Un laico interpelado por la pobreza

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

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Autor: Desconocido .
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ozanam_postcardFederico Ozanam, laico francés de la primera mitad del siglo XIX, fundador de la «Sociedad de San Vicente de Paúl, para la ayuda y promoción de los pobres», nació en Milán el 23 de abril de 1813, Casado el 23 de junio de 1841 con Amelia Soulacroix de la tendrá una única hija: María. Muere en Marsella el 9 de septiembre de 1853. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II durante las  Jornadas  Mundiales  de  la  Juventud  que tuvieron lugar en París en agosto de 1997.Antonio Federico Ozanam Nantas –ese era su nombre completo- nació en Milán que entonces formaba parte del imperio de Napoleón Bonaparte y allí se había instalado su familia después de dar muchas vueltas para ganarse la vida. Su padre, Juan Antonio Ozanam, originario de Bourg, cerca de Lyon, cuando tenía 20 años fue movilizado para participar en la guerra que Napoleón había emprendido  en  Italia,  seis  años  después  en 1799, pudo dejar el ejercito y se instaló en Lyon, donde se casó al año siguiente con María Nantas, hija  de un comerciante de sedas, y se incorporó también a ese negocio. Pero muy pronto, en 1801, justo tras el nacimiento de su primera hija Elisabet (llamada familiarmente Elisa), el negocio quebró y los Ozanam se trasladaron a Paris, donde intentó otros varios negocios, ninguno de los cuales llegó a buen puerto. En 1807, después de instalar a la mujer e hijos en Lyon, Juan Antonio se fue a recorrer Italia como viajante de comercio, mientras se sacaba el título de médico, profesión que en 1811 empezó a ejercer en Milán, después de haber traído allí a su familia.Allí nacerá, pues, Federico, el quinto de catorce hijos, de los que diez morirán al nacer o muy pequeños, y otra, la primera, Elisa, morirá también muy joven, en 1820, a los 19  años.  De  los  catorce  hijos  quedaron  solamente  tres  hermanos:  Alfonso,  que  será sacerdote, Carlos, que será médico, y Federico. La estancia en Milán, sin embargo, no durará mucho, pues las derrotas de Napoleón obligaran a volver a Francia en 1816, instalándose de nuevo en Lyon donde Juan Antonio se convertirá en médico del hospital. Años después, Federico recordará tantas idas y venidas familiares y dirá que es un buen aprendizaje haber nacido en una familia que, aun sin haber padecido la pobreza, ha tenido que bregar mucho para salir adelante.El ambiente  familiar es profundamente religioso,  y Federico se empapa de él a fondo. Admira la humanidad de su padre en el trato a los enfermos, y el espíritu de servicio de su madre, que forma parte de una asociación cuyos miembros hacen turnos por las noches por velar a mujeres enfermas o en situaciones difíciles. Lyon es una ciudad acuciada por la pobreza, en la que, junto a una tradición religiosa viva e intensa, cada vez tiene más fuerza también las corrientes anticlericales.

Federico va a la escuela, al llamado Colegio Real, y allí muy pronto destacará por el interés y la capacidad que demuestra para los estudios clásicos. También vivirá una crisis de fe que superará gracias a un sacerdote profesor de filosofía, el abbé Noirot, el cual se convertirá en su consejero tanto en lo espiritual como intelectual, y le dará una gran solidez cristiana.

En 1829, con 16 años, conseguirá el bachillerato en letras, y manifestará ya su voluntad decidida que lo acompañará toda su vida: dedicarse totalmente al servicio de la verdad. En 1831 escribirá a su amigo Hipólito Fortoul: «Conocer una docena de lenguas para consultar las fuentes y los documentos, saber suficiente geología y astronomía como para poder discutir los sistemas cronológicos y cosmogónicos de los pueblos y de los sabios, estudiar finalmente la historia universal en toda su amplitud y la historia de las creencias religiosas en toda su profundidad, eso es todo lo que tengo que hacer para llevar a cabo mi idea:» Pero su padre no le apoya en absoluto en su deseo, sino que lo encamina a los estudios de derechos, de manera que, para empezar, lo coloca a trabajar en el despacho de un abogado. Y el 1 de Noviembre de 1931, sube a la diligencia que lo llevará hasta París para estudiar derecho en la Sorbona.

Ozanam, como muchos de sus compañeros de estudios, está muy atento a todas las novedades literarias del momento, de Lamartine a Víctor Hugo, y él mismo empieza a escribir y a publicar poemas y artículos en la revista de la escuela. Y está más atento aún a las corrientes del catolicismo francés que se plasman sobre todo en el diario L’Avenir, fundado en octubre de 1830, y que tenía como lema «Dieu et la liberte» («Dios y la libertad»). Ozanam no tiene bastante con los estudios de derecho. Y decide inscribirse en la facultad de letras y además a otros cursos en el Colegio de Francia: arqueología, lenguas orientales, economía, política… Participa en todas las actividades que se le presentan. Los domingos por la tarde, con otros estudiantes, va a unas tertulias que organiza Montalambert, en las que conoce a Víctor Hugo, entre otras personalidades. Y sobre todo participa los sábados  en  la  llamada  «Conferencia  de  Historia»  que  Emmanuel  Bailly,  editor que regentaba también una pensión de estudiantes, organizaba, y que era un espacio de debate y encuentro donde se reunían creyentes y no creyentes con inquietudes y ganas de diálogo.

En aquel ambiente, los católicos se sentían interpelados, sobre todo por los que decían que el cristianismo sí que tenía valor y sentido cuando empezó, pero que ahora no se veía que los cristianos pusieran en práctica su fe mediante obras al servicio de los pobres. Y un grupo de aquellos católicos recogerán la interpelación e iniciarán, en abril de 1833, con el mismo Bailly al frente, en el local de diario La tribune Catholique, en el número 38 de la calle Saint-Sulpice, una «Conferencia de Caridad», en la que Ozanam tendrá un papel clave.

De  entrada,  irán  a  visitar  al  párroco  de  Saint-Éntienne-du-Mont,  el  cual  les propondrá dar catecismo a los niños pobres. Pero la propuesta no respondía a lo que ellos buscaban,  de  modo  que  optaron  por  ponerse  en  contacto  con  una  religiosa  de  la Congregación de las Hijas de la Caridad, sor Rosalía Rendu, que trabajaba con los pobres en el barrio de Mouffetard, en la parroquia de Saint-Médard, en la zona más miserable del París de aquella época. Sor Rosalía –que ha sido beatificada también por Juan Pablo II en el año 2003- vivía con su comunidad en la calle Epée de Bois, y desde allí creó un dispensario, una farmacia, una guardería, un orfanato, una escuela, un centro juvenil y un asilo de ancianos.

Cuando aquellos jóvenes estudiantes fueron a verla, inmediatamente les dio una lista de pobres a visitar y de vales de pan a distribuir y, así empezará aquella asociación, que siempre se mantendrá laica, sin dependencia jerárquica y que crecerá de manera fulgurante: primero en París, después en otras ciudades francesas, luego en otros países, irán surgiendo grupos de cristianos que querrán vivir con intensidad su fe traduciéndola en atención a los pobres, llevándoles al mismo tiempo ayuda material y proximidad humana.

Acercarse a ellos como Ozanam y sus compañeros se les acercaban era afirmar muy claramente, otra manera de ver las cosas. Las Conferencias de la Caridad, que después recibirán el nombre general de Sociedad de San Vicente de Paúl, serán siempre par él una actividad prioritaria de entre la múltiples actividades que configuraron su vida.

En aquella Francia en constante conflicto entre clericales y anticlericales, entre liberales y absolutistas, entre burgueses y obreros, buscó la manera de mostrar cómo el cristianismo habría un camino diferente. Para ello, se presentará, empujado por sus amigos, a las elecciones para la asamblea constituyente que se celebraron el 23 y 24 de abril de 1848. No  saldrá  elegido,  pero  en  su  programa  hablará  de: salario  mínimo  (que  él  denomina «salario natural»), de subsidio de paro, de jubilación… Y afirmará muy claramente: «La revolución no es para mí una desgracia a la que sea preciso resignarse; es un progreso al que hay que apoyar. Reconozco en ella la realización temporal del Evangelio expresada con estas tres palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad» Y más tarde, ante los que añoraban un régimen que asegurase privilegios a la Iglesia, afirmó «La fe y la Iglesia no necesitan privilegios: Significa que tenemos muy poca fe si buscamos el restablecimiento de la religión por vías políticas… las conversiones no se hacen por leyes, sino por las maneras de actuar y por las conciencias».

Hombre extraordinariamente culto y profundamente cristiano, aprendió sánscrito y hebreo para estudiar la Biblia. Profesor de literatura extranjera en la Universidad de la Sorbona, Doctorado en Derecho, Historia, Lengua y Literatura. Su especialidad fue la Edad media, publicó estudios sobre Dante; «El purgatorio de Dante»; sobre los poetas franciscanos: «Los poetas franciscanos en Italia en los siglos XIII y XIV»; sobre la cristianización de los pueblos bárbaros: «Los germanos ante el cristianismo», (1847) y «La civilización cristiana entre los francos» (1849) e infinidad de artículos en defensa de los valores cristianos en diversos diarios y revistas, tales como: L’Avenir; La Tribune Catholique; Le Correspondant; L’Ére Nouvelle.

Estuvo en contacto con las grandes figuras intelectuales de su época y, fue un gran viajero, lo que en aquellos tiempos no era habitual: recorrió Francia e Italia y estuvo también en Alemania, Suiza, Bélgica, Inglaterra y España. En 1852 visitará San Sebastián y Burgos de donde saldrá el relato Una peregrinación al país del Cid.

Federico Ozanam está enterrado en París, en la cripta del antiguo convento dominico de Saint-Joseph-des-Carmes, en el número70 de la calle Vaugirad, bajo un fresco que representa la parábola del «buen samaritano», y junto al edificio en el que treinta años después de su muerte se crearía el Instituto Católico de París.

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