Vicente de Paúl, Conferencia 005: Capítulo Del 17 De Diciembre De 1638

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Suspiros y gemidos proferidos durante los ejercicios de piedad. No avisar en el capítulo de cosas buenas en sí, a no ser que haya habido excesos. No invitar sin permiso a los extraños a comer en el refectorio. Rezar para conocer nuestros defectos.

Habiéndose acusado un hermano de verse inclinado a lanzar suspiros, el padre Vicente dijo que los suspiros provenían de tres o cuatro causas; hay suspiros que provienen de un movimiento del Espíritu Santo por la santa compunción que inspira al alma ante la visión de sus faltas, del infierno, del cielo, etc., y éstos no hay que reprobarlos; otros provienen de cierta enfermedad del bazo, que él llamó flatulencia; otros provienen de algún hábito contraído por suspiros producidos en el calor y fervor de la oración y devoción; otros promueven adrede estos suspiros para excitarse a la piedad. Añadió que se podía avisar y acusarse de los suspiros de estas tres últimas clases en el capítulo, pero siempre después de haber tratado de ello con el superior; y además, que no se hiciera esto más que cuando el que los produce lo hace con demasiada frecuencia.

Dijo además que se podía invitar y excitar a los demás a decir alguna cosa edificante; y esto a propósito de una amonestación que se hizo de que un hermano decía al llegar otro hermano: «¡He aquí a nuestro hermano N. que nos dirá alguna cosa buena!»; y añadió que el saludo ordinario de los antiguos padres del desierto y de los primeros cristianos, era decirse unos a otros: Dic nobis verbum aedificationis. Puso como norma que no se hiciesen amonestaciones sobre cosas que eran sustancialmente buenas, a no ser por su cantidad de exceso, su excesiva frecuencia o por ser fuera de propósito.

Al acusarse uno de haberse tomado la libertad de dar de comer a un extraño en el refectorio por su autoridad privada, el padre Vicente comentó esta falta y dijo que quería ir quitando poco a poco este abuso, que se había introducido en la comunidad, de convidar y dar de comer tan fácilmente a los extraños en la casa, y que esto no se practicaba en ninguna casa religiosa ni particular; que no había costumbre de ello y que esta gran facilidad les había dado a algunos extraños el atrevimiento de meterse ellos mismos en el refectorio, y luego se habían burlado; las rentas, nos dijo, no han sido donadas por los fundadores para este fin y, ya que nosotros no somos más que los administradores, hemos de dar cuenta a Dios. Dijo que un hijo se cuidaría mucho de invitar a nadie a comer y a beber sin haber pedido y obtenido el permiso de su padre; que era presumir de amos introducir a los extraños con tanto atrevimiento e inconsideración e indicó algunas razones por las que creía que las demás comunidades no toleraban semejante abuso.

La primera, que estar así, fuera de hora, en el refectorio, con cualquier pretexto, para hacer que comieran allí otros, era convertirlo en una fonda, y esto es escandaloso. La segunda, que esto molesta a los encargados, que tienen otras cosas que hacer y se ven obligados a dejarlas para atender a los que se presentan. La tercera que, como están reguladas las porciones y su número, a veces no hay nada preparado y hay que retirar de la comida de la comunidad para esas personas.

El padre Vicente concluyó diciendo que había que acabar con aquella costumbre, que no debería haberse introducido y que se había mantenido por abusar de la facilidad de los superiores o por la propia temeridad de los de casa.

Dijo que, cuando tuviésemos ganas de conocer nuestros defectos para corregirnos de ellos, nos dirigiésemos interiormente a la corte celestial, pidiéndole a nuestro señor Jesucristo, a su santa madre, a nuestro ángel de la guarda, a nuestros patrones, que nos avisasen de nuestras faltas; y añadió que esta práctica era excelente y sería muy eficaz.

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