Estamos en los últimos días antes de Navidad. Tratemos de vivirlos como la Virgen María. El Señor está cerca, viene.
Ella lo esperó con un amor humano ciertamente sublime. Nosotras podemos, en estos momentos, esperarlo también como decía San Vicente: «que no sea solo una idea; que sea el centro de nuestros pensamientos y nuestro afecto».
La Virgen lo esperaba con su alma, con sus perfecciones. Nosotras no sabemos lo bastante obrar por la virtud del Señor. Si estuviéramos unidas a El, ciertamente la gracia sería en nosotras más fuerte y abundante.
La Virgen María esperaba al Señor, pero pensando en el pueblo. Nosotras, consagradas a las almas, pidámosle que venga a nosotras, sencillamente, pero que venga a la Iglesia. Que con la irradiación de su gracia nos ayude a corregirnos de los defectos que nos impiden darnos a El.
Seamos almas de deseo, sepamos orar diciendo: ¡Ven, Señor Jesús!