Acompañamiento en la oración

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Benito Martínez, C.M. · Fuente: Ecos 1994.
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Los puntos de referencia que se dieron a las Directoras, durante el último «Seminarium», pueden ser útiles a todas las Hermanas que, de maneras diferentes, tienen que guiar a otras personas por los caminos de la oración. En ello están especialmente interesadas las Comunidades que acogen a las Hermanas durante las permanencias apostólicas o a la salida del Seminario. Por lo demás, todas las Hijas de la Caridad pueden sacar provecho de estos textos para confrontar, a nivel personal, la calidad de su dialogo intimo con Dios, tan recomendado por los Fundadores (Cf. C. 2. 14).

Oración

Si el creyente —la Hija de la Caridad— acepta la existencia de Dios y la revelación realizada en la historia, acepta también relacionarse con el Dios de Jesús, hablarle o dialogar con El, y hasta experimentar su presencia. Es decir, acepta la oración. Y lógicamente debe aceptar también que la oración es el corazón de sus relaciones con Dios o el punto donde converge su espiritualidad.

Es cierto que a raíz del C. Vaticano II la oración sufrió un descenso alarmante o, mejor dicho, se descubrió que, al quedar libre y permisiva la oración en las institucio­nes religiosas, sin excluir a los hijos de San Vicente, era frágil, rutinaria, impuesta acaso más que deseada. Con el concilio apareció al descubierto que muchos miembros de instituciones religiosas no la consideraban tan necesaria como se creía. Era la queja frecuente de bastantes superiores generales por los años setenta.

Pasada la crisis ha llegado un auge que se trasluce en grupos de oración, en casas de retiro, en abundancia de publicaciones sobre la oración semejante a la que se produjo en los siglos de mayor esplendor espiritual, en búsquedas de nuevas experiencias de oración y en copias, no raramente desviadas, de métodos orientales. Hoy el cristiano y la Hija de la Caridad piden y buscan la oración, porque la sienten necesaria debido a la inseguridad interior, al desengaño de la confianza fallida depositada en el progreso social, y debido también a la actualidad de Jesús. No hace falta que exponga aquí las razones que demuestran la necesidad de la oración. Están claras desde el Antiguo Testamento y el Evangelio hasta las conferencias de San Vicente. Los motivos que exponen las Hermanas, San Vicente y Santa Luisa son actuales.

Deseo señalar que citaré poquísimo a Luisa de Marillac. Santa Luisa pocas veces habla de la oración, eso se lo deja a Vicente de Paúl, superior y además sacerdote. Era lo habitual en el siglo XVIII. Ella se contenta con hacer oración. No obstante los resúmenes de su oración nos cautivan. Reflejan una armonía perfecta entre servicio y contemplación, manifiestan la contemplación sublime de una mujer entregada a los pobres, de una mujer tan contemplativa como san Pablo, santa Teresa do Jesús y San Vicente de Paúl y tan activa como ellos.

Así, pues, sería ofenderos querer demostrar que la oración es fundamental para la Hija de la Caridad. Basta decir que Jesús oró, que San Vicente insiste en la oración y que vosotras lo habéis legislado en las Constituciones (2.14). ¿Dónde, si no, ibais a descubrir la voluntad de Dios? ¿Como responder a la acción del Espíritu Santo, si no se hace oración?

Al hablar del acompañamiento en la oración, no me refiero a la oración litúrgica ni a la vocal ni a la comunitaria. Ya sé que el servicio y la vida misma guiada por oí Espíritu divino son oración, pero tampoco me refiero a esta clase de oración, sino a la oración señalada en la C. 2.14. Me atendré exclusivamente a la llamada oración mental, personal, meditación, etc., aunque se haga en común , en el mismo lugar y al mismo tiempo que otras Hermanas. Santa Teresa de Jesús, de vida contemplativa, la define como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con Quien sabemos que nos ama» (Vida, 8, 5). Definición aceptada por el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2.709). Santa Luisa, marginada por la sociedad y refugiada en los pobres, dice que en la oración «hablamos con Dios… yen ella Dios puede darnos a conocer su bondad al abajarse hasta este punto y al elevarnos en tal forma» (IX, 412). San Vicente, trotando por la vida de los pobres, une oración y vida: «La oración es una elevación del espíritu a Dios, por la cual el alma se despega como de sí misma para ir a buscar a Dios en El. Es una conversación del alma con Dios, una mutua comunicación, en la que Dios dice interiormente al alma lo que quiere que sepa y haga, y en la que el alma dice a su Dios lo que El mismo le da a conocer que tiene que pedir» (IX, 419).

Equiparse interiormente con la oración y ser acompañada externamente es la fórmula válida para introducirse en la tarea liberadora y salvadora de los pobres.

Acompañamiento

Acompañar sugiere la idea de caminar junto a otra persona, hacia el mismo lugar y al mismo tiempo. El hablar de acompañamiento en la oración me sugiere que quien acompaña conoce el camino y el destino, y tiene cierta seguridad; mientras que la persona acompañada suponemos que se siente insegura en ese camino que no conoce lo suficiente o que tiene miedo o que ignora ciertos detalles del destino. Pero acompañar implica también participar en la labor y en la vida de la otra persona.

Si la oración es el entramado que sostiene y enlaza toda la vida espiritual de la Hija de la Caridad y es el soporte del servicio, la Directora del Seminario es la acompañan­te ideal en la oración de la Hermana del Seminario, por su proximidad en la vida diaria, porque hace oración a su lado, porque es la formadora primera de la joven recién venida a aprender a ser y vivir como Hija de la Caridad; en fin, sencillamente porque recibe, por oficio, de la Compañía acompañar a la seminarista (C. 3.10).

Esto exige a la Directora ser no sólo mujer de oración, sino también maestra en el arte de acompañar. Debe prepararse con el estudio para conocer la interacción de lo psicológico y lo espiritual, los diferentes caminos de espiritualidad y de la oración, sus métodos y formas, etc. Así lo debía entender San Vicente cuando escribió a la señorita Le Gras: «Me ha venido al pensamiento esta mañana, y ya ayer según creo, que es de desear que forme usted bien en la oración mental a la que se encarga de las recién llegadas, a fin de que ella las dirija bien en este santo ejercicio» (IV, 47).

A pesar del deseo del Superior San Vicente, se nos presentan varias cuestiones: si la oración es un don gratuito de Dios, una invitación a estar con El, ¿cómo hablar de acompañamiento que encierra la idea de enseñar y aprender? Si en la oración prima la espontaneidad, ¿cómo hablar de acompañamiento, que sugiere la idea de dirigir, contener y controlar lo espontáneo? ¿Quién se puede atrever a introducirse en ese misterio del encuentro nada menos que de Dios y el hombre y que se realiza en el secreto interior? Y sin embargo, los discípulos le pidieron a Jesús: «enséñanos a orar» (Lc. 11, 1). Y Jesús se manifiesta como acompañante en la oración con enseñanzas sencillas, las más imprescindibles (Mt. 6, 5-8). Estas mismas frases evangélicas se las aplica San Vicente a las Hijas de la Caridad (IX, 424; X, 573).

Las objeciones son ciertas, pero de ninguna manera se oponen al acompañamien­to. Una persona capacitada puede ayudar a mejorar el arte de la comunicación, a profundizar en el encuentro, a hacer más viva la experiencia, a animar en las dificultades, a analizar la trayectoria etc. No se olvide que la oración, en lo que tiene de control de la atención y dominio del consciente puede ser mejorada en calidad y en profundidad por medio de los consejos de una persona que haya vivido y superado las dificultades. Así lo entienden los autores espirituales. La mayoría de los libros de oración escritos de una manera práctica, guardan mucho de tratados de acompaña­miento en general.

La Directora del Seminario, al tiempo que ayuda a avanzar en la oración, enseña a comprender la gratuidad del don y a abrirse a la espontaneidad. Ni lo gratuito ni lo espontáneo están reñidos con la técnica.

Pasos del acompañamiento

La Directora ayuda a la Hermana del Seminario a adentrarse en el mundo tan fascinante de la oración. Inmediatamente nos surgen varias preguntas: ¿Cuándo, por dónde debe empezar el acompañamiento? ¿En los comienzos o durante la oración? ¿O en el vivir de la Hija de la Caridad? Sin duda alguna, en la vida misma. Lo confirman las «Directivas para la Formación Inicial (Seminario)» cuando dicen que «el Semina­rio… es la etapa de interiorización, de estructuración espiritual» que «ha de permitir a la Hermana joven: conocer y asumir la espiritualidad apostólica vicenciana y conseguir cierta unidad de vida entre servicio, entrega a Dios y vida comunitaria» (p. 62, 64). «La experiencia espiritual (oración) es indispensable para interiorizar el ideal vicenciano» (66, 67).

No se pueden concebir la vida y la oración como dos realidades paralelas, y menos aún, considerar la oración como un segmento independiente de la vida. La oración y la vida entera están encadenadas mutuamente. La teología tradicional nos razona que la santidad de vida implica una oración sincera y, al mismo tiempo, la produce. Hay correlación entre vida santa y oración verdadera. Nadie que no procure alejarse del pecado puede acudir a la cita de Dios. Tampoco ninguno que permanece a gusto con el Señor de la oración se aleja fácilmente de El por el pecado. Una vida desentendida de Dios y oración se rechazan, y a mayor santidad de vida, mayor exigencia de oración.

A idéntica conclusión llegamos si tomamos una terminología actualizada. No se concibe que quien ha elegido seguir a Jesús en los pobres no le siga en la oración. La oración es sencillamente una parte de la vida de seguimiento. Como tampoco es lógico seguir a Jesús y no relacionarse con El en la oración, donde nos da el mensaje para nuestra conducta. Si la Hija de la Caridad ha optado por seguir a Jesús, debe actualizar la opción diariamente en un dialogo con el Dios de Jesús en quien cree y a quien ha consagrado su existencia. En ese encuentro se capacita para examinar el seguimiento.

En una palabra, en la oración tomamos conciencia de lo que es la decisión fundamental de nuestra vida consagrada, y es la vida misma la que declara nuestro estilo y materia de oración. Quién no se une a Dios en la vida tampoco lo hace en la oración: a mayor compromiso en el seguimiento mayor exigencia de oración. Es lo que San Vicente llama no salir nunca de la oración 2.

No pretendo decir que la oración tenga que ser moralista, lo que intento afirmar es que hay que sospechar de la oración que no cambia nuestra vida ni nos hace mejores. Este es el primer punto que la acompañante debe aclarar a quien pretende hacer oración.

El segundo punto es analizar con la persona orante la disposición personal con que se presenta ante Dios. Cualquier persona de oración y los estudiosos del tema afirman que la disposición esencial es reconocer su poquedad, su pobreza interior. Jesús anunció que el Padre revela preferentemente su misterio a los humildes, pequeños y sencillos (Mt. 11, 25; Lc. 10, 21). Si la oración es un don divino, Dios sólo se lo dará a quien se lo pide humildemente. Solamente el humilde está disponible al Espíritu Santo. Es el tema en que acaso más insiste Vicente de Paúl porque lo leyó en el evangelio y por experiencia: vaciarse de uno mismo y revestirse de Cristo (IX, 421-422; X 575-576; XI, 343). Es el tema que repitió el P. McCullen, Superior General, al comienzo de la Asamblea de 19913, con el título «Junto al pozo de Jacob».

La Directora acompañante saca, por lo tanto, varias conclusiones: primera, formar a la seminarista no sólo en la humildad y sencillez, sino insistir en que se acepte tal como es y se ame en Dios. Segunda, para preparar adecuadamente a la seminarista a hacer oración, debe acostumbrarla a contemplar la realidad de su persona y de la sociedad, a examinar su interior, a descubrir el valor del silencio y la necesidad del compromiso. Todo es útil para ese momento trascendental del encuentro con Dios.

Actitudes de quien ora

Para facilitar la oración a la Hermana del Seminario no basta con formar su personalidad, hay que preparar asimismo las actitudes con que entra en el diálogo con Dios. Leyendo a San Vicente en las conferencias citadas anteriormente, sacamos la idea de que algunas Hijas de la Caridad de aquella época tenían una concepción de la oración parecida a la que tienen ciertas Hermanas de hoy: un monólogo interminable en el que ella es la protagonista. Pienso que no es difícil convencer a la seminarista de que la oración no es hablar y hablar entre complaciente y pedigüeña, sino una escucha atenta «donde Dios nos da a conocer lo que quiere que hagamos y lo que quiere que evitemos», como decían San Vicente y las primeras Hijas de la Caridad (IX, 417). Recojamonos en la escucha silenciosa donde Dios nos manifiesta su voluntad y donde «el alma dice a Dios lo que el mismo le da a conocer que tiene que pedir» (IX, 419). Porque el silencio de escucha es oración entre dos personas que se aman y se comunican en pocas palabras: «Jesús… no tenía necesidad de que se le informara acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre», dice el evangelio de Juan (2,25).

Además de esta escucha, tampoco pienso que cueste convencer a la seminarista de:

  • que la oración es un don gratuito que no se logra ni con la ciencia ni con el esfuerzo humano, aunque Dios nunca se lo niega a quien se lo pide humildemente;
  • que la oración no es una carga penosa y obligatoria, sino un encuentro voluntario celebrado en serenidad;
  • que no es una rutina impuesta moralmente por la marcha de la comunidad, por el proyecto comunitario o por las Constituciones, sino algo espontáneo y creativo día a día según las situaciones de cada uno.

Cuando nos convencemos de estas realidades no nos es costoso cambiar de actitudes.

Tanta importancia como las actitudes tiene la postura que asume la Hija de la Caridad ante la falta de tiempo y ante las dificultades durante la oración.

La Directora del Seminario, en cuanto formadora, recibe de la Compañía el encargo de preparar a las Hermanas del Seminario para superar los obstáculos que les impidan desarrollarse como Hijas de la Caridad. Y frecuentemente a las Hermanas les es difícil compaginar servicio y oración. Sin embargo es vital a una Hija de la Caridad equilibrar ambos aspectos de la misma vida. La espiritualidad vicenciana tiene un alimento peculiar: el servicio de los pobres que día a día puede devorar a las Hermanas. Cuando el servicio es habitualmente desmesurado se rompe el equilibrio psicológico y espiritual, y entorpece o anula la oración. No es raro que a algunas Hermanas les brote la queja de que no tienen tiempo para hacer oración. Conocemos la respuesta de San Vicente: hacerla cuando se pueda, aunque sea por el camino, pero no dejarla nunca (IX, 34, 584-585). Según su sentir —válido entonces como ahora— podríamos decir que no hay que buscar tiempo para hacer oración: la oración ya tiene su tiempo hay que respetarlo, a no ser que se presente una necesidad urgente.

Otra postura, ocasionada por lo espinoso que a veces resulta hacer oración, es de desilusión y desaliento. Podemos encontrar seminaristas a quienes les cueste hacer bien la oración, y esto, como todo lo costoso, crea el peligro de abandonarla. Es en este momento cuando más necesita ser acompañada. Igualmente lo necesita ante otra característica del seminario, menos probable, pero también posible: ansia de estar en oración. Son Hermanas que se emocionan ante una vivencia nueva y acaso desconocida hasta ahora para ellas. Ilusionadas querrían no salir de la oración y buscan la ocasión de volver a ella. Además, al peligro de abandonar el servicio, se añade el de reducir la oración a una emoción sensible.

Límites de la oración

Quisiera detenerme tan sólo un momento en recordar a las acompañantes que deben ayudar a avanzar por ese camino misterioso y vivencial hasta lo más alto de la oración, hasta la contemplación. Quien acompaña tiene que descubrir y discernir la profundidad a donde el Espíritu Santo quiere llevar a una persona en la oración. San Vicente decía: «Plus Ultra», más adelante (XII, 77). No se contenten con abandonar en la puerta a la que Dios invita a entrar. Porque la oración de la Hija de la Caridad, como la de todos los cristianos, no tiene límites, es ilimitada. Pienso que están confundidos quienes creen que las Hijas de la Caridad no están llamadas a la oración infusa, llamada oración contemplativa. Seria contradecir a San Vicente que anima a las Hermanas a ser tan contemplativas como Santa Teresa de Jesús (IX, 424-425); sería rechazar a Santa Luisa como modelo que, después de pasar una noche pasiva, llegó al desposorio místico (A,2;A, 50), y según los indicios más seguros también San Vicente vivió la oración contemplativa.

La confusión ha podido llegar al identificar oración contemplativa y vida contemplativa. Las llamadas religiosas de vida contemplativa dedican su vida a la contemplación; las Hijas de la Caridad, no. Las Hijas de la Caridad entregan su vida al servicio de Dios en los pobres. Pero así como las religiosas de vida contemplativa no serían cristianas si olvidasen el apostolado en su vida, tampoco las Hijas de la Caridad, de vida activa, lo serían, si en el tiempo dedicado a la oración no caminasen hacia la contemplación.

Pero es que, a demás ¿quiénes somos nosotros para limitar a Dios la altura a la que quiere elevara a una Hija de la Caridad? Flaco favor haría Dios a una mujer si le negara, por el sólo hecho de ser Hija de la Caridad, la oración más sublime a la que puede aspirar una mujer en la tierra. Si no se lo negó al evangelizador Jesús ni al apóstol San Pablo, pura actividad en favor de los hombres (Lc. 9,28-36; 2 Cor. 12, 1-4) ¿se lo negará a una mujer por el mero hecho de servir a los pobres?

Conviene aplicarnos la frase tan citada de K. Rahner: «el cristiano de/futuro o será un «místico», es decir, una persona que ha «experimentado» algo, o no será cristiano» 5. Es una exigencia para la Directora no sólo ser mujer de oración, sino conocer los caminos de oración, estudiar y en algunos casos tendrá que consultar. Y cuando saque la conclusión de que una persona ya no adelanta a su lado o no la entiende, sea humilde y aconséjela otro acompañante.

Durante la oración

San Vicente, a lo largo de sus conferencias, muy frecuentemente habla de la oración y expone normas para hacerla bien. Hoy decimos que fue un acompañante maravilloso, tanto de las personas como de grupos de oración. Conocía bien las virtudes y los fallos de las Hermanas en la oración y les aconseja que hagan la oración siguiendo un método. En un momento les explica el método de San Francisco de Sales y el de Santa Juana Francisca de Chantal (IX, 31, 426-427; X, 575, 587). En el siglo XVII era corriente usar un método para orar. Los tratados espirituales exponían su método original o copiado.

Hoy encontramos acompañantes que defienden y exponen métodos y formas de oración para ayudar a meditar. Sin imponer, les descubren formas para que escojan según es cada uno y según la situación psicológica en que se encuentra en ciertos momentos. Pero también nos encontramos con otros que rechazan cualquier método, como coacción a la naturalidad que debe caracterizar a la oración. No se puede negar que los métodos o formas de oración, usados sin rigidez, ayudan a muchas personas en la oración, a situarse en ella, a no distraerse y a avanzar en la oración. Por otro lado aparecen movimientos que usan técnicas psicofisiológicas o copiadas de Oriente, como zen y yoga. Pienso que no se debe ni se puede exigir a un acompañante que las aprenda. Más, me parece que puede ser peligroso aplicarlas, si quien las aplica no es un técnico experimentado en ellas.

Lo curioso es que San Vicente, que narra al detalle un método de oración, respetó la oración de Santa Luisa, tan diferente de la suya, y la acompañó hasta lo más alto de la contemplación. Supo poner en práctica el sentido común: si una persona avanza en la oración, ha encontrado ya su verdadero método. Pues al fin y al cabo, todos usamos un método, por rudimentario que sea, creado por cada uno o asimilado de otras experiencias, según somos y la situación en que nos encontramos. ¿Que es lo que estamos haciendo ahora sino exponer los rudimentos de unos caminos de oración?

A pesar de todo, sí se le puede exigir a un acompañante que no pretenda imponer su forma de oración. La oración la hace la persona individual y las personalidades son todas distintas. Como son distintos las edades y los tiempos, las sociedades y las costumbres, las modas y los gustos, que pueden ayudarnos a comunicarnos con Dios. En unas épocas ha gustado dar a la oración un toque de ascetismo y en otros se busca el tono festivo; si en unos tiempos la oración, para ser verdadera, se creía que debía quedar guardada en el interior personal, en otros el encanto de la oración se centra en la oración compartida…

Todo lo anterior no impide, por el contrario aconseja, que la Directora le exponga a la seminarista cómo hace ella la oración y el itinerario que lleva. Así da confianza y seguridad. Es una mutua participación en la oración; lo cual también es acompañar. Al participar la seminarista en la oración de su acompañante, aprende y se anima. De igual modo que la Directora, al participar de la oración de la seminarista comprende que esta le está enseñando. La Directora la estimula a analizar y reflexionar el camino que lleva, y a veces al detalle, para comprobar si es una oración demasiado intelectiva que se reduce a una pura reflexión, o plenamente sensiblera, confundiéndola con la afectividad. No puede abandonarla a su aire, se le pide aconsejarla especialmente en las dificultades; de lo contrario ya no seria acompañante.

Se puede aplicar a la Directora lo que Sor Juana Elizondo decía a las Hermanas Sirvientes: ‹‹De la calidad de su oración y encuentro con Cristo dependerá la calidad de su animación comunitaria» (Ecos, noviembre 1992, p.350).

Si la primera norma del acompañamiento se refiere a la influencia del acompañan­te sobre la persona a la que quiere ayudar a hacer oración -acompañar y no anular, respetar su forma de orar y no imponerle la suya-, la segunda nace de la naturaleza de la oración: la esencia de la oración consiste en darse cuenta de que se está con Dios, en ser consciente -iluminado por la fe- del diálogo orante, y hasta sentir la vivencia de la presencia divina. La experiencia inconsciente no es experiencia, ni está consciente quien no se da cuenta de lo que ora.

Hacia este objetivo urge encaminar a la orante, solo así el diálogo con Dios resulta agradable. Empujada por motivaciones sobrenaturales, animada por el Espíritu de Dios y guiada por la directora, la seminarista se concentrará gustosa durante la oración. Pero hay que tener presente que concentrarse interiormente cuesta, que especialmente en los comienzos hay que hacer esfuerzos para no distraerse (Ver Santa Teresa, Vida, cp.11; 16,6). Las Hermanas se quejaban a San Vicente de sus muchas distracciones (IX, 31,216-217, 424-427; X, 568-569, 574-575).

Seguramente también hoy es el gran problema de nuestra oración. Pero cada persona es singular e irrepetible, por ello no se pueden dar soluciones generales. Es en la práctica donde hay que concretizar los remedios según la especificidad de cada persona. Los espirituales de la época clásica ponían soluciones clásicas y que, al igual que el Catecismo de la Iglesia católica hoy (n. 2705), San Vicente las expone como formas o modos de oración: sujetar la atención en una imagen, la lectura de un libro, recordar la vida de Jesús, en especial su pasión, mirar al sagrario, etc. Pero en cuanto a distracciones lo trata de paso (X, 569).

San Vicente expone también un remedio clásico desde San Bernardo: a la entrada de la oración abandonar todas las preocupaciones terrenas o hacer de ellas oración (X, 602). También ayuda el hacer una sencilla preparación. No olvidemos que la Hija de la Caridad puede llegar a la oración fatigada del trabajo. Estas recomendaciones vicencianas entrarían hoy en las modernas técnicas de relajación. Nadie puede negar la eficacia de la relajación. Ciertamente es aconsejable un mínimo de relajación, comodidad en la postura, tranquilizar el nerviosismo, quitar las preocupaciones fuertes que nos dominan, y algunas veces hasta controlar la respiración o escuchar una música de fondo, etc. En una palabra, hay que preparar el espíritu. ¿Es posible, por ejemplo, me pregunto, pasar inmediatamente a la oración después de una visión impresionable, de una escena o diálogo preocupante o de una situación que deslum­bra?

No es raro que situaciones o ambientes materiales influyan en el recogimiento y en el desarrollo, para bien o para mal, de la oración. A un acompañante le serviría mucho tenerlo en cuenta.

Cualidades del acompañante

Un acompañante, aunque no se identifica, se asemeja a un director espiritual. Como él, con diferente profundidad y extensión sin embargo, recibe la función de animar, sostener, motivar, exigir y, ante todo, ayudar a discernir. El encuentro entre el acompañante y quien le pide ayuda para afianzarse en la oración se realiza primordialmente en un dialogo o comunicación. El acompañante ha tenido que recibir el don, el carisma del acompañamiento, lo cual supone que esta revestido de ciertas cualidades para acoger al otro y discernir su itinerario. Asimismo el acompañado debe manifestar una serie de actitudes para que la ausencia de confianza y sinceridad no conviertan el encuentro en algo banal.

Cualidades del acompañante (caridad, disponibilidad y accesibilidad; prudencia y respeto; experiencia humana y espiritual); actitudes del acompañado (confianza, sinceridad y docilidad) (Cf. Directivas para la Formación inicial p.36-37)

También la comunidad del Seminario desempeña un importante papel en el acompañamiento. Y no solo por el diálogo o consulta que pueden hacerles a las Hermanas, sino porque toda la comunidad dialoga, comunica y participa de la misma oración. La comunidad es responsable de crear un clima que facilita el encuentro con Dios, «un ambiente de oración, de recogimiento, que permita el aprendizaje de la unión con Dios, tan necesaria para ser, en medio del mundo, testigos del amor de Dios» (F. I. p.70). Cada miembro de la comunidad es un testimonio orante en medio de sus compañeras. Entre todas trenzan un vinculo vivo que ayuda a hacer oración.

Oración y compromiso

El gran desafío de las Hijas de la Caridad, que no puede olvidar la Directora en cuanto acompañante, es como compaginar oración y servicio. Las Constituciones no cesan de repetir que ambos forman un solo cuerpo: «Un mismo amor anima y dirige su contemplación y su servicio» (C. 1.4), «El servicio es para ellas la expresión de su consagración a Dios en la Compañía y comunica a esa consagración su pleno significado…, «El servicio de las Hijas de la Caridad es, al mismo tiempo, mirada de Fe y puesta en practica de Amor (C. 2.1).

La oración es insustituible para las Hijas de la Caridad si quieren que su servicio sea cristiano y vicenciano. Se lo enseña Jesucristo, el hombre apostólico por excelencia, que se retiraba a orar, y se lo repite S. Vicente de Paúl, el apóstol de los pobres. Para la persona en proceso de formación también se dice que «Toda su espiritualidad estará impregnada por el servicio a Cristo en los pobres, que para ella será el punto de referencia y lo que constituirá la unidad de su vida» (La F.I., p.27).

Uno de los peligros más comunes entre las Hermanas es el activismo. Pues bien, la acción sin oración es simplemente materialismo o, lo mas, humanismo, que puede ser valioso, pero nunca será servicio vicenciano. Hoy la sociedad no tiene lugar para Dios, lo ha apartado, y solo la Hija de la Caridad que ora esta trabajando por una sociedad religiosa: la oración la induce a referir su trabajo a Dios. Sólo si vemos a Cristo en los pobres, los pobres verán a Cristo en nosotros, y solamente quien ora descubre a Cristo en los pobres. Cuando Juan Pablo II recibió en audiencia a los miembros de la Asamblea General, les dijo: «La fuente vivificadora de su servicio a los pobres es la contemplación diaria de Cristo, de ese Cristo que comparte los sufrimientos, la inseguridad, el rechazo, la humillación, la desesperanza de los pobres. Contemplación desconcertante en sí misma. Contemplación que les inspira también la búsqueda de un servicio eficaz, ya sea a los jóvenes, a los adultos, a los ancianos, a los enfermos, heridos todos por el azote de las miserias engendradas por numerosas causas que ya conocen ustedes, entre otras, por la evolución rápida y mal controlada de la sociedad actual» (Ecos, Junio-julio, 1991 p.246).

Nunca se lo repetirá exageradamente la acompañante a la Hermana joven, como tampoco le insistirá lo suficiente, que la oración de la auténtica hija de San Vicente, como dice el Papa, sólo puede ser apostólica. El servicio afecta al estilo y al contenido de la oración. La Hija de la Caridad no puede hacer una oración exclusivamente suya, sino proyectada al compromiso evangélico de servicio. Parte de la realidad, del pobre inserto en su entorno, y en un dialogo con Dios recibe el valor de volver la medalla y la fuerza para liberarle y salvarle. Es en la oración donde una Hija de la Caridad se cuestiona y se conciencia de su compromiso con el Cristo que esta en los pobres. Su oración es expresión de la solidaridad con el pobre, y el mismo dinamismo que la empuja a la oración la dirige al servicio: su carisma vicenciano.

En la oración se convierte en portavoz de los problemas de los desheredados ante Dios, y le interpela en defensa de ellos, al mismo tiempo que por la oración se convierte ante la sociedad en la voz de los sin voz (Doc. Final. Asm. Gen. 1985, p. 5). Sin embargo no se convierte en una fanática intolerable, pues la oración la convence de que Dios ama a los pobres más que ella, como le decía Santa Luisa a Sor Bárbara Angiboust (L. 353, p. 394). En la oración escucha el resumen de su vida: La voluntad de Dios es que sea ella quien se afane por salvar al pobre de la tierra, esforzándose en hacerle un mundo mejor.

No pretendo decir que el pobre esté siempre explícitamente en su oración. Sería falsear el diálogo con Dios. Como tampoco está explícitamente en las recreaciones, comida, conversación, pero si implícitamente. Su entrega es toda para los desdicha­dos y para ellos es su oración y el compromiso al que le empuja.

La Directora debe tener claro cómo es la oración vicenciana y aclarárselo a la seminarista durante el acompañamiento.

Quisiera terminar con unas palabras certeras que Sor Juana Elizondo decía a las Hermanas Mayores, pero que también valen para todas: «La Compañía, los Pobres, cuentan con su oración… Tengan presentes las grandes intenciones de la iglesia, de este mundo tan perturbado, de tantas personas sometidas a todo tipo de sufrimiento, careciendo de lo más elemental en todos los dominios: material, físico y espiritual. Las noticias que van captando a través de los medios de comunicación social, así como sus contactos con diversas personas, les muestran cuanto dolor hay a lo largo y a lo ancho de este mundo» (Ecos, marzo 1992, p. 92) Oración y compromiso es todo uno en la familia vicenciana.

Conclusión

Todo lo que es valioso pide ser valorado, evaluado. La oración forma parte destacada de la riqueza espiritual de las Hijas de la Caridad y requiere ser contrastada de tiempo en tiempo ante un maestro incondicional, cercano y sincero. La Directora lo es para la seminarista. A su lado puede ayudarla a esclarecer las oscuridades y a valorar su itinerario de oración con respeto, libertad y delicadeza en unos encuentros donde se respire confianza y sinceridad.

Toda esta charla ha estado dirigida a las Directoras del seminario, porque el Seminarium’93 se dirige a ellas, porque son las principales responsables de la formación (C. 3.10), y porque pienso que es la acompañante ideal de la seminarista. Sin embargo, pienso igualmente que lo dicho puede referirse a otras Hermanas que acompañen en la oración a otras personas, en especial a las Hermanas que forman parte de la comunidad del Seminario y puedan acompañar a las seminaristas en su oración. Así como a la comunidad apostólica, especialmente a su Hermana Sirviente, donde la seminarista haga las practicas apostólicas.

Primero, porque las «Directivas para la Formación inicial» dicen que, en la Comunidad de formación (seminario) debe existir «disponibilidad para el «acompaña­miento» de las Hermanas» (p.71), y que todas «las formadoras redactan una evalua­ción (de la seminarista) que comunican a la Visitadora» (p.72), ciertamente las Constituciones concretizan que la presenta la Directora, pero de acuerdo con sus colaboradoras (3.10).

Segundo porque las mismas Directivas atribuyen a las prácticas apostólicas que realiza la seminarista ser «parte integrante de la formación» y atribuyen a la Hermana Sirviente de la comunidad apostólica durante ese tiempo una responsabilidad en la formación de la seminarista parecida a la de la Directora del Seminario.

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