Nuestra vida es un coloquio íntimo con Dios. Progresivamente hemos ido eliminando lo que había de más, lo añadido, hasta quedarnos con solo Dios, con un úníco Compañero de nuestra existencia: Nuestro Señor. Todo lo que puede formar la trama de aquella puede cambiar. Dios, en cambio, es el único punto fijo. Esta es una realidad de la que podemos ser más o menos conscientes.
Esta vida interior tiene tiempos fuertes: las Comuniones, los momentos de silencio, las oraciones, en los que nos encontramos con nuestro Todo. Señor, que eres «el que Es». Aquel a quien me he dado. ¿Vivo verdaderamente de tu vida? Frente a las opciones de cada día, entre la tentación y la perfección, entre tu voluntad y la mía, ¿es tu Espíritu el que predomina? ¿son las bienaventuranzas la ley de mi vida? ¿siento alegría interior cuando me veo privada de lo que deseo? ¿soy verdaderamente misericordiosa de espíritu? ¿o no tengo más bien un espíritu llevado a la crítica, a la severidad, escaso en amor? ¿No busco todavía a las criaturas? ¿Está mi corazón realmente orientado hacia Ti? ¿Te prefiere, de verdad, a todo?
Sabemos que el Señor está en realidad presente en rnedio de nosotras. Lo amamos con un amor preferente; pero sabemos decirle: «Señor mi Dios, no me dejes sola porque el camino es largo y pesado».