Confieso que, al encarar este tema sobre la «caridad y la misión», se han mezclado en mi cabeza y en mi ánimo distintas sensaciones. Por un lado, me parece un tema sencillo, diáfano y al alcance de cualquiera que esté un poco en contacto con el evangelio y con el carisma vicenciano.
Estamos ante dos palabras clave de nuestro ser y de nuestro quehacer cristiano y vicenciano. Bastaría con recordar algo tan sabido y estudiado como que la «caridad» o el «amor» es la expresión que define la realidad misma de Dios: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8), que el amor resume todo el proyecto de Dios sobre la humanidad: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34) y que nuestro destino está determinado por la actitud de entrega y amor servicial: «Tuve hambre y me disteis de comer…» (Cf Mt 25, 31-46). Y bastaría también con recordar que la «misión» es la expresión efectiva y creíble de la caridad, la que resume la actividad de Jesús de Nazaret, la que justifica la realidad misma de la Iglesia, y la que define nuestra vocación cristiana y vicenciana.
No harían falta más explicaciones sobre el tema. Sólo sería cuestión de que cada uno de los presentes pensáramos, desde nuestra propia experiencia, en las implicaciones, manifestaciones y compromisos que conllevan la caridad y la misión. Y, si quisiéramos completar el tema, podríamos hacer un recorrido sucinto por las obras, trabajos, desvelos y testimonios de las distintas ramas del árbol vicenciano, con toda la carga de amor y de servicio a los pobres y marginados de los diversos tiempos y lugares.
Pero, al mismo tiempo, hay que recocer que este tema es complicado. Porque la concreción de la caridad se presta a mil interpretaciones, unas veces contrapuestas y otras veces, complementarias; porque, consciente o inconscientemente, somos hijos de una historia que ha vivido de modo muy diverso tanto la caridad como la misión. Sin olvidar que vivimos en un contexto socio-cultural excesivamente ideologizado, donde la caridad y la misión pueden caer en la trampa que les tiende cualquier ideología política social o económica. Si a esto añadimos que este tema, precisamente por ser esencial, puede resultar también muy global y genérico, entonces la complejidad y la abstracción están a la vuelta de la esquina.
Para terminar esta especie de «descargo de conciencia», añadiré que me voy a circunscribir al ámbito vicenciano. Porque me muevo con más comodidad y soltura en él, porque estamos en un Congreso específicamente vicenciano, y porque ayer ya se tocó este tema desde otros contextos y latitudes. Y, por supuesto, líbreme el cielo y el sentido común de pretender dar lecciones y recetas. Lo de «urgencias y criterios pastorales» suena a presentar una serie de recetas, líneas, principios más o menos infalibles… Mi reflexión quiere ser solamente una ayuda y una invitación a leer en clave actual la hermosa e interpelante herencia de nuestros fundadores.
PUNTO DE PARTIDA: ESTRUCTURA DIACÓNICA DEL CARISMA VICENCIANO
Tenemos que comenzar con algo que, a primera vista, puede resultar bizantino o propio de aquellas interminables discusiones sobre términos y vocablos en que se perdía la filosofía escolástica. Pero tiene su importancia. Porque siempre se tiende a tratar la caridad y la misión como dos realidades ciertamente nucleares pero distintas. En cualquier libro de teología y en muchos de vicencianismo se dedica un capítulo a la caridad y otro a la misión. Si se me permite la ocurrencia, es como cuando se creía que San Vicente de Paúl fundó dos Congregaciones: una para la misión (para evangelizar predicando) y otra para la caridad (para el servicio directo).
Sin embargo, los fundadores tuvieron muy claro que «caridad y misión» son dos realidades absolutamente inseparables, aún más, indisolubles. No sólo que la caridad alimenta e impulsa la misión, y la misión expresa y concreta la caridad, sino que ambas se entremezclan de tal forma que constituyen una misma realidad.
Por eso, nos viene bien desentrañar en el carisma vicenciano un hilo conductor que nos explica perfectamente lo dicho. Me refiero a esa especie de estructura -a pesar de que algunos expertos de la vida espiritual digan que el carisma no se puede estructurar- que podríamos llamar «diacónica». Con esta expresión me estoy refiriendo a la «caridad», al «servicio de la caridad», a la «misión de la caridad», a la «diaconía» en su sentido etimológico de amor servicial. Porque en la «diaconía» habitan en una perfecta unión la caridad, la comunión, el servicio, la misión, la entrega total.
Todas las acciones, pensamientos, intuiciones, actitudes de Vicente de Paúl y de Luisa de Marillac tienen la motivación, la urgencia y el enfoque de la caridad como misión y de la misión como caridad. Y su estilo de vida y el que machaconamente recomiendan a sus «hijos» e «hijas» es «vivir en estado de caridad». Aún más, la perfección cristiana a la que deben aspirar sus seguidores y seguidoras es la «perfección de la caridad». Y la razón más importante para que sus «hijos» e «hijas» se distingan de los religiosos y religiosas es, precisamente, la vivencia en el «estado de caridad» y el emplearse a fondo en «la perfección de la caridad».
Ahí está su famosa conferencia a los sacerdotes de la Misión sobre la caridad, el 30 de mayo de 1659, que termina con esta súplica que es resumen de la larga conferencia: «¡Sé tú, Señor, nuestro agradecimiento por habernos llamado a este estado de vida de estar continuamente amando al prójimo, sí, a este estado y profesión de entrega a este amor, ocupados en el ejercicio actual del mismo o en disposición de ello, abandonando incluso cualquier otra ocupación para dedicarnos a las obras caritativas! De los religiosos se dice que están en un estado de perfección; nosotros no somos religiosos, pero podemos decir que estamos en un estado de caridad, ya que estamos continuamente ocupados en la práctica real del amor o en disposición de ello».1 Y ahí está, también como ejemplo, una carta a un sacerdote de la Misión en la que Vicente de Paúl le anima encarecidamente: «Si nuestra perfección se encuentra en la caridad, como es lógico, no hay mayor caridad que la de entregarse a sí mismo por salvar a las almas y por consumirse lo mismo que Jesucristo por ellas».2
Y si nos quedase alguna duda, no hace falta nada más que acudir a las muchísimas veces que Vicente de Paúl une -y recomienda unir- el amor afectivo y el amor efectivo como dos realidades que tienen que formar un solo cuerpo, como la unión inseparable entre caridad y misión.3 O cuando advierte que el amor afectivo sin compromiso misionero -o sea, la caridad sin la misión- es, por lo menos, sospechoso: «Amemos a Dios, hermanos míos, amenos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica del amor efectivo… Hemos de tener mucho cuidado en esto; porque hay muchos que, preocupados de tener un aspecto externo de compostura y el interior lleno de grandes sentimientos de Dios, se detienen en esto; y cuando se llega a los hechos y se presentan ocasiones de obrar, se quedan cortos. Se muestran satisfechos de su imaginación calenturienta, contentos con los dulces coloquios que tienen con Dios en la oración, hablan casi como los ángeles; pero luego, cuando se trata de trabajar por Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja descarriada…, ¡ay!, todo se viene abajo y les fallan los ánimos. No, no nos engañemos: Totum opus nostrum in operatione consistit».4
Por eso, se puede decir que el carisma vicenciano está habitado por un fuego inextinguible y abrasador: el fuego de la caridad que nos cohesiona, nos urge y nos quema en la misión. Vicente de Paúl lo deja dicho con toda claridad: «Es verdad que la caridad, cuando habita en un alma, ocupa por entero todas sus potencias: no hay descanso; es un fuego que actúa sin cesar; mantiene siempre en vilo, siempre en acción, a la persona que se ha dejado abrazar una vez por él».5
Si no entramos en esta estructura diacónica del carisma vicenciano, en esta unión indisoluble de caridad y misión, nunca entenderemos en profundidad nuestro ser y nuestro quehacer. O correremos el peligro de caer en espiritualismos nada recomendables para un cristiano y para un vicenciano.
TRES VIVENCIAS FUNDAMENTALES PARA ENTENDER LA CARIDAD Y LA MISIÓN VICENCIANAS
Pero esta estructura «diacónica» del carisma vicenciano no se puede entender en toda su profundidad y extensión, si no acudimos a tres vivencias fundamentales que alimentan, cimentan y dinamizan la «fe y la experiencia» de nuestros fundadores. Como alguien ha dicho, Dios, Jesucristo y los pobres son tres realidades básicas que se entremezclan y se clarifican desde lo más interior del carisma vicenciano.6 Disociar y separar estas realidades sería como negarse a entender la caridad y la misión como motor del carisma vicenciano. Además, hay que darse cuenta de que estamos hablando de «caridad y de misión», no de mero altruismo, de humanismo propio de una ONG o de equipos especializados en tareas sociales. Vamos, pues, a aproximarnos por unos momentos a estas tres realidades:
a) Dios-Amor
Es ya sabido que la caridad tiene a Dios como origen y fuente. Se podrían espigar numerosas frases del Nuevo Testamento donde esta afirmación queda meridianamente clara: «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros (1 Jn 4, 10); «Nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero» (1 Jn 4, 19); «Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5); «Dios es amor y el que vive en el amor vive en Dios y Dios vive en Él» (1 Jn 4, 16). Igualmente, se podrían citar algunas frases de Vicente de Paúl con esas mismas expresiones, por ejemplo el hermoso texto que dirige a las Hijas de la Caridad: «Donde está la caridad, allí está Dios. El claustro de Dios, dice un gran personaje, es la caridad, pues allí es donde Dios se complace, donde se aloja, donde encuentra su palacio de delicias, su morada y su placer. Sed caritativas, sed benignas, tened espíritu de paciencia, y Dios habitará con vosotras, seréis su claustro, lo tendréis entre vosotras, lo tendréis en vuestros corazones».7 Como dice un teólogo actual, «el amor no es tan sólo una actividad más de Dios, sino que toda su actividad es una actividad amorosa. Si crea, crea por amor; si gobierna las cosas, lo hace en el amor; cuando juzga, juzga con amor… No hay más Dios que el Dios que ama, y no hay más hombre auténtico que el que se sitúa en ese amor y permanece en él como en una morada de donde saca fuerza, vida y sentido».8
Pero en el contexto del carisma vicenciano, afirmar que «Dios es Amor» equivale a decir que la caridad antes que un mandamiento y un compromiso es una realidad de fe o una verdad teológica. Dios es el primero que opta por los pobres, sus raíces arraigan en el mismo Dios. Por tanto, la causa de los pobres es la causa de Dios y la cuestión de los pobres es la cuestión de Dios. Dios se identifica con los pobres y con su causa, y por eso podemos decir que el pobre es el lugar teológico, el lugar teofánico de Dios, en cuanto que en ellos está escandalosamente presente.9
En esta perspectiva hay que colocar e interpretar la fe y la experiencia de Vicente de Paúl cuando afirma: «Dios es el protector de los pobres».10 En el mismo horizonte hay que situar y comprender al fundador de la Congregación de la Misión, de las Hijas de la Caridad y de la AIC cuando les transmite el espíritu vicenciano. Baste como botón de muestra para toda la Familia Vicenciana un hermoso y amplio texto de su conferencia del 9 de junio de 1658 a las primeras hijas de la Caridad. Dentro del lenguaje de la época, es todo un tratado teológico de cómo Dios es el defensor de los pobres y de cómo las obras en favor de los pobres deben proclamar que «Dios es Amor»: «Sabed, hijas mías, que me he enterado que esas pobres gentes están muy agradecidas a la gracia que Dios les ha hecho y, al ver que van a asistirles y que esas hermanas no tienen más interés en ello que el amor de Dios, dicen que se dan cuenta entonces de que Dios es el protector de los pobres. ¡Ved qué hermoso es ayudar a esas pobres gentes a reconocer la bondad de Dios!. Pues comprenden perfectamente que es Él el que las mueve a hacer ese servicio. Y entonces conciben elevados sentimientos de piedad y dicen: ‘Dios mío, ahora nos damos cuenta de que es cierto lo que tantas veces hemos oído predicar, que te acuerdas de todos los que necesitan socorro y que no abandonas nunca a una persona que está en peligro, puesto que cuidas de unos pobres miserables que han ofendido tanto a tu bondad’. He sabido, incluso, por medio de personas que fueron atendidas por nuestras hermanas, y por medio de otras muchas, que se sentían muy edificados al ver cómo esas hermanas se preocupaban de visitarles, reconociendo en ello la divina bondad y viéndose obligados a alabarle y darle gracias».11
Solamente desde este de Dios-Amor puede entenderse la tantas veces mal interpretada frase de H. Bremond: «No son los pobres los que han llevado a Dios a Vicente de Paúl, sino que es Dios el que le ha llevado a los pobres».12
b) Jesucristo anonadado por amor
En el centro de «la fe y de la experiencia» de Vicente de Paúl aparece un Cristo-Amor que se caracteriza por un «espíritu de caridad perfecta» y que se manifiesta en un «anonadamiento» de amor por los hombres. Un Mesías servidor que «toma la figura de siervo, haciéndose semejante a los hombres… y obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2, 6-8). Un Mesías que viene para llegar al fondo de la realidad humana. Un Mesías que aparece como «diácono», como «servidor». Un Mesías que rechaza, para su identidad y la de sus seguidores, todos aquellos términos que designan el cargo o la autoridad y los sustituye por la simple expresión de servicio.
Tal vez, no habría nada más que decir en este punto si profundizamos bien un amplio y sentido párrafo de Vicente de Paúl en su famosa conferencia sobre la caridad. Es, sin duda, el mejor y más elevado resumen de lo que significa el Cristo-Amor en el carisma vicenciano y de las consecuencias que conlleva el seguimiento de ese Cristo-Amor-anonadado: «Miremos al Hijo de Dios: ¡qué corazón tan caritativo! ¡qué llama de amor! Jesús mío, dinos, por favor, qué es lo que te ha sacado del cielo para venir a sufrir la maldición de la tierra y todas las persecuciones y tormentos que has recibido. ¡Oh Salvador! ¡Fuente de amor humillado hasta nosotros y hasta un suplicio infame! ¿Quién ha amado en esto al prójimo más que tú? Viniste a exponerte a todas nuestras miserias, a tomar la forma de pecador, a llevar una vida de sufrimiento y a padecer por nosotros una muerte ignominiosa; ¿hay amor semejante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente? Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra redención. Hermanos míos, si tuviéramos un poco de ese amor, ¿nos quedaríamos con los brazos cruzados? ¿Dejaríamos morir a todos esos que podríamos asistir? No, la caridad no puede permanecer ociosa, sino que nos mueve a la salvación y al consuelo de los demás».13
Ahora bien, ese Cristo anonadado, ese Mesías servidor y liberador tiene una vinculación especial con los pobres en el universo de la caridad vicenciana. Porque la vida y la misión de Jesús están tan estrechamente referidas al mundo de los pobres y a él pertenecen de forma tan esencial, que sin esa referencia o pertenencia, queda desvirtuado el mismo Jesús en su condición de salvador de todos los hombres.14 Y, por supuesto, queda desvirtuada la más auténtica caridad y misión vicencianas.
Para descubrir el criterio de la caridad en Vicente de Paúl, en Luisa de Marillac y en sus seguidores y seguidoras, es preciso introducirse en el mensaje y en la misión de Jesús como referencia absoluta a su predilección por los pobres. En términos de Vicente de Paúl, esta caridad equivale a «expresar al vivo la vocación de Jesucristo»: «¿Verdad que nos sentimos dichosos, hermanos míos, de expresar al vivo la vocación de Jesucristo?… Ved, hermanos míos, cómo lo principal para Nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como de pasada».15
En este mismo contexto de «continuación de la misión de Jesús» se sitúan las Hijas de la Caridad. Vicente de Paúl establece un principio fundamental para la identidad de sus «hijas»: «Para ser verdaderas Hijas de la Caridad, tenéis que hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra».16 E, inmediatamente, aclara: «Jesucristo no hizo en este mundo sino servir a los pobres».17
c) La pasión por los pobres
Evidentemente, la caridad y la misión vicencianas no podrían existir sin la referencia explícita a los pobres, destinatarios primordiales de esa caridad y de esa misión. Aún más, al hablar de los pobres, en el lenguaje vicenciano, inmediata e instintivamente se nos vienen a la cabeza la palabras «caridad» y misión», y al hablar de la caridad y de la misión, los pobres aparecen en primerísima fila. Los pobres están en el mismísimo centro del corazón del carisma vicenciano.
Por eso, podemos decir que, en el ámbito vicenciano, los pobres tienen que ser la pasión dominante. Y la caridad y la misión vicencianas nos tienen que llevar a una opción, no sólo preferencial, sino absolutamente exclusiva por los pobres. Amándoles, sirviéndoles, evangelizándoles sin romanticismos, con calor, con inteligencia, desde la encarnación en ellos y la identificación con ellos; dispuesto a pagar el precio necesario; uniendo a cuantos más, de toda condición, a esta «tarea divina»; desde las dos categorías complementarias del amor cristiano: la curativa y la preventiva; y con agradecimiento. Y para que esta pasión por los pobres no se difumine, los fundadores establecieron dos focos iluminadores: «Los pobres, como sacramento de Cristo» y «los pobres como amos y señores nuestros».18
REVITALIZAR LA CARIDAD Y LA MISIÓN HOY
Se ha dicho, con toda razón, que cualquier Institución tiene el peligro de vivir cómodamente a la sombra de una historia feliz. También la Familia vicenciana tiene el peligro y la tentación de conformarse con lo que han hecho nuestros antecesores, empezando por los Fundadores, y no dar el salto a lo que hoy debemos hacer. Para evitar esa tentación es bueno que nos situemos en el hoy y aquí, y que, empujados por la historia de nuestra Familia, repasemos las tareas urgentes que la caridad y la misión vicencianas tienen que llevar a cabo en la sociedad actual y los criterios que tienen que ofrecer ante los múltiples desafíos que este mundo les presenta. Es la mejor forma de inyectar savia nueva en nuestro carisma. Es decir, es la hora de la revitalización.
Sin ánimo de agotar el tema, voy a indicar brevemente algunas de esas urgencias y criterios como caminos para revitalizar la caridad y la misión. Pongo en el mismo bloque las urgencias y criterios, porque, en definitiva, toda tarea urgente lleva implícitos unos criterios de actuación y todo criterio está apoyado en unas actitudes y convencimientos. Y, aunque he dicho que la caridad y la misión forman un cuerpo indisoluble, voy a tratar por separado este capítulo por razón de pedagogía y para mayor claridad.
1) Urgencias y criterios para la caridad
a) La recuperación de la palabra «caridad»
Hay que reconocer que la hora actual no es la más propicia para entender debidamente la caridad. Se ha generado un ambiente cultural, social e incluso eclesial donde la sola palabra «caridad» es tomada como algo trasnochado y propio de personas buenas y piadosas, pero nada más. Es curioso cómo en cursillos, reuniones, congresos… se tiende a suprimir la palabra «caridad» y a sustituirla por «solidaridad», «civilización del amor», «compromiso»… Da la impresión de que cualquier palabra es válida con tal de que no aparezca el vocablo «caridad». Usando una expresión que hoy está muy de moda, se puede decir que, en muchísimos círculos, la palabra «caridad» no es socialmente correcta. El Papa Benedicto XVI lo constata en su última encíclica «Caritas in veritate»: «Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración».19
Naturalmente, cualquier miembro de la Familia vicenciana puede responder desde el carisma de nuestro Fundador y, sobre todo, desde la práctica diaria de tantísimos hijos e hijas de San Vicente que esa «lectura degradada de la caridad» no tiene nada que ver con el verdadero significado y sentido de la caridad cristiana y vicenciana. Pero también es necesario reconocer que arrastramos una larga historia donde no siempre la caridad ha brillado con la nitidez evangélica que debiera. Y, por supuesto, los vicencianos y vicencianas no estamos fuera de esa historia negativa.
b) Acabar con el dilema «caridad o justicia»
En la mentalidad actual, todavía sigue vivo el conflicto entre caridad y justicia, un conflicto donde se privilegia la justicia por encima de la caridad. Ciertamente, la caridad nunca puede ser encubridora de injusticias ni expresión de paternalismos. Es evidente que sin justicia no hay ni puede haber caridad. No se puede afirmar que se está a favor de los pobres, que se les ama y se les sirve, si no se lucha contra la pobreza, contra las causas que la generan y contra las injusticias que la perpetúan. El Papa Juan Pablo II lo dijo muy claramente: «El amor por el hombre, y en primer lugar por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción por la justicia».20
Pero la justicia por sí sola no es suficiente. Ya sabían de ese peligro los romanos cuando decían que «la justicia más estricta puede llegar a convertirse en la más flagrante injusticia». Aún cuando el hombre tenga una seguridad social que cubra todas sus necesidades, seguirá necesitando siempre ser atendido con amor.21
Hay que llegar, pues, a la necesidad de integrar profundamente la justicia y la caridad, la caridad y la justicia. También el Papa Benedicto XVI lo ha subrayado, en su encíclica antes citada: «Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es inseparable de la caridad, intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad».22 Y ya Vicente de Paúl nos dijo: «¡Que Dios nos conceda la gracia de enternecer nuestros corazones en favor de los miserables y de creer que, al socorrerles, estamos haciendo justicia y no misericordia!».23
c) Una sensibilidad «diferente» respecto de los pobres
Es la forma vicenciana de situarse anímica y prácticamente ante los pobres. O, lo que es lo mismo, la «visión vicenciana» de los pobres en oposición frontal a la «visión normal» que sobre ellos ha tenido y sigue teniendo la sociedad de todos los tiempos, y que, tantísimas veces, forma parte también de nuestros sentimientos e ideologías.
El paradigma de esta sensibilidad «diferente» lo encontramos en la postura radical de Vicente de Paúl defendiendo la dignidad y la libertad de los pobres frente a la falsa caridad de los responsables de la sociedad del siglo XVII francés. Porque las estructuras mentales y sociales de aquella sociedad francesa en relación con los pobres y marginados se reflejan en el decreto real del 27 de abril de 1656, por el que «los asociales deben ser encerrados» para limpiar la ciudad, preservar de su peligro a las buenas conciencias y respetar el orden colectivo. Los partidarios del «encerramiento de los pobres» proclaman: «Encerrar a los pobres no es quitarles la libertad; es apartarles del libertinaje, del ateísmo y de la ocasión de condenarse». Vicente de Paúl se opone con todas sus fuerzas a ese planteamiento policial y grita la insoslayable dignidad de los pobres, defiende su libertad y motiva a la sociedad para que restituya la vida y la dignidad a los seres que corren el riesgo de ser sepultados vivos.
d) Una lectura crítica de las raíces de la marginación
Como es lógico, no podremos responder a las necesidades de los pobres y marginados, si antes no penetramos en los mecanismos económicos, sociales y políticos que producen pobreza, miseria, marginación y exclusión. Si no hacemos un análisis crítico de la marginación y sus causas: esas «estructuras de pecado» o «mecanismos perversos» de los que habla el Papa Juan Pablo II en su encíclica «Sollicitudo rei socialis».24
Y el mismo Juan Pablo II decía en la audiencia del 30 de junio de 1986, a los delegados de la XXXVII Asamblea General de la Congregación de la Misión: «Queridos padres y hermanos de la Misión, más que nunca, con audacia, humildad y competencia buscad las causas de la pobreza y favoreced animosamente, a corto y a largo plazo, las soluciones concretas, movibles y eficaces. Actuando de esta manera, cooperaréis a la credibilidad del Evangelio y de la Iglesia».
e) Comunión con los pobres
Lo que cuenta, por encima de todo, es la «comunión» con aquellos a los que se ama, a los que se sirve y por los que se lucha, so pena de caer en el profesionalismo vacío o en una inmediatez rutinaria y absorbente.
«Comunión» que implica verdadero conocimiento de los problemas y necesidades de los pobres, auténtico encuentro con ellos, acogida profunda, proximidad lúcida y eficaz, participación real en sus avatares, sensibilidad respecto de sus derechos, docilidad servicial ante sus exigencias, escucha y diálogo para descubrir sus valores y ayudarles a tomar conciencia de su potencial, dejarse interpelar por sus llamadas, ser voz de los que no tienen voz para defender los derechos de los más desprotegidos y dar a conocer las aspiraciones legítimas de los más desfavorecidos, atención personalizada.25
f) Una nueva «imaginación de la caridad»
Esta expresión es de Juan Pablo II en su carta apostólica «Novo millennio ineunte».26 Viene a decir el Papa que se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy requiere mayor creatividad. Es decir que esta «imaginación de la caridad» requiere con urgencia la búsqueda arriesgada de nuevos métodos, nuevas formas y nuevas expresiones serviciales. Porque hoy el servicio a los pobres exige cambios de esquemas mentales, salir del inmovilismo estático que hace y repite lo de siempre.
Ahí está el «cambio sistémico» como reto y urgencia, como clave imprescindible para hacer una lectura actual, hoy y aquí, de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac.27
g) La organización coordinada y la preparación
Nadie puede negar que la organización coordinada está, desde el principio, en las entrañas mismas de la caridad vicenciana. La famosa frase que Vicente de Paúl pronunció en Châtillon-les-Dombes: «He aquí una gran caridad, pero mal organizada», fue el talismán para la fundación de lo que hoy es la AIC.
Y al lado de la organización siempre ha caminado la preparación adecuada, la formación continua y actualizada. Basta con asomarse a los Reglamentos de las primeras «Cofradías de la Caridad». Allí se palpa la preocupación por un servicio de calidad hasta los mínimos detalles.
Sin esa organización y sin esa preparación, se corre el riesgo de la dispersión, del cansancio y de la incompetencia; se cae en la tentación del «amateurismo» que es tanto más peligroso cuanto que la acción se lleva a cabo con personas vulnerables, frágiles, que necesitan un apoyo constante para salir por sí mismos de sus dificultades y poder promocionarse. Además, sin una actuación organizada es muy difícil ver, estudiar y profundizar las causas que generan las situaciones de miseria y marginación.28
2) Urgencias y criterios para la misión
a) Tener presente y reactivar el marco específico de la misión vicenciana
El 6 de diciembre de 1658, en una conferencia sobre la finalidad de la Congregación de la Misión, Vicente de Paúl presenta el marco específico de la misión vicenciana: «Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres».29 Es curioso que esta frase de San Vicente apenas la hemos citado o empleado los sacerdotes de la Misión. Sin embargo, las Hijas de la Caridad la han recogido en sus Constituciones, tanto en las anteriores como en las actuales.30
Y desde este marco específico deben inspirarse, orientarse y articularse todas nuestras acciones misioneras y también hacia este marco general deben confluir todas nuestras actitudes y disposiciones.
b) El acercamiento a la realidad
El comienzo del compromiso misionero está en la experiencia, y la implicación brota del impacto producido por la realidad. Es imprescindible, pues, asomarse y aproximarse a la realidad de las víctimas, a los «náufragos del sistema». En la parábola evangélica, el buen samaritano se acerca al prójimo maltratado y por eso «se le movieron las entrañas a compasión».
Para cargar con el peso y la responsabilidad de la marginación, hay que descabalgarse, acercarse y mirar la realidad sufriente. Abrirse a la realidad, percibir el mundo de la carencia, de las desigualdades y de la injusticia, y dejarse interpelar por él, sigue siendo un paso imprescindible en la misión vicenciana.
c) Leer la vida desde el reverso de la historia
El padre de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez, dice que «no es lo mismo leer el Evangelio y la realidad con ojos de rico que con ojos de pobre». Porque si uno lee el Evangelio y la vida desde el reverso de la historia, se despertarán en él unos juicios, una sensibilidad y unas acciones totalmente diferentes a los que la sociedad y el sistema considera como «normales».
No cabe duda de que el mundo se ve de distinta manera desde las chabolas que desde los palacios, desde las pateras que cruzan el Estrecho que desde la orilla de la «tierra prometida», desde los parados que desde los que tienen la vida solucionada.
d) Recuperar una espiritualidad de encarnación
Es una espiritualidad hacia abajo, conforme a una realidad cristológica muy apreciada por Vicente de Paúl y Luisa de Marillac: la «kénosis» de Cristo, es decir, el «abajamiento», el «anonadamiento», según el conocido himno prepaulino de la carta a los Filipenses.
Corremos el peligro de pensar que se puede tener un compromiso «a distancia». Por eso, podemos establecer una especie de regla de oro: no puede darse misión sin encarnación; no puede darse misión sin inculturación en el mundo de los pobres.
Lo explica muy bien un amplio párrafo del Documento «La Iglesia y los pobres» de la Comisión Episcopal de Pastoral Social: «Para salvarnos, Dios se acercó a nosotros, vino a vivir con nosotros y entre nosotros; ‘se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo… (Fil 2, 6-7)’. Nuestra caridad debe acercarnos a ellos (los pobres) de todas las maneras posibles, pero especialmente en la convivencia, situándonos entre ellos para poder analizar las situaciones con realismo, compartir sus problemas y buscar soluciones, recibir su amistad y también la amistad especial del Señor con los que sirven a sus pobres».31
e) Potenciar la «misión compartida»
Llevamos muchos años, desde el Concilio Vaticano II, hablando de la participación, de la colaboración, de la implicación de los laicos en la misión de la Iglesia. Y llevamos también muchos años hablando de la misión de la Familia vicenciana. Es la hora de tomarse en serio la «misión compartida». Ya hace más de cuarenta años, una gran mujer, Sor Suzana Guillemin, escribía con acento profético: «Hay que pasar de una situación de superioridad a otra de colaboración».32
La «misión compartida» por parte de todas las ramas del árbol vicenciano exige conocimiento mutuo, colaboración sin prejuicios ni protagonismos, apertura sincera, cambio de esquemas, comunión leal, formación conjunta, fortalecimiento del carisma vicenciano, unión sin confusión.
f) La presencia en la vida pública
Aquí me refiero especialmente a los laicos de la Familia vicenciana. Y lo hago al hilo del importante documento que publicaron los obispos españoles en un tiempo bastante lejano, abril de 1986, pero de plena actualidad. Un documento titulado «Los católicos en la vida pública». Ciertamente, hay mucho miedo o desidia en los laicos vicencianos a la hora de estar presentes, como fermento de caridad y como testimonio de misión, en la vida pública.
En este documento se pide a los laicos que se comprometan en la vida pública, que su presencia sea más efectiva y no simplemente testimonial, que su fe sea realmente «confesante» por el compromiso socio-político, que participen en la vida asociativa, que asuman públicamente la responsabilidad en los diversos campos de la sociedad, haciendo hincapié en el compromiso a favor de la justicia. Hay que subrayar que el documento de los obispos dedica dos amplios números a la «caridad política».33 Y se refieren a ella cuando dicen: «No se trata sólo ni principalmente de suplir las deficiencias de la justicia, aunque en ocasiones sea necesario hacerlo… Se trata más bien de un compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno con especial atención a las necesidades de los más pobres».
Los vicencianos tenemos que dar el salto a la llamada «caridad política». Es decir, no podemos olvidar dos dimensiones que vienen ya de Vicente de Paúl: la lucha por el cambio de estructuras y la denuncia profética.
Y en la historia de nuestra familia vicenciana tenemos espejos muy significativos de presencia militante en la vida pública donde mirarnos e interrogarnos. Por ejemplo, hay que subrayar cómo, a finales del siglo XIX y a raíz de la publicación de la encíclica «Rerum Novarum» de León XIII, el primer sindicato de mujeres obreras de Francia fue fundado y liderado por una Hija de María. Y hay que subrayar también cómo Federico Ozanam -tal vez el mejor intérprete de Vicente de Paúl- participó en la fundación del periódico «L’ère nouvelle» y, desde esa tribuna pública, luchó denodadamente por la dignidad y los derechos de los excluidos sociales.
g) Privilegiar la acción misionera en la evangelización
A mediados de los años sesenta, recién terminado el Concilio Vaticano II, un laico comprometido y luchador, Alfonso Carlos Comín, publicó un libro titulado «España, ¿país de misión?».34 El libro molestó a muchos -estábamos en la «católica» España- y fue tomado a broma por muchos más. Como siempre suele ocurrir, el tiempo le ha dado la razón.
Hoy vivimos, sin remedio, en un clima de increencia cada vez más agudo y clamoroso. Se va extendiendo, en progresión geométrica, una especie de huracán terco y silencioso de indiferencia hacia todo lo sagrado, lo trascendente y lo religioso. Y también se va haciendo cada vez más grave la supina ignorancia en todo lo tocante al cristianismo.
En la tradición vicenciana tenemos una «misión», heredada del mismo Vicente de Paúl, llamada «popular», es decir, dirigida al pueblo. Una misión que ha constituido siempre el santo y seña de nuestra vocación vicenciana. Esta misión popular ha tenido momentos gloriosos en los largos años de cristiandad. Hoy está en horas bajas. Entre otras cosas, porque la sociedad ha cambiado radicalmente o porque no hemos sabido encontrar ese punto difícil de renovación, de adaptación, de refundación…
¿No habrá que retomar con audacia, con creatividad, con imaginación, con paciencia, con entusiasmo esa misión popular? ¿No habría que aunar fuerzas, inteligencias, programas, proyectos para refundar esta misión popular? Si la misión popular fue considerada urgente y necesaria en la época de cristiandad, hoy es urgentísima.
CODA FINAL
Caridad y misión son una misma urgencia ineludible en el momento actual. De ambas está necesitando nuestro mundo y ambas son compromiso serio de toda la Iglesia y, particularmente, de la Familia vicenciana. Y en el centro de la caridad y de la misión están los pobres. Por eso, desde los pobres tenemos que evaluar nuestro compromiso. Por ejemplo, ¿son los pobres quienes determinan nuestros servicios y nuestros ministerios? ¿son los pobres quienes conforman nuestra mentalidad y nuestros criterios? ¿están adecuadas nuestras estructuras al servicio de los pobres? ¿Nos apremia de verdad el amor de Cristo y nos acercamos a los pobres desde ese amor?
Son interrogantes básicos que los fundadores nos harían aquí y ahora. Parafraseando al viejo Bob Dylan, en aquella canción titulada «La respuesta está en el viento», yo me atrevería a decir que la respuesta está en cada uno de nosotros.
Por: Celestino Fernández, C. M.
En el Congreso de la Familia Vicenciana. Madrid, 7 de marzo de 2010
- San Vicente de Paúl, Obras Completas, Sígueme, Salamanca 1972-1982, XI, p. 564.
- Id. Ibid., VII, pp. 292-293.
- Cfr. Id. Ibid., IX, pp. 534, 536, 539, 540.
- Id. Ibid., XI, p. 733.
- Id. Ibid., XI, p. 132.
- Cfr. José María Ibáñez, Caridad en San Vicente de Paúl, en XX Semana de Estudios Vicencianos, La caridad carisma vicenciano, CEME, Salamanca 1993, pp. 239-240.
- San Vicente de Paúl, o. c., IX, pp. 274-275.
- Cfr. Andrés Torres Queiruga, La caridad, dimensión esencial de la vida cristiana, en Corintios XIII, 33 (1985) 10-11.
- Cfr. Julio Lois, Teología de la Liberación. Opción por los pobres, IEPALA Fundamentos, Madrid 1986, pp. 149-157; Ignacio Ellacuría, Pobres, en Casiano Floristán y Juan José Tamayo (eds.), Conceptos fundamentales de Pastoral, Cristiandad, Madrid 1983, pp. 790-792.
- San Vicente de Paúl, o. c., IX, p. 1057.
- Id. Ibid., IX, pp. 1057-1058.
- H. Bremond, Historia literaria del sentimiento religioso en Francia, t. III, p. 246.
- San Vicente de Paúl, o. c., XI, p. 555.
- Julio Lois, o. c., p. 158.
- San Vicente de Paúl, o. c., XI, pp. 55-56.
- San Vicente de Paúl, o. c., IX, p. 34.
- Id. Ibid., IX, p. 302.
- La antología de textos de Vicente de Paúl hablando de los pobres como «sacramento de Cristo» y como «amos y señores», es tan amplia que rebasa con creces la extensión de estas líneas. Por otra parte, sus textos más citados son también los más conocidos por la Familia vicenciana: desde el que habla de «dar la vuelta a la medalla» (SVP, XI, 725) hasta el que insiste en que «diez veces cada día irá una Hermana a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios» (SVP, IX, p. 240), pasando por lo que les dice a las señoras de las Cofradías: «servirles bien a los pobres es servirle a Él» (SVP, X, pp. 954-955).
- Benedicto XVI, Caritas in veritate, nº 2.
- Juan Pablo II, Centesimus annus, nº 58.
- Cf Luis González-Carvajal, Con los pobres. Contra la pobreza, Paulinas, Madrid 1991, pp. 118-119.
- Benedicto XVI, Caritas in veritate, nº 6.
- San Vicente de Paúl, o. c., VII, p. 90.
- Cfr. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis. Juan Pablo II habla de «estructuras de pecado» en los números: 36, 37, 38, 39, 40 y 46. Y menciona la expresión «mecanismos perversos» en los números: 17, 35 y 40.
- Cfr. Miguel Lloret, Totalmente entregadas a Dios en el servicio a los pobres, Ecos de la Compañía (5), 1987, pp. 212-214; Sor T. Remonatto, Evangelización y servicio, Ecos de la Compañía (2), 1992, pp. 64-65.
- Cfr. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, nº 50.
- Para comenzar a entender el «cambio sistémico» tenemos a mano un libro asequible y sencillo, titulado Semillas de esperanza. Historias de cambio sistémico, Editorial La Milagrosa, Madrid 2008. Este libro ha sido elaborado por los miembros de la «Comisión para la promoción del cambio sistémico» de la Familia vicenciana.
- Cfr. AIC (Asociación Internacional de Caridades de San Vicente de Paúl), Contra las pobrezas, actuar juntos. Documento de Base, Bruselas 1980, pp. 2. 11/80/2-2. 11/80/3.
- San Vicente de Paúl, o. c., XI, p. 387.
- Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Constituciones de 1983, nº 1. 7; Constituciones de 2004, nº 10, a.
- Comisión Episcopal de Pastoral Social, La Iglesia y los pobres, p. 134.
- Sor Suzana Guillemin, Problemas y futuro de las religiosas, Mensajero, Bilbao 1969, p. 35.
- Cfr. Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Los católicos en la vida pública, nn. 60-61. Sobre la dimensión «comunitaria y política de la caridad», ver también A. I. C. (Asociación Internacional de Caridades de San Vicente de Paúl), Contra las pobrezas, actuar juntos. Documento de Base, Bruselas 1980, pp. 2. 21/80/4-2. 21/80/6.
- Cfr. Alfonso Carlos Comín, España, ¿país de misión?, Nova Terra, Barcelona 1966.