur contemporánea de Vicente de Paúl.

Este hombre tan humilde no es un hombre tranquilo. En su mansedum­bre todo es revolucionario. Sus palabras y sus gestos de respeto en rela­ción a todos los demás, de los que normalmente en la época tienen dere­cho, y derecho exclusivo, y de los que no pueden naturalmente pretenderlo, tienen un poder desestabilizante del todo en la línea de quien usó de ella en el Evangelio, nuestro divino Maestro.

Hombre de su tiempo, el Señor Vicente lo fue por ese ascetismo, tan prudente para el estilo de su época, excesivo para nuestra medida (la dis­ciplina, las cadenetas, por otra parte tan disimuladas). Notamos con todo que, hombre equilibrado, de humildad verdadera y de razón, no abusa de ellas en sí —tenemos el derecho de respetar nuestro cuerpo— y que frena el celo intempestivo autodestructor tan frecuente en muchos sectores de la piedad barroca de ese siglo de la Contrarreforma esplendente.

Este pastorcito es un sorprendente diplomático nato, regalo de una inte­ligencia superior, en la que se cruza la inteligencia verdadera, siempre aso­ciada con el corazón. Vean la corrección que pone a la carta dirigida al Papa por las salesas, que se la presentaron previamente. Dejemos, les ruego, la intercesión seguramente intempestiva que invocan las santas Hi­jas, pero sin delicadeza, de su bienaventurado san Francisco de Sales: «Aquel buen Papa Alejandro VII, a quien piensan que es útil felicitar, no debe su tiara, ¿es que lo dudan?, sino a su mérito y a su santa vida». Eso cae tan claramente bajo el sentido común, como que VII viene des­pués de VI en la serie de Alejandros.

Es algo sumarial, es una necesidad, entonces, eso vale más que la vio­lencia del tiempo todavía cercano, eso forma parte del deber de estado. Ahí se compromete fuertemente —sin embargo, con la mansedumbre efi­caz que emociona notablemente—; y la pérdida en un pleito, en 1658, de la hacienda de Orsigny ha debido sentirla como una prueba durísima entre sus allegados, si lo juzgamos por la insistencia de los secretarios en men­cionarla. Seguramente, ellos han sufrido aún más que el Santo por la humi­llación y la pérdida, y porque quizá haya sido un golpe bajo de la nobleza menos papista y más agustiniana que la familia de Paúl.

Así que Orsigny nos conduce directamente a la querella por excelen­cia, la que va a envenenar todo y a dilapidar el impulso de la reforma católica en su decadencia, en una palabra, la querella jansenista. Vicente ha escogido su campo, ha entrenado, no sin mérito, a los suyos en su estela.

Ciertamente, nada, en la espiritualidad y en el Agi de los Hijos y de las Hijas de Vicente, cuadra con la insolente soberbia espiritual de esos acti­vistas mal inspirados en la Gloria de Dios tal como ellos la entienden sobre su entallado justillo. Si Vicente ha estado un solo instante en su vida terres­tre en los límites de un comienzo de un eclipse de caridad, eso habrá sido por su virtuoso deseo de ser más papista que el Papa.

Una vez tenido en cuenta el grano que acabará por cosechar el janse­nismo cambiado del siglo XVIII, confiesen que hay ahí un pecado bien pequeño… «Y el justo, cada día, peca siete veces». Confiesen que esta­mos aún mucho más acá de la cuenta.

Lean, lean sin esperar más y serán ustedes conquistados. Vicente ha merecido con todo derecho su lugar al lado de «Juana, la buena lorenesa», en la memoria fiel de nuestro Pueblo.

Pedro Chaunu, del Institut

Introducción

Los archivos parisinos de la Congregación de la Misión conservan una colección manuscrita titulada «Remarques sur les actes et paroles de feu Monsieur Vincent de Paul, notre Très Honoré Pére et Fondateur» (189 páginas, 25 capítulos, 330 artículos).

El redactor de este escrito había sido encargado por el Superior Gene­ral, Sr. Remito Alméras, para que proporcionara al biógrafo oficialmente designado, Abelly, los informes útiles para su trabajo. Según eso, hay que situar la redacción de estos «Apuntes» entre la muerte de Vicente de Paúl (27 de septiembre de 1664) y la aprobación dada a la Vie du vénérable serviteur de Dieu Messire Vincent de Paul por Mons. Enrique Cauchon de Maupas du Tour, obispo de Evreux (10 de septiembre de 1664).

Varias veces estos «Apuntes» han sido atribuidos con demasiada pre­cipitación al Hermano Beltrán Ducournau, primer secretario de Vicente de Paúl. Un examen más atento los ha restituido a su verdadero autor, el Hermano Luis Robineau. A lo largo de tres siglos, los biógrafos han aludi­do a ellos con frecuencia, pero los han utilizado rara vez. Aquí damos el texto íntegro. Estos «Apuntes» nos permiten ver cómo la leyenda ha ger­minado en la historia. Más aún, nos han ayudado a caracterizar la técnica redaccional de un «clásico» de hagiografía: Mons. Luis Abelly.

El manuscrito lleva adiciones marginales, correcciones, observaciones. Estamos en presencia de un borrador destinado a una relectura y a un ordenamiento distinto.

Para mejor entender el sentido del texto, proporcionamos algunas indicaciones sobre el autor o los autores de estos «Apuntes». En efecto. podemos comprobar pie el primer secretario de Vicente de Paul, el Hermano Beltrán Ducournau, también fue movilizado para reunir todos los informes útiles para Luis Ahelly. Algunas anotaciones parece que bien pueden emanar de la prudencia gascona del Hermano Beltrán Ducournau (fº nº 339).

Más que las cartas, las conferencias y los documentos, estos «Apuntes» nos invitan a ver cómo fue la vida cotidiana del Sr. Vicente de Paúl. Estos dos secretarios, durante más de diez años, han escrito no sólo lo que él les dictaba; además le han escuchado y conservado en su memoria los diferentes tonos de su voz. El Sr. Vicente les preguntaba y les pedía infor­mes y consejos. Él les hacía tomar parte de sus impresiones, de sus de­seos. Eran los primeros confidentes de sus penas y de su alegría. Y los dos secretarios no dudaban en interrogar al viejo maestro, en preguntarle lo que pensaba, cómo veía a las personas y a las cosas. Gracias a esos dos compañeros de la vida ordinaria, podemos darnos mejor cuenta del clima y del ambiente en que vivía Vicente de Paúl. Observadores respetuosos y admiradores, son los únicos en ayudarnos y en comprender mejor cómo fue el esfuerzo apasionado, que sostenía la existencia del Padre de la Igle­sia moderna, él, que se esforzaba en ver a todas las cosas y a las personas en Dios, y en hallar de nuevo el semblante de Cristo Salvador, que siempre está velado, para que tratemos de buscarlo una vez más sin cesar.

Abreviaturas

  • Les oeuvres de saint Vincent de Paul publiées par Pierre Coste, Paris, Gabalda, 1920-1925. Correspondance l-VIII: Entretiens aux Filies de la Charité IX-X; Entretiens aux missionnaires XI-X11; Documents XIII; Tables XIV; están citadas por simple indicación del Tomo (núme­ros romanos) y de la página (números arábigos). La edición española S1GUEME-CEME está citada a continuación de la cita francesa, sepa­rada de ésta con el signo /. Téngase en cuenta que la numeración de los tornos de la e. española es como sigue: los tomos I-VIII coinciden con la edición francesa; los tornos IX-X están incluidos con paginación úni­ca en el tomo IX (1 y 2) de la española: los t. XI-XII franceses están incluidos en el t. XI (3 y 4) de la española; el t. XIII francés está reco­gido en el t. X de la española; el t. XIV ed. francesa corresponde al XII de la española.
  • Abelly (Luis), La vie du venerable serviteur de Dieu, Vincent de Paul, Paris. Florentin Lambert, 1664, 3 Livres: 1 (XVIII, 260 p.); 11 (480 p.); 111 (374 p.). Está citado siguiendo la 24 tirada de la 14 edición. Está editada la P edición española de la I° francesa, 1664 (1994).
  • Collet (Pierre), La vie de saint Vincent de Paul, instituteur de la Congrégation de la Mission el des Filies de la Charité. Sans nom d’auteur. Nancy, A. Lescure, 1748, 2 vols.: 1 (6, XVIII, 588 p.); 11 (X, 616 p.).
  • Maynard (Ulysse), Saint Vincent de Paul, sa vie, son temps, ses oeuvres, son infiuence, París, Bray. 1880.4 vols.: I (XXIV, 456 p.); II (476 p.); 111 (496 p.); IV (488 p.) Hay edición española.
  • Coste (Pierre), Le grand Saint du grand Siécle, R, D.O.B., 1932, 3 vols. (542, 744, 640). Se cita así: «Monsieur Vincent». Hay edición española.
  • Dodin (André), Entretiens spirituels de saint Vincent de Paul á ses missionnaires, París, ed. du Seuill, 1960 (11 79). Se cita así: «Entretiene» o «E». Hay edición española (1992).

Detalles de la publicación de los articulitos en esta Web

Andrés Dodin, C.M. presenta al Señor Vicente visto por su secretario Luis Robineau, C.M.
Ediciones Fe y Vida – Teruel – España 1995 (256 págs.)

Este libro es la traducción del libro francés «André Dodin, C.M. présente Louis Robineau. Monsieur Vincent raconté par son secrétaire». Se trata de 339 artículos breves que recogen las acciones y palabras de San Vicente sobre 12 temas generales: la humildad, el respeto, la sencillez, la prudencia, los actos de devoción, la castidad, la mortificación interior y exterior, la conformidad, la caridad  espiritual y el celo, la caridad y la misericordia, la mortificación interior y exterior y la ecuanimidad.

La edición española de esta obra fue publicada por Asociación Feyda en 1995. Para su publicación en la Web no seguiremos la estructura del libro, que, después de la introducción y biografías de los hermanos Ducournau y Robineau, tiene dos secciones: una con las sentencias recopiladas por el Hermano Robineau y otra con los comentarios del P. Dodin a cada una de las sentencias. Para la publicación en la Web consideramos más interesante insertar en cada entrada un articulito y el comentario del P. Dodin al mismo como nota a pie de página, facilitando así la comprensión y lectura de los mismos.

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