La realidad del mundo joven sigue siendo un grito de Dios que interpela y cuestiona nuestro acompañamiento pastoral hacia ellos. Ningún trabajo pastoral puede ser exclusivo ni excluyente; pero nos encontramos ante la imperiosa necesidad en el marco de un país donde los jóvenes aún creen en Dios y sienten la importancia de la vida espiritual, el prestarle la atención debida, ya que se encuentran en esta etapa de sentar las bases necesarias para forjar su personalidad y su espiritualidad. En ello, como Iglesia que somos, tenemos una gran responsabilidad, y más aún, en nuestra diócesis, donde existe un alto porcentaje de población joven.
Estudiada la realidad desde el entorno y el contorno, vemos que los jóvenes que asisten a nuestras comunidades a pesar de que sea un porcentaje bajo en relación a la población joven de nuestra diócesis, son una fuerza grande y especial para la evangelización y la misión. No se puede negar la presencia de la juventud en nuestros centros pastorales y el esfuerzo que hacemos por acompañarlos; pero vemos con preocupación que muchas veces nos sobrepasa como responsables directos de la acción pastoral en nuestras parroquias y la falta de liderazgos en los mismos jóvenes sumado a la inconstancia del compromiso de servir a la comunidad parroquial motivado por las preocupaciones propias del trabajo y estudio que les obliga a replantear sus horarios.
A esto le sumamos, cómo la población joven se ve expuesta a diversas realidades de peligro como la delincuencia y la drogadicción, además de todas las consecuencias que ello genera, lo que motiva muchos comentarios negativos en la sociedad sobre la juventud y hasta no pocas veces, en nuestros propios círculos eclesiales. Hay una notoria influencia de la familia en la niñez, pero con un porcentaje alto en lo negativo: malas experiencias en torno a las relaciones de familia, el problema de la familia disfuncional, la ausencia de los padres; y esto determina también el carácter de los adolescentes y jóvenes.
Ante esta realidad que ya conocemos, que la vemos y escuchamos frecuentemente; si hablamos de conversión pastoral, creo que estamos en un tiempo propicio para revisar nuestras actitudes hacia la juventud; sí, hacia aquellos jóvenes que se acercan a nuestras capillas y sedes parroquiales quizá no con la mejor motivación al comienzo, pero esos son los medios de los que se vale el Espíritu Santo para que hagan un camino de conversión. Y deberíamos volcar nuestra mirada también hacia aquellos que no se sienten interesados o no les atrae lo que hacemos por ellos, pues justamente, siguiendo a Jesucristo, debemos buscar a quienes no conocen el proyecto del Reino.
Lo que pretendo en esta ponencia es iluminar nuestra acción pastoral con los jóvenes desde la propuesta de la Sagrada Escritura y encontrar las pautas necesarias para encauzar mejor nuestra acción pastoral hacia ellos.
Dios escoge al más pequeño, al joven
Cuando uno lee la Sagrada Escritura, sin forzar en ningún momento los textos bíblicos, Dios tiene una especial predilección por el más pequeño de la familia; por el hijo menor; por los jóvenes. Y esto ya es un signo de que Dios es Dios y no podemos cuadricular su acción salvadora. El pueblo judío había cifrado sus esperanzas en la manifestación de un Dios que parece, no se basaba en la sorpresa, sino más bien, en la quietud de lo ya normado y lo establecido por la tradición de los antepasados. Dios te bendice en la multitud de tus hijos; en las riquezas; en la salud o larga vida. Y entre estas supuestas convicciones se hallaba la predilección por el hijo primogénito o el mayor; aquel que asumiría la herencia paterna y el llamado a continuar la descendencia familiar. Y aquí es donde sorprende enormemente la Sagrada Escritura: comprobamos las diferentes alusiones de un Dios que elige totalmente lo contrario a lo que se creía. Dios ve con mejores ojos la ofrenda de Abel, el hermano menor y no la de Caín. Dios hace que el astuto Jacob sea el heredero de las promesas de Abraham y no Esaú que es el mayor. Gedeón, es el menor de su familia y es el elegido para ser el líder de Israel para que venza a los madianitas. David es el último de la casa de Jesé y es el elegido para ser rey. Yo me pregunto, ¿cuántas veces Dios nos ha sorprendido en nuestra historia salvífica del presente? ¿Pónganse a pensar, en cuántas ocasiones nuestros jóvenes nos sorprendieron y asumieron una responsabilidad pastoral con mucha madurez y responsabilidad? Pero además, ante la objeción dada de la inexperiencia del joven o la posibilidad latente de que pueda equivocarse, vean en la misma historia sagrada cómo se habla de sus errores, de sus debilidades; y no por ello, Dios los abandonó. ¿Si Dios no los excluyó de su responsabilidad a pesar de sus propios pecados, porque nosotros sí lo hacemos? ¿Es que no pueden aprender de sus errores o no les podemos ayudar a que asuman las consecuencias de sus decisiones?
A los pocos jóvenes que se acercan a nuestros centros pastorales muchas veces los hemos corrido, literalmente hablando; porque no aceptamos su forma de ser, olvidándonos que son jóvenes y que están en un proceso de formación. Esto pasa también en los adultos quienes comprometidos en la acción pastoral, cuajados por la misión y por la experiencia de la vida, muchas veces son duros con los jóvenes en sus comentarios y en su desconfianza exigiéndoles algo que alcanzaron ellos con mucho tesón y años, pero quieren que los jóvenes ya lo demuestren de manera casi inmediata. La conversión pastoral debe motivar la renovación de las conciencias de los adultos hacia la juventud de nuestras comunidades parroquiales.
Esto es algo puntual que debemos desterrar si queremos de verdad organizar algo que sea de beneficio para la formación integral de los jóvenes tal cual son. Si no entendemos que los jóvenes tienen que hacer un camino no vamos a poder organizar una adecuada pastoral juvenil. Esto no significa apañar sus malas acciones sino más bien ganar su confianza para poder corregirles y de esa manera con puedan asumir las consecuencias que conllevan sus decisiones.
A la luz de esto quiero detenerme en dos pasajes bíblicos del Antiguo Testamento que puedan servir de reflexión y estímulo en esta perspectiva que pretendo motivar en la asamblea. La fuerza del joven Gedeón y la sabiduría del joven Daniel.
El joven Gedeón
Esta historia siempre me ha fascinado. El libro de los Jueces es uno de los más simpáticos por sus narraciones pintorescas, conflictivas y profundamente religiosas en donde se cumple eso de que «Dios actúa a pesar de las debilidades de los hombres».
El llamado vocacional de Gedeón que nos presenta el capítulo 6 del libro de los Jueces, insiste una vez más que Dios es el protagonista de la historia pero es preciso que se note a través de la pequeñez del líder que asume la tarea de salvar a su pueblo y en ello, Israel tiene que reconocer la acción de Dios por encima de la fuerza humana que pueda demostrar el elegido.
Ante el llamado del ángel del Señor para que Gedeón asuma la misión, a pesar de ser el menor de su familia, salta a la vista dos actitudes muy propias de los jóvenes: la sinceridad, es decir, la transparencia de expresar lo que uno siente y la necesidad de una prueba que confirme tal misión.
Nuestros jóvenes son sinceros y a veces eso nos molesta. Gedeón responde ante el anuncio del ángel: «Por favor, mi Señor, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos pasa esto? ¿Qué ha sido de todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres, cuando nos dicen que el Señor nos sacó de Egipto?». Cuántas veces nuestros jóvenes nos cuestionaron sobre lo que predicamos o comentamos; nos hablaron de que no sentían la presencia de Dios en sus vidas; expresaron con sinceridad sus sentimientos más profundos y nosotros le dijimos que no teníamos tiempo para atenderlos; que cómo es posible que pensara eso; hasta incluso los alejamos de la comunidad porque no nos gustó su comentario. ¿Es malo ser sincero? Ellos escuchan muchas cosas de Dios, están llenos de comentarios acerca de Dios ¿Pero cuándo le ofrecimos una oportunidad para que se encuentren con él y tengan una opinión personal de él? Si motivamos a que los jóvenes puedan ser cada vez más sinceros, estaremos ciertos que el acompañamiento espiritual será más eficaz y que podrán cultivar verdaderas amistades y no las que se caracterizan por ser superficiales.
La respuesta del ángel es comprometedora: «Vete, que con tu fuerza salvarás a Israel del poder de Madián. Yo te envío». Aquí viene la acción decisiva que debemos tomar como Iglesia diocesana: «Tú joven, eres el protagonista de esta pastoral juvenil». Y jamás estarás solo, si la intención es ayudar a la juventud a que tenga un encuentro con Jesucristo. Aquí cobra sentido el llamado a asumir la responsabilidad de la pastoral juvenil en la que todos debemos estar involucrados, pero más aún, los propios jóvenes, sí, los aquí presentes; los que están haciendo un camino en sus capillas y sedes parroquiales; son ustedes los llamados a «rescatar» a sus hermanos jóvenes y siempre con la ayuda de Dios. Quizá haya sido propicio que se dé esta asamblea para que te animes joven de la diócesis de Lurín a que escuches la voz de Dios que te envía para algo grande e importante.
La segunda actitud que subraya el autor bíblico es algo muy real en los jóvenes. Dice Gedeón: «Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien me habla. Por favor, no te vayas de aquí hasta que yo regrese. Yo traeré mi ofrenda y la depositaré ante ti». Ese es el joven. Siempre hemos catalogado esa actitud como de «desconfiado», «temeroso» cuando lo que busca de verdad es confiar, sentirse apoyado, en otras palabras, confirmar que es la voluntad de Dios. Y es algo justo si sale de un joven. Si queremos hacer realidad un proyecto de pastoral juvenil parroquial, los jóvenes exigen de nosotros, sacerdotes y religiosas, pruebas evidentes de que no estarán solos en la aplicación de esa tarea. Ellos nos piden que manifestemos que es verdad lo que hablamos; ¿Nuestra vida consagrada no debe ser una evidente prueba de que estamos con ellos? Es cierto que los jóvenes cuando se deciden hacer algo lo hacen, pero necesitan cierta seguridad de que lo están haciendo bien. ¿Nos damos tiempo para ello?
El joven Daniel
Una de las más hermosas narraciones que encontramos en la Sagrada Escritura es el relato que encontramos en el escrito de Daniel y que se refiere a la historia de Susana. Es impresionante el cuestionamiento que propone al autor bíblico que cuenta la fatalidad de una mujer buena, que al no permitir el chantaje de dos ancianos esclavos de la lujuria, es acusada falsamente ante el pueblo para ser ejecutada. Siempre se ha hablado en Biblia de la sabiduría como culmen de la experiencia de la vida de un hombre y por lo general ha estado asociada a la persona de los ancianos; pero el atrevimiento del autor hace que una vez más Dios rompa los esquemas predeterminados. Dice el texto: «El Señor escuchó la súplica de Susana y cuando la llevaban para matarla despertó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, el cual se puso a gritar: Yo soy inocente de la sangre de esta mujer».
En medio del asombro de la asamblea, se le llama a Daniel de una manera increíble: «Ven, toma asiento en medio de nosotros e infórmanos, ya que Dios te ha dado la sabiduría de un anciano». Estos son los jóvenes que llegan a nuestros centros pastorales y animados por la fuerza del Espíritu, nos proponen acciones pastorales, ideas de organización, motivaciones para sus mismos hermanos, quizá hasta de manera un poco alocada, pero el entusiasmo no les falta. ¿Por qué dudar que un joven pueda tener la madurez de un adulto, si ésta no se mide por la edad?
¿Por qué surgen prejuicios en relación a la poca responsabilidad de los jóvenes, si nunca le hemos dado la oportunidad de demostrarlo? ¿Acaso con un poco de orientación no pueden compaginar la exigencia con la comprensión?
Pues, esa sabiduría juvenil de Daniel, fue determinante para desenmascarar a los dos ancianos pecadores, cuya propia boca los hizo caer en ridículo y en falsedad, por lo que fueron condenados por el pueblo, salvándose la vida de Susana, la mujer casta y justa. Ese día se salvó una vida inocente y el artífice de ello fue un joven.
El estilo de Jesús
Quiero terminar esta iluminación para encauzar la pastoral juvenil recogiendo el sentir del evangelio que en definitiva es el proyecto fundamental a seguir. Nuestra sensibilidad demostrada en el análisis del contorno y el entorno y la motivación de una conversión pastoral en nuestra diócesis nos tiene que mover a echar una mirada a la acción de Jesús ya que en ella está la clave de nuestra acción pastoral en nuestras comunidades. Yo creo que una vez más como pasó en tiempos de Jesús y en las primeras comunidades cristianas la pregunta por quién es Jesús, cada día es más apremiante.
Recordemos juntos aquel pasaje en que Juan Bautista tuvo que enviar a dos de sus discípulos para preguntarle a Jesús si era él o no el Mesías. Hoy creo que muchas jóvenes tienen esa pregunta en la cabeza, algunos nos lo dicen, otros se lo guardan. Y es que hay tantas posturas y opiniones acerca de Jesús, pero hay poca convicción de seguirlo; de ser su discípulo. Muchos de nuestros jóvenes han crecido con la idea de un Dios castigador; de un Dios inventado por la Iglesia; un Dios que se desentiende del ser humano y que busca que sufra; un Dios que solo acoge la oración de los ricos y poderosos. Y qué responde Jesús: «Vayan y digan a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado!»
Este es el mayor signo que tenemos para que los jóvenes entiendan quién es Jesús y por qué tienen que seguirlo. Jesús abrió sus brazos a todos, especialmente a los marginados de su tiempo, aquellos que por sus enfermedades y pobreza resultaban ser los despreciados por Dios. Jesús viene a rescatar lo que estaba perdido, a devolver esperanza al que no lo tiene. Esto rompió el esquema de mesianismo que se vivía en aquel entonces. ¡Cuántos jóvenes necesitan esa atención de nosotros! Por eso el estilo que propone Jesús a sus seguidores conlleva una exigencia mayor. «Nuestra justicia debe ser mayor que la de los fariseos». Pues así es. El joven tiene que decidirse también a ser un signo para sus amigos asumiendo el estilo de vida de Jesús. ¿Pero quién se encargará de orientarlos sino somos nosotros, diócesis de Lurín?
Y algo más, Jesús descubre un gran peligro: el pesimismo, la desesperanza, el bajón anímico que perjudica la consecución de la acción pastoral en los jóvenes. Jesús no concibe a un joven muerto y recordamos aquí cómo Jesús toma la iniciativa de revivir al hijo de la mujer viuda en Naín; no soporta ver a una muchacha postrada como la niña en casa de Jairo; ellos existen para correr, amar, vivir. El desaliento siempre aparecerá, pero es allí donde con más ahínco debemos motivar a los jóvenes para no decaer en la construcción de la ansiada civilización del amor.
Hoy se abre un capítulo maravilloso en la historia de nuestra diócesis; hay una intención clara y precisa; Dios nos invita a sacudir el corazón de los jóvenes de nuestra diócesis, golpeados por la realidad de una disfuncional familia; de una sociedad que parece les cierra las puertas aunque la oferta sea abundante; un ambiente en donde el mínimo esfuerzo es lo que realmente vale y no las ganas de hacer un buen trabajo o servicio; para que encuentren en la comunidad de fe, la Iglesia, el lugar donde puedan complementar su formación integral desde el encuentro con la persona de Jesucristo.
Jóvenes de nuestra diócesis, agentes pastorales, son ustedes también llamados a comprometerse en esta tarea pastoral. No cierren las puertas a quienes desean entrar a sus grupos; no se conformen con quienes se llevan bien; no destruyan las novedades de otros jóvenes con su pesimismo de hacer siempre lo del año anterior; no vivan solo del pasado; este es el tiempo que Dios nos da para empezar a aplicar el plan pastoral diocesano en la realidad del mundo joven.
Concluyo con la exhortación del autor de la carta de Juan que intenta alentar al cristiano que vive en persecución, apelando a que viva el mandamiento del amor, aquel que nos compromete a amar a Dios en nuestro prójimo y se convierte en luz que vence a la oscuridad del pecado y por ello debe ser la consigna de los jóvenes cristianos siempre: «Les escribo a ustedes, jóvenes porque han vencido al maligno….les escribo a ustedes jóvenes porque son fuertes y la palabra de Dios permanece en ustedes y han vencido al maligno».
Estamos corriendo el riesgo de que el secularismo y una sociedad sin Dios se impongan cada vez más en nuestro ambiente latinoamericano. El mundo joven es el que está al alcance de estos misiles informáticos que atentan contra la conciencia. Estos jóvenes que vienen a nuestras parroquias, se convertirán luego en los actores de los cambios vertiginosos de la sociedad, del trabajo, de la economía, de la cultura. ¿No creen ustedes, que con un adecuado acompañamiento pastoral, ellos puedan aplicar criterios cristianos que puedan regular en algo esta avalancha de desorden y confusión que se viene venir? Tenemos que pensar en el presente pero también en el futuro de nuestro país y sobre todo de nuestra Lima Sur.
Es tiempo de conversión; hagamos que este camino no se detenga en nuestras comunidades y unidos en un solo sentir, busquemos a los jóvenes que están tanteando donde puede estar su felicidad y ofrezcámosle el camino de Jesús. No solo pensemos en lo que ya estamos haciendo por ellos, sino hagamos realidad el unir todas nuestras fuerzas para hacer más extensiva la propuesta del reino de Dios en los corazones de nuestros amigos, los jóvenes, a lo largo de toda nuestra diócesis.