Últimas actividades del P. Lebee
Después de la consagración de los seis Obispos chinos en Roma el 28 de octubre de 1926, el P. Lebbe suplicó a Mons. Soun que le admitiese en su Vicariato de Nan-Kuo. Al Obispo no le interesaba semejante misionero, que tantas perturbaciones había causado en las Misiones del Norte. Pero presionado reiteradas veces por altas personalidades, Mons. Soun cedió. Y en la primavera de 1927, unos meses después que el propio Mons. Soun, el P. Lebbe volvía a China.
Uno de los primeros pasos del P. Lebbe fue el de adoptar la nacionalidad china. A partir de ese momento gozó de plena libertad. Con total independencia y sin autorización alguna empezó a desplazarse con frecuencia fuera de su Vicariato.
Bien pronto pudo comprobarse que sus viajes tenían por fin el de buscar y reunir jóvenes cristianos de buena voluntad con los que formar una comunidad de hombres a la que daría el nombre de «Hermanitos de San Juan Bautista». Más tarde formaría otra comunidad femenina: las «Teresianas».
La primera institución de religiosas indígenas, las Hermanas de San José o «Josefinas», fundadas por Mons. Delaplace en 1872, había sido imitada no sólo por los Obispos Paúles, sino por un gran número de jefes de Misión. Así habían ido surgiendo en los diversos Vicariatos Comunidades religiosas chinas con reglas prácticamente idénticas a las de las Josefinas. Estaba, pues, comprobado que a poco que se las fomentase, las vocaciones religiosas femeninas eran abundantes entre los fieles.
¿Podría decirse lo mismo de las vocaciones masculinas? Es necesario ante todo tener en cuenta que los Vicarios Apostólicos, religiosos en su mayor parte, no veían necesidad de más Hermanos religiosos que los coadjutores, que en todas las religiones clericales son auxiliares de los misioneros. Cuando los Hermanos extranjeros no eran suficientes formaban en su Noviciado provincial a jóvenes que se sentían llamados a esa vocación de entrega y sacrificio. Pero su número se limitaba siempre a las necesidades de las respectivas Misiones. La principal preocupación de los Obispos era el reclutamiento de vocaciones sacerdotales, y, al mismo tiempo, facilitar a los seminaristas su entrada en las Congregaciones religiosas clericales.
Por otra parte, los dos únicos monasterios de religiosos de vida contemplativa, los de Nuestra Señora de la Consolación y Nuestra Señora de Liesse, habían probado que el monaquismo era agradable a los chinos. Ambos disponían, en efecto, de numerosas vocaciones.
El P. Lebbe emprendía una obra muy hermosa. Su entusiasmo, su elocuencia persuasiva le facilitaron la tarea entre las almas rectas. No hay duda de que muchos jóvenes de ambos sexos encontraron en esas dos sociedades la realización de los ideales de perfección y total entrega que su fe les había inspirado. Por su parte, el fundador se dedicó con toda el alma a su formación. Dejó de usar la larga pipa de los letrados que hasta entonces había llevado y se entregó a la fiel observancia de la regla que él mismo había elaborado.
Solicitó por los cauces legales la dispensa de los votos perpetuos de la Congregación. Y como desde hacía mucho tiempo vivía por completo al margen de todo control de los Superiores, éstos se la concedieron de muy buena gana el 11 de julio de 1934.
Si el P. Lebbe se hubiera limitado a su obra, habría podido hacer un gran bien. Pero vino la guerra chino-japonesa. A Lebbe se le ocurrió entonces que debía intervenir en ella con su rebaño, tomando parte activa en la defensa del país, o mejor, de su país… Resulta difícil y doloroso comprender a qué extremos puede conducir una imaginación desbocada. Desde la primera semana del conflicto se apoderó de él la convicción de que su deber de sacerdote le obligaba a ser la cabeza visible de un movimiento patriótico. El 18 de julio de 1937 reunió a los Hermanitos para decirles que la única preocupación debía ser en adelante la de servir a la patria. Todos los que no tuvieran en el monasterio un quehacer inaplazable, le acompañarían al ejército. Los novicios irían al Shansi, lejos del frente, para continuar su formación hasta el momento en que estuvieran preparados para reforzar el Cuerpo de camilleros. Si aún se hubiese limitado a prestar ese hermoso oficio de camilleros a los heridos de guerra…
Pero fué más allá: al año siguiente, mientras se hallaba en el Shansi, organizó entre los cristianos de la región un Cuerpo de francotiradores de más de 500 combatientes. Acompañados en cada grupo por algunos Hermanitos, tenían como misión hostilizar a los japoneses en los pasos montañosos. El P. Raimundo de Jaegher, sacerdote belga de la Sociedad de Misioneros fundada por el P. Boland con el fin de trabajar bajo la dirección de los Obispos chinos, era el coronel de aquel ejército.
No nos entretendremos en relatar las peripecias de aquella aventura. Citemos simplemente una página de la «Vida del P. Lebbe», de Leclerc:
«El P. Lebbe se sintió herido muchas veces por la actitud de muchos misioneros e incluso de algunos Obispos. Mientras él se dedicaba a demostrar por todos los me‑
dios que el catolicismo era la más sólida defensa de la patria, mientras ordenaba a los suyos sostener la moral de los soldados, formar al pueblo en el sano patriotismo y consolar a los refugiados, la única preocupación de muchos misioneros y de bastantes Obispos era no comprometerse.
A fin de cuentas, les era indiferente que China fuese gobernada por los chinos o por los japoneses. Aquella guerra no era la suya: ellos habían venido a China a predicar el Evangelio, no a hacer política».
¿Han leído bien?… Estos ingenuos misioneros habían venido a China a predicar el Evangelio,, no a hacer política. En cambio, el P. Lebbe había venido a hacer política. Es la verdad. Nunca hizo otra cosa, a despecho de todos los Papas, que sin cesar han prohibido a los misioneros de todos los países intervenir en la política y les han ordenado una y otra vez no predicar sino el Evangelio.
Más abajo, en la misma página, Leclerc escribe: «El P. Lebbe escribió al Delegado Apostólico repitiendo lo que veinte años antes le había dicho a Mons. Reynaud. Pero también el Delegado Apostólico se preocupaba de preparar el futuro… Se limitó a recomendar que se rezase por la salvación de China y que se trabajase mancomunadamente por aliviar los infortunios…
Siempre la misma cuestión. La capacidad de indignación del P. Lebbe permanecía tan fresca como en su juventud».
iLa indignación del P. Lebbe ante la conducta del enviado directo del Papa Pío XI! El autor de la apología part ce pasmarse ante este genial misionero que ve los problemas de la evangelización con más claridad que el Papa y tonos sus delegados.
Efectivamente, desde el principio de la guerra, Monseñor Zanin había advertido a los misioneros de China lo tomasen partido por ninguno de los bandos. Como
si a de suponer, el P. Lebbe hizo caso omiso de esta advertencia. El estaba muy por encima de iniciativas tan miedosas.
No hemos citado más que una de las 347 páginas que empollen el libro de Leclerc. Pero basta para demostrar que la gran mayoría de los misioneros de China tenía razón al reprobar las maniobras de este misionero que denigró todo lo que le fue posible la gran obra de los misioneros que le precedieron o coincidieron con él en la evangelización de China.
Pero, hay que decirlo, el P. Lebbe sufrió mucho en sus últimos años. En una ocasión, doce de sus Hermanos fueron detenidos, torturados y asesinados, sin que pueda decirse si los autores de estas atrocidades fueron japoneses o guerrilleros rojos. El mismo fue maltratado hasta el punto de que su salud se resintió gravemente. Gracias a Monseñor Yu Pin, Vicario Apostólico de Nankín, y al Presidente Chiang Kai Chek fue trasladado en avión a ChunKing, residencia del Gobierno durante la guerra. Allí murió el 24 de junio de 1940, después de haber recibido los últimos sacramentos, según escriben los testigos de su fallecimiento, muy escasos por otra parte.
Surge aquí una duda importante. Pocos meses después de su muerte corrió el rumor de que el P. Lebbe se había retractado antes de morir y había reconocido sus errores… Si ello es verdad, si de hecho confesó públicamente sus faltas, por restringido que fuera el número de testigos, todo habría concluido del mejor modo posible. «Errare humanum est». Pero ahí está el problema: ¿Se retractó de verdad? ¿Reconoció sus faltas? Mons. Zanin se lo aseguró así a Mons. Deymier, Arzobispo de Hanchow. Otros testimonios confirman esta creencia. Entonces podemos deducir dos conclusiones importantes:
- Reprobación sin paliativos de ciertos métodos y ciertas actitudes extremistas del P. Lebbe,
- Derrumbamiento del mito que se ha querido crear de «Lebbe o el misionero modelo».
1 Comments on “Una figura discutida: el P. Vicente Lebbe, C.M. (III)”
que mas da, el padre lebbe lucho por lo que creìa justo y en conciencia actúo.