Tres motivos para ocuparse debidamente de los ejercitantes. Medios espirituales, consejos prácticos para ayudarles: cómo tratar con ellos, no atraerlos a la compañía, enseñarles a meditar y recomendarles que sigan el reglamento del retiro.
El padre Vicente dijo, al comienzo de la conferencia, que había pensado varias veces en dar este tema y que había pensado en los mismos motivos que los ya mencionados, ya que lo más probable es que Dios comunique los mismos pensamientos a casi todos.
He aquí el primer motivo. Que la compañía tiene vocación para esto; Dios la ha llamado para esto; esto se demuestra porque empezó sin ese plan y sin pensar en dar ejercicios; pero poco a poco, sin darse cuenta, se fue metiendo en ello. Creo, dijo, que fue el padre Coqueret el que empezó, y luego envió a que los hicieran sus alumnos; luego el primero llevó al segundo; el segundo al tercero; y así hasta ahora.
Segundo motivo. Según san Agustín, las prácticas de las que se desconocen los autores, vienen de los apóstoles, y por consiguiente de Dios. Lo mismo pasa con esta obra de los señores ejercitantes, porque no tiene autor; es Dios. El padre Vicente añadió que en ella no había nada suyo, lo mismo que en las demás prácticas de la casa, como veremos algún día, dijo. Así pues, veamos la obligación que tenemos de continuar esta obra, ya que es Dios el que la ha establecido y es su autor; y esto con fervor, no sea que Dios les pase a otros la gracia que nos ha dado, para que la realicen mejor que nosotros; esto es lo que pasará, si la cumplimos con tibieza.
Tercer motivo. Dios se sirve para esta obra de los obreros más pobres de su iglesia. Si consideramos los grandes talentos la virtud, la piedad y la devoción de los demás, resulta que somos los peores; tal es el sentimiento que debe tener cada uno en su interior; y si los particulares están obligados a pensar así, ¿por qué no la compañía, que está compuesta de esos particulares? Se ha ido en contra de todas las máximas. Nemo dat quod non habet, sin embargo, unos hace ya dieciocho meses, otros un año, otros seis meses, otros cuatro meses, dirigen a los ordenandos. Unos pobres seminaristas, que todavía ayer estaban en pecado, se convierten en directores de aquellos con quienes vivieron la vida del siglo. Fíjense, padres, cómo no hay nada nuestro en ello: es Dios el que lo hace.
Luego, el padre Vicente añadió:
Todavía tengo más motivos, pero pasemos a tratar de los medios.
El primer medio es considerar que es la obra de las obras, mayor que la obra de la creación, pues se trata de convertir a un pecador en justo, a un vicioso en un hombre perfecto. La creación del mundo no es tan difícil, ya que dixit et facta sunt; la nada no puede resistirse a Dios; pero en este ejercicio, la voluntad del pecador, sus inclinaciones, sus pasiones, sus tentaciones, todo esto se opone a los designios de Dios. Miren, padres, cuánta es la grandeza de esta obra. Es tan difícil conseguir que un pecador se aparte del pecado como hacer que la piedra suba para arriba, como hacer que la pluma y el fuego bajen para abajo. Sin embargo, éste es el plan de Dios, ésta es su voluntad: que de un pecador hagamos un santo, que hagamos reinar a Dios en su alma, para ganarla más perfectamente para él.
Segundo medio es entregarse a Dios para ello, pedirle que nos dé su espíritu para la dirección de los ejercitantes, mostrarle a Dios frecuentemente nuestros anhelos y nuestros deseos de su gloria. ¡Ay! ¡Nosotros nada podemos! ¡Es él el que tiene que hacerlo! Y entonces el padre Vicente refirió lo que un padre franciscano escribió sobre la forma de visitar a los enfermos, esto es, al salir para ir a visitarlos, elevar el corazón a Dios: «¡Oh, Dios mío! Dame la gracia de consolar a ese pobre enfermo, etcétera». También nosotros tenemos que decir: «¡Oh, Dios mío! Dame la gracia de poder ser útil a este ejercitante. ¡Dios mío! Ya que es tu voluntad, dame la gracia de portarme bien en esta visita; la hago por amor a ti». Y dijo que la oración era muy eficaz y que es el mejor medio. Nos habló de la fe de un escribano de la corte suprema, que tiene tanta confianza en la oración que, cuando pide alguna cosa para la gloria de Dios, la obtiene; y esto por mediación de la santísima Virgen, de san Pedro y de san Pablo.
Tercer medio es creer que Dios nos envía al ejercitante. Nuestro Señor fue enviado por su Padre eterno a los hijos de Israel que andaban perdidos: Missus sum ad oves quae perierant. Es la gracia que nos ha dado por esta ocupación; nos ha elegido para dirigir a los ejercitantes. Y el padre Vicente indicó que Jesucristo había sido dado por Dios a los israelitas para redimirlos, y éstos a Jesucristo para que fueran redimidos; y el profeta fue dado a la viuda de Sarepta para alcanzarle de Dios un hijo, y recíprocamente la viuda fue dada al profeta para atender a sus necesidades. Y no hemos de creer que es una casualidad el que hayamos sido dados como directores a los ejercitantes, sino que Dios nos ha elegido para esto, y que al traerlos aquí ha escogido a uno de vosotros: a Pedro, a Juan, a Antonio, para que fuera su director; y les da la gracia para dirigirlo, de forma que, cuando el superior o algún otro nos dedica a dirigirlos, hay que elevar nuestro corazón a Dios y decirle: «¡Dios mío! ¡Tú eres el que me lo envía, concédeme tu gracia!»; y antes de ir a otro sitio, acudir a postrarse humildemente ante el santísimo sacramento del altar y decirle a nuestro Señor: «Dios mío, tú me envías un alma redimida por tu preciosa sangre y quieres que yo haga que ella se aproveche de tu sangre derramada por ella y pueda decir algún día en el juicio que yo soy su corredentor, lo mismo que tú, Dios mío; te doy las gracias por ello», o alguna cosa semejante…
Después de esto, hay que ir a ver al ejercitante y entretanto orar a Dios, ofrecérselo a Dios, rezar a su ángel de la guarda, llenarse de espíritu de humildad, y no de doctor, de autoridad, de mando; ¡oh, Dios mío! ¡no!, y entrar en su habitación modestamente alegre y alegremente modesto, decir con él el Veni Sancte Spiritus, y luego preguntarle cómo está y, cuando haya respondido: «Bien, gracias a Dios», decirle: «¡Que Dios le bendiga por el deseo que usted tiene de hacer este retiro!», felicitarle y procurar animarle, porque estará preocupado de lo que harán con él, al verse solo en su habitación.
Si es posible, hay que saber mezclar estos tres colores; la modestia, la alegría y la mansedumbre, procurando demostrarle así que se va con sumisión y humildad, como si se le dijese: «¡Ay, señor! Me han escogido para dirigirle, pero soy incapaz de ello; yo he sido muy pecador y lo sigo siendo; he abusado de las gracias de Dios y sigo abusando», o alguna cosa semejante. Guárdense de preguntarles quiénes son; a muchos les ha molestado esa pregunta; podrían decirse en su interior: «Mira qué hombre tan curioso! ¿para qué querrá saber quién soy?». Preguntadles más bien: «¿Ha hecho ya alguna vez ejercicios?». Dirán que sí o que no. Si dicen que sí, añadid: «¿Se acuerda usted todavía de las prácticas?». Responderán ordinariamente: «Sí, padre; pero en general solamente. Será conveniente que me las recuerde usted». Y entonces podréis enumerar esas prácticas.
Luego, hay que explicarles la finalidad de los ejercicios: se trata de llegar a ser un perfecto cristiano y perfecto en la vocación en que uno está: perfecto estudiante, si es estudiante; perfecto soldado, si es soldado; perfecto juez, si es un hombre de justicia; perfecto eclesiástico, como san Carlos Borromeo, si es sacerdote.
Finalmente, seamos desinteresados; no les digamos nada que les demuestre que nos gustaría tenerlos en nuestra compañía, ni siquiera lo deseamos: non concupisces (5). Sabed, hermanos míos, que si Dios ha concedido alguna gracia a esta pequeña compañía, ha sido por el desinterés que siempre ha tenido. Y quede esto dicho sobre la primera entrevista.
El padre Vicente añadió que le habían impresionado mucho los motivos del hermano Carlos, así como los de los demás, por la gracia de Dios; y que esos sentimientos no son fruto de la voluntad humana, sino de Dios, y que nunca había visto a la compañía tan impresionada. Luego, volviendo a lo que se decía, repitió con fuerza y decisión: «El desinterés», añadiendo que en esto tiene que seguir el atractivo de Dios y su voluntad. ¡Oh, no quiera Dios, hermanos míos, que doblemos e inclinemos la voluntad de Dios hacia la nuestra! ¡Hemos de seguirla nosotros a ella! ¿No es esto justo, padres, no es esto justo?
El padre Vicente refirió el ejemplo de un joven, con el alma más bella que él había visto jamás entre los ejercitantes. Al difunto padre de la Salle, que era su director, le dijo que quería ser de la casa, y se habría decidido si se le hubiera dicho la más mínima palabra sobre ello. El padre de la Salle consultó al padre Vicente, que le aconsejó no dijese nada. Ahora ese joven está con los capuchinos, haciendo cosas maravillosas. Hemos de tener este desinterés; hay que seguir la voluntad y el atractivo de Dios.
Pero me diréis: «El fin de los ejercicios es perfeccionarse en su vocación o escoger una; ¿y si resulta que el ejercitante quiere entonces escoger una, verbi gratia, entrar en religión?». En ese caso, no hay que creer a su pequeño espíritu, sino juzgar según las máximas del evangelio. Por ejemplo, a veces el que quiere dejar el mundo es un letrado, un juez, un sacerdote, que hace mucho bien en su provincia: de suyo el juicio humano dirá que hay que convencerle de que permanezca en su vocación. ¡Dios mío! No hay que portarse así, sino más bien según las máximas del evangelio, en la historia de aquel joven que le preguntaba a nuestro Señor cuál era el medio de ser perfecto. «Hay que guardar los mandamientos de Dios», le respondió el Salvador. Y como el joven dijese que los había cumplido siempre, nuestro Señor prosiguió: Vade et vende omnia quae habes et da pauperibus (6). Es que guardar los mandamientos es una gran perfección, pero no basta para todos. Como el joven añadiera: «Ha muerto mi padre; permíteme que vaya a sepultarlo», nuestro Señor respondió: Sinite mortuos sepelire mortuos suos. ¡Pues qué, Dios mío! Me parece que aconsejas una injusticia, dado que tú mismo has ordenado que queden deshonrados todos los que deshonran a sus padres. Pero no es deshonrar a los padres dejarlos para seguir a nuestro Señor. De esta forma, en el retiro, hay que resolverlo todo según las máximas del evangelio.
También es conveniente preguntar a los ejercitantes para qué hacen el retiro, y esto les gusta. Les diréis: «Señores, unos vienen para extirpar algún vicio que les atormenta especialmente; otros, para adquirir alguna virtud; otros, para perfeccionarse en su vocación; otros, para escoger una».
El padre Vicente indicó que hay que orientar el retiro a la finalidad de quien lo hace. Dijo que había fines generales, como el de hacer de un pecador un justo. Añadió que, cuando los ejercitantes dicen que sienten ganas de abandonar el mundo, hay que responderles que hagan honor a este pensamiento; y cuando bajan a los detalles, manifestando sus deseos de ser cartujos, capuchinos, jesuitas, recomendémosles también que hagan honor a esta idea, sin demostrarles nunca que los querríamos entre nosotros. Si dicen que tienen ganas de ser de nuestra compañía, invitémosles también a respetar esta idea y ayudémosles como les ayudaríamos si manifestasen otro deseo. Y si se les ocurre aquí este deseo, no hay que disuadirles por ese motivo.
Al final, el padre Vicente exhortó a la compañía a continuar este ejercicio después de su muerte, los mayores, los que les siguen y los jóvenes, aun cuando llegara a cansarles, como era de prever.
Medios para dirigir a los ejercitantes. Cuando no saben meditar, hay que preguntarles si han estudiado. Si son teólogos o médicos, digámosles que se trata casi de un estudio de filosofía o de teología, a no ser que los teólogos y los médicos sólo utilizan la memoria y el entendimiento, mientras que en la meditación se recurre también a la imaginación y al sentimiento, y añadamos que las razones se sacan de las consideraciones. Si no han estudiado, aconsejémosles que tomen un libro en la mano, que se detengan en una consideración particular y se paren allí largo tiempo, a fin de permitirle que se fije en la memoria, para que se acuerden de ella; en el entendimiento, para que comprendan aquella verdad; y finalmente en la voluntad, para que se aficionen a ella. Sicut oleum effusum. El padre Vicente recomendó mucho esta práctica.
Segundo medio. Hay que recomendar a los ejercitantes la fidelidad al reglamento del retiro. Conviene saber discernir la calidad de los dirigidos; pues hay que dirigir de diferente manera a un hombre de gran condición y a un hombre ordinario, a un ignorante y a un sabio. Pero la fidelidad hay que recomendársela a todos. Puede ser útil recurrir con los grandes a alguna comparación; por ejemplo, como las dietas recetadas por los médicos aprovechan mucho, si se observan con todas sus circunstancias, lo mismo pasa con la fidelidad al reglamento del retiro. También hemos de instruirles en lo tocante al orden de la jornada, al método de la oración y del examen particular, recomendarles que no salgan de sus cuartos antes de estar vestidos, y que guarden silencio.