17º Domingo de T.O. (reflexión de Javier Balda, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Autor: Javier Balda, C.M. .
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baldaDar no es tarea fácil y mucho menos dar por amor algo que apreciamos o necesitamos. Dar y darse uno mismo por amor es un ideal mucho más difícil de vivir en un mundo donde prima el egoísmo, el deseo de poseer, las ansias de tener más y más, y donde se valoriza al hombre más por lo que tiene que por lo que es. En una sociedad como la nuestra donde la filosofía del “sálvese quien pueda”, donde el logro de nuestros intereses políticos, económicos o sociales lo justifican todo, donde nadie se siente culpable ni responsable de la pobreza y del hambre de los demás, la “filosofía de Cristo” es una utopía inalcanzable y sin valor, la utopía de los soñadores, de los perdedores, de los que no saben vivir la vida, de los inadaptados. Pero lo cierto es que ni Cristo fue un soñador ni su evangelio una utopía sin realidades vividas. Jesús no se quedó con su palabra ni con su sueño sino que nos dio todo al darse él mismo.

Por eso el dar cristiano debe ser, como lo fue en Cristo un amar afectivo y efectivo al prójimo, un darse y entregarse como don y regalo gratuito con lo que somos y tenemos. Por eso el cristiano tiene que definirse ante ese Cristo que se nos hace presente con su palabra y su testimonio de vida y ante la presencia del hermano necesitado que necesita nuestra ayuda. Debemos convencernos de que si no damos, dándonos, estamos falsificando el cristianismo. Por eso, Jesús que ha venido a dar y a darse a cada uno de nosotros, nos exige desprendimiento, generosidad, donación desinteresada para ponerla en sus manos y en las manos del pobre, del enfermo, del necesitado. El joven del evangelio lo había previsto todo y en su morral había depositado los alimentos que esperaban comer. Tal vez con sorpresa y preocupación escucha que el Maestro necesita su generosidad y su desprendimiento. Nadie nos asegura que esperaba y creía en una recompensa. Saca sus cinco panes y sus dos peces y se los entrega a Jesús y, gracias a este gesto, Jesús sacia el hambre de toda esa muchedumbre que le sigue.

Ante este milagro la multitud exclama: “Este sí que es el Profeta que tenía que venir”, pero también podía haber exclamado al ver el gesto del joven. “Este es el profeta que el mundo necesita”.

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