A lo largo de los viajes que he tenido que hacer, o con ocasión de las personas con quienes me encuentro, o incluso, simplemente, de los pensamientos que me vienen, pienso con frecuencia: «Me gustaría decir esto a las Hermanitas del Seminario» De este modo, en muchas partes y con mucha frecuencia tengo un pequeño coloquio interior con vosotras, o, al menos, me consuelo diciéndome: «Seguro que Sor Directora se lo ha dicho». Porque lo que es admirable es que entre estos cuatro muros del Seminario que parecen tan cerrados, se tiene la impresión de que todas las noticias e impresiones que corren en el mundo, corren igualmente aquí, que se captan y llegan rápidamente a vuestro conocimiento. No sé si las Hermanas del Seminario ignoran muchas de las cosas que pasan en el mundo.
En esta última quincena he tenido que ver cosas bien importantes de las que me alegro de hablaros hoy, pues vuelvo de Roma, de Roma que no es en este momento la Roma habitual, sino Roma en Concilio, Roma donde se encuentran reunidos todos los obispos del mundo entero, Roma que está ciertamente en este momento, por el hecho de estas reuniones y de este trabajo, bajo la moción particular del Espíritu Santo; Roma donde ciertamente están pasando grandes cosas que todavía no vemos dibujarse porque no estamos viendo más que la preparación, pero que, poco a poco, en el curso de los años próximos, iremos viendo revelarse a nosotros a través de las diversas directrices de los obispos, de las diversas opiniones que llegarán hasta nosotros, por una cierta renovación de la Iglesia de Dios, porque la Iglesia de Dios se compone de cada uno de los grupos a los que pertenecemos.
Por consiguiente, nos encontramos en (período de) reflexión y en Concilio con la Iglesia. Antes de hablaros del Concilio, hago la precisión de que no lo he visto más que desde fuera, ya que no está permitida la presencia femenina en él. Es verdad que esto está muy discutido. Dos ausencias se discuten en el Concilio: la de los laicos (desde hace una semana están representados por Jean Guitton que se encuentra en él a título de ‘ observador) y la de la representación femenina…
Antes de hablaros de cosas más concretas relacionadas con el Concilio, quiero claros noticias de nuestro muy honorable Padre. Pienso que el que estéis haciendo vuestro Seminario en este momento os supone gracias especiales, pero también que tengáis que ofrecer algunos sacrificios. Ayer no pudisteis ver al Cardenal Feltin, hoy a Su Excelencia Monseñor Brot… Todos ellos están allí en oración y nos vemos privadas de ellos. Tampoco habéis podido tener a nuestro muy honorable Padre. No lo tendremos tampoco el 8 de diciembre porque no volverá hasta el 9 o el 10. He visto muy contento allí a nuestro muy honorable Padre. Esta atmósfera de Iglesia debe llenarle de alegría, su alma es un alma tan de oración… Es un Superior de oración y de penitencia; tenemos a nuestra cabeza a un Superior que es un Santo. Por dondequiera que pasa se impone su santidad. Es quizás la mayor gracia que Dios puede hacer a una Congregación: darle un Santo por Superior. Le he visto muy feliz en esta atmósfera eclesial, muy feliz también en medio de sus hijos obispos, porque tiene hijos obispos Qlo sabíais?) y yo , no sabía que fueran tantos. Son 26, todos obispos misioneros que están actualmente repartidos por la ciudad de Roma (están agrupados por afinidades de regiones más que por Congregaciones). El 27 de noviembre nuestro muy honorable Padre había invitado a todos sus obispos a participar en una comida familiar en el «Leoniano». Ayer, pues, era un día de gran fiesta allí.
Os voy a mostrar cómo el buen Dios tiene pequeños detalles a los que no se presta atención y por los que favorece la unión entre nuestras Comunidades. El tercer día de mi estancia en Roma intentamos asistir a la Misa en la tumba de san Pedro. Vosotras sabéis que San Pedro está cerrado; se entra durante las audiencias que se tienen allí (y se tienen muy pocas) no se quiere dejar entrar al público al interior para evitar la repetición de los atentados que ha habido. Se admite al público de 3 a 5 y hay una vigilancia severa. Nosotras tenemos el privilegio de formar parte de la Casa del Santo Padre por estar en Santa Marta. Se nos había dicho que nos harían pasar por la sacristía… de ahí pudimos bajar a la tumba de San Pedro. Estábamos tanto mejor en cuanto que estábamos solas, aparte de algunos obispos que celebraban su misa en altares próximos. En la sacristía nos dijeron que un sacerdote celebraría la misa en San Pedro… y ese fue monseñor Tobar, obispo paúl de la India. Tuvimos una misa muy íntima por las dos familias en la fe y el amor de la Iglesia.
Roma en Concilio se revela por su aspecto exterior. Por todas partes te cruzas con obispos. Te encuentras sacerdotes todo de negro… se quitan el sombrero y les ves el solideo morado. Es hermoso, sobre todo que los hay de todos los colores, de todas las razas, de todas las lenguas. Se experimenta el sentimiento de la universalidad de la Iglesia Católica. Uno de los grandes puntos de atracción en Roma es la entrada de los Padres conciliares para las Congregaciones Generales. A las 8.30 van llegando los obispos por grupos, ya que autobuses especiales van haciendo recogidas. Hay una vigilancia estricta a la entrada de San Pedro. En el interior de San Pedro, después de haber dado la palabracontraseña «Santa Marta», hemos podido echar un vistazo a la gran nave que habéis visto en la televisión. Es única. Es una maravilla. Se siente una anonadada por esta majestad. Quizás lo que más sobrecoge al mirar esta nave es ver el trono del Papa, un poco retirado bajo la columnata del altar y, por debajo de él, la gran mesa de la presidencia del Concilio, es decir, de la Comisión que lo dirige. A la derecha, la gran estatua de San Pedro revestido de los ornamentos pontificales que, él también, preside el Concilio. San Pedro representa el origen de la Iglesia y el Santo Padre actual, su representante en la tierra, después, los que actúan bajo su protección y la turba de los obispos…
Roma en Concilio, es este aspecto exterior el que impresiona a todo el mundo: creyentes e incrédulos. Pero Roma en Concilio es también una atomósfera de trabajo; se siente a la Iglesia en trabajo. El trabajo es intenso: cinco Congregaciones Generales por semana… Las Congregaciones son largas… Hay descanso el jueves y el domingo. El resto de la semana los obispos trabajan de 9 a 12.
En la Casa Central, por ejemplo, nuestras hermanas han colocado altares para que se puedan decir 32 Misas. Estos obispos son edificantes: van llegando en pequeños grupos, uno dice la misa otro le responde, luego a la inversa. Sor Sanchini decía: «Los más desgraciados, miserables, son los que a duras penas pueden vivir; han hecho un sacrificio enorme para poder viajar hasta Roma, y ahora disponen de muy poco». Nuestras Hermanas se han convertido en proveedores de Obispos. Es una obra de Iglesia también.
Y cuando terminan las Congregaciones Generales, no crean ustedes que les queda tiempo libre para dístraerse o descansar. Después de comer, se reunen en Comisiones particulares: balance de las Congregaciones Generales, preparación de las siguientes… Ese es el trabajo directo, pero junto a eso, hay otro casi tan importante: son las reuniones que celebran entre sí los Obispos, por clases de actividades; por ejemplo: infancia, misiones obreras… Invitan a teólogos, a especialistas y en grupos de cuatro o cinco, o más numerosos llevan toda una organización de trabajo que se desarrolla al margen del Concilio. Es algo que no estaba previsto de antemano.
En el trabajo conciliar ya saben ustedes que hay personas de tendencia tradicionalista, que querrían quedarse atrás, sin avanzar; otras, en cambio, querrían cambiarlo todo. Esto es una gran riqueza de la Iglesia; se ve al grupo de los que tienen ideas avanzadas, al de los otros… y la prudencia del Papa va enderezando a uno y otros en el recto camino. Es una manifestación de la gracia de Dios en su Iglesia. Y también una gran lección para nosotras: es cierto que en la gran Comunidad que es la Iglesia, lo mismo que en la pequeña Comunidad que es la Compañia —pequeña por grande que pueda ser su extensión en el mundo— el Señor se revela: habla a las almas no necesariamente por medio de revelaciones místicas, como las de Santa Catalina, sino comunicándoles luces. En las Comunidades se da también ese hermoso intercambio que se da en la Iglesia; la aportación de cada una a la Comunidad y la aportación de la comunidad a cada una. Es hermoso ver a un conjunto impulsado por un individuo y a un individuo sostenido por un conjunto.
Por una parte, está el trabajo exterior que todo el mundo ve; pero está también toda la parte interior, que no puede percibirse cuando sólo se va de paso por Roma: las personalidades que viven más de cerca el Concilio sí la ven y nos hablan de ella. Un sacerdote que lo ha seguido muy de cerca, me decía: «Se está operando en estos momentos una verdadera renovación de la Iglesia a través del Concilio. Es un gran acontecimiento en el mundo actual; posiblemente sea el mayor de este siglo, no sólo de la Iglesia sino del siglo, en general, porque las decisiones que emanan del Concilio no tendrán repercusiones sólo en la vida interior de la Iglesia, sino en toda la vida social del mundo, y esta reunión de los obispos a escala mundial tendrá ciertamente una influencia profunda que dejará una honda huella en este siglo tan trabajado por el marydsmo y otras ideologías».
En el Concilio se están dando hechos nuevos y reveladores de un espíritu nuevo. El sacerdote a que me refiero citaba dos: primero, la forma en que se está tratando a los observadores protestantes y ortodoxos a los que se ha admitido en el Concilio. Ha sido un gesto muy hermoso de liberalidad por parte del Santo Padre el decirles: Vengan y vean… Y han venido, no todos, pero bastante nurnerosos; han venido, pero —decía ese sacerdote— la mayoría con su idea fija: iremos y después de hacer acto de presencia, nos marcharemos… Han venido se les ha acogido muy bien y han quedado sorprendidos porque pueden asistir a todas las discusiones, no se les oculta nada; lo mismo pueden oir el pro que el contra, ante ellos se abren todos los documentos de preparación del Concilio; se les permite compulsar esos documentos, con la única condición —la tnisma que para los Padres Conciliares— de guardar secreto. Les ha impresionado mucho esa confianza que se les da, al comunicarles los documentos y la que se tiene en su palabra; también les ha impresionado el clima de verdad en el que se desenvuelve el trabajo de la Iglesia romana. Quizá sea esto lo que dé lugar a un principio de aproximación con algunas Iglesias separadas. Actualmente, los observadores se mezdan con los Padres del Concilio y admiran el clima de verdad, de lealtad, de confianza en el que ven desarrollarse todo.
Es una gran lección para nosotras. Nunca tendremos que tomar parte en un Concilio ni llevar a cabo trabajos de tal envergadura… pero todas, como cristianas y como Hijas de la Caridad, tenemos que presentar la Fe a los que nos rodean y que con mucha frecuencia, aun bajo el nombre de cristianos, no creen. Recordemos que una de las condiciones esenciales para transmitir la Fe, es ese clima de verdad. Por edificante que fuera una vida, si sólo fuera simulada, no podría ser generadora de Fe. Es preciso que los que viven en tomo nuestro puedan estar siempre seguros de que todas nuestras palabras, todas nuestras actitudes, nuestra forma de ser, ya respecto a ellos ya en cualquier otra circunstancia, son actitudes verdaderas. Sólo a través de ese clima de verdad podrá nuestro prójimo acercarse al Dios que queremos predicarle.
Esta actitud con los herejes y cismáticos es algo nuevo en la Iglesia de Díos. En genral, todos los Concilios anteriores se han celebrado para «golpear la cerviz de herejes y cismáticos». No creemos que en tiempos anteriores la Iglesia obró mal: actuó según las circunstancias de aquel momento… El Santo Padre ha juzgado que no era así como debía actuar ahora. La justicia, la caridad, la lealtad son los que deben imperar. ¡Alegrémonos por ser de esta época!
Hay otra cosa muy nueva y simbólica de la forma como se debe trabajar en nuestro tiempo; es la actitud del Santo Padre durante el Concilio. El Concilio ha sido una inspiración del Papa, no mediante una revelación de lo alto (al menos, no lo creo así) pero una inspiración del Espíritu en el sentido de la iluminación de su inteligencia sometida al Señor por su piedad y su deseo de buscar la verdad, al mismo tiempo que de responder a su cargo. Ha tenido, pues, la inspiración del Concilio; la idea del Concilio ha partido de él. Pero ahora se contenta con orientar ese Concilio. Ha entregado el mando, la dirección de las discusiones, la elaboración de los planes de trabajo en manos de los Obispos. Al frente de cada comisión, hay un Cardenal o un especialista. Cada día, un Cardenal, con la Comisión Central nombrada, toma la dirección de las discusiones, los Obispos presentan un informe y finalmente, mediante votación, llegan a decidir. El Santo Padre sanciona con su autoridad la mayoría absoluta cuando llega a obtenerse. No es que se inhiba de su autoridad… (si un Cardenal habla demasiado tiempo, sabe advertirle: ¡son las 12!). Pero no la ejerce para no impedir que puedan reconocerse y aprovecharse las luces recibidas por los Obispos. E,n realidad los que hacen marchar el Concilio son los Obispos, sancionados por la autoridad del Papa.
Gracias a ese trabajo —seguía diciéndome el sacerdote— los Obispos están descubriendo una dimensión nueva del Episcopado. Todos los Obispos del mundo están reunidos en Roma para orar y trabajar con el único fin de ver cómo actualizar la Iglesia, cómo hacerla más grata a los ojos del Señor, cómo conseguir que responda mejor a los designios divinos. Durante esa catástrofe de Cuba en la que ha peligrado la paz del mundo, confieso que yo no he tenido miedo, porque me decía: es imposible que ocurra una catástrofe mientras que todos los Obispos están reunidos en oración. La catástrofe se ha evitado… Nuestros Obispos reunidos en Concilio están descubriendo una potencia espiritual, las posibilidades de trabajo y de búsqueda que representa su reunión.
Al terminar esta conversación, pregunté: ¿Cuánto va a durar el Concilio? El sacerdote me contestó: No va a terminar nunca. Sí, un día determinado habrá una ceremonia de clausura… pero se ha descubierto un nuevo método de trabajo, una nueva manera de pensar y de reflexionar juntos, y es de creer que la Iglesia permanecerá trabajando, que no se detendrá dentro de las fechas de un Concilio, sino que proseguirá buscando la mejor forma de responder a las circunstancias siempre nuevas, siempre en cambio, en las que vive…
Encuentro esta reflexión magnífica; puede servirnos de orientación para nuestra vida personal y para la vida de la Comunidad en su conjunto. También nosotras pienso que debemos trabajar siempre; no podemos imaginar que llegará un día que hayamos dado cima a nuestra formación, en que hayamos logrado la perfección y podamos darnos por satisfechas. Siempre hemos de estar en marcha. En marcha hacia Aquel que es la única Perfección, Dios. Sólo cuando estemos unidas a El, habremos conseguido la perfección a la que aspiramos. Tengamos esto siempre presente: no podemos dar por conduído el trabajo, trabajo sobre nosotras mismas, sin despecho ni desaliento cuando tengamos que comprobar que no hemos llegado a lo que nos proponíamos. Lo que Dios nos pide no es que lleguemos, sino que no interrumpamos la marcha. Nos pide que no dejemos de avanzar y no nos demos por contentas con lo ya hecho. Nos pide que no nos desalentemos ante las deficiencias que hay en nosotras ni ante las que hay en los demás, en la Comunidad o en la Casa en que estamos destinadas. desde el momento en que vamos caminando, la cosa va bien. Lo que Dios espera de nosotras no es que le poseamos acá en la tierra; es sólo El quien puede darse a nosotras… Formemos juntas el propósito de ser de los que no se detienen en su caminar hacia Dios, de los que no se cansan en el esfuerzo, no ya individualmente, sino juntas, porque el Señor nos ha llamado y reunido en esta Comunidad a la que amamos y por la que continuaremos rezando mucho todos los días de nuestra vida.