- LA PERFECCIÓN DEL ESTADO DE CARIDAD
Una carta especialmente significativa para el tema Cale nos ocupa es la que escribe Vicente de Paúl a Sor Ana Hardemont del 24 de noviembre de 1658. Le escribe: “Hermana, ¡qué consolada se sentirá usted en la hora de la muerte por haber consumido su vida por el mismo motivo por el que Nuestro Señor dio la vida! ¡Por la caridad, por Dios, por los pobres! Si conociera usted su felicidad, hermana, se sentiría realmente llena de gozo; pues, haciendo lo que usted hace, cumple la ley y los profetas, que nos mandan amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Y le pregunta: –¿qué mayor acto de amor se puede hacer que entregarse a sí mismo por completo, de estado y de oficio, por la salvación y el alivio de los afligidos?»; para concluir con rotundidad: En eso está toda nuestra perfección«.
Releyendo los escritos de san Vicente, me ha impresionado la claridad que tiene y expresa con relación a las distintas formas de ser cristianos, a los paradigmas o estados de vida básicos en la Iglesia, así corno a la pluralidad de comunidades dentro de ella. Les dice a los padres: «¿Es que los otros no siguen el evangelio ni imitan a nuestro Señor? Sí, pero ellos de una manera y nosotros de otra; tendemos todos a un mismo fin, pero por caminos diferentes.
«En la publicación de la XXXV Semana de Estudios Vicencianos, titulada «La experiencia espiritual de San Vicente de Paúl», puede encontrarse un comentario a esta carta, escrito por
En la vida mortal y pasajera de nuestro Señor hubo diversos estados; y esa misma vida, según esos diversos estados, tiene también diversos atractivos: todos esos estados son santos o santificantes; todos son adorables e imitables, cada uno a su manera. Las congregaciones que hay en la Iglesia de Dios miran a nuestro Señor de diversas formas, según los diversos atractivos de su gracia, según las luces y las ideas diferentes que él les da, a cada una en su estado; y, por eso, le honran y le imitan de diversas maneras«. También en las conferencias a las Hermanas distingue entre el estado de vida de las religiosas y el de la Compañía y, hablando del fin de la Compañía, les clarifica la diversidad de comunidades según su finalidad (cartujos, carmelitas, hermanas del Hótel-Dieu, las de la Plaza Real, etc.).
Vicente de Paúl distingue el estado de Caridad, propio de la Compañía y de la Congregación. y el estado de perfección, propio de la Vida religiosa. Llega a escribir su gran convicción: «nuestra perfección se encuentra en la caridad».
En algunos momentos puede parecer que el padre Vicente jugara con las expresiones estado de perfección y la perfección de vuestro estado. Él era consciente de que el Tentador podía desviar a las Hermanas haciéndolas desear como más perfecto un estado de más reconocimiento social y eclesial que, en realidad, no era el suyo. Por eso las anima y estimula a ser verdaderas Hijas de la Caridad, asegurándoles que la caridad es un camino seguro de perfección al conformar nuestra voluntad con la de Dios. Las exhorta a perseverar en ese estado de vida al que Dios les ha llamado y les hace descubrir su grandeza. Escuchémosle en varios de sus escritos:
«Qué estado tan dichoso estar en tal situación en que uno no sabe ya seguir su voluntad, a no ser que sea conforme con la voluntad de Dios, sin poder hacer más obras que las que agradan a Dios! Eso es hacer en cierto modo o que Dios hace… de modo que podemos decir que, cuando hacemos alguna obra con esa finalidad de agradar a Dios, hacemos en cuanto es posible, lo que él hace, de esta forma somos Dios mismo. Hijas mías, animaos pues a llegar a ese grado de perfección.
«La felicidad de los cristianos está en permanecer siempre en el estado que los hace más agradable a Dios, de firma que no haya nada en ellos que le pueda disgustar. Dos clases de personas en el mundo pueden permanecer en este estado: las primeras están en su ocupación y solamente se preocupan en el cuidado de su familia y en la observancia de los mandamientos; las segundas son aquellas a las que Dios llama al estado de perfección, como los religiosos de todas las Ordenes y también aquellos que Él pone en comunidades como las Hijas de la Caridad, las cuales, aunque por ahora no tengan votos, no dejan de estar en este estado de perfección, si son verdaderas Hijas de la Caridad. Pues bien, para ser verdaderas Hijas de la Caridad, es preciso haberlo dejado todo…; es lo que el Hijo de Dios enseña en el Evangelio. Además hay que dejarse a sí mismo, pues, si se deja todo y se reserva uno su propia voluntad, si no se deja a sí mismo, no se ha hecho nada. Ser Hijas de la Caridad, es ser hijas de Dios, hijas que pertenecen por entero a Dios, pues el que está en la caridad está en Dios, y Dios en él… Han que cumplir enteramente la voluntad de Dios.
«Lo que más os tiene que animar -al cumplimiento de las reglas- es que vienen de Dios y tienden todas a Dios… No tienen otra finalidad más que la de perfeccionaros… Hermanas mías, si las observáis, podéis alcanzar la santidad sin ser carmelitas; y sin más vocación que la vuestra, podéis llegar a la perfección».
“En nombre de Dios, hijas mías, tened mucho cuidado en la obligación que tenéis de haceros virtuosa, si queréis que Dios os conceda la gracia de ser verdaderas Hijas d la Caridad. Si supieseis la obligación que tenéis de perfeccionaros y qué desgracia es hacerse indigna de una tan santa vocación, hermanas mías, lloraríais lágrimas de sangre….Tenéis que tener muchas veces este pensamiento y decir: «Dios mío, me has escogido a mí, pobre e indigna criatura, para ponerme en un estado que sólo tú conoces. Sí, hijas mías, sólo Dios sabe la perfección de vuestro estado…tomad de nuevo buenas y valientes resoluciones de estimar más que nunca vuestra vocación y de intentar trabajar con mayor fidelidad en la perfección que Dios os pide«.
Me resulta curioso que diga a las Hermanas que las Religiosas están muy por encima de ellas y a continuación les diga que la verdad es que no ha visto jamás un estado tan perfecto como el de las Hijas de la Caridad. Parece como si, acorde con las grandes realizaciones del Sr. Vicente, él mismo se sorprendiera de la obra que Dios iba haciendo en la nueva fauna de vida que se estaba gestando. Les dice: «¿Podría encontrarse en una religión un estado tan perfecto? No es que yo quiera comparar a las pobres Hijas de la Caridad con las religiosas, que están muy por encima de ellas; no, ¡Dios me libre!; pero la verdad es que no he visto jamás un estado tan perfecto. Me preguntaréis quizás si las Hijas de la Caridad están obligadas a tener tanta virtud como las religiosas. Os aseguro, hijas mías, que tenéis más necesidad que ellas. «¡Cómo!, me diréis todavía. ¿estamos obligadas a ser más perfectas que las religiosas?». Es que las disposiciones de cada una tienen que estar en relación con las gracias que reciben. Y para decirlo todo en una palabra, no hay religiosas a las que Dios les pida tanto como a vosotras, que habéis sido llamadas a unas cosas a las que no ha sido llamada una religiosa, ni de la manera con que vosotras lo habéis sido. Por esa razón Dios quiere de vosotras mayor perfección.
En Vicente de Paúl vemos la convicción de que el estado más perfecto que conduce a la santidad es el del ejercicio de la caridad, una caridad que se manifiesta en la evangelización-servicio a los pobres, realizado con realismo y radicalidad hasta llegar a «consumir la vida entera por el mismo motivo por el que Nuestro Señor consumió la sirva: por Dios, por la Caridad, por los pobres». Y, cuando hace memoria de las Hermanas que así lo han vivido, exclama con emoción: «Este es, mis queridas hermanas, uno de los estados más excelentes que he conocido: no es posible encontrar ninguno que sea más perfecto”.’
Llega a decirles: «Mis queridas hermanas, ¿por qué no íbamos a tener una gran estima de nuestras Hermanas, si son las esposas de Jesucristo que las ha buscado con tanto amor? ¡Pero si es una pobre mujer! ¡No! ¡No! Es un alma que ha sido honrada por la llamada de un Dios; ella ha consentido y él la ha tomado por esposa. ¿Qué dignidad mayor podría tener? Es una mujer, es una señorita, que ha dejado su tocado para tomar este hábito despreciable y entregarse a Dios en un estado de humillaciones, de trabajos viles, y penas, porque Dios se lo ha pedido; ¡no hay nada tan digno de estima! Una joven vendrá desde Flandes, desde Holanda, desde ciento ochenta leguas, para consagrarse a Dios en el servicio de las personas más abandonadas de la tierra. ¿No es esto ir al martirio? Sí, sin duda…. mirémoslas como mártires de Jesucristo, ya que sirven al prójimo por su amor.
Cristina Calero
CEME 2015