Susana Guillemin: Conferencia a las Hermanas, Ejercicios de noviembre de 1965

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Susana GuilleminLeave a Comment

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Autor: Susana Guillemin, H.C. .
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Empiezo por decirles cuánto siento no poder recibirlas a todas, como yo desearía; pero, desgraciadamente, no puedo estar aquí más que unos días y aún pensé que no iba a poder venir en absoluto. En fin, pido al Señor que supla El lo que hubiéramos podido decirnos si nos hubiéramos visto.

Sus Ejercicios se sitúan al final del Concilio, podría decirse, «en plena efervescencia del final» Sin embargo, el díscurso que el Santo Padre acaba de pronunciar, el día 18, no ha calificado este período como una clausura, una terminación. Todo lo contrario. Pablo VI nos ha hecho el balance del Concilio. Tengo la impresión de que ha sido como una «repetición de oración». Ha echado una mirada retrospectiva sobre el período que acaba de finalizar y ha dicho: «El Concilio parece poder dividirse en tres etapas. La de los comienzos se caracterizó por la alegría, el entusiasmo, la Esperanza, el soplo del Espíritu que, en cierto modo, venía a animar a la Iglesia. Vino después la parte penosa, la de las dificultades, el trabajo, las crisis y enfrentamientos. Porque la unidad que hoy reina en el Concilio ha sido fruto de muchos choques, de búsqueda, de investigación, de decepciones y dificultades. Ahora empieza la tercera etapa, etapa de comprensión, de acción». Este tercer tiempo, ha dicho el Papa, es el de las resoluciones, el de la aceptación y la ejecución. En realidad, el verdadero Concilio empieza hoy.

No va a terminar el 7 de diciembre con la promulgación de los últimos decretos, ni el 8 con la dausura solemne. Va, más bien, a empezar su verdadero período de puesta en acción. El Concilio de Trento ha dominado la vida en la Iglesia y de él vivimos todavía. En cuántos casos no hemos oído decir: «Esto ya quedó resuelto por el Concilio de Trento», «o no lo está», «o lo reprendió el Concilio de Trento». Es decir prever que el Concilio actual va a dar un fuerte impulso a la Iglesia y a guiar durante muchos años su vida, así como la de los cristianos que forman parte de ella.

Según el Santo Padre, el final es más bien el principio de muchas cosas. Y prosigue diciendo: Ningún otro Concilio en la Iglesia de Dios ha tenido más amplias perspectivas, trabajos más asiduos y prolongados, temas más variados ni ha suscitado mayor interés.

Ciertamente, queda uno sobrecogido, al asistir a las reurúones plenarias, por esa irunensa perspectiva del mundo, de la Iglesia toda. Se tiene la impresión de que han caído todas las barreras, de que ya no existen los límites, de que la Iglesia está por fin situada en medio clel mundo y que lo mira algo así como el navegante extiende su mirada en pleno océano. El Concilio es vasto, es grande, es rico. Ha desarrollado un trabajo asiduo, un trabajo admirable. Todavía hoy, hasta el último momento, se refunden los últimos esquemas. La semana pasada se votó el famoso esquema 13. Se ha refundido, oficialmente, cinco veces; pero entre bastidores cada parte, cada frase, puede decirse de ese esquema 13, se habrá retocado quizá cincuenta veces: Verdaderamente repensada, estudiada a fondo por expertos, puesta de nuevo en forma y vuelta a presentar y a disentir.

No se da uno idea de la cantidad de trabajo, de reflexión, de profundización, de búsqueda de Dios, de deseo de verdad, que representa el espíritu del Concilio. A veces se oye a gentes un tanto derrotistas que dicen: «¿El Concilio? un ‘nuevo parto de los montes’ de lo que no va a salir a luz más que un ratón». No se dan cuenta de laalabanza de Dios que representa el trabajo de esos hombres: han puesto su trabajo cien veces en el telar; lo han vuelto a empezar una y otra vez; han oído discutir y echar por tierra sus ideas más caras; han aceptado que se las rechazaran, no han tenido inconveniente en volverlas a pensar unidos a otros; no se han molestado cuando sus teorías más arraigadas, las mejor construídas, eran derrotadas y declaradas inexactas. Todo esto es lo que ha hecho ser el Concilio lo que es, lo que el pueblo no ve y no puede ver. Es lo que ha sido lo más hermoso de todo, la semilla depositada en la tierra. Es lo que permitirá que la verdad germine y se revele a los hombres.

Por mi parte creo que la suma de virtudes desplegadas solo en el trabajo conciliar de preparación de los esquemas es ya una alabanza al Señor que excede de cuanto se pueda imaginar. Todas saben lo que significa cuando se ha hecho un trabajo personalmente, cuando se ha estudiado el asunto y se ha puesto en ello todo el empeño, toda la inteligencia, cuando se ha consultado y llegado a la condusión, que alguien venga a decir; «Esto no vale nada, está equivocado, es una ilusión, hay que deshacerlo y volverlo a empezar con otro planteamiento». Es evidente que no se puede impedir un movimiento de mal humor. Pues bien, los Padres, los Obispos han aceptado que se les dijera que se salían del tema, cuando lo que exponían no tenía relación con lo que se estaba discutiendo. Los expertos han visto deshacer sus trabajos y han puesto de nuevo manos a la obra con el mismo agrado. De todo esto el Espíritu Santo se ha servido para hacer su obra, y a través de todo esto es como hemos podido llegar al final del Concilio con esas votaciones magníficas: de 2.300 Padres sólo tres en contra. El Cardenal Marella decía: «Esos tres han querido demostrar que había libertad». Por lo menos prueba que se ha podido conservar su opinión o manera de ver.

Lo más,’ hermoso es que cada uno ha podido expresar opiniones muy opuestas y que las ha expuesto con mucha libertad de espíritu, sin respeto humano, frente a otros que mantenían su línea de pensamiento contraria. Al fin, el trabajo de Dios se ha hecho y los espírítus han alcanzado la unidad. Nada hay quizá más grande que este resultado.

Ahora, dice el Papa, la Iglesia reemprende su edificación sobre normas nuevas. Aquí es donde empieza nuestra propia reflexión y también nuestra responsabilidad. Estas normas nuevas, dadas por la Iglesia y para la Iglesia, no van encaminadas a una Iglesia un poco inconsistente situada al nivel de la jerarquía, del dero, de los fieles y fuera de la Comunidad. Van dirigidas a todo lo que vive en la Iglesia por consiguiente, a nosotras, y tenemos el deber grave y estricto de entrar en este trabajo conciliar, de tomarlo en serio, a nivel comunidad y a nivel personal, cada una de nosotras en particular.

Es decir, que el éxito del Concilio es cuestión que depende de cada una de nosotras. «Aggiornamento, dice el Papa, significa en adelante para nosotros: Puesta en práctica o aplicación de los principios expuestos por el Concilio». Con muy buen acuerdo esos principios son lo suficientemente amplios; no aprisionan, sino abren camino; son principios básicos. Sobre ellos hay que construir, cada uno según su vocación particular. En estos momentos se está produciendo un movimiento de edificación en la Iglesia. Esta frase del Papa es excelente: «La Iglesia reemprende su edificación sobre formas nuevas». Hace unos años se hubiera creído que la afirmación estaba teñida de protestantismo: no hay que edificar la Iglesia, la Iglesia está ya edificada. Pues bien, no. La Iglesia se edifica todos los días: es lo que el Papa acaba de señalarnos, lo mismo que ocurre con la vida y la perfección de la Comunidad; lo mismo que la perfección y la vida interior de cada una, la santidad personal se va edificando día por día. Estamos en un mundo de paso, vamos caminando hacia una meta. No hemos llegado todavía; no estamos instaladas, estamos en marcha hacia… y vamos construyendo nuestro edificio espiritual. Este edificio sería muy poca cosa, si no se tratara del mismo Cristo. Estamos edificando a Cristo en nosotros, estamos edificando el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, cada una de nosotras, con todas las responsabilidades que tenemos y con toda influencia que debemos tener. Hay que abrir los ojos y mirar más allá de nuestra propia persona, para descubrir los planes de Dios sobre nosotras y a través de nosotras.

¿Para qué estamos en este mundo? Para conocer a Dios, amarle, servirle y merecer la dicha eterna, es la respuesta que da el catecismo. Y ¿qué significa todo eso sino edificar a Cristo en nosotros? Es preciso llegar a que la humanidad entera quede transformada en Cristo, el Hijo del Padre, el Verbo de Dios, la acción divina.

¿Para qué vino el Señor al mundo? Porque quiere vivir en nosotros y transformarnos en El. Es el plan de Dios sobre la humanidad: poseerla, unírsela, aunque pecadora, pero rescatada por Cristo, hacer vivir a Cristo en ella. Tenemos que transformarnos en Cristo, es la tarea que nos incumbre, que pesa sobre nuestros hombros.

Suele decirse, reduciendo los límites: «Tenemos que alcanzar la santidad, trabajar en nuestra perfección, practicar la virtud…» Es verdad; pero todo esto es llegar poco a poco a asimilar a Cristo, a que Cristo nos penetre, sea El en nosotros y nosotros nos perdamos en El.

Ya comprenden lo que quiero decir: no llegaremos a ser especies sacramentales de Cristo pero tenemos que esforzarnos por lograr esa especie de asimilación progresiva a la persona de Nuestro Señor. Esa es la responsabilidad que pesa sobre nosotras. Y no está por encima de la última de nosotras; no se trata de una cuestión de oficio dentro de la Comunidad; no es cuestión de estar en un puesto de autoridad o de no autoridad, no es una cuestión de posibilidades intelectuales ni de oficios extraordinarios. Es la responsabilidad de cada uno de los seres que Dios ha puesto en el mundo, sea cual fuere el lugar en que lo ha colocado. Y está al alcance de todos y de todas, de los menos dotados como de los más sabios. Esta búsqueda de Jesucristo, esta necesidad de asimilarnos a El, es lo propio de nuestra vocación cristiana y de nuestra vocación de Hijas de la Caridad. Tenemos que ser en la Iglesia de Dios una presencia de Cristo en el mundo de los pobres por la caridad. Esa es nuestra responsabilidad concreta y nuestra misión particular.

Pero no seremos esa presencia de Cristo, ese Cristo presente en el mundo de los pobres tan solo porque estemos en los hospitales, escuelas, leproserías u otros servicios, ni siquiera porque vivamos en medio de los obreros. Seremos Cristo presente, si en el fondo último de nuestro ser, en cualquiera de nuestros actos, de nuestras actividades, nos dejamos poseer por Cristo, si Cristo, verdaderamente ha entrado en nuestra vida. Sólo así es como se llega a la práctica de la virtud, a la santidad, a la humildad, a la caridad, a la verdad.

Dios es la verdad. Desde el momento en que no nos colocamos bajo la luz de la verdad, se opera como un alejamiento, una salida de Dios de nosotros. En cambio, sí en nuestras acciones, en nuestras relaciones con los demás, nos colocamos en la verdad, decimos la verdad, obramos en la verdad, Dios está con nosotras, nos penetra, entra en nuestra vida.

Dios es la justicia. Es bueno y por eso es justo. Si faltamos a la justicia, Dios se retira. No se queda con nosotras. Los atributos son Dios mismo. Dios no es justo como algo fuera de El. No. La justicia es Dios, y si fahamos a la justicia, El se aleja.

Dios es caridad. Cuando faltamos a la caridad, Dios no está con nosotros, Dios se retira. ¿Por qué en algunas casas, en la Comunidad, se percibe esa presen» cia de Dios? Es algo palpable, es visible, se vive. Sencillamente es porque las Hermanas que la componen viven en Cristo. Cristo vive en ellas, porque ellas están en la verdad, en la justicia, en la caridad; sus actos, sus palabras, sus relaciones con el exterior se mueven en ese ambiente. Dan el todo de Dios a todos aquéllos con quienes tienen que tratar. Dios está en ellas

Cristo ha dicho: «Cuando dos o tres estéis reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de vosotros». Cuando una Co ir munidad está reunida en nombre de Cristo, obra en nombre de Cristo, habla en Cristo, obra en la verdad, la justicia, la sencillez, la caridad, Cristo está presente, se encuentra allí. Y , no está por el solo hecho de haberlo prometido, está porque todo eso es El, El mismo Cristo nos ha maridado vivir en caridad; no puedo ir a comulgar si no estoy en caridad. Y no ya porque se trata de un mandato que no he cumplido, sino porque si no estoy en caridad, Dios no está conmigo. Dios es caridad y si rechazo la caridad, rechazo a Dios. Tenemos que llegar a amasar nuestras vidas con estas verdades, estos grandes principios que deben animarlas.

Quizá me objeten: «Somos pecadoras». Todas las mañanas formamos propósitos que queremos cumplir y a mediodía y por la noche tenemos que decirnos: «No he hecho, una vez más, lo que tenía que hacen>. No es cosa nueva. Ya San Pablo decía: No hago el bien que quiero y sí el mal que no quiero. Es una gran lección para nosotras. Dios no nos exige un éxito completo en la obra de edificación de nuestra santidad, de edificación de su Cuerpo. Lo que nos pide es que estemos siempre orientadas a conseguirlo con el deseo, la búsqueda, el trabajo, la voluntad y la oración. Pero es necesario estar penetradas de ese pensamiento, de esa convicción. No podemos ser Hijas de la Caridad y dejarnos arrastrar por nuestras acciones, nuestra actividad, como si fueran algo distinto de nuestra condición.

El primer trabaje, el primer don que tenemos que hacer a los pobres, al barrio en que vivimos, es el don de Dios, a quien llevamos en nosotras. ¿Qué es lo que la gente espera de nosotras?

Esperan que seamos lo que tenemos que ser. La acción está bien; tenemos que hacerla. Dios lo quiere así, la Iglesia lo necesita; pero no es válida sino a condición de ser desempeñada por Hijas de la Caridad penetradas de Dios. La gente necesita una Hija de la Caridad que de continuo y verdaderamente emane de la Caridad, que haga a Dios presente en el barrio.

Bueno, nos hemos alejado un poco de los detalles del Concilio, pero lo que hemos dicho es espíritu del Concilio. La Iglesia ha partido de una reflexión sobre sí misma: ¿Quién soy? ¿De qué estoy compuesta? ¿Para quién soy? ¿Por qué? ¿Por quién y para qué? La Iglesia se ha mirado en el mundo. Y la Iglesia no será útil al mundo más que siendo verdaderamente Iglesia y fiel por completo a su misión, reproduciendo el rostro de su esposo, haciendo a Cristo presente en el mundo. Y a nosotras nos ocurre lo mismo. Todo lo que la Iglesia va a hacer ¿por medio de quién lo hará? Por medio de cada una de nosotras. La Iglesia es múltiple en su composición. ¿Quién lo hará presente en el mundo? Cada una de nosotras si es que vivimos en profundidad nuestra vocación. Entonces la Iglesia estará admirablernente presente en el mundo y Cristo estará también admirablemente presente en el mundo.

Cada una de nosotras no puede hacerse responsable de todas las llamadas que de continuo trasmiten las ondas. A veces dan ganas de decir nos piden lo imposible. Una auditora del Concilio decía: «Yo estoy desanimada porque nos llaman para todo», Uno dice: Miren América del Sur; ¿no ven todo lo que hay que hacer allí? Ciento cincuenta millones de cristianos que no tienen a nadie que se ocupe de ellos. Ni sacerdotes, ni religiosos… etc. Otros: Miren cuántos se mueren de hambre. ¿Qué esperan ustedes las religiosas, para ocuparse de la F.A.0.? Fíjese en el Tercer mundo…

Pero ¿cómo querrán que respondamos a todo?»

Somos y no somos nosotras las encargadas de responder a todo esto. Es la Iglesia la que tiene que responder a esas llamadas y lo hará si cada una de nosotras, desde su puesto, desde su radio de acción responde a su propia vocación. Por consiguiente, somos responsables desde el lugar en que el Señor nos ha colocado por pequeño y reducido que sea, de presentar el verdadero rostro de ia Iglesia, de hacer a Cristo presente en la verdad, la caridad, la justicia.

Pero ningún puesto es reducido si se sabe abrir los ojos. Me figuro, por ejemplo a una Hermana en un pueblo o ciudad pequeña. Se ocupa de ancianos. Podría decirse que la influencia de esta Hermana está reducida a ese grupito de 30 ó 40 ancianos No es cierto. Hay que abrir los ojos y ver más allá. En torno a los ancianos; están los que los visitan, los que a través de los ancianos, por estar relacionados con ellos, caen en su radio de acción.

Y además, están, efectivamente también, los ancianos. Gracias a la Hermana, Cristo va a estar en su verdad, su sencillez su justicia. Si esta Hermana no es justa en su servicio, el rostro de la Iglesia queda desfigurado y Cristo no se hace presente. No se va a revelar a esas personas; hay un punto en el que la Iglesia no va a penetrar. Cristo no va a actuar. Si la Hermana no encarna la Caridad de Cristo, Cristo no estará presente. Pero si en el puesto en que Dios le ha colocado, cada una de nosotras es esa realidad de caridad, Cristo presente, ya se dan ustedes cuenta qué irradiación de la Iglesia en el mundo va a resultar. Y de esto somos responsables. No somos responsables de lo que tíenen que hacer los demás, sólo de lo nuestro: de ser, nosotras personalmente allí donde el Señor nos ha puesto, la verdadera conversión de la Iglesia, verdadera respuesta de la Iglesia al Concilio. Y también la verdadera conversión de la Comunidad, la verdadera respuesta de la Comunidad al Concilio y a la Asamblea que es como una parte de él. Yo les ruego que comprendan que su deber de Hijas de la Caridad es ante todo y sobre todo ese encuentro de Cristo y ese don de Cristo al mundo. Parece que son palabras un tanto solemnes, un tanto extraordinarias. En realidad, palabras de todos los días, las que deben formar nuestra vida personal. Y si no lo hemos conseguido lo hemos echado todo a perder. No se consigue con gestos o acciones extraordinarias fuera de nuestra vida corriente. Se logra en nuestra vida de cada día en cada uno de sus detalles, en nuestro buscar a Dios. Se logra con la primacia que pongamos en nuestros esfuerzos. Tenemos que estar convencidas de que lo más grande, lo de más valor que tenemos en este mundo es, ante todo, encontrar a Cristo y dar a Cristo. Esto es lo que Dios nos pide y fuera de ello no merece la pena ser Hija de la Caridad.

Cada una de nosotras tenemos que ser eso y ayudar a nuestras Compañeras a serlo. Es. una responsabilidad grande que tenemos, de la que Dios nos pedirá cuenta. Tal es la pura doctrina de San vicente y Santa Luisa. Tan pronto como lanzaron al mundo a las siervas de los pobres, las unieron inmediatamente a Dios. Nunca pensaron en el acto de servicio aislado: tuvieron siempre el sentido del servicio espiritual, el de hacer presente a Cristo.

Es importante que tengamos ideas claras sobre cuál es el objetivo de nuestra vida, su razón de ser, su realidad espiritual. No se puede alcanzar un objetivo si no se le ha fijado de antemano.

Sepamos lo que hemos escogido, lo que hemos querido hacer de nuestra vida. Bueno es recordárnoslo a nosotras mismas de cuando en cuando. Somos pobres criaturas, débiles, nos vemos arrastradas por las circunstancias y también nos encontramos recargadas de trabajo, tenemos muchas cosas en qué pensar. Irremediablemente se da en nuestra vida cotidiana una dualidad que no debiera existir pero que está ahí… Numerosas dificultades técnicas, cosas que no marchan bien, nos asaltan. Y como resultado de todo esto se nos olvida un poco el verdadero objetivo que tenemos que alcanzar.

Repitámonos de vez en cuando las palabras de san l3ernardo. «Bernardo, ¿qué has venido a hacer aquí?» Díganse de vez en cuando en el secreto de su oración: «¿Cuál es el objetivo de mi vida?» «¿Qué tengo que hacer?». El fondo de toda vocación religiosa no es sólo el encuentro con Cristo. Es más bien, el dejarse invadir por Cristo, de forma que el Señor, al penetrarme, pueda estar presente por mí en medio de las personas con las que me relaciono.

Y esas personas con las que nos relacionamos no son sólo los pobres, los enfermos, los niños; son ante todo nuestras Compañeras, nuestra Comunidad. No tenemos el deber de ayudar en su salvación tan sólo a los de fuera; dentro de la pequeña comunidad de la que formamos parte somos responsables de la presencia de Dios.

Reflexionen en esto en su oración. A medida que vayan reflexionando, que busquen, que lo deseen, al filo de sus luchas, el Señor las iluminará. A medida .que adelanten un paso en la caridad, El responderá con una nueva luz. Les hará adelantar otro paso… Es verdad que a veces parecerá dejarlas solas, en medio de las tinieblas y no sabrán por donde caminar pero aún así, será preciso mantener la mirada fija en el objetivo y tener presente aquello que buscamos en este mundo.

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