Vicente de Paúl y Luisa de Marillac. Cuál fue su relación (IV)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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  1. UN PERÍODO DIFÍCIL (1640-1642)

Y sobreviene un período difícil, en el que van a modificarse las relaciones. Ya en los años que preceden, algunas actitudes revelan la gran desemejanza entre una y otra personalidad. Toda amistad sufre crisis: la de Vicente y Luisa sigue esta precisa ley.

Entre marzo de 1640 y junio de 1642, su amistad que estriba­ba sobre la verdad, la confianza, la sencillez, va afrontar tensio­nes. La diferencia, hasta entonces pacíficamente aceptada, se hace fuente de impaciencia, no se reconoce como complementariedad, sino que más bien se torna incomprensión.

En diciembre de 1639 Luisa de Marillac llevaba al hospital de Angers las Hijas de la Caridad. Los administradores piden un contrato bien escrito, según la forma debida. Pensaba el señor Vicente que todo habría sido de viva voz. Por carta, pregunta

Luisa al señor Vicente, ¿quién firmará el contrato, pues las Hijas de la Caridad no tienen entidad legal? No se hace declaración alguna. Es muy probable que Luisa haya sentido los «efectos noci­vos» de la prudente lentitud del señor Vicente, quien responde:

Dado que esos señores quieren tratar por escrito, hágalo in nomine Domini, y mande que hagan el contrato a su nombre como directora de las Hijas de la Caridad [siervas de los pobres enfer­mos de los hospitales y de las parroquias, con el beneplácito del superior general de la congregación de los sacerdotes de la Misión, director de dichas Hijas de la Caridad (SVP, II, 7).

La carta prosigue luego, con explicaciones algo complicadas, al estilo gascón

Y si le piden el documento de erección de esta congregación, dígales que no tiene más que los poderes que se le han dado a dicho superior, director de las cofradías de la Caridad, como se hace en todas partes, especialmente en esa diócesis, en Bourg-neuf , en las tierras de la señora Goussault, según creo, aunque no estoy muy seguro, [y] en Richelieu, en la diócesis de Poitiers (SVP, II, 7-8).

Ésta no pareció a Luisa una respuesta satisfactoria. Tuvo que manifestar su extrañeza, pues una cuarta misiva de Vicente, el 28 de febrero de 1640, concurre a confirmar la primera:

Ya le he dicho mi opinión sobre las cláusulas y condiciones que tiene que estipular ahí (SVP, 11, 13).

Luisa obedece: el 1 de febrero de 1640 firma ella el contrato que establece a las Hijas de la Caridad en el hospital de Angers.

Al año siguiente, la elección del emplazamiento de una nueva casa-madre para las Hijas de la Caridad, se convierte en nueva fuente de tensiones entre Vicente de Paúl y Luisa de Marillac. En 1636 se habían establecido las Hijas de la Caridad en una casa de la aldehuela de La Chapelle, al norte de París. Sin embargo, con la afluencia de candidatas, la casa se quedó pequeña. Era preci­sa otra más grande. Luisa aprovecha la ocasión y reitera el deseo que expresaba en 1636 y había rechazado el señor Vicente: morar no lejos de San Lázaro.

El señor Vicente comienza rehusando: que no es prudente. Cuando el pueblo de la barriada vea a un sacerdote de la Misión entrar en la casa de las Hermanas, o a una Hermana entrar en San Lázaro, habrá cotilleo, habladurías. Luisa rechaza las diversas propuestas que le son hechas, pues ninguna de ellas acerca a las Hermanas a San Lázaro. Ante la insistencia de Luisa, el señor Vicente termina por ceder. Luisa empero se impacienta, las pes­quisas no le parecen ir lo bastante veloces. En febrero de 1641, postrado por la enfermedad, Vicente escribe con bastante dureza:

La encuentro siempre a usted con sentimientos un poco humanos desde que me ve usted enfermo, al pensar que se ha perdido todo, si no se encuentra casa. ¡Oh, mujer de poca fe y poco aficionada al ejemplo y a la conducta de Jesucristo! El Salvador del mundo, al pensar en toda su Iglesia, confía en el Padre para sus reglas y su dirección; y para un puñado de muje­res, que tan claramente ha suscitado y reunido su Providencia, ¡le parece a usted que nos fallará! (SVP, II, 130).

La impaciencia de Luisa se manifiesta asimismo en relación con las jóvenes que llegan a la Compañía de las Hijas de la Cari­dad: querría ella que estuviesen de inmediato preparadas para ir a prestar sus servicios. Vicente le reprocha su severidad y le pre­dica la paciencia:

Me parece… que sor Vicenta de Richelieu… es una herma­na muy buena, que goza de excelente reputación en su país, que ha servido con constancia a su dueña durante siete u ocho años. Aquella pobre mujer ha sentido tanto su ausencia, que es imposible de decir. Hay espíritus que no se ajustan de golpe a todas las pequeñas normas. El tiempo va remediando las cosas. Entre nosotros lo estoy experimentando continuamente (SVP, II, 121).

Desde los comienzos de la Compañía de las Hijas de la Cari­dad el señor Vicente tiene por hábito de acudir con regularidad y hablar a las Hermanas, las cuales aprecian mucho sus conferen­cias. De pronto observa Luisa cómo pasan los meses, y el señor Vicente siempre ha de hallar algún pretexto para no acudir: está abrumado de trabajo, o promete ir y no va, pues antes que las Hermanas están las Damas, los Padres, la Reina… Luisa lo lleva muy mal. Adjunta breves apostillas a la relación de algunas con­ferencias que da el señor Vicente. El 16 de agosto de 1640 pone que el señor Vicente anda con prisas:

Ha faltado poco para que no pudiese venir hoy, ya que he tenido que irme lejos dentro de la ciudad; por eso, dispongo de poco tiempo para hablaros (SVP, IX, 51).

El 16 de agosto de 1641 hace constar Luisa las excusas del señor Vicente:

Hace tiempo que debería haberos reunido (hacía un año que no había venido), pero me lo han impedido especialmente mi miseria y mis quehaceres. Además, hijas mías, espero que la bondad de Dios habrá suplido ella misma todo lo que yo os debo (SVP, IX, 55-56).

El 9 de marzo de 1642, registra Luisa, con severidad tanto mayor:

El día 9 de marzo, el Padre Vicente no pudo, por algún asun­to urgente, estar al comienzo de la conferencia que su caridad había decidido darnos…El Padre Portail empezó la conferencia (SVP, IX, 71-72).

Luego, a mitad de la relación, intercala:

El Padre Vicente llegó a las cinco, y, después de haber escu­chado los pensamientos de algunas de nuestras hermanas, con­tinuó: — Hermanas mías, se está haciendo ya muy tarde… hay que dejarlo para el domingo próximo (SVP, IX, 72).

Sólo las escasas conferencias de entre 1640 y 1642 ostentan tales observaciones. Pese a la ligera tensión en las relaciones, a los puntos de vista divergentes, la vida de la Compañía prosigue: recepción de numerosas postulantes, respuesta a los llamamien­tos, nuevas implantaciones (Nanteuil, Fontenay aux Roses, Sedan …), y asimismo la preparación de los primeros votos en la Compañía, el 25 de marzo de 1642.

Un acontecimiento exterior, mínimo en apariencia, sacude bruscamente a ambos fundadores. El 7 de junio de 1642, vigilia de Pentecostés, se hunde una planta en la casa-madre de las Hijas de la Caridad: era la sala donde las Hermanas tenían habitualmen­te la conferencia. Estaba prevista para aquel día una reunión, pero el señor Vicente estaba comprometido, y había anunciado a las Hermanas que no acudiría. Ello explica por qué no hubo víctimas.

Vicente de Paúl, siempre muy atento a los acontecimientos, deja que éste le interpele hondamente. La mañana de Pentecos­tés comunica sus reflexiones a Luisa.

¡Dios mío, señorita! ¡Cuánto me he asustado esta mañana, cuando el padre Portail me ha dicho el accidente que ocurrió ayer en su casa, y que le he comunicado a toda la compañía!; le he dicho lo que nuestro Señor les dijo a los que le preguntaban por el motivo de que hubieran muerto bajo las ruinas aquellos judíos, cuando la caída de la torre de Jericó: que esto no se debía a los pecados de aquellas personas, ni a los de sus padres o sus madres, sino para manifestar la gloria de Dios. A usted le digo ciertamente lo mismo, señorita, un nuevo motivo para amar a Dios más que nunca, ya que Él la ha preservado como a la niña de sus ojos, en un accidente en el que debería haber muer­to usted bajo las ruinas, si Dios no hubiese detenido ese golpe con su amable Providencia. Todos le hemos dado gracias a Dios; entretanto, con la ayuda de Dios, espero tener la dicha de verla por aquí, si viene usted a vísperas, o bien en su casa; le mando estas líneas para saludarle y darle de antemano los buenos días (SVP, II, 215-216).

Luisa de Marillac está también muy cambiada ante el suceso. Se ha conservado apenas su reflexión escrita de algunas años después, en el aniversario del accidente:

El día y tiempo en que nuestro buen Dios nos permitió reco­nocer su divina Providencia por acontecimientos tan señalados como el de la caída de nuestro piso, me ha vuelto a poner ante los ojos, la gran transformación interior que tuve cuando su bondad me otorgó luz y esclarecimiento sobre las grandes inquietudes y dificultades que (entonces) experimentaba… pareciéndome que al mismo tiempo se operaba interiormente en nuestro muy Honorable Padre y en el alma de algunas de nues­tras Hermanas algo grande para el establecimiento sólido de esta pequeña familia… Y aunque siendo tan miserable como soy, tenía que haber pensado que lo ocurrido se debía a mis pecados, nunca me ha venido tal pensamiento, ni en ese momen­to ni después, sino siempre en mis labios y más aún en mi cora­zón (el convencimiento de) que era una gracia de Dios, opera­da con un fin que no conocíamos, y que por medio de ella Dios nos pedía algo a los unos y a los otros (SLM, 756).

Vicente y Luisa se dejan interpelar por esta luz de Dios. Toman conciencia más aguda de que el autor de esta Compañía es Dios, que tiene de ella un cuidado especial, que les invita a proseguir juntos la obra comenzada para su gloria y el bien de los pobres.

En este día de Pentecostés de 1642, el espíritu de Dios les urge a superar la crisis que estaban viviendo y a convertirse.

Han rebasado una etapa difícil. Ante ellos se abre un largo perío­do de amistad honda y fértil.

Elisabeth Charpy

CEME 2010

 

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