Vicente de Paúl, Conferencia 110: Conferencia Del 23 De Agosto De 165

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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ACERCA DE LA SOBRIEDAD

Sobriedad con el vino: cierto abuso que se ha introducido en la compañía en este sentido, medios para remediarlo

El viernes por la tarde, día 23 de agosto de este año, en la conferencia que se tuvo acerca del tema de la sobriedad tanto en la bebida como en la comida, el padre Vicente concluyó esta conferencia, que había comenzado ya el viernes anterior diciendo:

¡Alabado sea Dios! ¡Que él nos conceda la gracia de aprovecharnos de todo lo que acaba de decirse! El tema de esta conferencia es el de la sobriedad que hemos de practicar tanto en la comida como en la bebida, las razones que nos han de llevar a ello y los medios que la compañía debe utilizar para evitar caer en estas faltas. De momento no hablaremos más que de la sobriedad que hemos de guardar en el beber, respecto al vino; nos contentaremos por ahora con este punto, ya que se trata del paso más peligroso.

Pues bien, hermanos míos, una razón que nos debe inclinar a practicar con todo esmero esta virtud de la sobriedad, son los grandes males que surgen en caso contrario, o sea, cuando uno falta a la templanza en la bebida, porque ¿qué males no provienen de allí? Ya los sabéis todos. Una persona que empieza a beber, y bebe más vino de lo necesario, cae en un estado de bestia, es incluso peor que una bestia de la peor calaña. No hay ni un solo vicio que no sean capaces de cometer esas personas; además, ese vicio de la borrachera no va nunca solo, o muy raras veces, sino que va siempre seguido de otro mayor, especialmente de ese abominable y horrible vicio de la carne, que se comete consigo mismo o con otros. ¡Qué estado tan lastimoso! ¿Qué es esto, hermanos míos, sino un estado irracional, vivir como las bestias, seguir las inclinaciones de las bestias, como un caballo, como un puerco, sí, como un puerco, y peor aún que las bestias? Porque aun las bestias siguen sus inclinaciones naturales; pero un hombre que se emborracha no sabe lo que hace; es peor que una bestia, pues hay que llevarlo, hay que sostenerlo y llevarlo por debajo de los brazos, ya que, si no, se caería a tierra como una piedra…

A propósito, hay uno en la compañía que, cuando presenta el vaso para que le echen vino, no se queda satisfecho si no le dan mucho. «Echa, echa», le dice al despensero. Ya le he amonestado para que se corrija, pero no lo ha hecho todavía. Si no lo hace y no se corrige pronto, habrá que acudir a otro remedio, pues esto no se puede tolerar. Lo cierto es que la compañía de la Misión no está exenta de este vicio y Dios ha permitido a Satanás que la tiente de este modo.

Pero, padre, ¿cómo dice usted esto en público? ¡Esto es un escándalo para la compañía!; aunque entre las personas que la componen haya algunos entregados a este vicio, sería mejor amonestarles en particular. Hermanos míos, aparte de que nuestro señor Jesucristo obró personalmente de esta forma cuando estaba en la tierra, y también san Agustín, que amonestaba públicamente por las faltas cometidas para que se corrigiesen sus autores y se guardasen de caer en ellas los que oían esta amonestación, eso hace, hermanos míos, que también yo obre de este modo y diga públicamente las faltas que Dios ha permitido que cometan algunos de la Compañía.

¿Les diré además, hermanos míos, que algunos de los señores ordenandos han quedado muy escandalizados de dos sacerdotes de la compañía, de dos sacerdotes, que se han portado muy mal en el refectorio comiendo y bebiendo, echándose sobre la comida como si quisieran devorarlo todo a la vez? En fin, han escandalizado tanto a algunos de esos señores ordenandos, que han creído que era su obligación indicárnoslo para que pusierámos remedio. ¡Que dos sacerdotes de la Misión se porten de forma que, en vez de edificar al prójimo, lo escandalicen! ¡Ay, padres! ¡Ay, hermanos míos! ¿Adónde hemos llegado? ¡Qué motivo de aflicción para la compañía, especialmente para los que tienen recomendada la sobriedad y la modestia en el comer y beber!

De los medios para remediar este mal, para que no vuelva a suceder esto nunca en el futuro, el primero que me parece conveniente emplear es que el superior se ponga en un extremo de la mesa y su asistente o subasistente en el otro, para que el superior desde una parte del refectorio y el asistente desde la otra puedan ver lo que pasa; para ello habrá que dividir la mesa de abajo en dos partes, para poder pasar.

Otro medio en que hemos pensado es reducir el vino; en vez de la ración que se da, dar sólo un cuarto de litro. Hay comunidades que sólo tienen esto y se encuentran muy bien. Y si lo hacen ya otras comunidades, contentándose con un cuarto para cada comida, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros? Pensaremos un poco en este medio antes de ponerlo en práctica; si, después de haber intentado otros medios, no se consigue nada, habrá que llegar a esto. Ya avisaremos lo que hay que hacer.

Pero, padre, me dirá quizás alguno; hay personas y personas. Hay algunas que podrán pasar con un poco de vino, pero hay otras que necesitan algo más. Yo tengo el estómago frío y lo necesito para calentarme un poco; si no, me costará trabajo digerir la carne, la ensalada, etcétera. Hermanos míos es un abuso creer que el estómago tiene necesidad de vino para ayudarle a digerir los alimentos. Yo así lo creía también antes, miserable de mí; pero el padre Portail me ha hecho ver que se trataba de un error; y lo que él me dijo, lo he experimentado y he visto que era verdad.

A este propósito, les diré aquí a nuestros hermanos despenseros que no deben llenar los platos de ensalada como suelen hacer. Dan para uno solo lo que bastaría para tres o cuatro personas. ¡Ensalada! Las antiguas comunidades no suelen comerla; y si las antiguas comunidades no la comen, ¿no podríamos también nosotros prescindir de ella? Por ejemplo en el Oratorio es cierto que ponen ensalada; pero ¿cuánto creéis que le ponen a cada uno? Muy poco. Me gustaría que hubieseis visto lo que les dan; veríais qué diferencia con lo que nos ponen a nosotros. ¿Hemos de extrañarnos al ver cómo hay algunos en la compañía que con frecuencia se sienten indispuestos? No ¿Y por qué? Es que muchas veces su indisposición proviene de que comen y beben con demasiada frecuencia. Por ejemplo, hay algunos que desayunan, comen, meriendan y cenan. Por la mañana van al refectorio a desayunar. Del desayuno al almuerzo no hay mucha distancia; y aquel pobre estómago no tiene tiempo suficiente para hacer la digestión. Empiezan a almorzar antes de haber hecho la primera digestión, y poco tiempo después se echan encima la merienda. Todo esto origina vapores, que circulan y se suben al cerebro; y de allí nacen la mayor parte de los dolores de cabeza que sufrimos algunos de nosotros.

El tercer medio, en el que ya hemos pensado varias veces, consiste en hacer que haya un visitador, como se practica entre los jesuitas, esto es, una persona encargada por el superior, cuyo oficio consiste en fijarse en todo lo que ocurre en la casa, en el refectorio, si se guarda la modestia, si se agua bien el vino; y cuando advierte alguna falta, se la comunica al superior, para que mande la penitencia adecuada; y luego éste amonesta al que ha cometido la falta públicamente: «Amonesto con espíritu de humildad y de caridad a tal padre o a tal hermano que ha cometido tal falta, y como penitencia hará tal cosa». El que es amonestado de esta forma se pone enseguida de rodillas y cumple la penitencia que se le ha impuesto. Así es como lo hacen los padres jesuitas, y por eso veis cómo reina entre ellos tan gran recato y modestia. Creo que será necesario que nosotros hagamos lo mismo. Ya veremos si será conveniente añadir a éste el oficio de prefecto de comedor, o bien crear y establecer otro encargado para esto, cuyo oficio consistirá en pasearse de un lado a otro por el refectorio para ver si todos guardan la debida moderación, si comen con demasiada avidez y poca urbanidad, si aguan bien el vino, etcétera; y cuando haya advertido alguna falta, que la avise, lo que importa en definitiva es encontrar algún medio para remediar el mal, cuando se ve. Sabemos que así se practica en algunos cabildos e iglesias catedrales. Hay una persona que se pasea por el coro para ver si se guarda la modestia, si se canta bien; y cuando hay algo que advertir, lo advierte enseguida.

4.° Y finalmente no hay que entretenerse en escuchar a nuestra naturaleza, ni capitular con nuestro temperamento, sino acostumbrarnos a aguar el vino, de forma que el agua no sea más que coloreada. Para ello, les ruego a nuestros hermanos despenseros que, para el almuerzo le den a cada uno solamente dos o tres dedos de vino, como máximo. Podéis creer, hermanos míos, que se ve con una sola ojeada cómo los seminaristas que más aguan su vino (pues, gracias a Dios, hay quienes así lo hacen, pero de buena forma y sin que nadie tenga nada que decir) son los que más avanzan en la perfección. Yo he podido observarlo: los que veo que más aguan el vino, son los que mejor avanzan de virtud en virtud; esto se ve claramente. Decidme, la mayor parte de nosotros ¿bebíamos vino antes de entrar en la compañía? Nunca o sólo lo hacíamos muy raras veces. ¿Qué bebíamos, pues? Un poco de cerveza, y quizás de ordinario nada más que agua.

Bien. ¡Alabado y glorificado sea el Señor! A todo esto podemos añadir otro medio, que consistirá en tener mañana la oración sobre este tema, y empezar a adquirir la costumbre de aguar bien el vino. Es verdad que mañana se tendrá la meditación sobre san Bartolomé, pues es mañana la fiesta de este gran apóstol. Sin embargo, no le vendrá mal a este tema. San Bartolomé fue desollado vivo. Nosotros también empezaremos a desollar nuestra propia voluntad, nuestro apetito de beber el vino demasiado puro. ¡Que Dios nos conceda la gracia de esforzarnos en ello con mucho interés!

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