Susana Guillemin: Conferencia a las Hermanas, Ejercicios de mayo de 1967

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Susana GuilleminLeave a Comment

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Autor: Susana Guillemin, H.C. .
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Susana Guillemin, H.C.

Susana Guillemin, H.C.

Sin duda se preguntan de qué les voy a hablar. Pues bien, voy a hablarles, lo primero, de la Asamblea General, porque concentra en sí misma todos los problemas de la Comuriidad. Allí se estudiarán, allí se pondrán al día.

Además, la Asamblea General no interesa sólo a los que podríamos llamar «los Padres Dirigentes de la Compañía», sino a todos y a cada uno de sus miembros; y eso, no porque lo diga una disposición particular, sino por voluntad expresa del Concilio, que quiere que la obra de renovación de todas las Congregaciones se lleve a cabo con la participación efectiva de cada uno de sus miembros. Y diré más, diré que no basta sencillamente con la participación de los miembros, sino que se precisa la renovación personal de cada miembro para lograr la renovación de toda la Compañía.

Si se pudiera imaginar que, dentro de un año o dos, hubiéramos cambiado, transformado, renovado, adaptado todos los engranajes de la Compañía, todo lo referente a su administración, su gobierno, su manera de rezar, de obrar, de llevar una oración apostólica… etc., y cada una de nosotras se hubiese quedado con sus mismos defectos profundos, entonces nada se habría renovado, nada. No son las transformaciones exteriores las que hacen una renovación, sino la conversión íntima de cada una de nosotras.

Un instituto se renueva cuando vive de Cristo y según el Evangelio: es decir, cuando cada uno de sus miembros —en nuestro caso, cada una de las Hijas de la Caridad— vive verdaderamente según Cristo. Por ejemplo, si ponemos en las Constituciones, en el capítulo relativo a la vida social, unas relaciones que favorezcan las condiciones de los trabajadores, que reglamenten las profesiones, esas relaciones humanas deberán observarse escrupulosamente por cada Hija de la Caridad, en todas las casas. Si en la vida concreta, en una casa, se las arregla una para falsificar ciertas declaraciones, si se esquiva, por ejemplo, el conceder a los empleados de la casa los beneficios que para ellos prevén las leyes sociales, entonces no se vive conforme al Envagelio, ¿no es cierto? Se hace un corte, una ruptura entre Dios y nuestra vida, una ruptura entre las Constituciones y nuestra vida.

Lo importante es que nuestra vida se renueve, se haga nueva, se adapte, se calque en la de Cristo y en las enseñanzas del Evangelio. Que nuestra manera de vivir, de ejercer el apostolado, sea verdaderamente una revelación de la verdad evangélica que el Señor Jesús vino a anuncíar en la tierra, y de la que nuestra vida tiene que ser una continuación, quizá no tanto por lo que digamos como por lo que hagamos. Hay personas que, al verlas, parece que se está viendo a Dios, viendo a Cristo; que hacen pensar en lo que sería Cristo durante su vida terrena. Otras, por el contrario, aun cuando saben decir hermosas palabras, bellas declaraciones, no son la representación, la imagen de Nuestro Señor. Pongamos cuidado en esto.

La finalidad última de la renovación de la Compañía es que llegue a ser en este mundo la imagen de Cristo en medio de los pobres, de las clases necesitadas: esa es nuestra vocación.

Su Santidad Pablo VI se lo recordó a nuestras visitadoras en 1965, cuando las recibió en audiencia el 19 de mayo. Les dijo: «Al hacer a Dios presente en el mundo de los pobres, dan un testimonio excepcional, esa es su finalidad esencial». No tenemos que olvidarlo; no se trata sólo de una presencia corporal. Tengan por seguro que cuando una Hija de la Caridad, aun haciendo el bien, pase ejerciendo una profesión como una buena profesional, haciendo quizá alarde de su tecnicismo, o disimulando mal ciertos celos, cierto espíritu de competencia con otras religiosas o con otros seglares que trabajen junto a ella, todo eso no es testimonio evangélico. Lo que da un testimonio de Evangelio es esa pureza interior de intención, de pertenencia a Dios, que le permite revelarse a través de nuestros menores actos. Es a eso a lo que debemos tender, y todo lo que tratamos de renovar, de adaptar a las circunstancias actuales, ahora en el consuetudinario, en los años próximos en las Constituciones; todo eso no tiene más que una mira: ayudarnos a realizar esa transformación profunda de todo nuestro ser que es la verdadera conversión interior.

Esa es la finalidad, y ¡se ven tantas congregaciones en la hora actual, tantos institutos que se están desviando por los caminos de la renovación! Hay que reconocerlo; actualmente se registra una especie de locura que se ceba en los institutos religiosos y que con pretexto de adaptación, los lleva a una especie de destrucción, de autodestrucción que, acabando exteriormente primero, interiormente después, con todo lo específicamente religioso, hará que terminen, en realidad, por convertirse en laicos. La vida religiosa quedará abolida para algunas Congregaciones. El Señor no necesita seres «híbridos», mitad religiosos, mitad laicos. Hay que ser, resueltamente, lo que se es. Ser religiosa es estar decidida a darse a Dios, a «religarse» al Señor, a basar su vida en la fe. Hay que vivir según la fe, con Dios. Yo creo sin dificultad en todas las adaptaciones, todas las transformaciones, no me importa decir hasta en todos los atrevimientos necesarios que hay que probar; pero en los atrevimientos razonados ante Dios, pensados con prudencia para que sean de verdad religiosos y no los productos de no sé qué imaginación caprichosa; que sean verdaderamente brotes del alma, del espíritu que busca a Dios. Esto es la renovación y el momento actual es grave, no sólo para nosotras sino para toda la Iglesia en la que estamos presenciando también, acá o allá, cosas un tanto extrañas.

Hay mentalidades, por lo demás sinceras, no hay por qué dudarlo, que se lanzan, ya en el campo de la liturgia, ya en el del apostolado, ya en el mismo del dogma —lo que es más grave—a toda clase de imaginaciones o fantasías no aprobadas por la autoridad y no lo bastante maduras. Hay una especie de fiebre que ha surgido a consecuencia del trabajo del Concilio y tardará unos años en apagarse. Pero de esa fiebre el Señor sabrá sacar el bien… Poco a poco se irán equilibrando los espíritus. Así lo espero. Desgraciadamente, los habrá que se derrumben; en general, los soberbios, los que no sean capaces de revisar su postura, confrontando su pensamiento con el de los demás, y sobre todo el de la autoridad.

Siempre debemos controlar lo que pensamos con el pensamiento del Santo Padre, con el verdadero pensamiento del Concilio, y no con la interpretación que le dan algunos sacerdotes, que pasarán, o algunos laicos, que pasarán; con el verdadero pensamiento del Concilio, explicado por los que tienen autoridad para hacerlo; con el pensamiento de la Comunidad, sobre todo escrito. Aprovecho para repetirlo: cuando oigan murmurar en torno suyo: «En la Casa Madre se hace esto o aquello… Nuestra Madre ha dicho tal cosa… ha permitido tal cosa»; no lo crean nunca, nunca. Contesten más bien: «Enséñeme dónde está escrito». Si de verdad está escrito, vale: si no lo está, es como si nada. Tienen que convencerse de ello, porque las imaginaciones trabajan y con toda sinceridad hay quien lo repite…; con toda sinceridad creerán que, en la calle de Bac, las Hermanas hacen tal o cual cosa. Y puede que lo hayan visto a quien ni siquiera está en la Casa Madre… pero volverán a casa diciendo: «En la Casa Madre, se hace». Y es absolutamente falso. Comprueben, pues, la fuente de sus informaciones.

Actualmente, nos encontramos todos en un gran movimiento, en un momento grave de la vida de la Iglesia y de la vida de la Compañía. Lo que vamos a emprender, el trabajo de renovadón de nosotras mismas que va a cristalizar en la revisión de las Constituciones; todo eso, no lo emprendemos por capricho, porque, de pronto, nos ha parecido bien. No estaría mal si el Consejo General hubiera creído que había que proceder a una revisión de las Constituciones; daría cierta seguridad porque el Consejo General tiene grada de estado para juzgar todo esto; pero diré que la cosa viene de más arriba y de más lejos.

La revisión de las Constituciones, la organización de la Asamblea General, no son simples decisiones de la Comunidad; son una respuesta a una orden concreta de la Iglesia. La vida religiosa es la única realidad de la Iglesia a la que el Concilio haya dado una orden concreta. Las demás han recibido consejos, orientaciones… Se les ha dicho: «esto es lo que habrá que hacer…» pero se les ha dejado cierta libertad de interpretación; no sé, acaso hayan pensado que eran menos obedientes… En todo caso, el Santo Padre, unos meses después de terminado el Concilio, en agosto del año pasado, 1966, ha hecho publicar un «motu proprio» que da las órdenes concretas.

— la primera, ya prevista por el concilio, es: la de proceder a la revisión de las Constituciones y de todos los libros que reglamentan la vida religiosa: consuetudinarios, directorios,… etc.

— la segunda es una explicitación: es decir, da forma a aquella revisión y le fija fecha. Dice: Que esta revisión debe operarse por el capítulo General, que se celebrará dentro de los tres años siguientes, es decir, antes de septiembre de 1969.

Ya ven, nos encontramos ante una orden de la Iglesia. Estamos en la casi absoluta certidumbre de hallarnos cumpliendo la voluntad de Dios, lo que es una base de seguridad inquebrantable: respondemos a la voz de Dios que se ha dejado oír a través del Concilio y por la voz del Santo Padre.

De ahí, nuestra gran serenidad, nuestra gran seguridad. Entonces, esta Asamblea General (lo que se llama Capítulo General en las Congregaciones religiosas, lo que llamamos Asamblea General nosotras, que no somos religiosas, como saben muy bien; aunque estemos totalmente consagradas a Dios, no somos religiosas en el sentido canónico de la palabra); esta Asamblea General es, pues, el órgano que tíene autorídad para proceder a la renovación.

Pero la renovación no es cuestión solamente de la Asamblea General Es cuestión de cada Provincia, de cada Casa, de cada Hermana. La Asamblea General no consiste sólo en las reuniones que se celebren en Roma o en París; se compone también de todos los trabajos que se harán a todos los niveles y que alcanzarán hasta la última Hija de la Caridad, en cualquier parte del mundo donde se encuentre.

Cuando trabajan ustedes en los cuestionarios que ya se les han enviado, están haciendo un acto de la Asamblea General, no un acto aislado cualquiera, no… Es un acto real de la Asamblea.

Ya les demostraré cómo, siguiendo la linea jerárquica, esto tendrá una repercusión real en las decisiones que puedan adoptarse; cómo el pensamiento de cada una atravesará los diferentes niveles de la Asamblea.

Quedamos, pues, en que la Asamblea Geneal que estamos organizando ahora, es la primera respuesta de la Compañía a las órdenes del Concilio y del Santo Padre. Quizá no les haya causado gran impresión. Cuando no se conoce a fondo la administración de la Comunidad, cuando no se conocen a fondo los reglamentos canónicos de las Constituciones, etc., etc., quizá no. se aprecia toda la importancia que tiene.

Quizá tampoco las ha impresionado mucho la circular que Nuestro Muy Honorable Padre ha mandado a todas las Casas de la Compañía, hace ahora tres o cuatro meses, anunciando que la próxima Asamblea General, en vez de estar simplemente destinada a proveer a las elecciones de los miembros del Consejo General de la Compañía, sería legislativa. Acaso les haya parecido algo extraordinario, pero tengo la impresión de que la circular no ha despertado grandes reacciones.

Ahora bien, creo no equivocarme diciendo que esta circular, así como el indulto de Roma que ha dado lugar a ella, nos sitúan frente a la curva más importante, más de fondo que haya conocido la Compañía en todo su caminar por la historia. Porque es todo ese caminar de su historia, toda su forma de gobierno lo que va a cambiar de rumbo. Nos encontramos ante un cambio fundamental que tendrá repercusiones en todo el conjunto de la Comunidad.

Antes, el gobierno de la Compañía era, podríamos decir, puramente personal, reservado al órgano central que quedaba bajo la autoridad del M.H. Padre. Ese órgano central era el Consejo General, que gobernaba por vía de autoridad personal.

Ahora, ese gobierno y los caminos de la Compañía quedarán sometidos a las decisiones de las Asambleas Generales que vienen a ser legislativas, es decir, que tienen el poder de legislar, el poder de decidir.

Pero el pensamiento de la última de las casas va a tener acceso hasta la Asamblea General, va a poder expresarse en ella por la voz de las delegadas. Esto es de suma importancia. Quizá no han captado ustedes todavía todo su alcance, y es muy importante que se den cuenta de ese alcance, porque así se la darán también de la responsabilidad que va a recaer en cada una de las Hermanas, ya que tendrán que expresar su pensamiento, tendrán que contestar a las consultas que se le hagan, tendrán que proceder, unas y otras, a determinadas elecciones.

Al ser legislativa y tener que revisar las Constituciones, esta Asamblea va a dar a la Compañía su forma de gobierno definitiva.

Cuando llevamos a la Sagrada Congregación de Religiosos la petición del indulto para celebrar la Asamblea con poder legislativo, se me dijo: «La felicitamos por dar este paso. Si no lo hubieran hecho, se les habría impuesto; pero preferimos, desde luego, que haya salido de ustedes, que venga de la voluntad de su Consejo General».

En esta Asamblea que va a celebrarse, será, pues, toda la Compañía la que quede responsabilizada. En tres niveles diferentes: no sé tampoco si se han dado perfecta cuenta —y es muy importante— de que habrá tres niveles de asambleas.

Empezando por la base: siempre hay que empezar a partir de la vida, que es donde se dan las cosas más interesantes, tenemos lo que se llama la Asamblea doméstica, que deberá celebrarse en cada una de sus casas. Cada una de sus casas, por pequeña, por reducida que sea, tendrá que hacer llegar su voz a la Asamblea General.

Así pues, una Asamblea Doméstica en cada casa. Lo que proceda de esta Asamblea Doméstica subirá al nivel superior inmediato, que es la Asamblea Provindal.

Participarán en la Asamblea Provincial y lo que ésta determine como necesario, como deseos que exponer —que se llaman postulados— subirá hasta la Asamblea General, que en última instancia deliberará sobre los asuntos de la Compañía y decidirá acerca de ellos.

Ahí tienen, pues, los tres niveles:

— Asamblea doméstica

— Asamblea provincial

— Asamblea general

Todo esto se expresará por medio de delegadas de unas y otras. En cuanto a ustedes, cada una personalmente, tendrá dos formas de expresarse en la Asamblea General.

La primera: la que ahora se está llevando a cabo… la que llamamos consulta individual. No es obligatoria, hubiéramos podido prescindir de esa consulta individual y contentarnos con los intercambios comunitarios que, a través de la Asamblea provincial, llegarán hasta la Asamblea general.

Pero nos ha parecido que de esa manera no responderíamos plenamente a la voluntad del Concilio que pide una participación efectiva de todos los miembros. Por eso, hemos querido, y tenemos el mayor empeño en ello, conocer verdaderamente el pensamiento de todas las Hermanas y no sólo ese pensamiento filtrado ya a través de la asamblea doméstica.

Cuando se habla en común, gana la mayoría. En una casa de 15, si 10 piensan lo mismo, son la mayoría, y entonces no llegará a saberse lo que pensaban las otras 5, la minoría.

Mientras que si tenemos a la vista los 15 cuestionarios, tendremos lo que piensa el conjunto, y los 5 minoritarios van a poder añadirse a otras que eran del mismo parecer, en otras casas, y formar acaso un conjunto lo suficientemente significativo, aun cuando no llegue a alcanzar la mayoría. Ya ven, es de mucha importancia llegar a saber lo que piensan las Hermanas. A veces, la minoría lo es sólo en cuanto al número, pero puede ser la que piensa lo verdadero, lo exacto, la que enfoca el porvenir de la vida en la línea que quizá haya que adoptar.

Es, pues, muy importante saber lo que se cuece en el pensamiento de las Hermanas; conocer, para tenerlo en cuenta, lo que piensa la minoría, de igual modo que se hace con la mayoría.

Por lo tanto, hemos decidido hacer esa consulta individual; después se hará la consulta comunitaria que tendrá lugar mediante las asambleas domésticas.

Ahora se encuentran frente a los cuestionarios, y en este aspecto sólo tengo una cosa que decirles: una cosa que comprende muchas otras. Hay que rellenarlos concienzudamente. Concienzudamente no quiere decir con escrúpulos, pero quiere decir a conciencia, lo que es completamente diferente.

¿Qué es rellenarlos a conciencia?

Ante todo, hacerlo en la presencia de Dios, mirándole a El y no a nosotras mismas, a nuestro modo de ver… etc. En presencia de Dios, después de haber orado. Hay que tener fe en la oración; no siempre creemos bastante en ella. A veces se dice: «he rezado, y como si nada…» Hay que rezar, y volver a empezar y rezar siempre… Es el Serior quien lo dice.

Hay que rezar para recibir las luces necesarias: «Señor, inspírame lo que tengo que responder, muéstrame lo que tengo que decir. Ilumina mi pensamiento».

Luego, después de haber orado, después de haber reflexionado, se puede prever un poco las consecuencias posibles de las respuestas.

Cuando se contesta a algo, por ejemplo, no me acuerdo muy bien, pero hay una pregunta o varias en torno a la conferencia del viernes… Si les pregunta si estiman, si está bien cómo se hace o si preferirían alguna modifícación en la manera de hacerla; si les parece que es demasiado frecuente o si, por el contrario, va bien así.

Habrá quienes, por no haber descubierto lo que es esa conferencia, van a contestar: no, que no se haga; ya no sirve para nada. Pues bien, no es así como hay que contestar. Hay que reflexionar antes un poco, preguntarse si no es un medío para reparar los malos ejemplos que hayan podido darse; si no es un medio de unir los espíritus en la comunidad.

Hay que pensar en el alcance de esa conferencia del viernes, en el motivo por el que se implantó… Entonces será cómo podrá contestarse en conciencia, con una visión certera. No diciéndose: voy a contestar una tontería… Después de haberlo pensado en la presencia de Dios, digan lo que han visto y nada más Eso es todo. Eso entrará en el conjunto de las respuestas que se den y se tendrá en cuenta.

Se habrá empezado por orar, se habrá reflexionado para considerar las cqnsecuencias de lo que se va a decir, no sólo para una misma, sino para la casa, la provincia, la Compañía, todo ello sin pasíón.

Si van a dar contestación al cuestionario sobre la obediencia un día en que han recibido de su Hermana Sirviente una orden qUe las ha contrariado, será mejor que esperen al día siguiente para resPonder; háganlo en un momento de serenidad, en que se encuentren en paz con todo el mundo. En ese día no tendrán reacciones intempestivas. No nos fiemos demasido… Conozco a alguien que decía: «nosotras las mujeres ¡cuidado!… pero los hombres son peores…»

No nos fiemos demasiado de nuestra sensibilidad, de nuestras reacciones de agresividad, que la menor dificultad, una antipatía o cualquier otra cosa pueden provocar, ¿no es cierto?

Tenemos que tratar de contestar fuera de todo apasionamiento. En un día de paz y serenidad y siendo conscientes de la repercusión que pueden tener nuestras respuestas. Tenemos que contestar también personalmente.

Me han dicho estos días, ¡figúrense! que una Hermana había comprado un libro para contestar. ¡Por el amor de Dios! No hagan tal cosa. El contenido de un libro no presenta el menor interés. Tenemos bibliotecas llenas de libros… Y si lo que nos interesa es lo que dice un libro, no tenemos más que abrirle y leer.

Pero lo que nos importa no es una contestación bien redactada y un precioso pensamíento que no tiene nada que ver con nuestra vida de Hijas de la Caridad. Lo que nos importa es saber lo que ustedes piensan.

Quizá pueden decirme: «Es que sobre tal cosa no pienso nada». Pues no pongan nada. También es una indicación…

No es irónico lo que digo. Si se les hace una pregunta y dicen: «verdaderamente, no tengo nada que decir sobre esto…». Y si la contestación es o no y no saben si es sí o no, pongan simplemente una raya. Y si la pregunta les plantea un interrogante y no saben cómo responder, pongan un punto de interrogación, y se acabó.

Si no saben, no busquen fuera de ustedes la contestación. No contesten. Si en la Compañía, por ejemplo, de 45.000 Hermanas, 3.900 no contestan nada a una pregunta, quiere decir que la cuestión no se la plantea la Compañía. Es una indicación sín más. Todo el mundo está tranquilo sobre ese punto, o por el contrario, todo el mundo se cuestiona, no sabe cómo responder.

De modo que no inventen cosas… no necesitamos frases bonitas.

Cuando contesten al cuestionario B, no hagan elocuencia ¡por favor! no pongan consideraciones superteológicas aun cuando las hayan leído u oído. Contesten sencillamente, como hablándose a ustedes mismas.

Como ya he dicho, si hay algo, una pregunta, a la que no saben qué responder, si verdaderamente pueden decirse: no tengo nada que decir, o bien: no sé, no soy capaz… Pues, no contesten.

Pero que no sea por pereza. Si, haciendo un esfuerzo, se les ocurre algo, háganlo y pongan aquello que se les ocurre de la forma más sencilla. Respondan en conciencia, sin adornos, sin inspirarse en un libro, sin repetir un sermón, según la verdad de lo que piensan en lo íntimo de su alma.

Ahora, una observación importante, aunque sea de orden material: no olviden, por favor, poner sus años de vocación, sus años de edad y su oficio, en cada una de las casillas a ello reservadas en todas las páginas, anverso y reverso, para que podamos, con los datos a la vista, hacer el estudio de cada pregunta.

Por ejemplo, supongan que quisiéramos saber lo que piensan de la repetición de oración todas las Hermanas de 30 a 40 años de vocación. Tomaremos todas las fichas, todas las hojas que traten de la repetición de oración y, con ellas en la mano, veremos lo que piensan las Hermanas de esa edad.

Después, podremos hacer otro tan’ to con las de 20 a 30 años o con las de 50 a 60. Se pueden hacer así estudios comparativos, ver cómo tal edad piensa una cosa; tal otra, otra ¿ven cómo son cosas que tienen su importancia? No se harán, probablemente, antes de la Asamblea General, pero, después, podrán ayudarnos a ciertas investigaciones. Sean, pues, muy conscientes en la forma de rellenar los cuestionarios.

Va a resultar con esto que tendremos una verdadera auscultación de la provincia. Y me dirán Vds. quizá: «Les van a llegar 45.000 cuestionarios; ¿cómo se las van a arreglar?» Les voy a decir cómo.

Lo primero será recibir esos cuestionarios. Llegarán aquí y aquí haremos estudios en el estilo en que les he dicho… Y ¿qué influencia podrá tener lo que hayan escrito? Actualmente, se van a constituir en todas las provincias lo que hemos llamado las comisiones especializadas.

Se acaba de redactar una guía para constituir esas comísiones especializadas, diciendo qué son y cómo deben funcionar. Esas comisiones especializadas tendrán un doble cometido:

— primero: hacer el escrutinio de los cuestionarios individuales, pregunta por pregunta (ningún riesgo de indiscreción: porque se habrán clasificado previamente). Tendrán las hojas separadas según las preguntas. Habrá, pues, que clasificar los cuestionarios para que se pueda hacer una síntesis objetiva.

— segundo: presentar ese estudio a la Asamblea provincial. Cuando las comisiones especializadas, que estarán compuestas de 3 miembros, o a veces de 10, 12 ó 15, según lo requieran las cuestiones; esos miembros serán Hermanas competentes en la materia (ya les diré cómo se van a nombrar y cómo van a trabajar).

Lo primero, serán nueve comisiones, que corresponden a los cuestionarios: Vocación de la Compañía, vida espiritual, vida consagrada, vida comunitaria, vida apostólica, formación, gobierno… Las habrá también especializadas por ramas de actividades: enseñanza, sanidad, obras sociales, obras de juventud, etc…

Cuando esas Comisiones, una vez constituidas, empiecen a trabajar, cada una se ocupará de una cuestión. Una Comisión estudiará la vocación de la Compañía; otra, la vida consagrada, y probablemente se forme en ella una subcomisión para la pobreza, otra subcomisión para la obediencia; otra para la castidad, y luego pondrán en común su trabajo.

¿Y cómo van a estudiar los asuntos? Harán lo primero, un ínforme exacto de todo lo que contengan los cuestionarios; después estudiarán la cuestión, profundizándola, y ya en la asamblea, cuando se vaya a tratar, por ejemplo, de la vida espiritual, la ponente —aún cuando no sea miembro de la Asamblea— se presentará, leerá el informe de la Comisión y dirá: «esto es lo que piensa la provincia, y de ellas, 650 piensan de tal manera y 150 de tal otra. O bien: 370 piensa así sobre tal cuestión…» No se dirá, una mayoría o una minoría, sino el número exacto, para que se pueda apreciar bien cuál es el pensamiento de la provincia. Después de haber dado el informe expresivo de los cuestionarios, podrán decir su propio pensamiento y las soluciones que se deducen de los cuestionarios B, sugeridas, por lo tanto, por ustedes. Señalarán también metas para el porvenir. De modo que ya ven de qué forma su aportación personal va a acceder a los diversos niveles y, en cíerto modo, va a orientar y alimentar las discusiones de la Asamblea Provincial, antes de que ésta vote las peticiones o postulados que quiere presentar a la Asamblea General.

¿Y quiénes van a ser las Hermanas designadas como expertas? Se les va a pedir a ustedes su parecer para ello. No se tratará de una elección, por muchas razones, algunas tan sencillas como, por ejemplo, las distancias. Pero se consultará a la Provincia, a cada Hermana, no sólo a las Hermanas Sirvientes; a todas se les pedirá que indiquen, en una hoja especial que se les enviará con tal motivo, los nombres de las Hermanas a las que desean ver trabajar como expertas especializadas en ésta o aquélla comisión.

Para la Comisión: Vocación de la Compañía, por ejemplo, hacen falta tres Hermanas: apunten ustedes los nombres que deseen.

Para otra, pongamos, vida espiritual, serán necesarias seis: apunten seis nombres; y así para vida consagrada, vida comunitaria, etc… Van ustedes designando las Hermanas que les parece deben trabajar en esas comisiones. Las Hermanas de Enseñanza o las de Hospitales conocerán a las que están capacitadas para trabajar en tales materias.

Las Comisiones funcionarán de manera autónoma; harán su trabajo sin intervención del Consejo Provincial. Cuando hayan dado ustedes su parecer acerca de las expertas que haya que convocar, el Consejo Provincial las nombrará, teniendo en cuenta las posibilidades de desplazamientos: si para cada reunión tienen que hacer 300 Kms , no es tan fácil.

Esto es una consulta. Más adelante, hacia los meses de septiembrenoviembre, cuando se trata de las delegadas para la Asamblea Provincial, entonces sí serán verdaderas elecciones, en las que todas tienen que participar. Elecciones muy importantes en sus consecuencias y muy importantes en su número.

La Asamblea Provincial se compondrá de la siguiente manera: estará, por supuesto, el consejo provincial: Sor Visitadora y el Padre Director, a la cabeza; todas las Hermanas Sirvientes y tantas Hermanas delegadas como casas. Las Hermanas Sirvientes no hay, pues, que elegirlas: son miembros de derecho; pero en una provincia de 100 casas, habrá que elegir 100 Hermanas. Es un poco complicado, pero hay que hacerlo así. Roma pide formalmente, que haya tantas Hermanas delegadas como superioras. Hace falta una proporción igual: a tantas Superioras que representan la voz de la autoridad, deben corresponder otras tantas Hermanas que no tienen autoridad. Y ven qué liberal es el pensamiento de Roma, cómo desea que todas puedan expresarse. Si están en una Provinda de 100 casas, tendrán que elegir 100 Hermanas. ¿Cómo? Ya no se trata de una consulta, es una elección. No se podrá, en manera alguna, cambiar el número de votos que resulten en el escrutinio. Cada una recibirá la lista de las Hermanas elegibles de toda la Provincia. Para ser elegible, hay que tener 8 años de vocación.

Recibirán unas hojas con tantas líneas numeradas como Hermanas han de elegir. Cada una de ustedes tendrá su lista completa de todas las Hermanas elegibles de la Provincia, para que pueda escoger a las que desee. Así no tendrán que recurrir a nadie.

Podrán reflexionar dos o tres días, y aun más si quieren o es necesario.

Cuando hayan rellenado su hoja con los 100 nombres, la entregarán, en un sobre cerrado, el día que se determine, a su Hermana Sirviente, que recogerá todos los sobres, los meterá en un sobre grande, que cerrará allí mismo, ante las Hermanas reunidas, y lo echará al correo. De todas estas listas se hará el recuento, y las 100 Hermanas que hayan tenido mayor número de votos serán las elegidas para tomar parte en la Asamblea Provincial. ¡Cuidado con no votar a una Hermana por la que sintamos especial ternura! Ante todo tendremos que considerar si es una buena Hija de la Caridad, si es capaz de representar nuestro pensamiento, lo que juzgamos ser de interés para la Compañía, en la Asamblea Provincial.

Si son ustedes de la rama de sanidad, no voten únicamente a las Hermanas de esta rama. Si son de enseñanza, no voten sólo a Hermanas enseñantes. Pongan Hermanas de todas las actividades, pongan Hermanas de alguna edad y a otras más jóvenes. No conviene que todas sean de edad ní que todas sean jóvenes. Debe haber una mezcla de todo para que haya, en realidad, una representación del conjunto de la Compañía… Pero ya digo que será una verdadera elección. No se podrá cambiar nada, bajo pena de nulidad o invalidez. No se podrá cambiar el resultado de las elecciones.

Ya ven cómo van a tener que participar directamente en la celebración de la Asamblea General. Desde ahora van a poner esta intención en lo mejor de sus oraciones, y diré que no sólo en una oración pasajera, una vez solamente, sino en una oración diaria, constante, para que, por medio de esta Asamblea, pueda iniciarse una verdadera revisión de las Constituciones y una auténtica renovación de la Compañía.

Después se dirán a ustedes mismas: una vez terminado el trabajo material, nos quedará a cada una el cumplir en nosotras, en lo que de nosotras depende, en nuestra vida interior personal, en nuestras actividades, nuestras relaciones con los de fuera, cumplir, por mucho que nos cueste, todos los progresos, todo el adelanto que sería necesario para que la renovación no se quede en mera ilusión, en el papel, sino que penetre verdaderamente en el alma de cada una y, por el alma de cada una, en toda la Compañía.

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