Vicente de Paúl, Conferencia 071: Repetición De La Oración Del 12 De Marzo De 1656

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Reprimenda a un seminarista que había desobedecido a su director, a un padre poco cumplidor y curioso y a otro padre que vivía al margen de la obediencia.

El padre Vicente le dijo a un hermano seminarista que, después de repetir su oración, se puso de rodillas para pedir perdón a Dios y penitencia por una falta: Hermano, no se acusa usted de otra falta de importancia que cometió usted esta semana, pues habiendo ido a pedir permiso al padre Delespiney, su director, para ir a escuchar la conferencia que se les daba a los ordenandos, éste se lo negó por no existir la costumbre de que, durante los años del seminario, vaya nadie a escuchar las exhortaciones que se dirigen a los ordenandos; sin embargo, a pesar de no tener permiso, usted asistió a ella. De esta falta es de la que debe acusarse, hermano mío. Se trata de una desobediencia formal al director, de una desobediencia cometida por una persona que ya lleva veintiuno o veintidós meses en el seminario. ¡Ay, pobre hermano mío! Si, mientras todavía está usted en la cuna, hace esto, ¿qué habrá que esperar de usted, hermano, cuando esté fuera? ¿En qué cree usted que debe basarse la compañía para recibirle al cabo de dos años, si falta usted en lo que es principal y más necesario a una persona que desea vivir en comunidad, esto es, la obediencia y la sumisión? ¿Qué haremos con usted? ¿Para qué servirá usted, sino para dar preocupaciones a los superiores? ¿Qué es lo que ha hecho en este tiempo que lleva en el seminario? ¿En qué ha empleado su tiempo si, en los veintiuno o veintidós meses que lleva aquí, no ha logrado todavía someterse?

Hay en la compañía un individuo que sólo quiere hacer lo que le gusta y tiene en la fantasía: hacer oración cuando le viene bien; ir de acá para allá; curiosear por todas partes; visitar y revolver en las habitaciones de los demás; hojear sus papeles; hasta se le ha ocurrido, hace unos días, ir a la habitación de un consejero, que estaba haciendo retiro entre nosotros, y revolver los papeles de su habitación. ¿Qué es esto, padres? ¡Es no tener ni dos dedos de frente!

También hay otro de un talante parecido en la compañía, que no quiere más que sus caprichos. Si no le gusta ir a misionar, no va. En fin, es una pena ver cómo se porta. Ese es, hermano mío el camino que está usted siguiendo, con escándalo de toda la compañía. ¿Qué haremos con toda esta gente, sino pedir a Dios que les toque el corazón y les dé a conocer el desorden en que viven? Pues será necesario que lo haga el mismo Dios, ya que nuestras advertencias no consiguen nada. Bien, hermano, para reparar esa falta y para que se pueda ver si le recibimos o no, se quedará usted en el seminario seis meses más después del tiempo de dos años que le corresponde; esto es, en vez de dos años, se quedará usted dos años y medio. Vaya, hermano, procure mortificarse mucho y esfuércese en lograr que la compañía le reciba al cabo de ese tiempo.

Conviene señalar aquí que, mientras hablaba el padre Vicente, no quiso que nadie, ni siquiera los sacerdotes, salieran del coro de la iglesia, hasta después de haber hecho esta amonestación, a pesar de que se le presentaron varias personas, tanto sacerdotes como hermanos, a pedirle permiso para ir adonde les llamaban sus tareas u obligaciones con los ordenandos; creo que hacia ya mucho tiempo que no se había portado de esta forma: quizás actuó de este modo en esta ocasión, por tratarse de una desobediencia y de un motivo de escándalo.

Unos días antes había dicho a la compañía que las pasiones y las inclinaciones malas y desarregladas que tienen los hombres son otros tantos demonios que los esclavizan.

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