Susana Guillemin: Repetición de oración, 18 de julio de 1962

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Susana GuilleminLeave a Comment

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Author: Susana Guillemin, H.C. .
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A las Hermanas que van a emitir los Votos por primera vez

El acto de humildad que acaban ustedes de hacer, Hermanas, es el último y meritorio esfuerzo de purificación, la última preparación antes de la consagración que de ustedes mismas van a hacer mañana a Dios, bajo los auspicios del Santo de la Caridad.

El mismo San Vicente, nuestro fundador, las presentará al Señor de la Caridad. Por su intercesión pedirán ustedes la gracia de comprender toda la extensión y toda la exigencia de su consagración vivida en la caridad.

Los santos votos que van a pronunciar, las pondrán en un estado de caridad, es decir, de amor de Dios por encima de todo lo que puede ser amado en la tierra, y su fiel observancia será la condición para que crezcan en ese amor a Dios y al prójimo.

Van ustedes a vivir pobres, soberanamente pobres, sin poseer nada fuera de Cristo, guardándose de todo instinto de propiedad, no considerando nada como pertenencia propía, ni dinero, ni objeto alguno, ni corazón, ni oficio, ni casa, ni influencia, ni autoridad, nada, nada en absoluto más que Cristo.

Van a vivir la castidad, soberanemente satisfechas, es decir, con el corazón lleno de Dios, buscando sólo en El y en la certidumbre de su presencia, a veces íntima, los consuelos necesarios y esa alegría profunda que nadie les podrá arrebatar.

Van a vivir en la santa obediencia, soberanamente libres, sensibles a las llamadas del Señor, buscando en todo la manifestación de su voluntad, a través de las Regleas y de las indicaciones de los Superiores, prefiriendo a las luces de su propia inteligencia las luces de la fe.

Van a consagrar cada uno de los instantes de su vida al servicio de aquellos en los que Cristo se encarna y prolonga su Pasión: los Pobres, es decir, los desprovistos de los bienes del cuerpo o de los bienes del alma. Y en ellos han de contemplar a nuestro Salvador Jesús.

Al vivir así en un ejercicio contínuo, y con frecuencia doloroso, de pobreza, de castidad, de obediencia, de servicio apostólico a sus hermanos los pobres, será cómo crezca en ustedes la Caridad de Jesucristo crucificado y cómo descubrirán, poco a poco, gracias a cada renuncia, a cada desprendimiento, la largura y la altura, la anchura y la profundidad de esa Caridad que es Dios mismo, al que se han entregado.

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