SOBRE EL METODO QUE HAY QUE SEGUIR EN LA PREDICACION
El padre Vicente sigue desarrollando los motivos que han de inducir a los misioneros a predicar según el pequeño método.
Padres, vamos a continuar el tema ya comenzado del método de predicar. Como he sabido, ya habéis progresado mucho, por la gracia de Dios. Creo que será conveniente que hagamos aquí lo que ya se ha hecho sobre esto mismo en otras ocasiones. Estaban el señor obispo de Boulogne, el obispo de Alet, el padre Ricard y todos nosotros; venían también algunos sacerdotes de París; y nos ejercitábamos con toda sencillez y familiaridad,como ahora lo hacemos; se tomaba un tema, y cada uno decía los motivos que tenía para ello; luego hablábamos de los actos y finalmente de los medios. Esto es lo que se hacía, y cada uno exponía buenamente su parecer, y algunas veces se improvisaba un discurso sobre ello, el obispo de Boulogne por una parte, el de Alet por otra, y también el padre Portail; yo era el único que nunca decía nada que valiera la pena. Se estudiaba cómo había que hacer para tratar bien un asunto, para convencer, pero siempre con toda sencillez; y así es como lo hacían.
Los padres del Oratorio también tienen esta práctica de ejercitarse en la predicación, cuatro cada día; padre Alméras, usted que ha estado en Roma, ¿verdad que así lo hacen allí?
Padre Alméras: «Sí, padre; lo hacen cuatro cada día, cada uno durante media hora».
Suben cuatro al púlpito y predican, cada uno durante media hora, sobre cuatro temas distintos. ¿No es así, padre Martín?
Padre Martín: «Sí, padre; estoy escuchando».
Así pues, predican cuatro; hablan durante media hora de diversos temas; uno sobre el evangelio, otro sobre algún misterio, otro sobre la vida de un santo, otro sobre alguna virtud, pero así, desde un púlpito no elevado; aparte está el púlpito grande, donde se tienen los sermones; son los capuchinos y alguna otra orden, de la que no me acuerdo, los que predican desde el púlpito elevado, en la iglesia de los padres del Oratorio; pero ellos no predican más que desde el púlpito pequeño.
Padre Alméras: «Padre, ese púlpito no es tan pequeño, tiene unos siete u ocho escalones para subir a él, poco más o menos como el del nuevo edificio».
Bien. Lo cierto es que no predican más que desde ese púlpito, con sencillez, en un tono lo más familiar que pueden, de una forma muy sencilla; y esto durante dos horas al día, media hora cada uno. Y es allá adonde acuden todos los devotos de Roma. Todos van allá. La mayor concurrencia es la de los padres del Oratorio, que hacen esos pequeños sermones, tan sencillos y familiares; si algún predicador habla de otra forma, le corrigen y amonestan para que guarde el método de su padre, el beato Felipe. Les corrigen cuando faltan, y así es como se mantienen en su método.
Padre Alméras: «Padre, ¿quiere que diga una cosa muy edificante y que, a mi juicio, es muy útil a este propósito?
Sí, padre; hágalo; usted que ha visto bien todo esto, díganoslo, por favor.
Padre Alméras: «Padre, en cierta ocasión, me parece que era en tiempos del beato Felipe Neri, me parece que aún vivía, hubo uno que dijo un sermón muy bonito, que no pasó de media hora, pero de una forma un poco más elevada que de ordinario; había algo que le exaltaba; todos le admiraron e incluso sus palabras fueron de mucha utilidad; su sermón era útil, pero de un aire un poco más elevado que de ordinario. El superior le dijo luego: «Realmente usted nos ha predicado muy bien; me parece un discurso muy bonito; le ruego que nos lo predique una vez más, que es muy bonito». Y le obligó a que predicara el día siguiente la misma pieza, y así ocho o diez veces a continuación, de forma que todo el mundo decía: «Ese es el padre de un solo sermón; el padre del sermón».
Padre Vicente: Bien, muy bien; esto nos enseña perfectamente cuánto aprecian esos padres la sencillez, y cómo conviene que hagamos nosotros lo mismo, conservando nuestro método en la sencillez, y no como yo hago, gritando fuerte, dando golpes con las manos, elevando las manos sobre el púlpito. Esos padres predican con tanta moderación, que no osarían hacer otra cosa y ellos se contendrían. Pero acude a ellos toda Roma, y con mucha devoción. Esa es la mejor manera de actuar, con sencillez, con familiaridad, sin exaltarse como yo lo hago, miserabLe de mí.
El segundo ejemplo que nos enseña el interés con que hemos de observar nuestro método es el de los hugonotes; aquel era de un santo, éste de los hugonotes. También Calvino compuso un método de predicar: tomar un libro, como hizo nuestro Señor, leer, explicarlo según el sentido literal y el espiritual, y luego sacar consecuencias morales. Ese es el método de Calvino, que siguieron luego los hugonotes en sus predicaciones; todavía hoy los hugonotes tienen conferencias cada tres meses… No, no es eso… (alguien le sugirió: consistorios); tampoco, no son consistorios…, ¡ah, sí! coloquios. Así pues, en sus coloquios, donde se reúnen cada tres meses varios ministros, tratan de la manera de predicar, y los que no lo saben bien procuran aprenderla: unos predican, y los otros están así (señalando a la derecha) o así (señalando a la izquierda), al lado del púlpito; y observan si predican debidamente, según su manera, y se amonestan entre sí; y los que no saben este método, no pueden ocupar ningún cargo. También siguen esta costumbre en el consistorio.
Bien, padres. Si la prudencia humana, ¿qué digo?, si la invención del diablo y la herejía obran con tanta precaución para mantenerse, ¿qué medios no habremos de utilizar nosotros para conservar nuestro santo método, ya que ello, por motivos puramente humanos, se esfuerzan tanto por una cosa vana e inútil? ¡Oh Salvador! Creo, pues, que será conveniente, como ya se ha hecho otras veces, tomar un tema y decir cada uno brevemente sus razones. Habría que tomar alguna nota en ese caso. Hermano, ¿tiene usted por ahí una escribanía?… Vaya a buscar papel; puede encontrar en mi cuarto… Esa puerta está cerrada; vaya por la otra parte.
¿Qué tema vamos a elegir? Hablemos hoy de la humildad; primero dirá cada uno sus motivos, en breves palabras, sin extenderse; basta con un pasaje o una breve razón.
Padre Alméras, ¿qué razón puede usted indicarnos para animarnos a ser humildes?
Después de que el padre Alméras señaló una razón para ser humilde, el padre Vicente le preguntó otra razón al padre más antiguo que le seguía, y a continuación a los demás, según el orden en que estaban sentados. Cada uno señaló una razón o dijo que no se le ocurría nada más que lo ya indicado, y en breves palabras.
Después que ]os padres antiguos expusieron sus razones, pasó a los actos de humildad, tras haber recordado su definición.
Mientras se proponían diversos actos, él dijo:
Hay que bajar siempre a lo concreto; ya lo habéis visto; es allí donde está el fruto; bajar a los detalles, señalando las circunstancias, el lugar, el tiempo en que hay que practicar este acto o aquel.
El padre Alméras le indicó algo, y el padre Vicente respondió:
Sí, padre; y en eso es en lo que faltamos en la mayor parte de nuestras conferencias, en que decimos bien las cosas generales, pero ahí queda todo; no es bastante; es preciso, en cuanto es posible, especificar y señalar los actos particulares. En esas conferencias, en que se logran maravillas hay algunos que tienen ese don de Dios de bajar a los detalles cuando hablan; todos se fijan muy bien entonces; y esto, concretado especialmente en tal y tal ocasión, es lo que más aprovecha; ahí está el fruto principal. Si alguno, después de ellos, manifiesta hermosos pensamientos, alega razones poderosas y un montón de textos de los padres y de los concilios, muy bien, pero corre el peligro de borrar todo lo que el otro, al concretar, dejó de bueno en las almas. Y de la misma forma que, cuando uno deja algo impreso sobre una cosa, pero viene otro con una esponja a borrarlo, todo desaparece y ya no puede leerse nada, también el espíritu pierde los buenos sentimientos que tenía y se marchan sus santos pensamientos. El discurso elevado pone otras ideas, que echan fuera a las primeras. Es menester bajar siempre a lo concreto, demostrar detalladamente los actos, y entonces es cuando de ordinario se saca mucho fruto. Entonces el espíritu se propone tal acto para tal ocasión, y esta acción para esta otra; concretando siempre, todo lo que sea posible.
A continuación se pasó a los medios de adquirir la humildad, y tras haber indicado algunos, dijo al final:
Doy gracias a Dios por los pensamientos que os ha dado y por tantas cosas tan hermosas que acabáis de decir. Ya veremos si habrá que continuar. ¡Bendito sea Dios!