Vicente de Paúl, Conferencia 072: Repetición De La Oración Del 16 De Marzo De 1656

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Hay que tomar la comida en el refectorio. No buscar las comodidades. Pobreza de la familia del padre Vicente. No invitar a comer a personas extrañas. Alimentar bien a los pensionistas.

Después que uno de los hermanos coadjutores encargado de la cocina hubo repetido su oración, tomó la palabra el padre Vicente y entre otras cosas dijo que la meditación que acababa de hacerse, sobre el rico malvado, le daba ocasión de decirle a la compañía que había notado, desde hacia algún tiempo, que se había introducido un desorden que era preciso remediar, por culpa de sus consecuencias y del peligro que suponía: cuando alguien llega del campo, lo llevan a la enfermería o a una habitación, donde le dan de comer o de cenar; algunos incluso se tratan así durante dos o tres días después; esto es un abuso y puede causar mucho mal, ya que se ponen a hablar, a reír y a beber. Uno dirá: «Un trago a mi salud»; otro dirá lo mismo; se bebe vino sin medida, con todas las consecuencias posibles; se charla, se murmura; en fin, una lástima. Pues bien, ruego a los encargados que cuiden de que esto no se repita y que, cuando venga alguien del campo, le hagan cenar en el refectorio, donde le podrán dar alguna porción extraordinaria; si han venido de muy lejos y a pie, y están cansados y rendidos, y necesitan cambiarse de ropa por haber sudado mucho, muy bien, que descansen y tomen su comida, el almuerzo o la cena, en la enfermería o en algún cuarto destinado para ello; pero, fuera de esos casos, les ruego a todos los de la compañía que vayan al refectorio, donde se les dará todo lo necesario.

El padre Vicente dijo luego que tenía también miedo de que algunos de la compañía fuesen demasiado amigos de desear y querer tener todas las comodidades y que no les faltase nada: bien vestidos, bien alimentados, buen pan, buen vino, y así todo lo demás; esta situación es muy peligrosa. Porque decidme, padres, ¿qué razón da el evangelio de la perdición de aquel rico malvado, sino que estaba bien vestido, comía bien y no daba limosna a los pobres?. Esa es la razón que da el evangelio de por qué se condenó. El pobre Lázaro estaba pidiendo limosna a su puerta, y no le daba nada, pensando sólo en comer bien y en vestir con toda suntuosidad. Esa era la situación de aquel pobre miserable. Y nosotros, padres y hermanos míos, que hemos de trabajar en el campo por la salvación de los pobres aldeanos, a quienes tenemos que mirar y considerar como nuestros dueños y señores, dado que la compañía ha sido llamada para servirles, ¿queremos sin embargo que no nos falte nada y disponer de todo abundantemente? ¿Qué le contestaremos a Dios? ¿Qué excusa podremos presentar?

Sé que hay algunos entre nosotros que no tienen cuidado de aguar bien el vino; tienen que poner cuidado. Ciertas personas, hablando uno de estos días de las comunidades religiosas, decían que su vicio más frecuente era la gula y la afición a vivir holgadamente. ¡Ay, miserable de mí, que no carezco de nada, qué cuentas tendré que dar a Dios!

El señor de Saint-Martin, que se muestra tan caritativo con mis pobres parientes, me escribió uno de estos días que mis parientes tienen que pedir limosna; también me lo ha dicho el párroco; y el señor obispo de Dax, mi obispo, que estuvo ayer aquí, me decía igualmente: «Padre Vicente, sus pobres parientes están muy mal; si usted no tiene piedad de ellos, lo pasarán muy mal. Algunos han muerto durante la guerra; los que quedan, andan pidiendo limosna». Sin embargo, decía el padre Vicente, ¿qué puedo hacer yo? No puedo darles dinero de la casa, pues no me pertenece; si por otra parte le pido a la compañía que permita les dé alguna cosa para socorrerles, ¡qué ejemplo daría a los demás! «Si el padre Vicente hace esto, ¿por qué no lo vamos a hacer también nosotros? El socorre a los suyos con el dinero de la casa». Eso es lo que dirían, y con razón, y seria un grave escándalo. Hay que tener además en cuenta que la mayor parte de la compañía tienen parientes pobres y que entonces empezarían también a pedir ayuda. Esa es, padres y hermanos míos, la situación en que están mis pobres parientes: ¡pidiendo limosna! Y yo mismo, si Dios no me hubiera concedido la gracia de ser sacerdote y de estar aquí, estaría como ellos.

Bien, padres, todo esto me ofrece la ocasión para decir y recomendar a la compañía lo que anteriormente le he dicho y recomendado: que nadie, sea quien sea, convide a otras personas a comer aquí, ni a parientes ni a amigos; repito: nadie, sea quien sea. Más aún, prohíbo que nadie vaya a pedir permiso al superior para ello, ni al padre Alméras, ni al padre Admirault, ni a mí; y si esto sucede y alguno de la compañía viene a pedir permiso para ello, les ruego que le impongan una penitencia y les prohíban a ellos mismos entrar en el refectorio para comer allí.

No se extrañen, padres, de que imponga esta prohibición; lo hago porque la cosa lo merece y esto iría más lejos de lo que pensáis. Si se tolerase, nuestro refectorio se convertiría en una taberna en donde todo el mundo seria bienvenido. Nunca he visto que en los jesuitas inviten así a toda clase de personas, parientes y amigos, a comer; si alguna vez lo hacen con alguna persona, es señal de gran consideración y por algún motivo especial, pidiéndoselo el propio padre rector. En la Sorbona, nunca he visto a nadie que haya comido allí, a no ser que fuera algún doctor o bachiller. Así pues, si esas grandes y célebres compañías, que van por delante de nosotros, han creído conveniente obrar así, ¿por qué nosotros, que las seguimos, no vamos a hacer lo mismo?

Y dirigiendo la palabra a los hermanos, les dijo:

Con esto no quiero decir, hermanos, que no tengáis que preparar las cosas lo mejor que podáis; por el contrario, habéis de hacerlo, considerando que el pan, el vino, los manjares y las demás cosas que preparáis y sazonáis, son para sustentar y alimentar a los siervos de Dios; y tenéis que mirarlos y considerarlos como tales.

Entonces un sacerdote de la compañía se acercó al padre Vicente y parece ser que le indicó al oído algo sobre la comida de los pensionistas de aquí; entonces el padre Vicente dijo estas palabras:

A propósito de los pensionistas, hermanos, he sabido que les dan algunas veces la comida mal preparada y arreglada, incluso la carne y el vino que sobró del día anterior. Eso no está bien, hermanos; son personas cuyos parientes pagan una buena pensión; ¿no es justo que se les dé de comer cosas preparadas como es debido y buenas? En nombre de Dios, que no vuelva a repetirse esto; tratadles como a nosotros, como a los sacerdotes. Porque fijaos, hermanos, es una injusticia que cometéis con esas pobres gentes, de los que algunos son totalmente inocentes, que están encerrados y que no pueden quejarse de la injusticia que contra ellos cometéis. Si, yo llamo a esto una injusticia. Si hicieseis esto con una persona de la compañía, conmigo o con otro, podríamos exigir que nos hicieseis justicia y nos trataseis como a los demás; pero esas pobres gentes, que no están en situación de podéroslo exigir y que además no os ven para poder hacerlo, a esos pobres no les hacéis justicia vosotros mismos… ¡ciertamente, eso es una falta grave! Con frecuencia veo a sus parientes, que me preguntan cómo les tratan. Yo les digo que se les trata como a nosotros. Pero ahora resulta que no es así, sino que se hace todo lo contrario. Fijaos, hermanos míos, esto es materia de confesión, y ruego a los confesores que se fijen en esto, y a los encargados que se cuiden de que se les dé a esas buenas personas lo mismo que a los sacerdotes.

Más todavía, se trata también de una injusticia que se comete con los que pagan más pensión, si no se les da algo más que a los que pagan menos. Les ruego, pues, hermanos míos, que pongan cuidado en todo esto. Mirad, prefiero que me lo quitéis a mi mismo para dárselo a ellos, antes que desobedecer a lo que acabo de recomendaros. Y como, a propósito de los parientes, de los que hablé antes, yo mismo he dado motivo de escándalo a la compañía dejando que un pariente mío pobre viniera aquí a comer durante algún tiempo, he creído que tenía que pedir perdón por ello a la compañía.

Al decir esto, el padre Vicente se puso de rodillas delante de todos y pidió perdón por ello.

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