Sor Cándida Prego

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CRÉDITOS
Autor: Manasés Carballo · Fuente: Anales españoles, 1968.
Tiempo de lectura estimado:

biografias_hijas_caridadEl gran Federico Ozanán, con motivo de la muerte de su madre, es­cribía estas impresionantes palabras : «Sin duda que nada hay tan des­garrador como esa larga ausencia, nada tan triste como esa soledad y vacío que la muerte deja a nuestro lado. En algunos momentos, sin em­bargo, he llegado a convencerme de que no estaba solo; porque una cosa de infinita dulzura llegaba al fondo de mi ser, y era la seguridad de que alguien estaba conmigo. Era como una visión bienhechora; algo así como si un alma querida me acariciase con sus alas… Otras veces, me parecía oír una voz, unos pasos, unos suspiros que me eran cono­cidos. Esta voz, estos suspiros, eran los pasos de mi madre. Cuando al­guna idea buena se agita en mi espíritu, me digo a mí mismo: «Es ella». Cuando soy bueno, cuando hago algo en favor de los pobres, cuando estoy bien con Dios, al que tanto ella había amado y fervorosamente servido…, me parece que es ella la que sonríe desde lejos. Si rezo, me parece que su plegaria acompaña a la mía, igual que cuando pequeño ella y yo rezá­bamos juntos al pie de la Cruz. Hasta cuando voy a comulgar, hasta cuan­do recibo en mí la visita del Señor, me parece que con la del Señor recibo la visita de mi madre. Es que siento la presencia de mi madre en mí!» Estas palabras que escribió Ozanán en la muerte de su madre, se recuerdan con fruicción el día de la muerte de una madre, la madre de los pobres de Triana.

Sor Cándida Prego Brión nació el 17 de noviembre de 1881 en Co­rrubedo, uno de los pueblecitos más bellos de las Rías Bajas de Galicia. Ingresó en la Congregación el 28 de junio de 1905 y pasó 64 años en la hoy Casa Provincial de Sevilla. El 31 de octubre de este año de 1968 su alma voló al cielo y su cuerpo fue a la tierra, pero su espíritu quedó con su Comunidad y con la multitud de pobres que la siguen llamando Madre. Madre la llamaban todos porque a todos extendía su maternidad. Su maternidad era activa y fecunda, al igual que una madre, que lo es de muchos hijos y entre ellos va repartiendo su vida. Madre que iba re­partiendo su dulce sonrisa, su tierna mirada, su palabra sencilla sobre todos los predilectos de Cristo, que lo fueron de San Vicente y que, cons­tituyeron su pasión: Los pobres.

El candor y la inocencia eran el sello distintivo de Sor Cándida, según confesión unánime de sus Hermanas. Las que vivieron con ella aseguran que era un corazón noble, desprendido, lleno de compasión por los pobrecitos y pecadores… La regla viva… con el deseo nunca interrumpido de hacer en todo la voluntad de Dios. Para ella no había distinción entre
buenos y malos. Todos eran hijos de Dios. Iba y venía, como abeja solitaria esquivando las miradas de los hombres, atenta tan sólo a hacer el bien a los necesitados. Era tan ambiciosa en realizar obras buenas, como celosa en ocultarlas. Que no sepa tu mano derecha lo que da la izquierda… Siempre ávida para remediar las necesidades del pobre, siempre generosa, nadie se acercaba a ella sin que fuera bien despachado… no se cansaba de dar, sus manos sacaban de su corazón tesoros que nunca se agotaban. Dios se complacía en multiplicar en sus manos el pan de los pobres…

Veamos algunos de los cuadros vistos durante su vida. Los oí a las Hermanas que vivieron con esta enamorada de los pobres.

 

1)      El «Nada te turbe, nada te espante» de Santa Teresa tenía en ella plena realidad.

Un buen día se presenta delante de ella un comunista con un cuchi­llo amenazante:

—Vengo a matarla.

—Por Dios, señor, cálmese. Primero a comer, que tiene hambre.

El hijo de Lenin seguía esgrimiendo el arma con malas intenciones.

Ante la dulce mansedumbre de la Hija de San Vicente… el cuchillo cayó al suelo, y el lobo se convirtió en cordero.

2)

El comedor está repleto de comunistas. La comida está apetitosa. —Coman, señores —les dice Sor Cándida.

—No, Hermana, antes rece como siempre.

Se ve que eran comunistas por la gracia de Dios, como decía uno que se llamaba incrédulo.

3)

Necesitaba dinero para sus pobres. Había que hacer llamadas al te­léfono. Antes se arrodillaba junto a él. Rezaba la salve, y sonriente, ya estaba segura del éxito. Así era en efecto. Nadie resistía a la llamada de la madre de los pobres.

4)

Una ancianita le tocaba en la cara y le decía, cuando ya era cadáver: «Cuánta hambre ha acallado durante la vida». Un obrero besaba sus manos y clamaba: «Manos que repartieron tantas limosnas a los pobres del Señor, no pueden corromperse.»

5)

Un obrero estuvo velando su cadáver varias horas. Al ver lo hermoso que estaba su cadáver dijo estas palabras : «Al ver su cuerpo, que parece vivo…, tengo que afirmar que su conciencia estaba tranquila y su alma era pura.»

6)

Fueron tiempos difíciles los de la guerra. Había que apretarse el cin­turón. Los pobres de Sor Cándida aumentaban. En Abastos lo sabían y para la madre de los pobres de Triana había ración de privilegio.

7)

El señor Párroco le enviaba a las parejas difíciles para que las pre­parara convenientemente antes del matrimonio. Lo mismo hacía con los niños de primera comunión. Era como su coadjutora. Ante la bondad de la Hermana se rendían los más Indiferentes.

8)

Un comunista le dio a guardar su cuchillo. «Ya vendré a buscarlo». Ante las reflexiones que le hizo la santa Hija de la Caridad… no volvió a preguntar por el arma homicida.

9)

Los bolsillos de Sor Cándida eran muy grandes. Iban siempre llenos de golosinas para los niños y de pan para los que tenían hambre. Conver­tía todo eso en instrumento de apostolado.

10)

Su corazón era un volcán de amor. Un agente de la autoridad, jus­tamente irritado ante un energúmeno que vomitaba blasfemias, hacía uso de la porra para castigar al culpable. Sor Cándida se arrodilló de­lante del guardia civil y le suplicó :» Señor, perdónele, que no sabe lo que se hace.»

11)

Era muy desprendida. Jamás tuvo un regalito para sus familiares. Todo para los pobres. «Nada para mí, todo para ellos», decía con fre­cuencia. No es extraño que rehusase la dedicación de una calle y la im­posición de una condecoración.

12)

Le viene como anillo al dedo a esta alma caritativa, sencilla, humilde y pura, los versos que el excelso poeta Verdaguer dedicó a San Vicente de Paúl, de cuyo espíritu estaba impregnada Sor Cándida.

Mi alma arde en el fuego de la caridad;

pobres del mundo, yo os llevo dentro de mi

corazón; venid a mí, vuestra pobreza me cautiva

como al avaro hambriento el sonido del oro.

Hijos del vicio, niños sin madre

deshechos en placer, corazones en peligro,

venid; yo seré el padre del huérfano,

yo seré el hijo del padre abandonado.

Indigno soy de serviros, pues en vosotros

adoro a Aquel que nació en un establo,

a Aquel que : Amaos unos a los otros nos dice,

como yo os amé hasta la muerte.

Discípulo suyo, vengo a romper cadenas;

soy el amigo de los que estorban en el mundo;

los que padecéis dadme vuestros pesares;

tomad los que estáis desnudos, mi vestido.

Tengo bálsamo para todas las llagas;

mas, oh buen Jesús, lo saco de vuestro corazón

fuente de amor, que riegas todas esas vidas,

vaso donde recoge Dios todos los dolores.

Para saber lo que pensaba de Sor Cándida el barrio de Triana, leamos un recorte de una hoja parroquial de Sevilla…

SOR CÁNDIDA PRECO

Cincuenta y ocho años de vida… son muchos años de vivir.

Y si este vivir fue una plena dedicación a la ayuda y socorro del pró­jimo, ¿qué mérito no tendrá?

Larga tarea fue estar bastante más de medio siglo, día tras día, junto al fogón de la cocina, preparando alimentos para quienes tenían hambre. O ya en el crepúsculo de su humilde vida, permanecer a la entrada de la Casa, atendiendo al que llama.

Y siempre a flor de los labios la sonrisa cariñosa, el gesto amable. Aun cuando le arrojen a la cara el socorro que por amor de Dios entre­gaba, O todavía más: cuando le hieren con una navaja.

¿Quién no conoce en Triana a Sor Cándida, la de la Cocina Econó­mica?

Si fue persona sin necesidades, tal vez ignore su existencia. Pero si las tuvo, ¿cómo no saber de esa Hermana de la Caridad, que no es tria­nera de origen, pero lo es con enorme sinceridad de cariño?

Una anécdota de Sor Cándida:

Se comenta en su presencia un suceso lamentablemente ocurrido en el barrio. Ella escucha y queda mirando cavilosa y al fin dice con gran convencimiento : «Seguro que el que ha hecho eso, no es de Triana.»

Sor Cándida es gallega. Nació en Corrobedo (La Coruña), el año 1882. Tiene, por tanto, 82 años de edad.

Vino a Triana el 17 de enero de 1906, a los tres años de su profesión religiosa en la Congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, (aún no se había creado la Parroquia de la O). Desde entonces, nunca jamás abandonó su Cocina Económica.

Hasta muy avanzada edad, en que pasó a la Portería del Colegio de Nuestra Señora del Rosario, su perpetua ocupación fue la cocina. Allí quemó los años de su juventud y la madurez de su vida, conociendo eta­pas tan difíciles como los años de la postguerra, en que el hambre se enseñoreó de Sevilla,

Sor Cándida es toda amabilidad. Cierto. También es todo un carác­ter. Entonces lo demostró. No era tarea sencilla hacerse en aquellos años de escasez, de los comestibles indispensables para llenar sus gigantescos pucheros. Entonces, la humilde Sor Cándida se crecía, implorando y exi­giendo le dieran alimentos para aliviar el hambre de su querida Triana.

De sus 82 arios de edad, Sor Cándida ha pasado entre nosotros 58 haciendo el bien. ¡ Muchísimo bien! Porque no fue sólo alimento mate­rial el que prodigó; también supo ser madre, ángel, en alivio de necesi­dades de tipo moral o espiritual.

La antigua Cava de Triana recibió el año 1883 el nombre de «Pagés del Corro», en gratitud al Teniente de Alcalde, don Francisco Pagés del Corro, que hizo la no chica obra de caridad de adecentar y hacer huma­namente habitable la vieja vía, tenida en aquel entonces por lo mas in­deseable de Sevilla, por su suciedad y abandono.

Bien puesto fue el titulo Pero la calle es muy larga, ¿por qué no se parte en dos trozos y le dedicamos uno a Sor Cándida? Nada ciertamente perdería la memoria del ilustre patricio y le otorgaríamos a Sor Cándida el honor. El auténtico honor sería el nuestro, el de Triana, engalanándose con un título de calle tan expresivo de caridad cristiana.

¿Y una Medalla de Sevilla? ¿No se la ganó a pulso Sor Cándida?

El próximo uno 1965 celebra ella los 60 años de su profesión en la Congregación. ¿Vamos a honrarnos los trianeros celebrando y festejando u la humilde Sor Cándida con este regalo?

Una Medalla de Honor y el nombre en una calle del barrio. Ella no va a querer, eso por descontado.

Por eso vamos a hacerlo sin que ella se entere. El señor Alcalde, don José Hernández Díaz, es un buen trianero y nos ayudará con toda el alma a preparar la sorpresa. La Real Maestranza de Sevilla, Patrona de la institución de la Cocina Económica, prestará su prestigioso apoyo, La Parroquia de la O. pondrá todo el cariño que merece Sor Cándida.

Y Triana entera, su amor y su adhesión.»

Voy a poner punto final a estos apuntes acerca de una Hija de la Caridad modelo, contando una de las anécdotas que más me han emo­cionado.

Le dolía en el alma que Azaña persiguiera tan sañudamente a la Igle­sia. Un buen día, recortó de un periódico su fotografía, colocó sobre ella la medalla Milagrosa y no dejó de rezar por su conversión ni un solo día. Al saber que Azaña había muerto abrazado al Santo Crucifijo, llena de gozo se fue a la Capilla para agradecer a la Virgen esa gracia que ella tanto ansiaba.

Esto era Sor Cándida. Un verdadero apóstol que pasó, como el Maestro, haciendo el bien a todos.

P. Manasés Carballo

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