Respeto debido al señor prior. Avisos en el capítulo. Condescendencia con los ejercitantes. Puntualidad. Guardar secreto sobre lo que se diga en el capítulo. Huir del espíritu de murmuración.
A propósito de la acusación de un hermano por haber hablado con cierta insolencia al señor prior (1), el padre Vicente dijo que esta falta extrema (así la llamó) no había sido la única y que seguramente la habrían precedido otras muchas faltas de respeto y palabras irreverentes a los de casa, antes de llegar a esos extremos. Le dio mucha importancia a esa falta, añadiendo que debíamos considerar al señor prior como a nuestro padre.
Al acusarse otro de haber dado ciertos avisos en algunas cosas que le interesaban, el padre Vicente dijo primeramente que eso era una buena señal; el que da avisos es porque desea avanzar en la virtud, y que esto era una virtud, pero que la virtud consiste en el medio, ya que los dos extremos son viciosos. Dijo que había observado que, si había espíritus discordes, rebeldes y poco mortificados en una comunidad, eran precisamente los que nunca daban avisos, por miedo a recibirlos también ellos. Dijo también que era peligroso avisar de demasiadas cosas; para ello, dio la norma de que no se avisara nunca a una persona más de dos veces y que incluso no se hiciera la segunda advertencia sin haberlo madurado antes seriamente y sin haber hecho un amplio examen de la acción o de la cosa que se quería avisar. Para examinar esa amonestación y hacerla legítimamente, dijo que había que observar estas circunstancias: 1.° si había antipatía, y si esa antipatía era quizás la causa del aviso que damos; 2.° si tenemos o no interés en esa cosa; 3.° ver si es una falta verdadera, y si es de cosas poco importantes, asegurarse de si no lo habrán hecho por precipitación; si sólo lo han hecho una o dos veces, no decirles nada: no hay ningún santo, por muy grande que sea, que no cometa alguna falta; 4.° ver si no se trata de un movimiento de desquite, para replicar a nuestro hermano por alguna amonestación que él nos haya hecho. Dijo también que a veces no había que amonestar a uno por tener cara triste, pues puede ser que no sea más que recogimiento lo que a nosotros nos parece tristeza.
Dijo además que deberíamos tener cuidado de no mentir, cuando le decimos a nuestro hermano que le avisamos por espíritu de humildad y de caridad, pues puede suceder que falte alguna de esas cuatro condiciones. Pues bien, amonestar con espíritu de humildad y de caridad, es juzgarse más criminal que aquel a quien acusamos, o contra el que damos testimonio advirtiéndole sus faltas, y hacerlo con el deseo de mirar por su perfección.
A propósito de uno que se acusó de haber despedido a un ejercitante para otro día dístinto de aquel en que había deseado empezar sus ejercicios, con el pretexto de que ya había demasiados, el padre Vicente dijo que había que honrar la gran bondad de nuestro Señor, que acogía a todos los penitentes en cualquier tiempo que se presentasen.
Dijo que era una santa falta de educación el dejar una compañía cuando la campana nos llamaba a algún ejercicio, de cualquier calidad que fueran las personas con las que entonces tratásemos.
El padre Vicente recomendó que no se hablase, ni dentro ni fuera, de lo que se había dicho en el capítulo, aunque antiguamente lo hicieran los primeros cristianos, declarando públicamente sus faltas. Pero después de que, por desgracia, surgió algún escándalo por ello, se ordenó que todos se confesasen en privado a oídos del confesor; y dijo que la forma de vivir en comunidad era la imagen de la forma de vida de los primeros cristianos que, para ser recibidos en la iglesia, dejaban sus bienes y los traían a los pies de los apóstoles. Dijo además que había que guardarse del espíritu de murmuración, totalmente contrario al de la caridad, que ata entre sí a los corazones con el afecto dela cordialidad, y que ese espíritu había sido la causa de todo el desorden que nos había traído el pecado de Adán.