Vicente de Paúl, Conferencia 099: Repetición De La Oración Del 11 De Noviembre De 1657

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Hay que seguir en todo la voluntad de Dios por amor a Dios. Celo de los dos hermanos Juan y Felipe Le Vacher, misioneros en Berbería.

Uno de nuestros hermanos clérigos, en la repetición de la oración que le mandó hacer nuestro veneradísimo padre, dijo que no era suficiente hacer las cosas que Dios nos pide, sino que había que hacer esas cosas por amor de Dios. Entonces el padre Vicente tomó la palabra y le dijo a aquel buen hermano: Hermano mío, acaba usted de decir una cosa que es preciso pensar y considerar, y ruego a Dios que le bendiga. En efecto, padres y hermanos míos, no basta con hacer las cosas que Dios nos ordena, sino que además es preciso hacerlas por amor a Dios; cumplir la voluntad de Dios, y cumplir esa misma voluntad de Dios según su voluntad, es decir, lo mismo que nuestro Señor cumplió la voluntad de su Padre durante su estancia en la tierra. Por ejemplo, nosotros, los sacerdotes, celebramos la santa misa, porque es ésa la voluntad de Dios; pues bien, no basta con hacer en esto la voluntad de Dios, o sea, celebrar la misa; sino que además hemos de esforzarnos en ofrecer, con la mayor perfección que nos sea posible, ese mismo sacrificio a Dios, según la voluntad del mismo Dios, de la misma forma que nuestro Señor ofreció en la tierra el sacrificio cruento y el incruento de sí mismo a su Padre eterno; también nosotros, padres, hemos de esforzarnos todo lo que podamos en ofrecer nuestros sacrificios al Padre eterno con este mismo espíritu que, como acabo de decir, fue el de nuestro Señor. Y esto tan perfectamente como nos lo pueda permitir nuestra pobre, ruin y miserable naturaleza. Lo mismo han de hacer nuestros hermanos que oyen misa: no basta con oiría, cumpliendo de este modo la voluntad de Dios, sino que además han de cumplir esta misma voluntad divina oyendo la misa con devoción, con atención y con pureza de intención. Esto mismo puede decirse de las demás obras: me refiero a las buenas obras, como cuando una persona observa las reglas como es debido, pues es una cosa buena observar debidamente las reglas pero eso no basta si no se hace por amor a Dios.

De forma que, cuando hacemos o sufrimos alguna cosa, si no lo hacemos o sufrimos por amor de Dios, no nos sirve de nada; aun cuando fuéramos quemados vivos, o diésemos todos nuestros bienes a los pobres, como dice san Pablo, si no tenemos caridad y no lo hacemos o sufrimos por amor de Dios, no nos sirve de nada. Por ejemplo, asistir a los pobres esclavos es una obra muy excelente, y hay incluso algunas órdenes en la Iglesia de Dios que siempre han sido consideradas y tenidas como superiores a las demás por ocuparse en esta tarea, como la orden de Redención de Cautivos, cuyos miembros hacen, entre otros votos, el de ofrecerse como esclavos en lugar de los que sean tentados de apostasía, a fin de librarlos del peligro de perder la fe.

Todo esto, padres, es muy hermoso y excelente; pero me parece que hay todavía algo más en los que no solamente se marchan a Argel, a Túnez, para intentar rescatar a los pobres cristianos, sino que además se quedan allí, y se quedan allí para rescatar a aquellas pobres gentes, para asistirlas espiritual y corporalmente, para socorrer sus necesidades y estar siempre a su lado para ayudarles en todo. Padres y hermanos míos, ¿veis bien la grandeza de esta obra? ¿La veis bien? ¿Hay algo que sea más conforme con lo que hizo nuestro Señor, bajando a la tierra para redimir a los hombres de la cautividad del pecado y del demonio? ¿Qué es lo que hizo el Hijo de Dios? Dejó el seno de su Padre eterno, lugar de su reposo y de su gloria. ¿Y para qué? Para bajar aquí, a la tierra, entre los hombres, para instruirles por medio de sus palabras y de su ejemplo, para librarles de la cautividad en que estaban y redimirles. Para ello, llegó a dar su propia sangre. Del mismo modo, padres, hemos de estar nosotros dispuestos a lo que sea: dejarlo todo, nuestras comodidades y nuestros gustos, para servir a Dios y al prójimo. La naturaleza no busca más que cambiar; si le hacemos caso, nos convencerá fácilmente de que debemos andar cambiando; pero hay que saber resistirle. Y para ello se necesita mucha fuerza, os lo aseguro.

En Túnez se encuentra el mayor de los hermanos Le Vacher. ¿Sabéis que trabajos lleva ahora entre manos? Con los dos que había, apenas podían hacer todo lo que había que hacer; y ahora está él allí solo, encargado del consulado, que es necesario que él lo lleve, y por otra parte atendiendo a los pobres esclavos. La naturaleza pediría verse libre de esa carga; pero hay que resistir con firmeza, mantenerse en pie y seguir en el puesto en que Dios nos ha colocado, en cualquier ocupación y en cualquier país que sea.

Y éste (refiriéndose al padre Felipe Le Vacher, que había venido de Argel hacía unos dos meses y se disponía a regresar allá), sabéis muy bien que pasa todos los años siete u ocho noches sin dormir, para poder oír las confesiones de los pobres esclavos, a los que va a buscar por los sitios en que se encuentran retirados, pasando la noche con ellos, con esas pobres gentes que no disponen de otro tiempo para poder confesarse, ya que sus amos no quieren que se les distraiga de sus trabajos durante el día. Esto es lo que me ha indicado el cónsul en varias ocasiones, diciéndome que, si no le mando que modere sus vigilias, hay mucho peligro de que sucumba en la brecha. Os ruego que no habléis de esto ni le digáis que os he hablado de él. Quizás no haya sido conveniente que os lo dijera; pero ¿qué? ¿acaso puedo evitar hablar del bien cuando lo veo? En compensación, he de decir que tampoco puedo evitar hablar del mal, cuando lo advierto, y que no tengo más remedio que decir: «Usted ha cometido tal y tal falta».

Bien, ¡bendito sea Dios y glorificado por siempre! El reino de Dios sufre violencia  y sólo los fuertes logran arrebatarlo,  los que practican la virtud en medio de las mayores dificultades, sufriendo y padeciendo todo por amor de Dios; esto es lo que Dios quiere de nosotros. ¡Quiera su divina Majestad darnos a todos la gracia de cumplir siempre y en todas las cosas su santa voluntad!

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