Serie de recomendaciones dadas por san Vicente sobre la vida de piedad, la vida de comunidad y el trabajo de las misiones.
Entregarse enteramente a Dios para servirle en la vocación a la que ha querido llamarnos.
Estimar mucho nuestra vocación y apreciarla más que a todas las demás vocaciones del mundo, llenándonos de confusión si no la apreciamos debidamente, al ver cómo los extraños la tienen en tan gran estima y cómo nos solicitan desde varios lugares.
Tener mucho afecto a todos los reglamentos, mirándolos como medios que Dios nos presenta para perfeccionarnos en nuestra vocación. Hacer firmes propósitos y resoluciones sólidas de guardarlos puntualmente. Si hay algunos que quizás vayan contra nuestros sentimientos, procurar vencernos con ello y mortificarnos. Y sobre todo tener cuidado de no demostrar en modo alguno a los demás nuestra aversión.
Buscar una tierna y cordial amistad con todos los de la casa; si por ventura le tenemos antipatía a alguien, no decírselo a nadie más que al superior, e intentar con toda clase de medios vencerse en esto.
Todos los que sean nombrados superiores para las misiones han de procurar seriamente que se observen con exactitud los reglamentos.
Demostrar un gran respeto a todos los que nos pongan por superiores y manifestar que estamos contentos de que nos manden y nos reprendan por nuestras faltas.
Respetarnos mucho los unos a los otros; aunque en las recreaciones hemos de portarnos alegremente, es preciso ser respetuosos; para ello, es muy conveniente no tocarse, ni tutearse, ni hablar en latín corrompido, que se presta a decir tonterías
No enfadarse nunca ni reprender a los demás públicamente, sobre todo en materia de predicación, catecismo y confesiones.
No hablar nunca con los otros de las faltas o imperfecciones que hayamos observado en alguno; si se cree que la corrección puede ser de provecho, hacerla en secreto a la persona que ha faltado, con toda la caridad y mansedumbre que sea posible; y si la cosa es importante, avisar al superior.
Es muy conveniente no alabar a nadie más que muy raramente y con prudencia, al menos en presencia de él.
Tener grandes deseos de llegar a la perfección; para ello, incitarnos mutuamente en nuestras conversaciones, alabando siempre la virtud y la mortificación. Si sentimos antipatía de alguien, nos contentaremos con decírselo al superior o director; y sobre todo no hablar nunca de ello con los demás, ni en público ni en particular, y mucho menos despreciar la virtud de los que la practican.
Ser muy mortificados y hacernos indiferentes en todo, sobre todo en lo que se refiere a la comida, cama y vestido; si se tiene necesidad de algo, le podremos avisar a quien se cuide de ello, y éste al superior. Nunca hay que hablar de si se come bien o mal, de si uno tiene buena o mala habitación, de si está bien o mal vestido.
Observar inviolablemente en las misiones todo lo siguiente: 1.° levantarse a las cuatro y acostarse a las nueve; 2.° hacer la oración; 3.° rezar el oficio con los demás; 4.° ir a la iglesia y salir de ella con los demás; 5.° decir la misa por turno; 6.° no salir de la iglesia sin permiso, diciéndole el motivo al superior; 7.° tener lectura durante la comida; 8.° tener capítulo todos los viernes; 9.° no hablar nunca en público de la confesión ni proponer ningún caso de conciencia sobre ella, sin haber hablado antes con el superior.
Cuando se presente alguna diferencia que resolver o haya alguna dificultad especial, no hacer nada sin habérselo comunicado antes al superior, para hacer lo que a él le parezca.
Cuando se le pida algo al superior, estar preparado para la negativa y aceptarla con agrado cuando nos la dé; guardarse de murmurar o de mostrar algún resentimiento, y no decir que en adelante ya no le pediremos nada.