Los orígenes
Vicente, el tercero de seis hijos de Juan de Paúl y de Beltrana de Mora, nació el año 1581 en una región pobre del suroeste de Francia. Sus padres eran campesinos y pastores que poseían unas tierras donde cultivaban mijo y habichuelas y pastoreaban su ganado: vacas, cerdos, gallinas y patos. La familia daba importancia a los animales porque el estiércol fertilizaba los campos arenosos de la tierra poco profunda. Claro que, con tanto trabajo, el estado de la familia era de clase media, ni pobre ni rica. Un familiar del papá era párroco del pueblecillo de Pouy, cercano a Dax. Hoy lleva el nombre de su ciudadano más preclaro, San Vicente de Paúl.
La vida de la familia de Paúl era dura, los trabajos muchos y la comida escasa. Lo cuenta Vicente muchos años después: «Los jóvenes al volver del campo muy cansados y sucios del trabajo descansan un poco. Con frecuencia han de hacer tareas asignadas por sus padres. Obedecen a pesar del cansancio y la suciedad de su ropa». De la comida dice: «En mi tierra los hombres comen mijo, que se cocina en una pequeña marmita. Luego se sirve una fuente para toda la familia, que se sienta alrededor de la mesa. Terminada la comida, cada uno va a su trabajo. A veces no hay más que sopa y pan, a pesar de que el trabajo es largo y agotador». El trabajo asignado a Vicente en su niñez era el pastoreo de los animales, incluso lejos de la casa.
Los cristianos de aquella región de Francia eran católicos; cada domingo, como está mandado, rezan en la iglesia y reciben los sacramentos, tienen el espíritu y la convicción religiosa de santificarse a través del trabajo diario. Vicente nos habla de esto al decir: «¿Habéis visto en algún lugar gente con más fe que los lugareños? Siembran la semilla esperando de Dios una buena cosecha; si Dios no la da, no abandonan la esperanza de que les concederá la comida que necesitan durante todo el año. Si van mal las cosas, su confianza en Dios, al ser confinados a la pobreza, se expresa así, ‘Dios nos lo dio y nos lo quitó, bendito sea su santo nombre’ Por ello, si pueden sobrevivir, como siempre, no se preocupan de otra cosa».
Estudios
Los padres de Vicente, viendo que tenía agudeza e inteligencia, decidieron ponerlo a estudiar para que, ordenado sacerdote, pudiera ayudar a los suyos. Por eso le mandaron a la escuela de Dax. La escuela estaba dirigida por los Padres Franciscanos, seguidores de Francisco de Asís, que tuvo gran estima por la virtud de la pobreza. Sin duda los maestros le hablaron a Vicente acerca de sus orígenes, aunque a los alumnos, y también a Vicente, no les gustara mucho lo de la pobreza. Al contrario, cuando era estudiante, lo que quería era olvidarse de sus orígenes de campesino. Hasta se avergonzaba de acompañar por las calles a su padre porque era cojo y sus vestidos pobres. Tenía la intención de escalar puestos y alejarse de su condición de labrador.
El objetivo de la escuela de Dax era preparar a los alumnos para estudios superiores enseñándoles incluso latín. Por aquella época todos los asuntos de la iglesia, las leyes y la medicina eran enseñados en latín y la mayoría de los libros se escribían en esa misma lengua. En dos años Vicente sabía leer y escribir en latín y estaba preparado para los estudios del sacerdocio. El director de la escuela, orgulloso del alumno, a pesar de algunas deficiencias, recomendó a Vicente para ser tutor a domicilio de los jóvenes hijos del abogado Señor De Comet. Este Señor, a su vez, animó a Vicente a que continuase sus estudios para el sacerdocio.
Por aquellos días no había seminarios en Francia, ni mayores ni menores. Los candidatos al sacerdocio entraban a un Colegio o a la Universidad para hacerse con los estudios necesarios. El Obispo de Dax aceptó a Vicente como candidato a las órdenes, le entregó la sotana y le cortó el pelo – la tonsura – a la manera de los clérigos. Tenía entonces solamente quince años.
Vicente se decidió a estudiar en la universidad de Tolosa, ciudad importante del Sur de Francia. Su padre, de acuerdo con esta decisión, pagó los estudios del primer año con la venta de unos bueyes, señal clara de que no era rico. Además, como última voluntad, pidió que la familia hiciera todo lo posible por los estudios de Vicente. Este comenzó los estudios en Tolosa el año 1597 y su padre murió al año siguiente. La familia no estaba en condiciones de ayudarle a pagar su pensión. Era necesario apañarse de otra manera para estudiar la carrera que, tanto su padre como el Sr. De Comet y su corazón, le indicaban como su vocación.
Autosuficiente
La estrategia de Vicente para llevar a cabo su plan de estudios constaba de dos partes. La primera era establecer y dirigir una escuela. La escuela estaba en el pueblecito de Buzet, a unos treinta kilómetros de Tolosa. Vicente poseía el don de enseñar y se vio apoyado por los padres que le trajeron sus hijos como alumnos. Vicente continuó con este trabajo de educación durante los siete años de sus estudios en Tolosa. La segunda parte de su estrategia era recibir la ordenación sacerdotal cuanto antes. El obispo de Dax, conociendo sus dificultades para pagarse los estudios, le ayudó dándole permiso para el subdiaconado, el diaconado y por fin el sacerdocio. A pesar de tener sólo diecinueve años, su Obispo permitió que se ordenara en 1599. Esperó un año para recibir el sacerdocio en la capilla particular del Obispo de Perigueux el 23 de septiembre de 1600. Ordenado sacerdote podría recibir un beneficio pastoral con sus debidos ingresos. Eso era lo ordinario por aquellos tiempos. La gran sorpresa es que Dios dispuso que nunca, durante los diez próximos años, Vicente recibiera un sólo trabajo pastoral.
La atracción de la santidad
Después de la ordenación, el P. Vicente continuó sus estudios en Tolosa hasta conseguir su diploma de teología en el año 1604. Un año después de las órdenes había peregrinado a Roma tal vez con la idea de conseguir allí algún trabajo remunerado. Este viaje tuvo gran importancia en la vida del sacerdote Vicente porque fue la primera vez que sintió la belleza de la santidad del cristianismo. Muchos años después lo describe en una carta a uno de sus sacerdotes de la siguiente manera: «Por fin llegaste a Roma, donde verás la cabeza de la Iglesia de nuestros días en este mundo, lo mismo que las reliquias de los santos Pedro y Pablo y de los muchos mártires que derramaron su sangre y su vida como siervos de Jesucristo. Qué alegría pisar sobre la misma tierra donde pisaron aquellos tantos y tan grandes santos.
Cuando yo fui a Roma, hace treinta años, me caían las lágrimas a pesar de mis muchos pecados». En su viaje, Vicente, a los veinte años, sintió el deseo de la santidad y la alegría de ser seguidor de Cristo.
Otra razón para notar la importancia de este viaje a Roma tiene que ver con el ambiente espiritual que dominaba allí por esas fechas. Por muchos años, un santo sacerdote, llamado Felipe Neri, era el gran inspirador de los cristianos de la ciudad. Su espiritualidad de compasión y alegría era compartida por todas las comunidades eclesiales y había creado una familia religiosa, los Oratorianos. La atracción de este sacerdote era fuerte e incluso uno de sus seguidores había sido elegido Papa con el nombre de Clemente VIII. Se decía que, a través de este hombre, Felipe Neri hacía el papel de Papa. Dos años antes de esta fecha el Santo Padre había designado para obispo auxiliar de Ginebra a un hombre llamado Francisco de Sales, hoy Doctor de la Iglesia. Su doctrina era fascinante. Se trataba de resaltar la primacía de la mansedumbre, la fe y el amor en la vida del cristiano. Como veremos, el P. Vicente se haría admirador de Francisco de Sales y extendería por Francia la espiritualidad de Felipe Neri. Además, adoptaría como su director espiritual al fundador de los Oratorianos en Francia. La santidad experimentada por Vicente en Roma era nueva y apropiada a su situación y costumbres personales, y válida para todos, incluso los hombres de hoy.
La semilla de la santidad prendió en el corazón de Vicente en Roma, pero su gestión de obtener un trabajo no dio resultados. Volvió a Tolosa, a su escuela y a sus estudios. Después de concluirlos en 1604, hay una laguna de cuatro años sin noticia alguna de la vida de Vicente. No se sabe con certeza ni de sus decisiones ni de sus acciones; se puede suponer que continuó comportándose como un sacerdote bueno y celoso hasta que levanta cabeza en París hacia el año 1608.
Tentado y victorioso
Por esas fechas llegó a París donde prácticamente permanecerá ya toda su vida, buscando un ministerio pastoral, como había hecho antes al ordenarse. Y continuó frustrado en el intento y atrapado en una grave prueba al ser acusado como ladrón. Lo que sucedió fue que compartía pensión con un vecino de su tierra, que era abogado. Un día en que Vicente, enfermo, se quedó en cama en su habitación, un criado le trajo las medicinas desde la farmacia. El mozo, al entrar en casa, probó la puerta del cuarto del abogado, que estaba ausente. Estaba sin cerrar. Entró y robó una buena cantidad de dinero y desapareció. Al volver el abogado no encontró su dinero. Entendiendo que no podría haber sido ningún otro el ladrón, acusó públicamente al sacerdote Vicente, a pesar de que eran vecinos. Se llevó el caso a los tribunales de la Iglesia y se hizo público que el sacerdote no era de fiar. En esta situación Vicente alegó sólo que él no había robado, añadiendo: «Dios sabe la verdad». Ni siquiera echó la sospecha sobre el criado. Seis años después, éste fue apresado en otra ciudad y confesó haber sido el ladrón del abogado de París. Aun así, al poco de ser calumniado, las dudas sobre Vicente se habían desvanecido y nunca fue juzgado.
Este hecho manifiesta el progreso espiritual, la paciencia y la humildad de Vicente. Estas son las virtudes destacadas por Francisco de Sales en su libro «Introducción a la Vida Devota», que había sido impreso un poco antes de la calumnia de latrocinio. Aunque Vicente no lo hubiera leído, después durante toda su vida, lo consideró uno de sus libros preferidos y se ve en esta tentación que estaba de acuerdo con los consejos de su maestro espiritual.
Después de esta victoria espiritual, el P. Vicente se esforzó por resolver su gran preocupación, la falta de un trabajo pastoral. En 1610, en la única carta que hay a su madre, escribe: «Espero mucho que Dios bendiga mis esfuerzos y me conceda un destino y poder permanecer junto a ti por el resto de mis años». Pero la bendición de Dios iba por otro camino. Consiguió el puesto de capellán limosnero en la casa de la Reina Margarita, la Regenta, repartiendo a los pobres la ayuda de esta rica señora. Esto no le desanimó. Comenzó a sentir con más profundidad las cosas y la vida del cristiano y del sacerdote. Veremos su profunda conversión.