Vicente de Paúl, testigo estimulante

Francisco Javier Fernández ChentoJuventudLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jesús M. Hurtado, C.M. · Año publicación original: 1986 · Fuente: XIII Semana de Estudios Vicencianos, Salamanca.

Experiencia de pastoral juvenil en parroquias vicencianas


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Se me ha pedido que exponga la experiencia de pastoral juvenil en nuestras parroquias, y lo previo que me gustaría decir es que intentamos ser fieles al espíritu vicenciano. La opción por lo pobres, desde la experiencia de fe que Vicente de Paúl nos marcó, nos ha llevado a concretar nuestra evangeliza­ción en uno de los ámbitos de pobreza que los signos de los tiempos señalan como más llamativos: el ámbito de los jóve­nes; no como realidad sacral (todos aspiran a ser joven), sino como realidad social, desorientada, marginada, propicia para la manipulación, en situación de frustración. Ahí están los signos de esa frustración: La Pasividad, como estado de in­consciencia en que viven muchos jóvenes, marcados por los criterios de la sociedad en la que se desenvuelven; se manifiesta en: a) la vida instintiva: violencia, sexo; b) la falta de espíritu crítico; c) la evasión: consumo, desinterés social, droga, alco­hol, espectáculos… d) la crisis de sentido: aburrimiento, inca­pacidad para el tiempo libre… La Abdicación, como aceptación del «desorden establecido», rebeldes adaptados y frustrados en búsqueda de seguridad, sin motivaciones para incorporarse al mundo de los adultos. La Marginación: paro, droga, delin­cuencia, fracaso escolar… La falta de horizontes de futuro: falta de valores, de modelos de referencia, falta de participación…

La parroquia, en este sentido, es el ámbito desde el que se intenta ser luz y esperanza, signo de acogida que posibilita su participación, de confianza que potencia su desarrollo armóni­co y que les hace ser, a su vez, generadores de paz y testigos de lo invisible en medio de sus ambientes, desde el descubrimiento de Jesús de Nazaret como el Señor que da sentido a la vida.

Pero no resulta nada fácil presentar ese trabajo pastoral que se realiza en nuestras parroquias. Por muchas razones: Una, porque somos hijos de nuestra época en que los cambios tanto culturales como sociales, políticos o eclesiales no se han asumido ni asimilado de igual forma; otra, porque, al ser la parroquia un campo abierto donde se puede trabajar de mil maneras con talantes y objetivos distintos, no es fácil encasi­llarlo. Además, no es lo mismo una parroquia rural que una urbana, o una del centro de la ciudad que del extrarradio; ni tampoco son iguales las diócesis en las que están enmarcadas las diversas parroquias. Si a eso le añadimos la falta de respuesta a la carta que envié a todas las parroquias para recoger datos (de unas setenta, sólo once han contestado), os podéis imaginar lo dificil que me resulta a mí daros una idea más o menos clara de ese trabajo pastoral. No obstante, lo intentaré, añadiendo que en ello va mucho de apreciación personal, por la falta de información seria y objetiva.

1. Constatamos la realidad

Para ello, creo que un modo de hacerlo es intentar clasifi­car la diversidad de esas parroquias (prescindiendo de otro tipo de diferencias a las que he aludido antes) a través de diferentes modelos-tipo de parroquia, que nos permitan clarifi­car un poco el bosque. No son tipos puros; cada parroquia puede participar de varios, pero pueden ayudarnos a ver algo claro.

a) Diversos modelos de trabajo pastoral

1.° Tipo tradicional: Parroquias en las que se trabaja con modelos tradicionales venidos a menos (tradicionalmente existían grupos de Acción Católica, de la Legión de María…) y en realidad radicalmente anquilosadas. Se mantiene una pastoral eminentemente sacramental en donde no se sitúan fácilmente los jóvenes de hoy; como mucho en ellas hay jóvenes que son catequistas de niños. Existen bastantes parroquias de este tipo.

2.° Tipo neo-tradicional: Parroquias en las que se intenta atraer a los jóvenes y para ello se mantienen grupos «entreteni­miento», tipo clubs juveniles de los años sesenta, aunque con signos diferentes. Con frecuencia centran su pastoral con jóve­nes en el sacramento de la Confirmación sin más continuidad.

3.0 Con movimientos actuales: De diverso tipo y signo: jóvenes integrados en comunidades neocatecumenales; algu­nas parroquias cultivan el trabajo con JMV, otras tienen grupos de scouts o de junior… En general, más bien pocas.

4.° Parroquias que han optado por una pastoral de comuni­dad, siguiendo un catecumenado más o menos serio: Aquí se dan muchos matices de talantes y de formas de trabajar; con ideas aún por clarificar, pero con ideas-fuerza que les está llevando a construir la Iglesia desde la comunidad. Pocas hay de estas, aunque han sido las que más han contestado a la carta que envié para recoger datos.

En este esquema creo que pueden encajar las diversas parroquias, aunque sabemos que en muchas de ellas persisten varios modelos, signo de la falta de clarificación y de evolución como de la diversidad de concepciones trabajando en ellas.

b) ¿Algo en común?: El servicio como distintivo

Si nos acercamos a las diversas parroquias en las que hay paúles existe tal diversidad de talantes que parecería que no tienen nada en común. Tal vez la visión de los modelos-tipo sea ideológica y necesitamos una visión de fe; desde ella sí que vemos en común algo distintivo en nuestras parroquias: el servicio; hecho de mil formas y concretado en ámbitos diferentes y diversos; aunque esté anquilosado y ni siquiera se dé, pero como preocupación y transfondo se vislumbra.

2. Una experiencia concreta: la parroquia san Agustín de Melilla

Por concretar esos datos, siempre un tanto generales, y por los tanto, necesariamente desencarnados, y por acercarnos a una de esas parroquias, voy a intentar describir lo más signifi­cativo de una experiencia de cinco años: lo que he ido viviendo, reflexionando y compartiendo en la parroquia de San Agustín en Melilla.

a) Proceso de formación y crecimiento

1. Los comienzos: La parroquia de San Agustín en Meli­lla es una parroquia de tinte tradicional, añeja en lo vicenciano (existía y existe un grupo de «voluntarias», bastante entradas en años, con una labor estupenda: visita a ancianos y ayuda en la guardería). La catequesis de niños sólo existía a nivel de primera comunión y vinculada a los colegios. La pastoral de jóvenes se proyectaba en colegios e institutos. (Anteriormente, existió un club de jóvenes, propio de la pastoral de los años 60; algunos no tan viejos hablan del florecimiento de la Acción Católica y de la Legión de María). De adultos existía un principio de comunidad «neocatecumenal» («kikos») y un grupo de matrimonios, más bien unidos por la amistad que por la fe. Comienzos, pues, bastante vírgenes.

El convencimiento de que es en la parroquia donde se vive la fe (amén de en la vida), y no en los institutos o colegios, y el empeño de ser fieles a la tarea encomendada: una pastoral parroquial, nos llevó a invitar a los jóvenes a ir formando una comunidad cristiana (el contacto con ellos en las clases del instituto nos sirvió de trampolín). La invitación se intentó que fuese suficientemente clara (convencidos de que no se puede engañar, ni engatusar, ni utilizar a los jóvenes, ni meter gato por liebre, por una parte; y por otra, de cara a que los mismos jóvenes supiesen claramente a qué se les invitaba: no a un grupo de amigos, no a hacer excursiones, no a un grupo cultural: de teatro, de música, no a un club de baile, ni de juego…, sino a ir construyendo una comunidad cristiana) y, a la vez, convincentemente atractiva.

No son fáciles los comienzos (hay que partir de una fe y unos convencimientos de las necesidades perentorias de los jóvenes, de que es fundamental vivir la fe en comunidad, y armarse de paciencia, de sencillez y de humildad, que no nos permiten desalentarnos en este camino lento y poco espectacu­lar). Fueron muy pocos los que vinieron a la primera convoca­toria: no más de diez. Con intenciones nada claras. Por enton­ces, se estaba ofreciendo en la diócesis de Málaga-Melilla lo que se dio en llamar «Los encuentros del pueblo de Dios» y nos enrolamos en ellos. (Estaba a tres niveles: niños, jóvenes y adultos). El grupo se fue agrandando: gente que iba y gente que venía; eran tanteos sin consolidación.

2. Principios de maduración: Hacia el año y medio largo de camino, como conclusión y compromiso de la reflexión sobre un tema concreto: «Hacia una iglesia malagueña que evangeliza y libera», se tomó la decisión de optar por dos años de catecumenado (eran ya un grupo de unos cuarenta) que posibilitase el encuentro personal con Cristo y confirmar esa fe, como objetivo inmediato.

Fueron dos años densos, de seguimiento cercano, de algu­nos abandonos (en Melilla potenciados por el alto número de traslados: militares, funcionarios…). Trabajo penoso por ir despertando una conciencia crítica de muchos jóvenes ampu­tados por una sociedad de consumo y por una educación facilona que lo da todo hecho. Trabajo delicado y dificil de ir ayudando a descubrir dimensiones esenciales: el valor de la Palabra, de la oración, de los Sacramentos…, a unos jóvenes que apenas si habían leído la Biblia, la oración les sonaba a chino, muchos de ellos ni siquiera celebraban la Eucaristía, algunos hasta con oposición más o menos expresa de sus padres. Trabajo oscuro por ir concretizando en sus propias vidas los compromisos concretos que el descubrimiento de Cristo les iba descubriendo e impulsando.

En el segundo año de catecumenado eran veintitantos los jóvenes que seguían (incluso catequistas nos abandonaron por los traslados y destinos). Esos 24 fueron los que se confir­maron.

3. Una cierta consolidación: Ya dijimos que la confirma­ción no era sino un objetivo inmediato para conseguir otros; un paso, una etapa importante, pero no el fin para el que convocamos. De hecho nunca convocamos para confirmar. Como consecuencia de ello, la práctica totalidad de los que se confirmaron han continuado como grupo de jóvenes, con una vinculación bastante estrecha con los grupos de adultos que a la par han ido surgiendo en la parroquia y los ya existentes.

Este último año, de un modo específico, nos hemos dedica­do a reflexionar para clarificar y concretar compromisos de servicios concretos que, como grupo de jóvenes, asumíamos. Aquí ha sido la figura de Vicente de Paúl la que nos ha ayudado a clarificarnos y a iluminar todo lo que hasta ahora veníamos haciendo y construyendo. El compromiso no es sino la fe traducida en un «ser» y «estar» en la vida, y en servicios realmente críticos y liberadores. No se trata de una mera actividad o acción asistencial que justifique la insatisfacción de nuestra conciencia. Es más bien una actitud ante la vida; unos planteamientos que, desde una actitud crítica, responsable, constante y disponible, lleva a unas opciones a nivel personal, social y político. Un compromiso realizado en nombre de Jesús y desde la comunidad cristiana.

San Vicente partía de las necesidades de los pobres, y analizando, nosotros descubrimos dos necesidades que nos parecieron prioritarias: en nuestro barrio hay muchas personas ancianas, bastantes de ellas casi solas; vimos que ese era un campo donde concretizar nuestro compromiso. Otro fue el de las instituciones, ambientes y de un modo especial el de los jóvenes: de ahí surgió la necesidad de estar presentes a nivel de ayuntamiento (vía concejalía de la juventud) colaborando y contribuyendo a realizar proyectos que ayuden a los jóvenes. En ambas dimensiones hemos estado presentes de modo espe­cial durante este año.

A nivel de ancianos, el servicio podríamos calificarlo de cercanía; ha consistido básicamente en visitarles y darse cuenta de su realidad, aunque pensamos que ha de ir encaminado a hacer posible que surja en ellos la oración comunitaria, servir­les en cosas concretas: limpieza de la casa, pintar, arreglar…, y hasta denunciar su situación, con frecuencia signo de situacio­nes injustas.

A nivel de ayuntamiento, se ha estado colaborando en la programación, realización y participación de la segunda sema­na de la juventud. Presencia nada fácil por la hostilidad del ambiente a todo lo que sonase a cristiano, pero presencia significativa de aguante, de tolerancia, de gratuidad desintere­sada en el trabajo. Presencia interpelante en la representación teatral.

b) Aspectos significativos

1.° ¿Cuántos somos y desde qué edades?: He descrito el proceso de crecimiento del primer embrión de jóvenes, pero a él le han venido sucediendo otros, de tal modo que ya existe una serie de grupos que están en diversos niveles de madura­ción y crecimiento (aunque siempre estén en situación de remodelación y consolidación). Así, el número es dificil de concretizar, pero tampoco interesa demasiado. Sólo destacar que hace dos años, ante las dificultades que veíamos de conti­nuidad por el corte del paso de la E.G.B. al B.U.P., y desde la dificultad grande que estamos encontrando en consolidar la catequesis de niños, optamos por partir en nuestro trabajo con jóvenes desde 8.° de E.G.B. Además, destacar la labor de los propios jóvenes convocantes de otros jóvenes a descubrir y vivir lo que ellos estaban empezando a intuir.

2.° ¿Hacia dónde vamos?: La comunidad de adultos como referencia. Ya algo he aludido antes, pero importa resaltar este aspecto básico en toda pastoral: el punto de referencia desde el que se evangeliza y hacia el cual vamos encaminados y cuyo fin pretendemos es la comunidad de adultos. Sin comunidad de adultos no es posible la pastoral con jóvenes, sería como construir una casa en sus cimientos, pero sin pretender cons­truir las paredes y el tejado. Y eso es tan cierto en la pastoral con jóvenes como con los niños.

El problema surge cuando de hecho no hay comunidad de adultos; ¿Qué hacer? Nosotros estamos intentando construir a la vez la comunidad de adultos con los mismos ejes que la de jóvenes. Ella es signo de referencia, no tanto por lo que ya es, sino por lo que intenta ser. La interrelación de los diversos grupos de jóvenes y adultos, sobre todo en diversos momentos significativos: convivencias, asambleas parroquiales, celebra­ción de la Pascua, oraciones, padrinazgo de la confirmación… está ayudando a esa integración de los jóvenes en la vida de la comunidad cristiana, y a la maduración de unos y otros.

3.° ¿Quién nos acompaña?: Equipo de catequistas: forma­ción y modo de trabajo. En esta tarea hemos comprometido a personas concretas que nos han parecido con un mínimo de capacidad para llevarla a cabo. Ya había alguna catequista de niños; a otros los hemos ido convocando. La preparación de personas catequistas nos ha parecido tan importante que, en algunos momentos de crisis por falta de asistencia de niños a las catequesis, lo hemos resaltado de modo especial, al insistir fuertemente en que no nos importaban tanto los niños como el hecho de que el grupo de catequistas se consolidase.

De ese grupo de catequistas de niños han ido saliendo los catequistas de jóvenes, dejando a su vez el puesto dé catequistas de niños (en años sucesivos), a alguno de los jóvenes que veíamos con más capacidad para ello. Algunos de éstos, a su vez, este último año han pasado a engrosar el grupo de catequistas de jóvenes (consiguiendo un objetivo que conside­rábamos muy importante: que los jóvenes fueran evangeliza­dores de los propios jóvenes). A parte de tres catequistas que tuvieron que dejar Melilla por traslados laborales, hoy forma­mos ese grupo diez personas.

El modo de trabajar siempre ha sido partiendo de la autocatequesis. En este sentido, estamos convencidos de que, a pesar de lo valiosos y necesarios que pueden ser cursillos de catequistas, de dinámica de grupos (algunos les hemos propor­cionado; dificil, a veces, por la situación de Melilla)…, el lugar, el vientre de ballena donde mejor se gesta un catequista es la propia autocatequesis. Según las necesidades de cada año y según hemos ido adaptando el material y el método de trabajo, hemos ido realizándola de diversas manera. Este último año estamos muy satisfechos de la fórmula que hemos estado siguiendo. Como las diversas catequesis las desarrollábamos en cuatro semanas, el grupo de catequistas hemos tenido cuatro reuniones de autocatequesis al mes: la primera de esas reuniones la hemos dedicado a preparar las cuatro sesiones de la catequesis; la segunda la hemos reservado para la reflexión y comunicación de nuestra vida de fe a partir, normalmente, de un texto bíblico; la tercera reunión, a orar, y la cuarta, para formación. En todas siempre había un tiempo para comuni­carnos e iluminarnos en nuestra labor.

4.° Inserción parroquial: La integración de los jóvenes en la comunidad y en la parroquia, como habéis podido ir viendo, ha sido paulatina y sin acaparar los diversos servicios que constituyen una comunidad parroquial:

Su inserción más fácil está siendo como catequistas de niños. Tarea que, por otra parte, constatamos les sirve para una mayor maduración a todos los niveles, sobre todo el de la comprensión y vivencia de la fe y de la comunidad. Ya he señalado, a su vez, que están insertados como catequistas de los propios jóvenes.

En la liturgia su participación está siendo escalonada: lecturas, preparación de celebraciones, acompañamiento del canto con instrumentos (vamos consiguiendo, no sin gran dificultad, que asuman el tener que dirigir el canto), preparación de oraciones, adorno y decoración de la igle­sia… Aún así, no podemos decir que hayamos conseguido un equipo de liturgia.

A nivel de caridad, su presencia en el mundo de los ancia­nos, en sus visitas semanales a sus casas, está siendo signifi­cativa; y lo mismo lo está siendo en las instituciones (ayun­tamiento).

5.º Integración en la pastoral diocesana: Como Paúles que somos y precisamente por ello (amén del convencimiento de la necesidad de integrar nuestra labor pastoral dentro de la de la Diócesis), desde el principio hemos estado integrados en el plan diocesano de evangelización. A pesar de la distancia, hemos estado coordinados con las diversas zonas de la dióce­sis, y hemos sido instrumento de coordinación de nuestra propia zona que es Melilla, dentro de la diócesis de Málaga.

Esa coordinación se ha concretado en programaciones conjuntas de convivencias, momentos de oración, celebracio­nes, trabajo y organización de la semana de la juventud, cursillos de dinámica de grupos, asistencia a la asamblea de los jóvenes a nivel de la diócesis de Málaga, y participación y colaboración en el encuentro de animadores cristianos de jóvenes a nivel de toda España, organizado por la C.E.A.S.

6.° Campamento interparroquial: Este año hemos llevado a cabo un intento de coordinación interparroquial en la pro­vincia canónica de Madrid, a partir de una necesidad de dar continuidad a nuestra labor, (inspirados en la forma de actuar de Vicente de Paúl que, por querer asegurar la continuidad en el servicio, creó diversas asociaciones e instituciones); conti­nuidad con frecuencia rota y hasta destruida por las perspecti­vas y condiciones distintas desde las que se trabaja, por la falta de identidad y coordinación en el trabajo de nuestras parro­quias y por la eventualidad de los destinos. Necesidad también de ayudarnos en la clarificación y en la búsqueda de identidad común; de enriquecernos y de enriquecerse los propios jóvenes al abrirse a otros jóvenes de lugares diferentes, pero que siguen caminos parecidos.

Con ese fin hemos preparado y realizado un campamento en la sierra de Gredos.

7.° Convivencias, oración, Pascua: Tres aspectos, final­mente, a resaltar por lo significativos que son en el proceso que estamos llevando:

Convivencias: No cabe duda de que, aparte de las reunio­nes semanales, las convivencias han sido experiencias bien fuertes en el crecimiento y maduración de los grupos y personas. En ellas hemos procurado crear un ambiente en donde se pudiese conjugar la seriedad con la distensión, el encuentro gozoso con la reflexión, la oración con el juego. Un día entero, en donde cabe una hora de oración, la reflexión del tema correspondiente, los juegos grupales, la comida compartida, la fiesta, el baile, el mimo y la celebra­ción gozosa de la Eucaristía.

La oración ha sido una de las cosas que más ha calado en los jóvenes. Al principio nada fácil; confundida, a veces, con un clima en donde «se está a gusto», o con una técnica de relajación, o con algo raro que les resultaba exotérico. Eso, mezclado con una incomprensión y un no saber «qué es lo que hay que hacer». Y sin embargo, la «costumbre» (que diría Santa Teresa), la continuidad, el clima creado, las explicaciones oportunas, los cantos repetitivos que in­troducen en oración… les ha ido proporcionando un ámbi­to de encuentro interpersonal y comunitario con Cristo.

Los más mayores es de lo que más valoran y estiman. El estilo está muy marcado por Taizé: el canto meditativo, un salmo cantado o algún poema plegaria, una lectura y un canto que a la vez que sirve de respuesta a la lectura introduce en un ámbito de silencio, de recogimiento y de paz. El silencio se hace oración, a veces compartida. Para finalizar, la oración universal, el padrenuestro, una oración conclusiva y el canto final.

La Pascua diríamos que es el centro de nuestras celebracio­nes; preparada con esmero (cada año elaboramos un dos­sier con el contenido de todo lo que vivimos, reflexiona­mos, celebramos y compartimos), vivida con intensidad y celebrada con hondura y gozo. Es una ocasión de encuen­tro entre los diversos grupos de jóvenes y adultos, y de integración dentro de la parroquia, porque nuestra Pascua la celebramos con toda la gente que acude a las celebracio­nes del jueves, viernes y sábado santo. Esas celebraciones enriquecidas son el centro, pero además dedicamos tiempo a la reflexión y al diálogo en grupos sobre la perspectiva con que vivimos cada año nuestra Pascua; el Viacrucis actualizado, las oraciones y la preparación de la noche pascual nos ocupan prácticamente los tres. días. Son expe­riencias fuertes, con frecuencia apuntadas por uno u otro joven como momentos de cambio y de hondura fundamen­tales en su vida.

3. Clarificación teórica: un proyecto de pastoral juvenil

Esa experiencia concreta necesita enmarcarse dentro de un marco teórico que, a su vez, nos permita comprenderla mejor. Por eso, después de haber estado caminando durante varios años, hemos necesitado formular nuestra identidad para clari­ficar nuestra andadura. En este sentido, la pregunta clave es: ¿Qué pretendemos?

Globalmente, diríamos que todo hombre busca un sentido a su vida, un realizarse, y que todo proyecto de hombre creyente lo encuentra en la búsqueda y cumplimiento de la voluntad de Dios. Todo el empeño y preocupación fundamen­tal de Vicente de Paúl consistió en eso: descubrir cada día más claramente la voluntad de Dios para llevarla a cabo. El busca esa voluntad divina a través de tres misterios bien concretos e históricos: La Providencia ordenadora, la Redención liberado­ra, la Creación salvadora. Es precisamente la experiencia de fe de Vicente de Paúl la que nos sirve de luz en lo que pretende­mos.

a) Experiencia de fe de Vicente de Paúl

La experiencia radical, lo que identifica a Vicente de Paúl es: «El descubrimiento de Cristo en los pobres». La articula­ción de esa experiencia la hace Vicente de Paúl a través de tres descubrimientos:

1.° Los pobres: Vicente de Paúl descubre a Dios presente en los acontecimientos y las necesidades de las personas, sobre todo de los pobres (providencia ordenadora). Por eso:

  • analiza los acontecimientos y las necesidades, porque su experiencia de Dios no es la de un ser «a-pático», lejano y extraño a lo que sucede en la historia, en la vida, sino que es un Dios «sim-pático», que sufre y se «com-padece» con los hombres, e invita a todos a comprometerse, a afrontar y superar toda ruptura de la obra armoniosa de la creación. Vicente de Paúl realiza una lectura creyente de los hechos que supera todo «horizontalismo» y todo humanismo sin Dios.
  • consulta al mismo tiempo a las personas más competentes, tanto en política, economía, como en pastoral.
  • ora y reflexiona ante los hechos para «ver las cosas como son en Dios» y ver desde la Verdad las causas y los por qués de lo que acontece.

2.° Cristo Encarnado: solidario, presencia de Dios en la historia de los hombres, signo eficaz de su amor comprometi­do y «sim-pático» (Redención liberadora):

  • Revelador de la voluntad del Padre: Vicente de Paúl sigue a Cristo, revelador pleno de la voluntad del Padre, que es voluntad de amor y servicio a los pobres.
  • Cristo evangelizador de los pobres: gracia y salvación para los pobres (Lc 4, 16 ss.).
  • Cristo Siervo: «fuente del amor humillado», anonadado, presente en los ‘pobres… Jesús Siervo, para llevar a cabo la misión que ha recibido del Padre en favor de los pobres, asume solidariamente el dolor y el sufrimiento humanos, se realiza en un servicio humilde y desinteresado, encuentra el fracaso y termina en una vida entregada por todos de la cual nace una «nueva humanidad». Es un camino que hunde sus raíces en la sumisión de la fe en Dios y en la experiencia del amor solidario.

3.° Organización de la caridad (Creación salvadora): Vi­cente de Paúl colabora en la obra de la creación; moviliza todo su dinamismo vital para responder a la obra de la creación a través del compromiso adquirido en favor de los hombres. La miseria de los pobres recuerda el olvido de las exigencias de la creación. Vicente exige la actividad del hombre para no hacer fracasar el plan de Dios y continuar la misión de Cristo. El trabajo es revelador de la realización del plan de Dios; a través de él el Espíritu de Dios sigue recreando dinámica y armónica­mente el mundo. Para hacer operativo todo eso, Vicente orga­niza la caridad a tres niveles:

  • asistencial.
  • promocional.
  • denuncia profética de las injusticias.

La luz que proyectan estos tres descubrimientos ilumina los tres niveles tanto de nuestra actuación para conseguir lo que pretendemos como de lo mismo que pretendemos, que es:

b) Descubrir a Jesucristo

Este descubrimiento se realiza a partir de un anuncio de Jesucristo llevado a cabo al estilo de Jesús que se encarnó y su presencia fue significativa e interpelante. Implica, pues:

1.° Encarnarse: Se trata de proponer a Jesús como quien da a la vida un sentido pleno, vivificante y liberador. Para ello se necesita estar presente en el ambiente de los jóvenes, no como conquista o reconquista oportunista del mundo juvenil, sino como exigencia de una solidaridad humana y de una necesidad cristiana de ofrecer la Buena Noticia que uno ha descubierto.

Nuestra presencia en el mundo juvenil ha de ir por el camino de Jesús, no como quien va a «salvar», sino desde una actitud humilde y servicial; dispuestos a dar, pero también a recibir. Presencia que implica asumir la realidad de los jóvenes: sus problemas y aspiraciones; y supone una análisis de las condiciones de vida y de lo que significan. Presencia que parte de una visión de fe que nos permite descubrir los «signos de los tiempos», las aspiraciones y deseos sanos de la juventud, y así descubrimos el paso del Señor por la historia.

2.° Presencia significativa: No basta con estar presentes, siendo solidarios del mundo juvenil; esa presencia debe ser significativa, interpelante, desde la paradoja del evangelio que hace felices, alegres y esperanzados a los pobres. Esa presencia significativa puede hacer que el joven se abra a la propuesta del causante de esa alegría, aliento y esperanza, en medio de la desilusión y el desencanto: Cristo Jesús. Así el don de la fe se nos aparece como gratuito.

Supone «haber visto y oído» el acontecimiento de Jesús de Nazaret (1 Jn 1, 1-4) y realizar signos de liberación. Los grupos cristianos no deben ser «islas de felicidad» o grupos cerrados, sino lugares acogedores, comprometidos en trabajar por la justicia, la paz, la solidaridad…; que sean un signo de esperan­za, porque recogen las auténticas aspiraciones de los jóvenes.

3.° Proponer a Jesucristo: Cuando se ha logrado interpe­lar es fácil proponer a Jesús y esa propuesta ser aceptada. Entonces es el principio del cambio, la conversión inicial que lleva a aceptar a Jesús como el Señor, vivo y generador de vida en la experiencia del perdón de los pecados, luz y fuerza en su don del Espíritu que nos llama a ser sus testigos desde la incorporación a la comunidad de los creyentes.

c) Seguir un proceso catecumenal

No basta con haber oído el anuncio de Jesucristo; necesita­mos encontrarnos con el Cristo resucitado, dentro de un proceso de gestación del hombre nuevo, del cristiano. Todo hombre de fe ha sufrido ese proceso. En concreto, Vicente de Paúl va a llegar a ser lo que fue a través de un proceso de maduración largo, a través de diversas experiencias por las que va pasando (humanas: el hurto de los escudos llevado a cabo con un silencio mortificado y humillante; la toma de contacto con el esplendor de la nobleza al ser capellán de la reina Margarita, que le produce una decepción y una sensación de vacío y fatuidad; religiosas: la larga tentación contra la fe —tres o cuatro años—, prueba agobiadora que le forma y le purifica y le hará encontrar el camino de la liberación: el servicio a los pobres, y en ellos a Jesucristo; pastorales: Clichy, Folleville, Gannes, Chatillon-Les-Dombes; contacto directo con las personas, con los problemas concretos, experiencia del perdón como regenerador de vida y encuentro concreto con el Jesús resucitado), y en contacto con los diversos hombres «espirituales» de su tiempo (Berulle, Francisco de Sales, Benito de Canfeld, Andrés Duval, los místicos renano-flamencos…). Todo ello, iluminado por la lectura del evangelio, va a hacer posible el gran vuelco de su vida.

El catecumenado ha se ser:

1.° Crítico: No se trata de cultivar el afán de descubrir el defecto o el pecado para ejercitar una denuncia estéril o revanchista, sino de cultivar la capacidad de «discernimiento evangélico» en las situaciones y estructuras en orden a un compromiso de acción cristiano.

2.° Estimulante: Que ayude a madurar la interioridad cristiana: la capacidad que el cristiano tiene de relación perso­nal con el Padre en Jesús por el Espíritu.

Cuando la fe se va haciendo experiencia vital a través de la oración y de las celebraciones, y de la vida de servicio; cuando Jesucristo se va convirtiendo en el centro absoluto y vivo de las propias opciones…, entonces se interioriza la realidad cristiana (Ef 3, 14-19).

3.° Comprometido: Evangelización liberadora; la fe se traduce en un «ser» y «estar» en la vida, y en servicios realmen­te críticos y liberadores de todo el hombre.

No se trata de una mera actividad o acción asistencial que justifique la insatisfacción de nuestra conciencia. Es más bien una actitud ante la vida, ante la historia de los hombres; unos planteamientos que, desde una actitud crítica, responsable, constante y disponible, lleva a unas opciones a nivel personal, social y político.

Implica una identificación con aquellos a quienes quere­mos servir o amar, una denuncia de toda situación o estructura que impida al hombre ser realmente hombre, una imagen de Dios, y una liberación a través de un proyecto que ayude a transformar, de forma real y eficaz, la realidad injusta.

d) Formar comunidad

La experiencia radical que nos transmiten los primeros cristianos es la de que todo el que se encontró con el Resucita­do ingresó en la comunidad, donde compartían la fe, se alenta­ban en la esperanza y se hacían fuertes en el amor (Lc 24, 33­35; Hch 2, 41-47). Y así seguían siendo testigos de Jesucristo. El encuentro con Cristo es y será siempre una realidad eclesial, comunitaria.

Se trata, pues, de integrar a los jóvenes en una comunidad de tal modo que ellos vayan comprendiendo que vivir la fe y formar comunidad son realidades que se incluyen.

Esa comunidad ha se ser:

1.° Profética: La profecía es la resultante de la Palabra de Dios pronunciada en la historia concreta. La Iglesia, al dejarse evangelizar y ser portadora del mensaje de salvación, escucha la Palabra y la pronuncia desde la historia concreta: la Palabra se hace carne.

¡Qué fuerte les parece a los jóvenes una Iglesia libre que levanta su voz contra los poderosos y opresores, sean del signo que sean! Los jóvenes desean una Iglesia sencilla, sin pompas ni grandilocuencias; transparente, auténtica, libre y liberado­ra, pobre; que es capaz de proclamar la verdad, porque la Palabra, la profecía, no está encadenada.

Los jóvenes necesitan ponerse en comunicación con autén­ticas comunidades donde la Palabra se recibe en oración, se proclama en esperanza, se asimila en el silencio y se pronuncia en los acontecimientos que «vive» esa comunidad.

2.° Sacerdotal: Comunidad que celebra la vida y la buena noticia de salvación, lo que vamos consiguiendo en la cons­trucción del reino, centrado en la garantía y anticipo del mismo que es la muerte y resurrección de Jesús. La Pascua siempre es el centro de las celebraciones de la comunidad: que recuerda y anuncia la muerte de Jesús que asume todo el dolor y muerte, pecado e injusticia, tristeza y marginación; proclama que Jesús ha resucitado y su resurrección es operativa para la vida personal, comunitaria, social e histórica; y anticipa la fraternidad futura con la esperanza.

3.° Real: Comunidad que, con su esfuerzo y compromiso, hace presente en medio de sí misma y del mundo el amor efectivo y operativo de Dios: construye el Reino.

Comunidad en la que todos: sacerdotes y obispos, monjas y seglares, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, se sienten hermanos, porque todos hacen realidad lo que rezan juntos en en el Padrenuestro. Se comparte lo que se es y lo que se tiene, lo que se sabe y lo que se hace, lo que se siente y se vive.

Comunidad y cristianos empeñados en la construcción del Reino de la Libertad y de la Paz, de la Verdad y del Amor, de la Justicia y de la Gracia, en medio del mundo, dando así «razón de su esperanza», y haciendo surgir un mundo nuevo.

e) ¿Con qué medios contamos?

Esencialmente contamos con tres medios que se interrela­cionan dialécticamente y simultáneamente:

1.° La Palabra: La interiorización de la Palabra de Dios a través de catequesis, en donde se realiza la reflexión y la comunicación de lo que nos ocurre, vemos, descubrimos, nos acontece… y se confronta con la Palabra de Dios y la de los demás. «Lo que vamos descubriendo en la meditación, lo que nos preocupa, lo vamos comunicando y compartiendo en el grupo. Se da una interrelación mutua entre Palabra de Dios y vida, y una Palabra proclamada en comunidad, en Iglesia.

2.° La Celebración: como el mejor medio para interiori­zar y vivir lo que vamos descubriendo, viviendo, consiguiendo. Sobre todo tenemos las celebraciones dominicales de la Euca­ristía, las de los tiempos litúrgicos, sobre todo la Pascua celebrada con los demás grupos y comunidades parroquiales, las del Sacramento de la Reconciliación… Todas ellas vividas y expresadas como fiestas participativas y generadoras de fuerza y esperanza, de imaginación y creatividad, de libertad y de gracia.

3.° El Compromiso: en la vida real y concreta de cada uno y del mismo grupo. Por una parte, testimonial de la propia fe en los lugares en donde nos desenvolvemos, y por otra parte, como actitudes y como servicios concretos en favor de los más pobres.

La interiorización de la Palabra va a depender del tipo de compromiso que se realiza. La celebración va a ser donde se refleje el tipo de interiorización y de compromiso. El compro­miso nos va a indicar el tipo de interiorización y de celebración fraterna y comprometida que el grupo va teniendo.

f) ¿Qué método seguimos?

En conexión con las opciones concretas anteriores, opta­mos por la catequesis de la experiencia, por el método «revi­sión de vida». Método que parte de la vida en conexión con la fe, para lograr una síntesis entre ambas. Método que atiende a la triple dimensión de la que hemos venido hablando en todos los niveles:

1.° Ver: Se trata de partir de la experiencia, de lo que se vive y preocupa, de lo que se ve y descubre, de la vida. Profundizando en el por qué y las causas de las cosas, generali­zando el caso particular para encontrarnos con la hondura de la realidad, que nos permite comprender lo alto, lo ancho y lo profundo del hombre y de la historia. Y desde ahí se hace una lectura creyente de la realidad, donde se nos revela Dios presente, actuando.

2.° Juzgar: Esa experiencia adquiere toda su luminosidad cuando se le acérca y se proyecta sobre ella la luz de la Palabra, que juzga, salva y nos ayuda a descubrir el sentido profundo de los designios de Dios: su voluntad siempre interpelante.

3.° Actuar: El descubrir la voluntad de Dios nos lleva necesariamente a actuar, a comprometerse, a valorar la vida desde la perspectiva de Cristo, a solucionar los problemas como él lo hacía, a construir el Reino que él empezó.

g) ¿A través de que actividades?

Es claro que a cada uno de esos niveles le corresponde una serie de actividades que nos permitan conseguir lo que preten­demos:

1.° A nivel del ver, necesitamos cultivar la observación de la realidad y el análisis de la misma. La lectura, la reflexión, el interesarse por las cosas y los acontecimientos nos lleva a informarnos.

2.° El juicio sobre la realidad lo hacemos a través de la reunión semanal de los grupos, las convivencias, la oración, las celebraciones, la Pascua…

3.° El compromiso se realiza en servicios concretos:

  • De Caridad: a personas concretas: asistenciales, promocio­nales; a través de la presencia de las personas concretas en los diversos ambientes, denunciando las injusticias y parti­cipando en la solución de los problemas que afectan a todos.
  • De Palabra: Catequesis.
  • De Liturgia.

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