CUATRO CALAS PARA UNA REFLEXIÓN ACTUAL
Muchos estudiosos vicencianos y vicencianistas suelen dar una mínima o nula importancia a esta carta de Vicente de Paúl. Algunos ni la mencionan. Otros, la dedican dos líneas exactas. Sin embargo, siempre hay alguno que se detiene un poco más en ella y que la valora bastante4.
Por eso, será justo y necesario adentramos en una reflexión actual sobre diversos aspectos de este texto vicenciano. Evidentemente, la reflexión se puede enfocar desde distintos ángulos. Yo he seleccionado algunos, sin que necesariamente sean ni los mejores ni los más sugerentes. Pero son los que yo juzgo más interesantes aquí y ahora desde la historia y desde la temática global de esta Semana de Estudios Vicencianos.
1) Eslabón importante de una larga y complicada cadena
Como dice el P. André Dodin, entre 1635 y 1643, Vicente de Paúl pone manos a la obra para forjar las estructuras de la Misión. Y en este período de tiempo, hay tres momentos muy importantes: la conducta moral de la comunidad se va tejiendo y precisando en el transcurso de los retiros de 1632-1635; el P. Portail conservaría, como oro en paño, la gran carta que Vicente de Paúl le escribe el 1 de mayo de 1635, con una lección fundamental sobre «nuestra vida fundamentada en Jesucristo»‘ y poniendo así las bases teológicas y pastorales del apostolado; y la Madre Chantal recibía, el 14 de julio de 1639, una detallada descripción de la actividad y del espíritu de la Compañía naciente.
Pero, sobre todo, esta carta puede considerarse como el documento más completo que poseemos acerca del reglamento o los reglamentos que fueron como eslabones de una larga cadena que desemboca en las Reglas comunes distribuidas por el mismo Fundador el 17 de mayo de 1658. Y todos sabemos de las complicaciones, dudas, nerviosismos, vueltas y revueltas hasta llegar al ansiado parto de las Reglas comunes.
En el prólogo de las Reglas comunes, Vicente de Paúl escribe de su puño y letra: «Nada encontraréis en ellas (en estas Reglas) que no hayáis practicado durante mucho tiempo, con gran gozo por nuestra parte y con la edificación mutua de todos vosotros». Y es que, muy desde el principio, hay en los escritos vicencianos —especialmente en las cartas de Vicente de Paúl— múltiples alusiones al «reglamento o reglamentos”. Ciertamente, no hay seguridad histórica de que todos los reglamentos fueran escritos, pero parece ser que las expresiones epistolares de Vicente de Paúl aluden a algunos «reglamentos escritos». En todos ellos, con mayor o menor extensión, abundan las prescripciones sobre el orden del día», sobre los actos de piedad, sobre el silencio» y sobre las virtudes propias de los misioneros.
En definitiva, a falta de otros textos más directos, hay que considerar esta carta como el resumen más auténtico y autorizado de las primitivas Reglas de la Misión.
Se ha intentado equiparar, en importancia y transcendencia, esta carta con algunos documentos oficiales que han ido marcando los hitos claves en el proceso de la fundación y consolidación de la pequeña Compañía. Documentos tales como el Contrato de fundación de la Congregación, del 17 de abril de 1625; el Acta de Asociación de los primeros misioneros, del 4 de septiembre de 1626; lo que Vicente de Paúl, en carta al P. Francisco du Coudray en 1631, llama «cinco cosas fundamentales de este proyecto», dictadas por Duval a Vicente de Paúl; y la Bula de erección de la Congregación, «Salvatoris nostri», del 12 de enero de 1633. Tal vez, la equiparación sea un tanto exagerada, pero no resta un ápice a su importancia histórica y documental.
2) Un gran arquitecto
Esta Semana de Estudios Vicencianos tiene un título rotundo y contundente: «Vicente de Paúl, un gran innovador». No cabe duda de que este título quiere ser el telón de fondo de todas las conferencias y el marco que cohesione y unifique todas las intervenciones. Por lo tanto, entiendo que, consciente o inconscientemente, mi reflexión también tiene detrás el interrogante o la aseveración positiva o negativa de que Vicente de Paúl se muestra como un «gran innovador» en esta carta que escribe a la Madre Chantal.
De entrada, hay que decir que Vicente de Paúl es hijo de su tiempo, deudor de la teología de su tiempo, tradicional en la doctrina y en los planteamientos teológicos, espirituales y pastorales, y muy cuidadoso con la ortodoxia de su tiempo. No puede ser de otra manera. Cuando ponemos a Vicente de Paúl la etiqueta de «revolucionario», «gran innovador», «adelantado», «precursor»… estamos demostrando un gran cariño no exento de exageración filial. Cualquiera que lea, sin prejuicios esta carta objeto de nuestra reflexión, apreciará que Vicente de Paúl se mueve por las coordenadas normales y tradicionales de la disciplina, la actividad y el orden clerical y religioso. No hay en ella innovaciones dignas de pasar a la historia de las grandes novedades.
Por otra parte, es norma habitual, aunque no escrita, que casi todos los fundadores de Órdenes o Congregaciones han tenido muy en cuenta, al redactar sus reglas o normas, las reglas o normas de otros fundadores19. De San Vicente de Paúl se puede afirmar lo mismo: ha sido un gran arquitecto que, con materiales propios y ajenos, ha sabido trazar y construir un edificio propio y específico.
Algunos especialistas vicencianos han estudiado la «dependencia material» y las «coincidencias» de las Reglas comunes de la Congregación de la Misión con los cuerpos normativos de otras Instituciones como la Compañía de Jesús, por ejemplo.
La estima y el conocimiento que de la Compañía de Jesús tuvo Vicente de Paúl, hizo que los jesuitas fueran un punto de referencia para muchos aspectos de la vida y de la actividad apostólica de los misioneros paúles. El recordado P. Miguel Pérez Flores decía con todo aplomo: «Podemos asegurar que no hay capítulo de las Reglas o Constituciones comunes de la Congregación de la Misión en el que no se encuentre algún vestigio, bien de las Reglas comunes o del Sumario de las Constituciones de los jesuitas.
Si la dependencia de los jesuitas es tan grande en las Reglas comunes, lo mismo se puede afirmar en esta especie de «Reglas resumidas» o de «Reglamento práctico» que es esta carta de Vicente de Paúl a la Madre Chantal. No cabe duda de que ciertas prácticas disciplinares que contiene la carta están directamente copiadas de los jesuitas: la corrección fraterna, los avisos y las penitencias hechas en público, la entrega de la correspondencia al Superior, tanto la llamada activa como la pasiva, etc.
Por otra parte, muchísimas veces, Vicente de Paúl repite ideas e, incluso, expresiones que, a primera vista, pueden parecer contradictorias con su específica y propia espiritualidad. No quiere que seamos «religiosos», pero emplea términos, costumbres y estilos de la vida religiosa y admira la vida contemplativa, como la de los cartujos, llegándola a poner como ejemplo. Cualquiera que lea, por primera vez, el programa de vida -desde el levantarse hasta el acostarse- que Vicente de Paúl expone a la Madre Chantal saca la impresión de que estamos ante una programación de la vida «religiosa pura y dura», por más exégesis que hagamos y por más disculpas que busquemos.
No obstante, hay que volver a decir que Vicente de Paúl es un magnífico arquitecto —no me atrevo a llamarle «gran innovador»—porque sabe dar un sello propio a algo que ha tomado prestado o que le ha servido de inspiración fundacional. Sabe dar una configuración específica con un toque de originalidad a un material común a la mayoría de las Instituciones religiosas de su tiempo. Y en esto reside su «innovación» o, mejor dicho, su «novedad».
3) Memoria inspiradora
Cuando estaba empezando a hilvanar esta conferencia, un compañero me soltó las típicas y esperadas frases: «Y eso que tú vas a decir, ¿a quién le importa hoy lo más mínimo?; ¿tú crees que, con la que está cayendo, le puede interesar a alguien una carta de Vicente de Paúl a su dirigida espiritual? ¿No te parece que esas cosas son antiguallas arqueológicas?».
Ciertamente, la primera impresión que produce esta carta objeto de la reflexión es que suena a algo que ya no interesa hoy a ningún miembro de la Congregación, que no deja de ser una reliquia para los amantes de antigüedades, que a lo mejor le puede valer a algún estudiante de vicencianismo para hacer un trabajo más o menos apañado.
Eso mismo podemos decir de tantos y tantos documentos de la Congregación, empezando por las Reglas comunes. Sin embargo, si ahondamos un poco en lo que esos documentos sugieren y en el espíritu que los alimenta, podremos tener otra visión más positiva y atrayente.
Todos los documentos, que fueron muy importantes y fundamentales en su tiempo, están sometidos a las leyes del cambio de la historia. Por supuesto, lo que contiene esta carta de Vicente de Paúl a la Madre Chantal ha sufrido las mismas leyes del cambio. Hay valores subrayados en este texto vicenciano que fueron muy apreciados y estimados en tiempo del. Fundador y por el Fundador, pero que hoy ya no lo son, incluso nos parecen algo ajeno y contrario a la psicología, a la espiritualidad y a la teología actuales. Por ejemplo, el silencio, la dependencia casi sagrada del superior, la figura del superior como una especie de «guru» sabelotodo y controlador hasta extremos ridículos, el concepto de comunidad basada en un orden estricto, la obediencia ciega y autómata, la actitud de humillación para pedir perdón públicamente ante toda la comunidad, la uniformidad…, y otras disposiciones de mayor o menor monta.
Sin quitar nada de lo anterior, también a este texto vicenciano —lo mismo que a otros de parecida naturaleza— podemos aplicarle lo que se ha llamado «la memoria inspiradora». Es decir, si quitamos el envoltorio propio de la mentalidad de la época, podremos ver, en germen, algunos focos iluminadores que subyacen en el texto. No cabe duda de que ahí podemos apreciar la claridad de Vicente de Paúl en cuestiones tan fundamentales para el presente y el futuro de la Congregación. Por ejemplo, todo lo referente a la razón de ser y a la finalidad de la Institución que la carta subraya desde el principio: «Nuestra pequeña Compañía se ha instituido para ir de aldea en aldea a sus expensas, predicar, catequizar…, y hacer todo lo posible para que los pobres enfermos sean asistidos corporal y espiritualmente…». El convencimiento clarividente de lo prioritario en nuestra vocación vicenciana: «Esta ocupación (la evangelización, dicho en términos actuales) es para nosotros la principal». El espíritu que debe animar nuestra vida: el de «los servidores del Evangelio», o sea, el espíritu y el talante de entrega, servicio y disponibilidad. La conciencia de nuestra identidad: «No somos religiosos». Tres características que deben distinguir a los miembros de esta pequeña Compañía: «la oración, el trabajo y la formación» (Cuando Vicente de Paúl relata el orden del día de la Comunidad, está subrayando, explícita e implícitamente, estas tres coordenadas para ser buen misionero). En definitiva, son algunas muestras de cómo podemos encontrar esta «memoria inspiradora» en un texto aparentemente obsoleto.
4) La consigna del Concilio Vaticano II
Creo que fue el pensador y poeta francés Charles Péguy quien dijo aquello de que «la historia hay que entenderla hacia atrás, pero hay que vivirla hacia adelante». Unos cuantos años después, el Concilio Vaticano II tradujo a la teología y a la profecía esta frase de Péguy. En el Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, se dice: «La adecuada renovación de la vida religiosa comprende, a la par, un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los Institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos».
Algo de esto podemos encontrar en este texto epistolar de Vicente de Paúl. En él, de alguna manera, está reflejada, aunque muy embrionariamente, esa «primigenia inspiración fundacional» a la que se refiere el Concilio Vaticano II. Ahí está, como en un primer pespunte, lo más básico de la vida y la actividad del naciente Instituto misionero. La cuestión actual está en la segunda parte del aserto conciliar: saber enfocar, cultivar y desarrollar esa «primigenia inspiración fundacional» en los espacios de hoy y para hoy, de mañana y para mañana. De lo contrario, la «inspiración primigenia» no valdrá nada más que para ocupar un sitio lleno de polvo en el desván de los objetos inútiles o, mirando en otra dirección, servirá para apoyar un fundamentalismo trasnochado, nefasto y estéril. Nuestra historia congregacional está llena de estos dos peligros y todavía no se ha librado de estas tentaciones.
CEME
Celestino Fernández