VICENTE DE PAUL EN GANNES-FOLLEVILLE (III)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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2.2. IMPACTO DE LOS ACONTECIMIENTOS EN VICENTE DE PAÚL

Que el trabajo pastoral en el campo impactó a Vicente de Paúl no nos cabe la más mínima duda. La miseria religiosa y material con la que se encontró le interrogó muy fuertemente, y le hizo buscar soluciones. En un principio no lo tuvo claro, pero el paso del tiempo y la providencia divina fueron haciéndole ver el camino a seguir.

La señora de Gondi se le ofreció para financiar las misiones populares en las aldeas que pertenecían a la familia’. Vicente dudó, reflexionó y consultó. Pasaron todavía algunos años antes de que naciera la Congregación de la Misión para llevar a las pobres gentes del campo la buena nueva del evangelio y del per­dón de Dios. En Gannes, en Folleville, en las aldeas limítrofes, Vicente se había dado plenamente cuenta de la miseria y el aban­dono espiritual de los campesinos. Algo laceraba su corazón cada vez más sensible a las cosas de Dios y a la misión de un buen sacerdote. Así nos lo describe José Mª Román:

«En Gannes, en Folleville, en Chátillon, Vicente había descubierto la honda sima del abandono espiritual del pobre pueblo campesino: su ignorancia de las verdades fundamentales, su rutinaria práctica de un cristianismo enmohecido, su falta de preparación básica para la recepción de los sacramentos. Los resultados saltaban a la vista y quemaban el corazón de Vicente: un pueblo que se condena por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse. El remedio debería ir a las raíces. Eso pretendían las misiones. Cada una de ellas era como una nueva fundación del cristianismo».

Y Vicente puso manos a la empresa. Se dedicó, junto algunos sacerdotes que le acompañaron, a dar misiones populares por la campiña francesa. En primer lugar, en las tierras que pertenecían a la familia de los Gondi. Fue en esos momentos cuando nacería la Congregación de la Misión con una vocación especial: la evangelización de las pobres gentes del campo. A tal actividad habían de dedicarse de por vida. La animadora por excelencia de la fundación fue siempre la señora de Gondi, pero el motor últi­mo, además de Dios, fue el «santo y sabio Sr. Duval».

La miseria corporal y espiritual del campesinado francés impresionó el espíritu de Vicente de Paúl, y lo impactó vivamen­te. Siempre que esté en sus manos, Vicente de Paúl dejará cons­tancia de ello. En junio de 1628 escribió al Papa Urbano VIII para pedirle la aprobación pontificia de la nueva compañía. En dicha carta podemos leer lo siguiente:

«La pobre gente del campo… muere a menudo en los pecados de su juventud, por haber sentido vergüenza en descubrírselos a párrocos o a coadjutores que le son conocidos o familiares”.

La pobre gente del campo vive sepultada en sus miserias y pecados, y muere en ellos; por lo tanto, según la teología de la época, se condenaba irremediablemente. Para remediar tales males se había descubierto en el mundo católico un remedio eficaz: las misiones populares entre dichas gentes del campo. Por eso mismo, será muy útil y necesario que un equipo de sacerdotes se dedique de por vida a predicar dichas misiones y, después, a escuchar a esas pobres gentes en confesión. El deseo de Vicente al escribir al Papa no era otro que éste reconociera, de manera plena y universal, a la Congregación de la Misión como tal, establecida ya en París. Aquel primer intento resultó fallido.

La impronta de aquellas primeras experiencias se mantendría viva en Vicente incluso con el correr de los años. Afloraba en sus reflexiones con amor, entusiasmo y vigor. L. Abelly, al relatar en su biografía lo acontecido en Gannes, pone en labios de san Vicente estas palabras:

«La vergüenza impide a muchas de esas buenas gentes campesinas confesarse con sus párrocos de todos sus pecados; y esto los man­tiene en un estado de condenación… ¡Ay, padre Vicente, cuántas almas se pierden! ¿Qué remedio podemos poner?… Era el mes de enero de 1617 cuando sucedió esto; y el día de la conversión de san Pablo… esta señora [la señora de Gondi] me pidió que tuviera un sermón en la iglesia de Folleville para exhortar a sus habitantes a la confesión general. Así lo hice… Y Dios… bendijo mis palabras, y todas aquellas gentes se vieron tan tocadas de Dios que acudieron a hacer su confesión general… Fuimos luego a las otras aldeas que pertenecían a aquella señora por aquellos contornos y nos sucedió como en la primera. Se reunían grandes multitudes, y Dios nos con­cedió su bendición por todas partes. Aquel fue el primer sermón de la Misión y el éxito que Dios le dio el día de la conversión de san Pablo; Dios hizo esto no sin sus designios en tal día».

Vicente conservaba vivos y frescos todos aquellos recuerdos, todas aquellas experiencias repetidas en múltiples poblaciones. Y en ellas descubrió el sentido de su vida y el destino de su voca­ción. No sólo el suyo personal, sino el de todos los miembros de la Congregación de la Misión en todo tiempo y lugar. Así lo reconocía el propio Vicente un 25 de enero de 1655, durante la repetición de oración en San Lázaro, celebrando y rememorando los orígenes de la Congregación de la Misión. Vicente no descri­be los acontecimientos tal cual sucedieron, ni nos pinta un cua­dro de los mismos. Interpreta las vivencias, las actualiza, y las propone como recuerdo que avive el espíritu, y anime a conti­nuar con el trabajo emprendido:

«Nunca había pensado nadie en ello, no se sabía lo que eran las misio­nes… Dos cosas movieron a la señora [de Gondi] para ordenar que se tuvieran confesiones generales en aquel pobre pueblo. Una… que, al confesarse un día la citada señora con su párroco, se dio cuenta de que éste no le daba la absolución, murmuraba algo entre dientes, haciendo lo mismo otras veces que se confesó con él; aquello le pre­ocupó… Cuando ella me lo dijo, me fijé y puse más atención en aque­llos con quienes me confesaba, y vi que, efectivamente, era verdad todo esto y que algunos no sabían las palabras de la absolución. [Otra] … el peligro en que se encontraban la mayor parte de sus pobres súbditos del campo en relación con su salvación, por no haber hecho una buena confesión general. Al acordarse de aquello [fórmula de la absolución] y considerando el peligro en que estaban todas aquellas pobres almas, para poner remedio a este mal decidió mandar que predicase sobre la forma de hacer una buena confesión general y sobre la necesidad que había de hacerla al menos una vez en la vida; lo que tuvo éxito… Más tarde, al ver los resultados, se pensó en la forma de conseguir que de vez en cuando se fuese a las tierras de dicha señora para dar allí misiones. Me encargaron que hablara con los padres jesuitas para rogarles que aceptaran esta fun­dación…; me contestaron que no podían aceptar…; de modo que… se tomó la resolución de asociar a algunos buenos sacerdotes».

Vicente rememora con entusiasmo, pero es consciente de que no se atiene al pie de la letra en los diversos acontecimientos que narra. Une aspectos distintos aunque convergentes. Evoca para los suyos, que ellos fueron esos buenos sacerdotes asociados para dar misiones e instruir a los ordenandos en las ciencias con­cernientes a la vida pastoral de un buen sacerdote. Disfruta reco­nociendo que las semillas originales están creciendo y desarro­llándose convenientemente. Espera que así siga sucediendo en el futuro. Y para que así suceda, nada mejor que la fidelidad a los orígenes, al espíritu y al amor primeros. Pienso que es así como debemos interpretar las palabras con las que san Vicente conclu­ye su intervención en la repetición de la oración de aquel 25 de enero de 1655: «La primera razón por la que hemos de comulgar hoy es para dar gracias a Dios por la fundación de la Misión; la segunda, para pedirle perdón por las faltas que la compañía en general y cada uno en particular hemos cometido hasta el presen­te; y la tercera, para pedirle la gracia de corregimos y realizar cada vez mejor las obligaciones que le conciernen».

Tres años más tarde, Vicente volverá a evocar ante los suyos los orígenes de la Congregación de la Misión. Era un 17 de mayo de 1658. Con motivo de la entrega de las Reglas Comunes para los misioneros, Vicente ha convocado una Conferencia, cuyo tema propuesto era La observancia de las Reglas. Fiel a su método, Vicente habla en primer lugar de los motivos que deben tener todos para observar bien las reglas. Entre dichos motivos señala que «están sacadas del evangelio» y que «Jesucristo vino a evangelizar a los pobres». La evangelización de las pobres gen­tes del campo es la tarea o misión de la compañía. Manifiesta que es una dicha muy grande para todos el «tener y desempeñar la misma misión que Cristo tuvo en la tierra», esto es, evangeli­zar. Pero, el librito con las reglas «ha tardado en aparecer y en ser entregado». Vicente ha sido partidario de actuar antes, y de escri­bir después. Estos mismos han sido los pasos de la experiencia en las obras, en las tareas emprendidas. Este largo camino reco­rrido ha servido para purificar las intenciones y las acciones, para reconocer que lo que se estaba haciendo no procedía de voluntad humana, sino divina. En este contexto evoca, recompo­niendo vivencias varias y dispersas, algunos hechos que se están convirtiendo en fundacionales y originales para la Congregación de la Misión. He aquí algunas palabras con las que, en dicho día, animaba a sus hermanos de congregación:

«¿Diréis que es obra humana el origen de nuestras misiones? Un día me llamaron para ir a confesar a un pobre hombre gravemente enfermo, que tenía fama de ser el mejor individuo o al menos uno de los mejores de su aldea. Pero resultó que estaba cargado de peca­dos, que nunca se había atrevido a manifestar en confesión, tal como lo declaró él mismo en voz alta poco más tarde, en presencia de la difunta esposa del general de las galeras, diciéndole: «Señora, yo estaba condenado, si no hubiera hecho una confesión general, por culpa de unos pecados muy grandes que nunca me había atrevi­do a confesar». Aquel hombre murió, y aquella señora, al darse cuenta entonces de la necesidad de las confesiones generales, quiso que al día siguiente se tuviera la predicación sobre aquel tema. Así lo hice, y Dios concedió su bendición de tal manera que todos los habitantes del lugar hicieron enseguida la confesión general, y con tanta urgencia que hubo que llamar a los padres jesuitas para que me ayudaran a confesar, a predicar y a tener la catequesis. Esto dio origen a que se siguiera con el mismo ejercicio en otras parroquias de las tierras de dicha señora durante varios años, hasta que se le ocurrió la idea de mantener a varios sacerdotes que continuasen esas misiones, y para ello nos dio el colegio de Bons-Enfans, donde nos retiramos el padre Portail y yo; tomamos con nosotros a un buen sacerdote, al que entregábamos cincuenta escudos anuales. Los tres íbamos a predicar y a tener misiones de aldea en aldea. Al marchar, entregábamos la llave a alguno de los vecinos o le rogába­mos que fuera él mismo a dormir por la noche en la casa…».

Para Vicente ha sido Dios, que se ha servido de la señora de Gondi y de otras buenas personas, el creador y organizador de la Congregación de la Misión. Es cierto que Vicente ha puesto mucho de su parte. Pero en todo ello, él ha encontrado siempre la mano de Dios. Y así se lo narra a los suyos. Y espera que siga sucediendo de la misma manera en la vida de la compañía, y que los misioneros sigan siendo buenos instrumentos para llevar a cabo la voluntad de Dios a los pobres y para anunciarles con entusiasmo y coraje el evangelio de Jesucristo. Él ha puesto delante de los suyos acontecimientos y vivencias múltiples y diversas. Pero, ahora las ha condensado en una experiencia modélica y paradigmática. Dichos acontecimientos y vivencias han ido configurando, con el paso del tiempo, el perfil de la Congregación de la Misión, y le han proporcionado su vocación. Vicente tiene delante de sí muchas vivencias, muchos encuentros con aldeanos, diversas misiones dadas y un montón de confesio­nes variopintas. Pero, entre todo ese material, escoge algunos rasgos más comunes para animar y avivar mejor el espíritu de los que le escuchan, y que después van a tener que trabajar en su ausencia. Por eso estos relatos se han vuelto especiales, y van a ser recordados como fundacionales.

Vicente ha palpado con sus manos que el pueblo campesino malvive en lo material, en lo espiritual, en lo humano y en lo social. Todo eso le hiere profundamente el alma. Se ha esforzado por buscar y encontrar caminos que lleven a dichas gentes a salir de su situación, a vivir la salvación y la gracia que viene de parte de Dios a través del evangelio y la persona de Jesucristo. Las experiencias le han impactado profundamente, pero tiene made­ra para trabajar y afrontar los retos que se le van presentando día a día. Por eso, mientras que ellos, los misioneros, hacían lo que podían hacer por sí mismos, «Dios iba haciendo lo que había pre­visto desde toda la eternidad»’. Y por trabajar bien en la misión, otros se animaron a hacer lo mismo, y se les juntaron, tal y como el mismo Vicente recordaba y anunciaba a los suyos aquel 17 de mayo de 1658: «y al verlo, se juntaron con nosotros algunos bue­nos eclesiásticos y nos pidieron que les recibiéramos».

Santiago Barquín

CEME, 2008

 

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