Vicente de Paúl, Conferencia 131: Conferencia Del 6 De Junio De 1659

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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SOBRE EL BUEN USO DE LAS CALUMNIAS

(Reglas comunes, cap. 2, art. 13)

El padre Vicente comenta el artículo 13 de las máximas evangélicas: dar gracias a Dios por las calumnias; alegrarse de ellas; pedir por los calumniadores; no defenderse. Ejemplo de nuestro Señor.

Dice así la regla:

Si alguna vez permite la divina providencia que la calumnia y la persecución ataquen y prueben a la congregación, o a alguna de sus casas, o a algún individuo de la misma, aunque sin motivo para ello, nos guardaremos mucho de acudir a la venganza o a la maldición, ni siquiera a la queja, contra tales perseguidores y calumniadores; por el contrario, alabaremos y bendeciremos a Dios, y le daremos gracias, alegrándonos por ello, como ocasión de un gran bien y como venido de la mano del Padre de las luces; incluso rogaremos de corazón a Dios por ellos y, cuando se presente la ocasión, les haremos de buena gana cualquier favor que podamos, pensando que así nos lo ordena Jesucristo, lo mismo que a todos los cristianos, cuando dice: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rezad por los que os persiguen y calumnian» (1). Y para que practiquemos esto con mayor facilidad y alegría, nos asegura que seremos bienaventurados por ello y que hemos de estar muy contentos y saltar de gozo porque tendremos una gran recompensa en el cielo. Y lo que es más digno de consideración es que él mismo fue el primero en practicarlo con los hombres, para darnos ejemplo de ello; en lo cual le imitaron luego los apóstoles, los discípulos y una infinidad de cristianos.

Este artículo, padres, que es el décimo tercero de las máximas evangélicas, nos da a entender lo que Dios pide de nosotros cuando surja alguna persecución y cuando caiga la calumnia sobre esta pequeña compañía en general, sobre sus casas o sobre las personas particulares que la componen.

Vamos a dividir esta charla en dos puntos: el primero será sobre las razones que nos obligan a entregarnos a nuestro señor Jesucristo, para que tenga a bien concedernos la gracia de usar bien de las calumnias y persecuciones; en el segundo punto hablaremos de los medios para conseguir este fin.

Para concretar bien lo que tengo que deciros en esta charla, hay que dejar bien sentado que nunca faltarán las calumnias y las persecuciones contra la compañía en general, ni contra sus casas, ni contra sus individuos, si somos fieles a Dios. Omnes qui pie volunt vivere in Christo Jesu persecutionem patientur. Omnes, todos sin excepción; de ahí concluyo que la primera razón es que una de las mayores desgracias que podrían caer sobre esta pequeña compañía sería que la divina providencia no se portase con ella de ese modo y que nuestro Señor no la purificase por medio de los sufrimientos ni la cribase por medio de las contrariedades. Hermanos míos, ¡qué gran desgracia si le faltasen los castigos, si Dios no la probase! Por el contrario, ¡qué consuelo si Dios nos juzga dignos de sufrir y nos concede la gracia de sufrir bien! En efecto, hemos de creer que el sufrimiento es una muestra de la divina bondad con nosotros, una consecuencia de la voluntad que ha tenido desde toda la eternidad de salvarnos y una señal de que Dios está en la compañía, de que se complace en ella y de que ésta le sirve con fidelidad. Sí, hermanos míos, es una señal de la fidelidad de una congregación el que ésta se vea perseguida y calumniada; si no tenemos esa señal, si todo nos sonríe, si el mundo nos aplaude, tengamos miedo, hermanos míos, tengamos miedo.

Si Dios quisiera que todos observásemos bien nuestras reglas, convencidos de las máximas de Jesucristo, desengañados y desprendidos de las del mundo; si fuésemos enteramente fieles en el cumplimiento de las funciones de nuestro instituto, no nos faltarían nunca las persecuciones y de todas partes lloverían calumnias para cribarnos y para hacernos avanzar cada vez más en la perfección que Dios pide de nosotros. ¿No es una gran desgracia el que no suceda así? ¿No tenemos motivos para creer que no hacemos nada por su honor y que somos inútiles en su servicio? Es lo que tenemos que lamentar, temiendo que la compañía haya caído en desgracia delante de Dios, ya que nos niega la gracia que concede a todos los que le sirven con fidelidad.

He dicho que las calumnias y las persecuciones son gracias con que Dios bendice a los que le sirven con fidelidad; y ésta es la segunda razón. Sé muy bien que Dios no es el autor de las calumnias ni de las persecuciones, pero la verdad es que éstas no suceden nunca sin su permiso; non est malum in civitate quod non fecerit Dominus: no hay ningún mal en las ciudades, en las aldeas, en las casas, en los particulares, que no lo haga Dios, esto es, que no lo permita, por razones muy justas, aunque desconocidas para nosotros. Los teólogos explican de diversas formas este permiso de Dios respecto al pecado. Lo que nos interesa a nosotros es que las calumnias y persecuciones, en cuanto que son pruebas y ejercicios de paciencia y mansedumbre, son obra propia de Dios, que quiere con estas contrariedades apartar a sus servidores de todo cuanto pueda impedirles llegar a él. Ese es su designio; non est malum in civitate quod non fecerit Dominus. Y cuando quiera probarnos su divina bondad y enviarnos ocasiones de sufrir, habrá que elevar nuestros corazones al cielo, adorar y alabar la santa y siempre adorable voluntad de Dios sobre la compañía, recibir con gozo las calumnias y las persecuciones como favores que nos hace y decir con anchura de corazón: «Ven, querida calumnia; ven, amable persecución; venid, queridas cruces enviadas del cielo; me propongo hacer buen uso de la visita que me hacéis de parte de Dios». La pobre naturaleza sufrirá, gruñirá; pero no importa; hay que sufrir, y sufrir con alegría, lo que Dios quiera que suframos.

Hermanos míos, si tuviéramos una fe viva, si mirásemos estas cosas con ojos cristianos, no ya como contrariedades que nos vienen de parte de los hombres, sino como gracias que Dios nos concede, y si quisiera su bondad disipar de nuestro espíritu las nubes de las máximas del mundo, que impiden que la fe irradie sus máximas hasta el fondo de nuestras almas, tendríamos seguramente otras ideas y otros sentimientos; y cuando tuviéramos que sufrir injurias y persecuciones, sentiríamos una gran felicidad y sabríamos que somos bienaventurados cuando nos calumnian y persiguen. En efecto, ¿no es todo eso una felicidad y un estado bienaventurado?

¡Cómo!, me diréis, ¡un estado bienaventurado verse calumniado y perseguido! Cuando se diga que la compañía no hace nada que valga la pena, que es inútil en la Iglesia de Dios, que está llena de ignorancia, ¿qué más? cuando se pase del desprecio a la perversidad y no se contenten con decir que somos unos pobres ignorantes, sin talento, inútiles y perezosos, sino que lleguen a tocar nuestras costumbres y afirmen que los misioneros son personas que no valen para nada, y cosas por el estilo, ¿no será una gran desgracia que la compañía se vea ridiculizada de ese modo? No, hermanos míos, no; sería una felicidad y una bendición de Dios; lo ha dicho Jesucristo: Beati qui persecutionem patientur propter justitiam. Fijaos bien en esas palabras: propter justitiam, esto es, obrando bien y siendo fieles a Dios.

Cuando una compañía, una casa o unos individuos dan motivo para que el mundo hable o actúe en contra suya, hay que someterse a la mano vengadora de Dios, que no deja nada impune y que más pronto o más tarde castiga las trasgresiones a su santa ley. En ese caso, hermanos míos, las contrariedades que se sufren por parte del mundo vienen de Dios irritado; son efectos de su justicia, y quienes las sufren tienen más motivos para llorar que para alegrarse, ya que han dado ocasión a esas tribulaciones que sufren por parte de los hombres, que no son en ese caso más que ministros de la justicia de Dios. Pero, cuando la calumnia cae sobre las personas que sirven a Dios con fidelidad y es él el que da mano suelta al espíritu maligno para cribarlas, lo mismo que en el caso de su siervo Job (5), entonces se trata de una felicidad y de un estado bienaventurado, ya que es ése el medio del que Dios se sirve para santificarlas cada vez más.

Cuando el médico aconseja un remedio para echar los malos humores del cuerpo, hablamos de que hay que purgarse; cuando un jardinero corta las ramas vivas de un árbol que producen fruto, también se habla de purga; aunque con la diferencia de que el médico purga para quitar el mal y el jardinero purga y poda las ramas vivas del árbol para que dé más frutos y menos ramas. Del mismo modo, cuando Dios envía persecuciones a una compañía y ésta se ve en el desprecio y en la confusión, porque su conducta no es la que debería ser, se trata de una purga; puede ser que haya entonces algún exceso y mala voluntad por parte de los hombres; pero Dios, como un buen médico, lo que quiere es expulsar los malos humores de ese cuerpo y restablecer el orden en esa compañía o en esa casa; es una gracia que Dios les concede aunque no se encuentren en ese estado afortunado del que hemos hablado.

Pero si una compañía sufre algo por parte de los hombres, sin haberles dado ningún motivo para que la persigan y calumnien, la contrariedad que sufre no es un efecto ni una consecuencia de sus desórdenes; es que el jardinero la poda en vivo, para que el árbol produzca más frutos que follaje. Esa compañía tiene dos grados de virtud, Dios la quiere poner en cuatro; está en cuatro, Dios quiere ponerla en seis; y para eso utiliza el hierro de la calumnia y de la persecución. Se trata de un estado bienaventurado o de la posesión de una de las bienaventuranzas evangélicas, ya que con esta palabra de bienaventuranza evangélica se entiende el estado o la colocación de un alma en una de las principales máximas de Jesucristo, según la cual hace actos heroicos de virtud, a pesar de todas las dificultades y contrariedades que le sobrevienen; se entretiene con gozo en las alabanzas de Dios, en vez de dejarse llevar por la aversión y el odio contra quienes la persiguen; y en vez de desanimarse, permanece fiel y constante en la fidelidad a su servicio. Ese estado se llama bienaventuranza cristiana o evangélica, esto es, vida de felicidad cristiana, y es una bienaventuranza incipiente, que se consumará en el cielo, ya que a la posesión de ese estado en esta vida le seguirá la bienaventuranza eterna. Beati qui persecutionem patiuntur propter justitiam, quoniam ipsorum est regnum caelorum.

Y si de los contrarios se pueden sacar consecuencias contrarias, ¿no se podrá decir que son desgraciadas las compañías y las casas que viven en la calma y a las que todo les sale bien? Sí, hermanos míos, estad seguros de que una compañía que no sufre nada y que no está sometida a ninguna persecución, está cerca de su ruina, y que cuando todo le sale bien y a su gusto, entonces es cuando no hace ningún bien.

Pensando en estas verdades, esperemos a pie firme las ocasiones que Dios nos presente para ejercitar la paciencia y consideremos como un gran favor el que quiera su bondad que seamos calumniados y perseguidos. Pero no basta con sufrir por la justicia; hay que sufrir además con el espíritu con que sufrió nuestro Señor. Veamos, pues, cómo hemos de portarnos cuando se nos calumnie y persiga, e incluso cuando se emplee la fuerza contra nosotros; éste será el segundo punto.

En primer lugar hemos de disponernos de buena gana a recibir esta gracia de la desgracia del mundo mediante un fiel uso de las ocasiones que Dios nos presente todos los días, los choques, las palabras molestas, las contradicciones y murmuraciones; hay que empezar el aprendizaje por las cosas menos molestas, para prepararse a sostener otros ataques más importantes y duros; porque ¿hay alguna probabilidad de que permanezca firme y esté dispuesta a sostener embates más fuertes una persona que se inquieta, se desanima o pierde la paciencia por cosas más ligeras?

Entremos, hermanos míos, en nuestro interior y veamos cómo nos aprovechamos de las ocasiones diarias que nos ofrece su divina providencia. Si entonces somos cobardes, ¿cómo podremos soportar con paciencia los grandes sufrimientos? Si no podemos ahora soportar una palabra dura y una mirada desdeñosa, ¿cómo recibiremos con rostro sereno, o incluso con alegría, las calumnias, los oprobios y las persecuciones? Por consiguiente, hermanos míos, ejercitémonos en ello y corrijamos nuestra sensibilidad en las pequeñas contrariedades, para que Dios nos conceda la gracia de ser firmes y alegres en las mayores y más molestas.

En segundo lugar, cuando lleguen las calumnias y las persecuciones, hemos de practicar con esmero lo que nos prescribe la regla. Nos lo dice claramente: hay que cerrar la boca para que no se nos escape ninguna palabra de maldición, de impaciencia o de recriminación contra los que nos calumnian y persiguen: Obmotui et non aperui os meum, quoniam tu fecisti. ¿No es justo que nos callemos, si es Dios el que envía esas visitas? ¿No es razonable que aceptemos esa cruz con sumisión, si es ésa su voluntad? ¿No hemos de alabarle y de darle gracias por las persecuciones que sufrimos, ya que las permite para nuestra santificación?

En tercer lugar, no basta con cerrar la boca a toda palabra de impaciencia y de queja contra los que nos persiguen y calumnian; ni siquiera hemos de defendernos, ni de viva voz, ni por escrito. «¡Cómo!, dirá alguno, ¿No está permitido justificarse y aclarar las cosas ante los que la calumnia ha prevenido contra nosotros?». No, hermanos míos; yo no puedo decir más que lo que nos indica el espíritu del evangelio: ¡paciencia y silencio!; ésos son los elementos de la religión cristiana; hay que seguirlos. Pero otras congregaciones de la Iglesia de Dios obran de otra manera; escriben o mandan escribir apologías y manifiestos para justificar su proceder y para conservar su reputación ante la gente; ¿hemos de reprochárselo? Ni mucho menos; pero nosotros diremos sólo lo que dice el evangelio y procuraremos imitar a nuestro Señor. ¿Es que los otros no siguen el evangelio ni imitan a nuestro Señor? Sí, pero ellos de una manera y nosotros de otra; tendemos todos a un mismo fin, pero por caminos diferentes. En la vida mortal y pasajera de nuestro Señor hubo diversos estados; y esa misma vida, según esos diversos estados, tiene también diversos atractivos; todos esos estados son santos o santificantes; todos son adorables e imitables, cada uno a su manera. Las congregaciones que hay en la Iglesia de Dios miran a nuestro Señor de diversas formas, según los diversos atractivos de su gracia, según las luces y las ideas diferentes que él les da, a cada una en su estado; y por eso le honran y le imitan de diversas maneras.

Pues bien, su bondad y su misericordia infinita no ha querido darnos a nosotros más atractivos ni más consideraciones que su vida de sufrimientos, de calumnias y de desprecios. Hemos de aceptarlo así e imitarlo en su bajeza, en sus oprobios, en los ultrajes y persecuciones, de la misma manera que él los sufrió, esto es, con paciencia y silencio (9), e incluso con alegría y entusiasmo.

Pero esto será para condenarnos a nosotros mismos; nuestro silencio será una confesión tácita, y entonces ya no será posible conseguir ningún fruto con la gente. Estamos engañados, hermanos míos, si basamos el éxito de nuestros humildes trabajos en la estima del mundo; sería algo así como abrazar una sombra y dejar el cuerpo. La estima y la reputación de que hablamos no es más que el esplendor que brota de una vida buena y santa; su base y su apoyo es la virtud, que nunca podrán arrebatarnos ni las calumnias, ni las persecuciones, si permanecemos fieles a Dios y hacemos buen uso de ellas.

Puede ser que la calumnia eclipse durante algún tiempo el brillo de la virtud, pero la virtud permanece en el mismo grado que antes y volverá de nuevo a brillar, cuando Dios quiera disipar los nubarrones que le impiden manifestarse a los ojos de los hombres. Por tanto, no nos preocupemos. Dios no permitiría que sus siervos fuesen calumniados y perseguidos, si las persecuciones y las calumnias los hiciesen inútiles para su servicio. Sigamos como hijos a Jesucristo, nuestro buen padre, despreciado, abofeteado y perseguido; no sigamos las máximas del mundo, que siempre resultan mentirosas; él está a la espera y a la escucha de todo lo que digamos o hagamos durante le persecución. Hasta ahora no hemos sufrido más que cosas de poca importancia; Dios nos ha ahorrado el sufrimiento por el conocimiento que tiene de nuestra debilidad. ¡Ojalá nos haga dignos de sufrir algo por su servicio! ¡Ojalá nos pruebe y nos cribe! Porque me parece que es preciso que haya alguna sangría para que disminuyan estos calores que advierto en la compañía; casi todo sale a nuestro gusto; tenemos necesidad de alguna contrariedad que nos afirme en la confianza en Dios, en el despego de nosotros mismos y en esa plenitud de gozo que acompaña a todos los que sufren. Omne gaudium existimate, fratres mei, cum in tentationes varias incideritis. ¿Quién nos afianzará en este gozo perfecto, omne gaudium, esto es, en la fuente de la verdadera alegría? Quiere decir esto que todos los motivos de alegría están acumulados y encerrados en un alma afligida y perseguida, poniéndola en un estado bienaventurado.

¡Oh Salvador de nuestras almas, que nos has llamado al seguimiento de tus máximas y a la imitación de tu vida humilde y despreciada! Pon en nosotros las disposiciones necesarias para sufrir, de la manera que tú deseas, las persecuciones que tengas a bien enviarnos. Afírmanos en ese estado bienaventurado que has prometido a las personas afligidas y perseguidas. Haz que nos mantengamos firmes en la persecución, sin huir ni doblegarnos ante los ataques del mundo. Te lo pido por el mérito de tus sufrimientos.

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