1. Introducción
Para desarrollar este tema habría que tener al menos dos cosas: mucha caridad y algo de imaginación. Caridad: se supone, más en un ambiente vicenciano, uno de los más grandes testigos de la caridad cristiana. Pero siempre que hablamos de la caridad hemos de hacerlo con cierto temor y temblor, porque la caridad nos sobrepasa. Entonces sí podríamos decir con S. Agustín: si es tan gratificante hablar de la caridad, ¿qué será poseerla?¿La poseemos? De esto se burlaba un buen budista. Hay algo que nos distingue radicalmente de los budistas: para éstos la compasión, la iluminación son frutos de un esfuerzo, para nosotros es gracia, es don. Para poder amar tenemos que haber sido amados (cfr. 1 In 4, 10). El amor es primero donación, después será experiencia o irradiación. No se ama por obligación; no se puede imponer el amor. Sólo el amor nos capacita para amar.
Además, por mucho que amemos, siempre estaremos en camino. «El amor nunca se da por concluido y completado» (Benedicto XVI, DCE 17). 0 sea, que no tiene límites. «Corro por si consigo alcanzarlo»: a Cristo, que es el Amor; «habiendo sido yo mismo alcanzado» por los dardos del Amor, no los de Cupido, sino los de Cristo (cfr. Flp 3, 12).
2. Imaginación
La caridad ha de desarrollar con esmero no sólo los sentimientos, sino también la inteligencia, la creatividad, la voluntad y la imaginación, la fantasía. «Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decirlo, al hombre en su integridad» (DCE id.).
Por eso la caridad tiene que ser inteligente y lúcida, como era san Vicente; tiene que ser valiente, constante y paciente, como era san Vicente; tiene que ser creativa e imaginativa, añadiendo policromía y belleza, como era el señor Vicente. «El amor es inventivo hasta el infinito» (San Vicente). Si «la verdad es sinfónica» (U.Von Baltasar), la caridad es polifónica y policroma. La imaginación no es algo secundario. Aporta iniciativas, buen gusto, ritmo, música, juego.
Como es Dios mismo, danza trinitaria. Le acompaña la Sabiduría: «y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia todo el tiempo, jugando con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres» (Pr 8, 30-31).
O sea, que Dios es juguetón. Desde luego, hay que echar mucha imaginación a la hora de crear el mundo, un derroche de amor imaginativo. Habría que recorrer las maravillas de la creación, como el autor del Eclesiástico (cfr. 42, 15-25; 43, 1-33), o como algunos salmos.
2.1. Ángeles entusiastas
Dice una antigua leyenda que, cuando Dios estaba creando el mundo, se le acercaron cuatro ángeles, y uno de ellos le preguntó: ¿qué estas haciendo?; el segundo le preguntó: ¿por qué lo haces?; el tercero: ¿puedo ayudarte?; y el cuarto: ¿cuánto vale todo eso?
— El primero era un científico, el segundo un filósofo, el tercero un altruista, el cuarto un agente inmobiliario.
— Un quinto ángel se dedicaba a observar y aplaudir con entusiasmo.
Era un místico.
(A. Melo)
2.2. Un ángel con imaginación caritativa
Fue enviado por Dios para acompañar y guiar a un caminante inexperto e indefenso. El acompañar, el estar-con, ya supone cercanía y caridad; más si pones tu sabiduría al servicio del otro, y orientas los pasos titubeantes.
La imaginación surge a la vista del pez atacante, convirtiendo el peligro en oportunidad, el enemigo en medicina. (Enseñar a pescar). Medicina para los amores de Sara, medicina para la ceguera de Tobías; con el corazón y la hiel. Y el pez era Cristo, la hiel de su Pasión y el corazón de su Compasión.
2.3. Más caridad y más imaginación a la hora de la recreación
Como las cosas no marcharon bien, como si el mundo, y especialmente el hombre, se le fueran a Dios de las manos, entre las muchas posibilidades, encontró el amor de Dios una solución inconcebible, que nadie podía imaginar.
Podía haber hecho un mundo nuevo, empezar una nueva raza humana, destruida la anterior, enviar más ángeles y profetas. No. Se le ocurrió hacerse Él mismo hombre, el misterio de la Encarnación.
Silencio admirativo en todo el universo, demonios incluidos. El amor es inventivo hasta el infinito.
Algún gesto imaginativo del amor de Cristo
Todo en él es desconcertante. Su amor fue tan rompedor, tan nuevo, tan genial, que hubo que inventar una palabra para aproximarse a él, agapé (existía el verbo agapáo, pero se utilizaba muy poco, y con una significación muy genérica, como tratar bien, alegrarse por algo…). El amor de Cristo era pura belleza, pura benevolencia, todo compasión y oblación.
Por poner sólo un ejemplo, ¿puede darse más caridad y más imaginación que poner toda su vida entregada y su presencia permanente en los leves signos del pan y del vino? Encontró el modo de marchar y quedarse, de estar y de ocultarse. Un amor que se hace pan y vino para el camino.2.4. ¿Qué decir de la policromía del Espíritu?
Es un artista genial que nunca se repite. Lo mismo hace danzar que llorar. Gime y fortalece. Es agua y es fuego. Es caricia y es perfume. Es humildad y es audacia. Habla en lenguas, profetiza, cura, crea. Es amor multiplicado y variado. Es la Risa de Dios.
- «Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia». (S. Basilio)
- «Llega mansa y suavemente, se le experimenta como finísima fragancia, su yugo no puede ser más ligero. Fulgurantes rayos de luz y de conocimiento anuncian su venida. Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico protector, pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma, primero de quien lo recibe, luego, mediante éste, de los demás…». (S. Cirilo de Jerusalén)
- «El Espíritu suscita en el transcurso del tiempo nuevos carismas y formas de servicio a los pobres con el fin de desarrollar la misión de la Iglesia en el mundo». (Conferencia Ep. Española, La Caridad de Cristo nos apremia, 17)
- «Estos dones deben contribuir a edificar una Iglesia más diligente y creativa en su servicio a los pobres, en la transformación de la realidad social que sigue marcada por la injusticia y el pecado». (Ídem, 25)
2.5. Un ejemplo entre millones de caridad con imaginación a lo largo de la historia de la Iglesia
Ha habido ejemplos deslumbrantes de esta caridad imaginativa. A la caridad siempre se le ocurren cosas. Desde el venderse como esclavos para liberar o alimentar a otros (cfr. Clemente Romano, Carta a los Corintios 55), hasta cambiarse en la fila para ser elegidos entre los condenados, salvando al compañero (cfr. san Maximiliano Kolbe); desde el monje que, quebrantando un propósito, bebe de una fuente en el desierto, para que el joven novicio bebiera también, hasta el que hace huelga de hambre hasta la muerte para defender la justicia; desde los Lavatorios de pies, hasta el Papa que se pone de rodillas para dar la comunión a unos niños enfermos. «Desde el siente a un pobre a su mesa, a la lucha por una sociedad nueva».
Voy a escoger el ejemplo de san Camilo de Lelis, que coincidió algunos años con san Vicente (1550-1614).
Regala al hermano su sombra. No tenía sombrilla, pero tenía sombra.
— Se transfigura ante los enfermos. Del servicio a los enfermos hacía no ya una cosa buena, sino una cosa bella, como una liturgia, como una sinfonía. Transformaba «el hospital en un jardín. Concebía el servicio de los hospitales como una obra de arte (…). Las voces de los enfermos, frecuentemente tumultuosas, desordenadas, estridentes (…) a sus oídos resonaban como una melodía inefable (…) Danos hoy nuestro concierto cotidiano (…) música, jardín, danza (…)
— Una noche en el hospital del Santo Espíritu en Roma (…) fue encontrado por su compañero arrodillado junto a un enfermo que tenía cáncer en la boca, tan pestífero y maloliente que no era posible encontrar cosa igual. Y, con todo eso, Camilo estaba junto a él, aliento con aliento, y le decía palabras de tanto afecto que parecía haberse vuelto loco por amor suyo. Le llamaba concretamente señor mío, alma mía, ¿qué puedo hacer yo en tu servicio?, pensando sin duda que él era nuestro Señor Jesucristo. E incluso a veces se hallaba tan abstraído y cautivado por esta santa imaginación que no pocas se lo vio andar saltando y bailando por el hospital, con el encendido, sin saber lo que hacía. Pero también cuando estaba dando de comer a los enfermos.Sostengo que una de las instituciones más brillantes de este genio de la caridad es la de haber introducido en la asistencia a los enfermos la idea de la belleza» (Mateo Bautista, San Camilo, cita de Sancio Cicatelli).
Atendía a los enfermos como quien estaba celebrando la Eucaristía, se le ocurrían las palabras y los gestos que cada uno necesitaba, caminaba por los pasillos ataviado de escudilla y orinal a la cintura, con caldos, dulces, jarabes y licores apropiados. «Llevaba asimismo tres frasquitos atados a la cintura, uno de agua bendita, otro de vinagre y un tercero de agua cocida para refrescarles la boca; una escudilla de cobre donde pudieran escupir sin incomodidad y un par de cazuelas de estaño para hacer las sopas a los más debilitados. Naturalmente habría que añadir el crucifijo y el libro de los moribundos. Llamaba a los enfermos dueños y señores, hasta confiesa ante ellos sus propios pecados como si lo hiciera ante el Señor (…) Los ritos eran muy variados: cortar el pelo, peinar, cortar las uñas, calentar los pies, sacar camisas saturadas de sudor y de otras cosas, aplicar los cauterios, humedecer las sienes, poner vinagre rosado bajo las narices, lavar y secar las manos, dar de comer en la boca» (cfr. A. Pronzato, San Camilo de Lelis, Todo corazón para los enfermos). Toda una liturgia.
2.6. San Vicente, criatura del amor
Cuando muere Teresa de Jesús (1582), nace Vicente de Paúl.
Cuando muere san Camilo (1614), está naciendo espiritualmente san Vicente. Este hombre fue y es un regalo de Dios para la Iglesia. A lo mejor no fue un gran teólogo sistemático de la caridad, pero estaba desposado con la caridad, su dama y señora. «La caridad de Cristo entró en mí», podía decir con tanta o más razón que Teresa del Niño Jesús.
Saint Cyran le llamó en cierta ocasión «ignorante supino», y él reconocía humildemente que se había quedado corto. Pero con su «ignorancia» iluminó a la Iglesia. (Muy interesante el contraste entre estos dos personajes que fueron inicialmente buenos amigos. El jansenista creía más en el Dios Santo, el señor Vicente en el Dios misericordioso; el abate quería reformar a la Iglesia, que fuese pura, pero destruyendo y separando, el clérigo Vicente quería reformar a la Iglesia, que fuese santa, desde la compasión y la paciencia; Saint Cyran atemorizaba y escrupulizaba a las monjas de Port-Royal, el buen padre Vicente entusiasmaba y enardecía a las damas de la caridad). San Vicente tenía luz y tenía gracia. Tenía intuiciones y tenía construcciones, tenía fuerza creativa y tenía capacidad organizativa.
Fijándonos en su rostro podemos decir que tenía buen ojo, buena sonrisa, buen oído. Supo captar y leer los signos de los tiempos y el viento del Espíritu. Quiere decir que era lúcido, imaginativo y providencialista.
- Sus ojos, sus pequeños ojos negros ven lejos y penetran a la primera en el fondo de los seres y los acontecimientos.
- Su sonrisa, entre maliciosa y burlona, pero es amistosa. Tiene el toque del humor necesario para no absolutizar los problemas y las situaciones. «Sabiduría socarrona: ironía nunca cruel; le podía la bondad».
- Su oído, para captar el viento del Espíritu. La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento. Sabía leer la realidad, escuchar el clamor de los pobres y los gemidos del Espíritu. Por eso decimos que era providencialista. «Las obras de Dios no se llevan a cabo cuando lo deseamos nosotros, sino cuando a Él le place».
- Su boca, frecuentemente cerrada, con un mentón proporcionado, algo alargado por la perilla que puso de moda Enrique IV, denota seguridad, firmeza y fortaleza de voluntad y de Espíritu.
3. Grandes opciones del señor Vicente
Son opciones que marcan y hacen girar la teología y la espiritualidad, como lo hizo en su tiempo Francisco. Vicente no se casa con la dama Pobreza, sino con la señora Caridad. En estos ejes de su vida se aprecian su lucidez y su carisma, su imaginación y su decisión. Todas sus opciones son una opción: los pobres, el amor. Todas sus obras, las apostólicas, las eclesiales y las caritativas son una obra y una empresa, llevar el amor de Cristo a los pobres, caridad.
3.1. Opción por el Dios Amor Misericordioso
Siempre tenemos que preguntarnos en qué Dios creemos. Uno es lo que adora. Puede ser que adoremos al Dios del poder, al Dios de los dogmas, al Dios de la justicia, al Dios del culto. Estas creencias han originado cantidad de prejuicios, errores, excesos y patologías a lo largo de la historia. ¡Cuántos miedos, cuántos sentimientos de indignidad y culpabilidad, cuántos escrúpulos, cuántas intolerancias y cuántas guerras! Pero si creemos en el Dios-Amor, ¡qué liberación! Empezamos a beber de la Fuente de la verdadera renovación y alegría.
— Aun humanamente hablando, puesto que el hombre está hecho a semejanza de Dios, su camino de realización y personalización no puede ser otro que el del amor. Sólo amando y siendo amado el hombre encontrará su felicidad y su salvación. Lo más verdadero del hombre es su dinamismo de comunión. Lo que identifica el hombre no es la racionalidad (cfr. Descartes, contemporáneo de san Vicente), sino la relacionalidad, su capacidad de apertura y entrega. Somos, no cuando pensamos, sino cuando amamos, cuando nos abrimos al otro, cuando vemos el rostro del otro (cfr. E. Lévinas). Amo, luego existo. Amo hasta el fin, viviré sin fin. Si no lo hacemos, no es que seamos cristianos en pintura, como aseguraba S. Vicente, sino peores que las bestias.
Los otros
«La vida —pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hoy yo, siempre somos nosotros»
(Octavio Paz, Pan de sol)
El señor Vicente es prototipo del hombre com-pasivo, volcado enteramente hacia los otros, que quiere empatizar con los otros, que quiere darles plena existencia y dignidad, pero que a su vez la recibe de ellos, porque sin los otros ya no podría vivir. Ellos, los otros, son su pasión y su vocación.
— Vicente fue iluminado, el Dios de Jesucristo es el Dios del amor misericordioso. El culto que Dios quiere no es el del rito, el incienso, los sacrificios, sino el de la misericordia (cfr. Mt 12,7). Es una verdad maravillosa. Nos sobran templos, nos sobran ritos, no nos salvan los sacrificios. Nuestra vida espiritual no puede centrarse en el culto ritualista, en mortificaciones y ofrendas, en mármoles y oro, sino en una vida entregada como la de nuestro Señor Jesucristo, entregada a los más necesitados y dolientes.Es una revelación desequilibrante.
Vicente añade un nuevo sacramento a los siete tridentinos, el del dolor. Teresa de Jesús aseguraba que la humanidad de Cristo era el camino y la puerta para el encuentro y la unión con Dios. Vicente de Paúl nos enseña que la humanidad doliente es el camino y la puerta para el encuentro y la unión con Cristo. Pero no era teoría sólo, era vivencia, vida, «no podía oír hablar de ningún sufrimiento humano sin que enseguida el dolor y la compasión se dibujaran en su rostro» (Abelly). Los pobres eran su peso y su dolor. Los pobres eran su cruz y su gloria, su pasión y su compasión, su Cuaresma y su Pascua, incluso su «eucaristía», ese sacramento para los de fuera al que alude S. Agustín.
Más misericordiosos. La misericordia es nuclear en la vida de la Iglesia, el gran distintivo cristiano, lo que distingue, explicaba san Agustín, a los hijos de Dios de los hijos del diablo. Ya puedes cantar himnos y hacer la señal de la cruz, sólo por el amor se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo. Ése es el sello de Dios vivo que llevamos en la frente (Ap 7,2); la tau en la frente de los hombres que gimen y lloran (Ez 9,4), y la tau es la cruz del amor más grande.
No creemos en Dios, sino en el Dios-Amor, el Dios que consiste en amar, que ni sabe ni puede hacer otra cosa que amar misericordiosamente, sería destruirse a sí mismo. (Por eso, el infierno que nos han pintado o no existe o está vacío; por eso la imagen de Cristo Juez de la Capilla Sextina es herética).
La misericordia no es un sencillo sentimiento compasivo, es un volcar el corazón sobre toda miseria humana, «una actitud fundamental de la persona que se acerca al sufrimiento ajeno, lo comparte, lo interioriza y lo erradica si puede» (I. Sobrino). Misericordia, no como virtud, sino como principio absoluto y fundamental. La Iglesia no es que tenga que hacer obras de misericordia, sino que todo lo que hace debe nacer de la fuente de la misericordia. Misericordia, «la que pone a la Iglesia fuera de sí misma y en un lugar bien preciso, ahí donde acaece el sufrimiento humano, allí donde se escuchan los clamores humanos» (I. Sobrino). La Iglesia, no es que haga caridad o tenga caridad, la Iglesia es caridad —Ecclesia charitas est—.Por eso, una Iglesia que no fuera samaritana, que dejara de dar más rodeos levíticos-sacerdotales, sería heterodoxa, no sería la Iglesia de Cristo (cfr. I. Ellacuría, sobre las notas de la Iglesia). «La Iglesia debe de considerar como uno de sus deberes principales en cada etapa de la historia, y especialmente en la edad contemporánea, el de proclamar e introducir en la vida el misterio de la misericordia, revelado en sumo grado en Cristo Jesús» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 14). La Iglesia, cada uno de nosotros, somos un signo del amor de Dios. Y Benedicto XVI lo expresa con su clásica lucidez: «El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre (…) Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano» (DCE 19).
3.2 La sacramentalidad de la caridad
Se refiere a la sacramentalidad del pobre y a la sacramentalidad del voluntario.
Es doctrina tradicional, pero san Vicente la escribió con letras de fuego y la puso en marco de oro. Ya nadie lo va a olvidar.
La doctrina actual de la Iglesia es muy rica. Citamos algún texto.
- «La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres (…) Debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos» (Catecismo I. C. 1397).
- La página de Mt 25 «no es una simple invitación a la caridad, es una página de cristología que ilumina el misterio de Cristo (NMI 49).
- «Amar a Dios y amar al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios» (DCE 15).
- «La Iglesia se presenta como signo eficaz de la presencia operante de Dios en la historia, cuado su fe obra por amor y se entrega a construir la fraternidad en Cristo (…) La acción caritativa y social, por lo tanto, es una expresión externa de la entraña misma de la Iglesia. (…) Cristo la fundó para ser signo e instrumento de su amor salvador en la historia (Conferencia Ep. Española, o. c. 5-6).
Cuando la Iglesia ama con el amor de Jesucristo, es sacramento de Dios, es signo visible y eficaz, instrumento de salvación. «La acción caritativa y social es como el sacramento para los no creyentes». (S. Agustín Enar. Sal. 103).
Pablo VI se preguntaba sobre qué hacía y dónde estaba la Iglesia en las horas dramáticas de la historia contemporánea: «La Iglesia amaba: mientras el mundo lucha por el poder, la Iglesia ama. Mientras los hombres discuten sobre las ideas, la Iglesia ama. Cuando se sube a la luna y se corren los espacios siderales, la Iglesia ama».
La sacramentalidad de la caridad exige, por una parte, amar con el amor de Dios manifestado en Jesucristo. S. Vicente, como S. Pablo, lo resume en esta palabra: vivir en Cristo, que puede traducirse como vivir la pasión y el amor de cristo, vivir el amor infinito de Cristo a los pobres. Vivir a Cristo para llevar a Cristo a los demás. ¿Qué hacer, por lo tanto? Pues lo que hacía Jesucristo: predicar el Evangelio a los pobres y amar sin límites a los pobres. No importa que tengan muchos defectos, que sean ignorantes, rudos, ruines, exigentes, desagradecidos, «despreciables»… por eso mismo hay que amarlos más, que Dios también los ama más.
- «Si se hubiera preguntado a nuestro Señor qué habéis venido a hacer a la tierra, contestaría que asistir a los pobres. ¿Y qué más? — ¡Los pobres! — ¿Y qué otra cosa? — ¡Los pobres! —. Estoy aquí para asistir a los pobres». Que todo el Evangelio se concentra en «dar a conocer a Dios a los pobres (…) Decirles que está cerca el Reino de Dios y que ese Reino es para los pobres».
- La sacramentalidad exige también amar al pobre como al mismo Cristo. El pobre, todo el que sufre, es en sí un sacramento de Dios. Como lo hacía S. Camilo con los enfermos lo hace S. Vicente con los pobres. Pero no sólo lo hace, sino que lo convierte en tesis, en dogma. El ya clásico principio de dejar a Dios por Dios. Encierra toda una teología de la Encarnación y la presencia de Jesucristo entre nosotros.
- Atender a los pobres en vez de rezar es dejar a Dios por Dios.
- No hay ninguna diferencia entre amarle a Él y amar a los pobres, entre servir a los pobres y servirle a Él.
- ¡Marta y María juntas! No hay tanta diferencia (cfr. Conferencia Ep. Española, o.c. 11).
Es decir no hay dos amores, el humano y el divino; es el mismo amor. Por eso no extraña que proponga estas afirmaciones revolucionarias:
«Vosotras tenéis por monasterio la habitación de los enfermos; por celda, un piso de alquiler; por claustro, las calles del pueblo». Y «cuando abandonéis la oración para atender a algún pobre, recordaréis que con ello prestáis vuestro servicio al mismo Dios (…) Dios no se siente abandonado si de Él nos apartamos a causa de Él mismo». (Reglamento de las Hijas de la Caridad)
- Es una buena teología y una buena espiritualidad, que podemos llamar de liberación. También en esto san Vicente es un adelantado. Amar al hombre es amar a Dios. Liberar al hombre es amar a Dios.
«Si hay alguno entre vosotros que crean que están en la misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que los asistan de todas las maneras, nosotros y los demás, si queremos oír esas agradables palabras del juez de vivos y muertos: Venid, benditos de mi Padre (…) Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra, en lo cual el Evangelio adquiere su perfección, como Cristo mismo lo ha practicado». Al final, claro, «a la tarde te examinarán en el amor». - Nos suena hoy mejor después la doctrina de Juan Pablo II: «El anuncio del Evangelio, aún siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras a la que la actual sociedad de comunicación nos somete cada día. La caridad de las obra corrobora la caridad de las palabras» (NMI 50).
3.3. «Más»: La insatisfacción
Es una consecuencia de la espiritualidad afirmativa, el crecimiento. No basta conservar los talentos, hay que hacerlos producir.
Es, sobre todo, consecuencia de la caridad de Cristo, que siempre nos urge. Una consecuencia directa de lo ilimitado de la caridad, eso de que la medida del amor es amar sin medida.
Dicen, se non é yero, é ben trovato, que en una conversación con la reina, Ana de Austria, ésta se extrañaba de que hubiera tantos pobres:
— ¿De dónde los sacáis? ¿Dónde estaban?
— Señora, ahí; estaban ahí, pero nadie quería verlos.
— Habéis hecho tantas cosas por ellos. ¿Qué más podéis hacer?
— «Señora, ¡más!».
¡Más! Para un hombre infatigable todo era poco. Tenía sed de amor, siempre insatisfecho. Se levantaba a las cuatro de la madrugada, se disciplinaba, oraba y a trabajar en el amor.
— ¿Qué más? — ¡Señora, más! Se le veía como un buen samaritano, con su sotana raída, pero limpia, silueta encorvada, pasaba por los caminos de Francia arruinada y rota a consecuencia de la guerra de los 30 años, haciendo el bien, curando heridas, alimentando hambrientos, acogiendo huérfanos…
— ¿Qué más? — ¡Señora, más! Su caridad se acerca a los hospitales, a donde hace llegar «jaleas, caldos y golosinas», institucionaliza la obra de los Niños abandonados — por miles —, crea un centro-hospicio para los mendigos, trata de aliviar la vida de los que «se pudren en vida» en las cárceles y abre en San Lázaro una casa de corrección, ayuda como puede la dura esclavitud de los condenados a galera.
— ¿Qué más? — ¡Señora, más! En una sociedad frívola y brutal sembraba a manos llenas semillas de misericordia y reconciliación. En vez de las guerras de religión, él ganaba las guerras del amor. Una tras otra salían de sus manos las obras, las instituciones, los grupos, cuyo único objetivo era hacer menos clara, menos injusta y cruel la vida de los humildes de la tierra.
— ¿Qué más? — ¡Señora, más!
¡Más! Pero no sólo en cantidad, recorriendo los campos tan variados del sufrimiento para sembrar el amor. Más también en intensidad, en espíritu, en capacidad de entrega.
Hay que amar hasta que te duela, hasta el sudor del rostro y el cansancio de los brazos, hasta el agotamiento, quizá hasta la sangre.
«Puesta vuestra confianza en Dios, hay que hacer todo lo que se pueda (…) Os diré lo de S. Pablo: ¿Habéis dado más de lo superfluo? ¿Habéis ya resistido hasta verter vuestra sangre? Siempre se puede más».Siempre se puede más, hasta hacerse pan, hasta «consumirse por Dios, no disponer ni de bienes ni de fuerza sino es para consumirlas por Dios. Esto es lo que hizo vuestro Señor, se consumió por amor del Padre».
¡Más! Hoy tenemos que convertimos a la urgencia de la caridad: ¡Señor, más!
Más pobres. ¡Qué pronto se hace pobre el que ama! Si amamos a los pobres, no podemos ir a ellos desde arriba. ¡Qué difícil ser pobre en una sociedad rica! Ayudamos a los pobres, pero nos falta mucho para ser evangélicamente pobres. Trabajamos por los pobres, pero no con los pobres.
Esta urgencia de conversión vale también para las comunidades y para la Iglesia:
- Nuestra Iglesia ¿es pobre?
- Los medios que utiliza para evangelizar ¿son pobres?
- ¿Nos apoyamos más en los medios humanos que en la fuerza del Evangelio?
Señor, más.
Más generosos. Damos, pero quizá de lo que nos sobra. La ofrenda de la viuda es paradigmática: Esta mujer ha echado lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir (Mc 12, 44). Es algo más que dar cosas, es dar vida, dar sangre.
Damos, pero quizá no nos damos suficientemente, hasta consumirse, hasta la sangre.
Señor, más.
Más arriesgados. Es decir, llegar a los campos de pobreza más abandonados, a los que nadie quiere ir, quizá los más difíciles o menos gratificantes.
Las políticas sociales hoy cubren muchas situaciones de pobreza que antes atendía la Iglesia… ¿No quedan ya pobres?
Antes, por ejemplo, nadie quería atender a los apestados, y allí estaba la Iglesia ¿cuáles son hoy los apestados?Con relación al problema de la inmigración, ¿no tendríamos que profetizar?
3.4. En estado de caridad
«De los religiosos se dice que están en estado de perfección; nosotros no somos religiosos, pero podemos decir que estamos en estado de caridad».
La caridad no es una virtud, es un estado, un espíritu, una vida. No se tiene caridad, se vive. Estar en estado de caridad quiere decir estar en el reino de la caridad, en el que todo se hace, se piensa y se armoniza desde y en la caridad. No sólo hago caridad cuando practico obras de misericordia, sino cuando rezo, cuando trabajo, cuando descanso. La caridad me domina y me dirige. Es otra manera de expresar los términos paulinos de estar en Cristo, vivir en Cristo, ser Cristo.
Vivir en caridad es la perfección. (San Ignacio de Antioquia llamaba a las Iglesias Caridad). No hacen falta votos y clausuras, en la caridad se incluye lo mejor de los votos y de las clausuras. Por eso no quería que las Hijas de la caridad se integraran en una Congregación religiosa, porque el estado religioso para las mujeres no se entendía sino separado del mundo. Y él no quería que las separasen de sus pobres. Ellos eran su razón de ser, su misión y vocación, su verdadera identidad.
La caridad sería su única ley, su única regla, su verdadero y único camino de perfección.
Si me permite, en estado de caridad puede entenderse como tener la caridad en sus entrañas, como la mujer que está en estado, como estar embarazados de caridad, impregnados de caridad, ungidos por la caridad, que al fin es el Espíritu Santo. Estáis, por la gracia del Espíritu, en estado de caridad, y daréis a luz hijos del amor.
Podríamos expresarlo en términos eucarísticos. No basta con celebrar la Eucaristía, hemos de estar cargados de eucaristía, hemos de ser eucaristía, vivir constantemente en estado eucarístico. Cuando comulgamos a Cristo, comulgamos también con los hermanos, comunión que se prolonga después de la celebración. Vivir en estado eucarístico es vivir para la alabanza y la entrega, es hacer de nuestra vida un servicio de amor. Partimos el pan y comemos el pan para hacernos pan. Estado de caridad sería partir el pan con los hambrientos y dejarse comer por ellos. Por eso, cuando S. Vicente terminaba la Misa, no decía: Id en paz, ya podéis ir a tomar una cerveza. Decía: Llevad la paz, id a ver a esa familia que no tiene «ni un pedazo de pan ni un poco de tocino ni de aceite», y lo decía llorando. Sigamos partiendo el pan, sigamos celebrando la Misa.Es algo parecido a los que Pierre Pradervand explica sobre la bendición, el arte de bendecir: que estés tan cargado de energía benéfica que te salga en todo momento y para todos, que desbordes en bendición, porque tu corazón está lleno de bondad y de gracia. Si estás lleno de amor, irradiarás amor por los ojos, la boca, las mano; cargado de energía amorosa, como Jesús, de quien dice Lucas que despedía energía curativa, y que le salía hasta por el vestido; y a los apóstoles por la sombra, lo que ya es gracia, que la sombra se convierta en luz.
«Bendecir significa desear y querer incondicionalmente, totalmente y sin reserva alguna el bien ilimitado (…) haciéndolo aflorar de las fuentes más profundas y más íntimas de vuestro ser». El autor nos pide que no dejemos de bendecir sinceramente a todos y en todo, mandando mensajes de amor, especialmente a los que nos caen mal; estas bendiciones son capaces de cambiar corazones y circunstancias.
Algo de esto nos enseñan ciertos dichos y hechos de los Padres del desierto, como lo de ser fuego o lo de los candelabros de plata.
Decálogo de las manos solidarias
- Cuando nuestras manos se acerquen al pobre, al que sufre y espera, cuando lo toquen, háganlo con respeto, porque no tocan una cosa, sino un lugar sagrado, un sacramento doliente, dotado de «eminente dignidad» (Bossuet). Sean tus manos acariciantes.
Sus defectos son el vestido sucio de la imagen que llevan dentro. Por eso mismo hay que amarlos más, decía S. Vicente. «Más corazón en esas manos» (San Vicente). - Las manos deben manifestar humildad y agradecimiento, porque no se sienten dignas de prestar ese servicio. Y deben pedir perdón por no haberlo hecho antes y porque no saben hacerlo bien. Hay que dejarse perdonar por los pobres. Sólo por tu amor te perdonarán los pobres el pan que les des (San Vicente). Naturalmente, nunca pedirán nada a cambio, ninguna ventaja material ni afectiva ni siquiera espiritual. Sería una profanación del amor, cuya única recompensa es poder amar.
- Si quieres curar al pobre, déjate también curar por él, y así la caridad es compartida, con viaje de ida y vuelta. Los pobres son médicos de nuestras llagas, y las manos que nos extienden son remedios que nos dan (Fr. Luis de Granada).
- Que tus manos tengan ojos y oídos para que puedan ver y puedan oír; que puedan ver y oír todo lo que sufren, lo que esperan y lo que verdaderamente necesitan las personas a quienes sirven. No vayas a hacer un servicio que no sirve para nada. Quizá el mejor servicio sea el de la presencia y la cercanía. Y mejor que dar cosas, dar capacidades y oportunidades.
- Tiende tus manos al caído y levanta del polvo al marginado; levántale para que pueda sentarse con dignidad a la mesa de la creación, aunque tengas que lavarle primero los pies.
Y hazlo siempre con alegría, porque todo es gracia. Mano liberadora, que el pobre deje de ser dependiente y llegue a ser persona participativa, pero acompáñale en su camino liberador, hasta hacerte pobre con él (cfr. 2 Co 8,9). - No retrasen tus manos la ayuda, porque hace mucho que te esperan, porque «la hora de la acción ha sonado ya» (Pablo VI, PP, 80). Deprisa, como quien corre a apagar un incendio (San Vicente Paúl); como quien corre con pasos de gigante (San Camilo de Lelis). «Las obras de caridad son las únicas que no admiten demora. Nada se interponga entre tu propósito y su realización» (San Gregorio Nacianceno).
- Que tus manos se conviertan en oración y profecía. Oración, porque el sufrimiento es excesivo, nos supera. El voluntario cristiano «escucha los gemidos sin palabras de quienes han sido silenciados y suma su clamor al lamento apagado de quienes sufren» (Reflexiones identidad Cáritas 3, 2).
Pero hay también profecía. Hemos de «denunciar de manera profética toda forma de pobreza y opresión» (Sínodo extraordinario de obispos). Cada denuncia nos tiene que comprometer y nos tiene que doler. - Ofrece tus manos doloridas y acepta que puedan ser traspasadas, como las de nuestro Señor Jesucristo. La mejor respuesta al dolor es compartirlo, como hizo nuestro Señor Jesucristo. La mejor manera de ayudar a los pobres es hacerse pobre, como nuestro Señor Jesucristo (cfr. 2 Cor 8, 9).
¡Qué pronto se hace pobre el que ama! (M. Legido). - Tus manos siempre unidas, no trabajen por su cuenta. Es el valor de la colaboración y la coordinación, es el sacramento de la comunidad y la comunión. Trabajando juntos, con las manos bien unidas, sus dedos bien coordinados, es como podemos abrirnos a los sueños y la esperanza.
- Manos de sembrador. Lo nuestro es sembrar, pero con semillas de Pascua. Siembra y espera. Reza y espera. Ama y espera.
Hay que esperar «pacientemente» la llegada de la justicia (cfr. Gal 5,5). Las obras de Dios tienen su momento (San Vicente), hay que esperar ese momento, porque en esperanza fuimos salvados (Rom 8,24).
Comentario al decálogo
1. Sacramento doliente
- La sacramentalidad del pobre. Benedicto XVI afirma que sólo desde el «fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor» (DCE 14).
- Sacramentalidad del voluntario. Quiere esto decir que cuando se haga caridad debe hacerse desde el corazón de Cristo, prolongación del amor de Cristo, como una continuación de la Eucaristía. «La acción caritativa y social es como el sacramento para los no creyentes (…), obra de manera cuasi-sacramental» (IP 110).
2. Humildad y gratuidad
Son virtudes hijas de la verdadera caridad. Hay que acercarse al pobre desde el respeto a su «eminente dignidad», que diría Bossuet, el que fue alumno aventajado e ilustre del Señor Vicente. Hay que servir al pobre desde la pequeñez y la indignidad, de abajo arriba, no al revés, paternalistamente; no como persona santa, sino pecadora, pidiendo el perdón. Los pobres son nuestros señores y maestros, y ellos nos juzgarán.
3. Déjate curar por los pobres. Ellos te evangelizan, te interpelan, te llevan a la conversión. Ellos te convencen de pecado, nos zarandean. Ante su espejo nos vemos injustos y egoístas, cómodos y cobardes. Y ellos te enseñan lo que es la fe y la confianza, la paciencia y la verdadera alegría. Los pobres tienen las llaves del cielo, deciden si nos abren o no, según nos hayamos comportado con ellos.
4. Caridad lúcida e imaginativa. Ojos inteligentes como los del Señor Vicente, capaces de descubrir cualquier sufrimiento del más insignificante del hermano; oídos abiertos al clamor de cada pobre. Hay que llegar a tener una conciencia aguda de la pobreza.
Lucidez e imaginación para dar la respuesta adecuada, y no dejarse llevar de un sentimiento espontáneo. Más que dar cosa, dar lo que realmente necesita, quizá una palabra, una escucha, una comprensión o compasión.
5. Caridad liberadora. Nuestra tarea es la de levantar al caído, dignificarlo, para que deje de ser dependiente y pueda integrarse socialmente. De ahí la necesidad de la educación y promoción.
La alegría es toque característico del espíritu.
La mejor caridad que podemos hacer al pobre es acompañarle en su camino liberador, hasta hacemos pobres con él. Es la ley de la Encarnación, como Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros (cfr. 2 Cor 8, 9).
6. Urgencia. Desde nuestra situación privilegiada y acomodada nos parece que todo puede esperar. No hay que precipitarse ni ser impulsivos. Corremos solamente en casos de calamidades inesperadas, sin darnos cuenta que la más grave calamidad es la miseria cotidiana de millones de personas: «La mayor de las catástrofes es la situación permanente de hambre y miseria en la que vive gran parte de la humanidad». (Reflexiones sobre la identidad de Cáritas, 4, 3).
7. Oración y profecía
«Hay un exceso de sufrimiento y de mal (…). Demasiado el sufrimiento inmerecido y absurdo para poder racionalizarlo (…) La historia es una ekumene de sufrimiento» (E. Schillebeecks).
¿Qué podemos hacer? – Compartir, orar, denunciar… Denunciarlo al cielo y a la tierra, desde el amor y el compromiso, desde el testimonio y el trabajo, desde la paciencia y la esperanza. También tenemos que denunciarnos a nosotros mismos.
«Haz, Dios mío, que pueda ser en el mundo sacramento tangible de tu amor; ser tus brazos que atraen y llegan a convertir en amor toda la soledad del mundo» (Chiara Lubich).
8. Compasión
No se puede ayudar a los pobres desde fuera o desde arriba. Nunca podrás consolar al que llora si no te duele. Es la ley de la empatía, es el dinamismo, la Redención. Hay que pasar por la cruz.
El servicio solidario para que sea verdadero, tiene que doler. «Los pobres que no saben a donde ir ni qué hacer, que sufren y que se multiplican todos los días, son mi peso y mi dolor». «Es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacernos capaces de sentir los sufrimientos y miserias del pobre» (San Vicente). Y la Bta Teresa de Calcuta: «Sin vuestro sufrimiento nuestra tarea no diferiría de la asistencia social (…) El verdadero amor es doloroso, por eso es verdadero y puro.
9. En comunión
Un signo de la identidad de nuestro voluntariado es la coordinación, la comunicación, la comunión. No es una simple estrategia de eficacia, es expresión de la comunión eucarística, eclesial, trinitaria. Recordad la expresividad y belleza del icono de Rublev, esos tres jóvenes divinos, sentados a la mesa del banquete, contagiándonos e invitándonos a su comunión. «Esa Trinidad, transida de un gozo extremado, del que brota la fraternidad humana» (Andrei Toskovsky).No cabe el individualismo, el protagonismo, la rivalidad.
10. Hay que hablar también de la esperanza, el talante que debe impregnar nuestras tareas y nuestras siembras, un espíritu paciente, confiado, esperanzado. Cada uno de nuestros servicios es una semilla pascual. «Esperamos pacientemente la llegada de la justicia» (Gal 5, 5). Esperamos que la semilla del Reino crezca y dé fruto, porque es semilla de amor. Pero hay que esperar la hora de Dios, porque las obras de Dios tienen su momento. Sabemos que «en esperanza fuimos salvados» (Rom 8, 24).
Amor inventivo hasta el infinito
«Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercano y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno» (NMI 49).
«La imaginación de la caridad supone ver a los pobres en la luz del misterio de Cristo y de su misión» (Conf. Ep. Esp. La caridad de Cristo nos apremia, 10). «La imaginación de la caridad exige de todos conjugar la escucha contemplativa de María con la actividad de Marta» (Ti 11).
Decidme si no es poner imaginación en la caridad en la vivencia del Señor Vicente: amor es inventivo hasta el infinito.
1. Es imaginativo y atrevido decir que los pobres son nuestros amos y maestros. ¿Con qué luz está viendo S. Vicente a los pobres? Nos enseñan, ellos ignorantes. Nos dan clases de teología, pero vivas; los acontecimientos y necesidades de los pobres son maestro infalible.
2. Si son nuestros maestros, quieren decir que nos evangelizan. Queremos evangelizarlos, pero es más lo que recibimos que lo que damos.
- Nos evangelizan con su ejemplo y su paciencia.
- Nos evangelizan porque nos convencen de pecado, nos zarandean, nos interpelan, nos convencen de lo mucho que nos falta para llegar al Reino.
3. Es imaginativo y atrevido decir que los pobres serán nuestros jueces: Los pobres tienen las llaves del cielo y nos lo abrirán o nos lo cerrarán según nos hayamos portado con ellos. Pues ¿qué va a hacer ahora S. Pedro? Una pena que no se le hubiera ocurrido mucho antes a algún Papa o Concilio, porque algo les hubiera tocado a los pobres de lo que fue el Patrimonium Petri: muchas donaciones a la Iglesia de Roma, empezando por Pipino, eran para ganarse el favor de S. Pedro.
4. Es inventivo y atrevido afirmar que los pobres te pueden perdonar y redimir. Sólo por tu amor te perdonarán los pobres el pan que les des. ¿Los pobres, tan ruines, tan desagradecidos, tan exigentes, tan despreciables? Pues por eso mismo hay que amarlos más, porque Dios los quiere más.
5. Es revolucionario y atrevido ver en los pobres una presencia viva de Dios y un sacramento de Cristo, el 8° sacramento. No hay diferencia entre amarle a Él y amar a los pobres. Tan cierto como que estamos aquí. Se puede dejar a Dios por Dios.
Algunas propiedades de este amor inventivo
6. (1). Es un amor activo y contemplativo: (Marta y María). No basta amar a Dios con la mente y el corazón, hay que amarle con el sudor del rostro y el cansancio de los brazos. Pero sin olvidar que Jesucristo y los santos hicieron más padeciendo que obrando. Tres hacen más que diez cuando Dios pone la mano, y la pone siempre que nos quita los medios humanos.
7. (2). Un amor compasivo. Es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacernos capaces de sentir los sufrimientos y miserias del pobre. Los pobres son mi peso y mi dolor. Es la empatía, ponerse en el lugar del otro. Dios no tiene necesidad ni de nuestro saber ni de nuestras buenas obras, sino de nuestro corazón.
8. (3). Un amor sin límites, hasta darle todo. Consumirse por Dios, no disponer ni de bienes ni de fuerzas si no es para consumirlas por Dios. Esto es lo que hizo nuestro Señor, se consumió por el amor al Padre.
9. (4). Un amor urgente, como quien corre a apagar un incendio. Pero también es paciente y esperanzado, sabe esperar la hora de Dios.
10. (5). Un amor organizado: He aquí una gran caridad, pero está mal organizada. Los pobres han sufrido más por falta de orden que por falta de personas caritativas.
¿No tenemos suficientes niveles de caridad imaginativa?
Perfil del voluntario vicenciano [14 rasgos]
- Pasión por Dios, pasión por los pobres; samaritana y samaritano; reza desde el amor y sirve contemplando. Desde Dios descubre el pobre, en el pobre descubre a Dios.
- Ungido y enviado por el Espíritu a evangelizar a los Pobres, y se deja evangelizar por los Pobres.
- Ama tiernamente a los Pobres, y por eso no tarda en hacerse pobre.
- Cuando hace caridad, celebra un sacramento; cuando celebra eucaristía se enciende en caridad.
- Parte el pan y lo comparte, hasta hacerse él mismo pan.
- Irradia alegría y vida, pero pasó por la muerte; su pascua.
- Está solo, pero su familia es innumerable.
- Sabe estar de pie ante los poderosos, pero se arrodilla ante los pequeños.
- Sus manos, acariciantes y fuertes, liberadoras, pero gastadas.
- Acude con prisa a la llamada del Pobre, pero lo escucha y atiende sin prisas.
- Sueña como un místico y un imaginativo —Dios habla también en los sueños—, pero trabaja como un artesano.
- Se sabe débil, necesita sentir la comunión y trabajar en colaboración.
- Siembra y espera, espera la hora de Dios.
- Su palabra más repetida: Vamos.
Samaritano Jesús
Samaritano — sol de mi camino,
samaritano — luz de mi ceguera,
samaritano — el ángel de mi espera,
samaritano — estrella en mi destino.
Vienes a mí cargado con tu vino
de marca de Espíritu y solera,
con aceite que cura y que libera
y con vendas de humano y santo lino.
Acércate, mi buen samaritano,
alienta en mí tu Espíritu de vida,
que pueda yo alentar a todo hermano;
haz de mí tu alimento y tu bebida,
sea yo aceite y bálsamo en tu mano,
que pueda acariciar donde hay herida.