Vicente de Paúl: Perfeccionando la obra

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Rearden Myles · Año publicación original: 2003 · Fuente: Vicente de Paúl....
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En año 1642 se celebró una Asamblea General de la Congregación de la Misión, donde el P. Vicente presentó la renuncia a su puesto de Superior. Pensaba que, después de serlo por dieciséis, y habiendo entrado en ella bastantes nuevos miembros, debía dar la oportunidad de que se escogiera otro líder. Además, le parecía oportuno que otros compañeros participaran del deber de gobernar.

A pesar de estas razones, los delegados rechazaron su renuncia y le impusieron que continuase gobernando hasta su muerte. Sin embargo, la Asamblea le asignó dos Asistentes Generales, uno de ellos el P. Antonio Portail. Bajo ellos se hallaban los Provinciales, superiores mayores, residentes cada uno en su provincia. En ese momento había cuatro provincias en Francia. El P. Vicente accedió a ser reconfirmado y, con sus asistentes, continuó robusteciendo y perfeccionando la Congregación: preparó y consiguió la aprobación de las Reglas, puso orden en los votos de consagración, y ahondó en la formación de su espiritualidad. Además de todo esto, la Congregación siguió extendiéndose, incluso fuera de Francia.

VOCACIONES A LA CONGREGACIÓN

Durante los diez primeros años entraron a formar parte de la Misión unos cincuenta individuos: treinta sacerdotes, diez seminaristas y diez hermanos. La verdad es que el P. Vicente no quería recibir más de los que la comunidad podía asimilar. Decía: «Nosotros no animamos a nadie a que se una a nosotros. Ese trabajo le corresponde a Dios, que escoge a los que quiere. Tenemos la certeza de que un sólo misionero traído por la mano de Dios Padre dará más y mejor fruto que muchos que no sean llamados por Él. Recémosle a Dios que envíe obreros para la cosecha y vivamos nosotros de manera que les atraigamos y no apaguemos su celo». Llegaba hasta el punto de evitar la entrada a los que venían a pedir consejo acerca de su vocación. Quería que los que fueran recibidos tuvieran pureza de intención y que estuvieran preparados para morir en el servicio de Dios, fuera en Francia o en territorios de ultramar.

Después de 1937, cuando se empezó el noviciado interno de la Congregación, el promedio de los que entraban era de unos veintitrés por año, diecisiete para sacerdotes y unos siete para hermanos. La mayor parte de ellos venían de las regiones del norte donde la Congregación daba las misiones. Entraban también algunos extranjeros: irlandeses, italianos, polacos y suizos.

Sin embargo muchos no perseveraban y muchos otros murieron jóvenes, debido a la peste en sus lugares de trabajo. Cuando murió el P. Vicente había aproximadamente unos doscientos cincuenta misioneros, un grupo relativamente pequeño; más aún si se tienen en cuenta las necesidades de los fieles. La mayor parte de los que pedían entrar procedían del campo y entre ellos hubo algunos notables por sus talentos. La mayoría eran jóvenes de entre diecisiete y veintiséis años. La Congregación de la Misión era como una racha de viento fresco dentro de la Iglesia.

Al principio, el mismo P. Vicente se encargaba de la dirección de todos los candidatos. Más tarde, uno de los cuatro sacerdotes de los primeros tiempos fue enviado a los Padres Jesuitas para prepararle como director y resultó ser muy apto para esa clase de trabajo.

Después de un año de seminario interno, los nuevos candidatos hacían los buenos propósitos de entregarse para siempre a la evangelización de los pobres y continuaban en el seminario por un año más. La costumbre de hacer votos se inició en 1642. Terminado el noviciado, los que no eran sacerdotes ni hermanos coadjutores, continuaban sus estudios. El P. Vicente solía dar sobre esto consejos como el que sigue: «Hermanos míos, la ciencia es necesaria; pobre del que no aprovecha sus estudios. Pero, tal vez deberíamos temer más y aún temblar por la soberbia. Los inteligentes tienen razón para cuidarse porque con frecuencia la ciencia infla, y los faltos de inteligencia necesitan ser muy humildes».

LAS REGLAS Y LOS VOTOS DE LA CONGREGACIÓN

Cuando en 1617 Vicente organizó la asociación de la Caridad de Chatillón, les dio inmediatamente unas reglas de vida. Pero no quiso apresurarse para hacer lo mismo en el caso de la Congregación de la Misión. Al contrario, quería que fueran muchos los cohermanos envueltos en la elaboración de las reglas. Así, éste fue uno de los temas importantes en la Asamblea General de 1642 y también lo fue en años sucesivos. Finalmente, las Reglas Comunes fueron publicadas en 1658, treinta y dos años después de la fundación de la Congregación. Las Reglas contienen doce capítulos que tratan del fin de la Congregación, de su espiritualidad, de la pobreza, la castidad y la obediencia, del cuidado de los enfermos, de las relaciones personales dentro y fuera de la comunidad, de las prácticas espirituales, de la estabilidad en la Congregación y los medios para permanecer en ella. Las reglas son concisas, pero atrayentes y fáciles de entender.

Las Reglas no tratan de los votos sino de las virtudes que los hacen posibles. La costumbre de hacer los tres votos ordinarios, junto con el de permanecer en la comunidad, se fue introduciendo pronto entre los miembros de la Congregación aunque fue tema muy debatido hasta 1659. Por una parte, ni el P. Vicente ni los otros miembros deseban diferenciarse del clero diocesano por emitir votos. La obra de las misiones no era posible para los religiosos de aquellos tiempos. Por otra parte, era claro que una entrega por medio de votos hechos a Dios tenía sus ventajas, porque la obra de las misiones sería favorecida por la profesión de pobreza, castidad y obediencia. Por esto, en 1656, por orden del Papa Alejandro VI, se decidió: introducir los votos para todos, que fueran cuatro, que fueran personales pero sólo dispensables por el Santo Padre o por el Superior General. Además de esto, en 1656, se obtuvo un decreto pontificio particular, sobre la pobreza, en el que se determinaba que los miembros de la Congregación retenían el control de sus propios bienes pero para usarlos sólo a favor de los pobres o de la evangelización como el mismo P. Vicente había prometido hacer con los suyos cuando la tentación contra la fe.

NUEVAS FUNDACIONES DE LOS MISIONEROS

Hasta el año 1635 la Congregación tuvo sólo dos casas, ambas en París. En 1636 se abrió un seminario menor en la casa madre. En los cinco años siguientes se abrieron otras ocho casas, todas fuera de París. Luego, en 1642, se abrió la de Roma, dos años después una en Génova y otra, después de nueve, en Turín; las tres en Italia. Otras diez casas más se constituirían en Francia antes de la muerte del P. Vicente.

Todas estas casas, menos la de Roma, fueron fundadas respondiendo a peticiones de personas importantes de buena voluntad. Si esta petición se veía oportuna, el P. Vicente solía entrevistarse con el Obispo del lugar. Si el Obispo accedía y todo lo demás, incluso la dotación, no era problemático se procedía a un contrato de fundación. Normalmente las residencias eran casas de misión para los lugares circundantes, o para dirigir seminarios. Las casas, dentro de cada región, eran regidas por los Superiores Provinciales de la Congregación, como antes se indicó. Además de estas fundaciones, se dieron también otras misiones algo diferentes en ultramar, como veremos.

PROGRESO DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD

Las Hermanas que empezaron la Compañía en 1633 eran cuatro. En dos años eran unas doce. El año 1646 llegaban a cien y cuando murió el P. Vicente eran como doscientas. En su mayoría procedían de los pueblos de la campiña y el P. Vicente alababa mucho las buenas costumbres de estas muchachas de los pueblos. «Estad ciertas, hijas mías, si vais a escuchar de mí alguna cosa importante y de peso, será ésta: que es necesario que abracéis el espíritu de las buenas y genuinas mujeres de los pueblos».

Las Hermanas recibían invitaciones para fundar de todas las regiones de Francia e incluso en Varsovia, Polonia. El año en que fueron reconocidas oficialmente como Congregación por el Santo Padre, 1668, tenían unas sesenta fundaciones. Con todo eran casas pequeñas en su mayoría; muchas de ellas casas de alquiler.

LAS REGLAS Y LOS VOTOS DE LAS HERMANAS

Poco después de ser fundadas las Hermanas ya tenían los primeros trazos de unas reglas: fundamentalmente el horario de los deberes y usos diarios porque la mayoría vivían juntas, de dos en dos, o en la casa madre y la unidad del grupo descansaba sobre este ordenamiento. Diez años más tarde, las reglas ya tenían dos partes: los mismos horarios y las directrices espirituales de la comunidad. Contenían sólo unos cuantos párrafos. El año 1655 se completaron pero no se mandaron a la imprenta. Hasta el año 1559 el P. Vicente las usó muchas veces como base de sus conferencias a las hermanas. Después de su muerte (1660), las reglas se distribuyeron en capítulos y párrafos, algunos permaneciendo en la forma redactada por los fundadores. Cosa de cierta importancia fue la insistencia de la Madre Luisa de que las Hijas de la Caridad estuvieran unidas a la Congregación de la Misión, poniéndolas para siempre bajo la dirección del Padre General de los misioneros.

Al principio las Hermanas no emitían ningún voto. Eso comenzó a cambiar desde el año 1640 cuando el P. Vicente les dijo en una conferencia: «Aunque las Hijas de la Caridad aún no hacen votos, están sin embargo en un estado de perfección si es que viven como deben vivir las Hijas de la Caridad». Dos semanas después les habló de una congregación de Hermanas enfermeras de Italia que hacían una profesión de votos con la fórmula: «Yo prometo y hago voto de entregar toda mi vida en pobreza y castidad sirviendo a mis amos, los pobres». Las Hermanas presentes sintieron una gran alegría. El P. Vicente explicó que esos votos podían ser anulados por el Obispo y también que era necesario obtener el permiso de las autoridades eclesiásticas antes de emitirlos. Preparó una conferencia para animarlas y pedir la gracia de que todas se dispusieran a profesar los cuatro votos de la Congregación. Sin embargo los votos no se emitieron por primera vez hasta 1642, el mismo año en que los misioneros empezaron también a emitir los suyos. Las Hermanas empezaron emitiendo votos perpetuos pero, al ser aprobada oficialmente la Congregación por el Santo Padre, 1668, muertos ya Vicente y Luisa, comenzó la costumbre de hacerlos sólo temporales, renovables cada año en la fiesta de la Anunciación de la Virgen María, Madre de Dios.

LOS DIVERSOS TRABAJOS DE LAS HERMANAS

El trabajo principal de las Hermanas era el servicio de los pobres en sus domicilios que se llevaba a cabo en todas las casas de la comunidad. Una Hermana iba de casa en casa por las calles cargando su marmita de sopa y su cesta de medicinas. Se esmeraba en cuidar a los enfermos con mucho respeto.

Luego, en cada parroquia había una Hermana que se dedicaba a enseñar a las jóvenes como lo hiciera Margarita Naseau, la primera de las Hermanas. El P. Vicente quería que todas las Hermanas aprendieran a leer y escribir para enseñar a otros. Las enviaba a estudiar con las Hermanas Ursulinas, entonces célebres educadoras. Este trabajo de la educación de las jóvenes fue un paso gigantesco en el progreso de la mujer.

Desde el año 1639, las Hermanas comenzaron a dirigir hospitales. Se empezó en Angers donde las Hermanas eran numerosas, seis al principio y doce más tarde. Era un hospital del gobierno civil de la ciudad. Aunaban el cuidado del cuerpo con el del alma haciendo los menesteres más humildes tratando de ver en los enfermos la persona de Jesucristo. La Congregación dirigía otras nueve instituciones de la misma naturaleza y, a veces, durante las guerras, algunos más para atender a los soldados heridos. No obstante el P. Vicente no permitió que trabajaran en el nuevo Gran Hospital de París, establecido por el Gobierno en 1657, para que no tuvieran que abandonar sus trabajos originales de visitar a los pobres a domicilio.

PROBLEMAS

Las Hermanas sufrieron muchas dificultades, por ejemplo, acusaciones de faltas graves como la que había sufrido el P. Vicente tiempos atrás. De vez en cuando surgían desavenencias entre las mismas Hermanas o entre ellas y los gerentes del hospital. Otras veces los problemas eran de índole religiosa, por ejemplo ciertos sacerdotes que no las admitían a la confesión o les prohibían la comunión frecuente.

La casa de las Hermanas en Varsovia estaba alejada de la población. Invitadas a ir allá por la Reina, que era nacida en Francia, ésta quería usar a una de las tres Hermanas como su ayudanta personal en la corte. La Hermana, llamada Margarita, rehusó diciendo que ella había venido sólo para servir a los pobres. Además de esto surgieron problemas con el servicio de los pobres. Se impuso a las Hermanas dirigir  una obra que era como el arca de Noé, donde se juntaban ancianos, pobres, enfermos e incluso prisioneros. Uno de los privados de la Reina era el director de la institución y era, además, un hombre inflexible. Les causó graves problemas hasta que se murió. Después, la misma Reina comenzó a frecuentar el hospital para prestar su ayuda y entre ella y las Hermanas hubo una gran amistad e incluso les hizo la donación de un hospital para atender a las niñas huérfanas, llamado Hospital de San Casimiro.

Durante las guerras civiles de la Fronda las Hermanas tenían en sus manos el trabajo de dar comida a los muchos pobres que se refugiaban en Paris. El P. Vicente nos relata sus deberes: «Las pobres Hijas de la Caridad hacen un trabajo extraordinario cuidando corporalmente de los indigentes. En la casa de la Señorita Le Gras, se cocina cada día para unos mil trescientos necesitados vergonzantes y para unos ochocientos refugiados en el lugar. Hay cuatro o cinco Hermanas que tienen que repartir comida a los cinco mil pobres de la parroquia de San Pablo, y a unos sesenta u ochenta que están hospitalizados». De veras, el arte de las Hermanas se superó resolviendo problemas imposibles.

 

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