«Hablamos de Santos para forjar Santos».
Qué bien lo dijo y lo vivió San José María de Yermo y Parres. Él entendió que todo santo es un reto de vida. Los santos nos enseñan que es posible vivir el evangelio en plenitud, que el mensaje de Jesús es actual y es exigente. Así lo vivió el Padre Yermo, sacerdote mexicano que se forjó en santidad y en servicio a los pobres, bajo el impulso de amor de Vicente de Paúl.
San Vicente entró en la casa y en el alma de José María cuando éste era apenas un niño. Los Padres de la Congregación de la Misión, muy conocidos como los Padres Paúles, tenían a su cargo la Iglesia de San Juan de Dios, cerca de la cual estaba la casa de los Yermo. El Padre Vicente Andrade hizo gran amistad con la familia, así lo dice en su testimonio: «Recuerdo muy bien que allá por el año de 1860, muchas veces contemplé con edificación, al Lic. Don Manuel de Yermo, su padre, a la Señorita su buena tía Carmen y al pequeño José María, asistir diariamente a la Iglesia de San Juan de Dios en México, a la primera misa que se celebraba al amanecer».1
Seguramente de estos buenos padres escuchó José María el relato de la vida de San Vicente. La imagen de este gran hombre, lleno de Dios con un corazón tierno y compasivo que no solo se conmovía ante los pobres sino que los veía con los ojos de la fe, descubriendo en ellos a Cristo, penetró como suave lluvia en su sensible corazón que creció en el amor a los pobres y en su deseo de ser sacerdote.
San Vicente estaba ahí a la base de los logros de José María de Yermo y Parres, a la base de su entrega a los pobres a lo largo de su vida, de tal manera que cuando el Padre Yermo murió, Javier de Irazábal dijo en una carta: «… Mañana se cumplen nueve días del luto general que tuvieron, cuantos conocieron al distinguido, caballeroso, sabio y heroico Vicente de Paúl de nuestro siglo, Presbítero Don José María de Yermo y Parres».2
Quién es José María de Yermo y Parres
Llega al mundo el 10 de noviembre de 1851, en el Estado de México, en la hermosa Hacienda de Jalmolonga, junto a las bellezas naturales que la rodean. Hijo único de un matrimonio cristiano formado por el Licenciado Don Manuel de Yermo y Soviñas y Doña Josefa Parres de Yermo. Los Yermo hunden sus raíces en las montañas de Burgos en España. Los primeros Yermo emigran a México en el siglo XVIII conservando la nobleza de su linaje.
Apenas tiene José María, cincuenta días de nacido y queda huérfano de madre. Su padre retorna con el niño a la ciudad de México y su hermana Mª del Carmen se hace cargo del pequeño sobrino. No obstante su orfandad es educado con la ternura y firmeza que caracterizan a la familia.
José María aprendió de su tía Carmen, de su padre, de su abuela y de su nana, lo que es vivir en cristiano, sin fanatismos y comprometidos. Fue en el seno de la familia donde se gestaron esos dos grandes amores que abrigaría su corazón por toda la vida: un serio amor a Dios y un amor servicial a los pobres.
Su primera educación académica la recibió de maestros particulares y más tarde en escuelas privadas. En el año de 1864 recibió de manos del emperador Maximiliano una medalla de honor al mérito por haber sobresalido como alumno distinguido. Fue en sus primeros años de estudio en la escuela, donde nació su amistad con Juan de Dios Peza, el distinguido poeta mexicano; esta amistad se afianzó y duró toda la vida; cuando murió José María, Peza escribió: «Fuimos amigos íntimos desde los 12 años de edad, 40 más o menos de trato fraternal, sin una sola interrupción nunca».
Apenas llega a los 15 años y decide ingresar a la Congregación de la Misión. Ahí, según testimonios de sus contemporáneos se distinguió en la virtud.
Uno de sus connovicios, Carlos de Jesús Mejía, que más tarde sería obispo de Tehuantepec, en su testimonio dice: «El tiempo que vivimos en la casa de la Valenciana, Guanajuato, Yermo era el más joven de los novicios, estaba en los dieciséis años lo vi siempre muy observante a pesar de su poca resistencia física. Diariamente se levantó a las cuatro de la mañana para hacer su hora de oración con todos los novicios, rezar el Oficio Divino y asistir a la Misa, siempre devoto y recogido. Además de su natural talento que sobresalía entre los novicios, tenía una asidua dedicación al estudio, principalmente de la Sagrada Escritura, en la que se hacía notable. Fue muy querido de todos, maestros y hermanos, porque en él se aunaban el ejercicio de las virtudes y la finísima educación que recibió de sus padres. Su porte era elegante y a la vez muy sencillo y bondadoso, por esto inspiraba confianza y cariño… Fue amigo de todos y pronto a servir a todos…
No faltó quien tratara de mortificarlo como les acontece siempre a los que de algún modo sobresalen; en una ocasión nos dio un ejemplo de humildad y obediencia muy edificante: tuvimos un connovicio de muy mal carácter, diría yo muy díscolo y duro. Creo que el Padre Maestro a ese novicio precisamente le dio el cargo de distribuir los trabajos corporales, como una buena prueba para todos, al joven Yermo, le cargaba más la mano. Un día le ordenó llenar varias tinajas con el agua que debía llevar de una fuente bastante retirada. José María tomó con entusiasmo su trabajo y cuando después de tantas vueltas cargando el agua al hombro creyó ya terminar, se le escapó una leve expresión de cansancio; el novicio distributario, en vez de considerar la débil salud de Yermo le mandó que llenara otras tantas tinajas diciéndole: Así acostumbrarás tu cuerpo a la mortificación. José María sin mostrar ningún desagrado ni queja, fue a continuar su sacrificio. A los que presenciamos aquello nos causó mucha indignación y quisimos ayudar a Yermo, pero él no lo consintió, diciendo: No, yo lo agradezco mucho, pero esto a mí me lo pide el Señor y hay que hacer su voluntad, cueste lo que cueste».3
Yermo ingresó a la Congregación de la Misión en mayo de 1867, justo el año en que Maximiliano fue mandado fusilar por Benito Juárez, en el Cerro de las Campanas en la ciudad de Querétaro. Eran años muy duros para México. Las Leyes de Reforma cobraban fuerza. Estas circunstancias no eran propicias para ninguna Congregación religiosa. Los Padres Paúles como otros sufrieron las consecuencias: persecuciones, expropiaciones y dispersión de sus religiosos.
Yermo hizo su profesión religiosa en la Capilla de la Virgen del Carmen en Toluca, el 10 de noviembre de 1869, justo el día que cumplía sus 18 años de edad.
Después de su profesión, como los superiores vieran en José María excepcionales dotes de talento y virtud, lo enviaron a París a la Casa General para proseguir sus estudios. En el poco tiempo que pasó en París, todos vieron en él a un religioso ejemplar, piadoso, de claro talento y fina educación. Al regresar a México, en 1870, participó con mucho entusiasmo en las misiones que emprendían los Padres Paúles. El Padre Vicente Andrade dice: «Yo tuve la suerte de misionar con el joven Yermo, entonces Minorista. Todos admiramos su gran capacidad de trabajo en la catequesis y en el púlpito; estaba en esa época tan delicado de salud, al grado que augurábamos que pronto moriría».4
A su mala salud se unía la crisis vocacional que estaba pasando. Las luchas en su espíritu eran atroces. Por un tiempo regresó a la casa paterna y aunque más tarde se reincorporó a la Congregación, descubrió que ese no era su camino. Desorientado y con mucho dolor interno, dejó la familia de los Paúles. Sin duda en su decisión influyó la inestabilidad en que se vivía en esa época. Yermo se separó de la Congregación de la Misión, más nunca se separó del espíritu de San Vicente. En su corazón estaba viva la llama de su vocación sacerdotal y de su vocación de amor y servicio a los pobres.
Apoyado por un gran amigo, el Padre Miguel Arizmendi y por el Obispo de León Don José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos, que era su tío, se incorporó al seminario de León, Guanajuato y ahí continuó su formación sacerdotal, ordenándose sacerdote en la Catedral de la misma ciudad en agosto de 1879.
Su alta cultura y gran talento le hicieron acreedor a múltiples puestos de confianza en la Mitra. La carrera eclesiástica del Padre Yermo, era a todas luces ascendente.
Mas al morir el Señor Díez de Sollano se puso de manifiesto lo que Dios quería en realidad del Padre Yermo. El nuevo Obispo tenía algunas prevenciones contra él y trató de alejarlo de la Mitra.
Lo nombró capellán de dos capillas de la periferia. El cambio era brusco y notorio por lo que el amor propio de Yermo se resintió, pero su espíritu templado en la oración supo resistir y al aceptar ese nombramiento se abrió para él el verdadero camino de servicio a los pobres.
Un buen día al cruzar el río de paso a «El Calvario» que era una de sus capellanías, se encontró con unos puercos que estaban devorando a dos pequeñuelos recién nacidos.
Aquel golpe, dada su fina sensibilidad, fue definitivo. Se abrió ante sus ojos el panorama del México de su tiempo: analfabetismo, marginación, miseria, ignorancia, explotación de la mujer… sintió en su corazón que tenía que hacer algo muy concreto.
Nace la Congregación de Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres
Ahí junto al templo del Calvario, se estaba construyendo una casa para ejercicios espirituales. Ante la certeza de que Dios lo llamaba a hacer algo a favor de los pobres, pidió permiso de convertir aquella casa en un Asilo para pobres. Así el 13 de diciembre de 1885, ayudado por cuatro entusiastas señoritas se inauguró la obra. Los primeros pobres asistidos formaban un grupo complejo, pues se componía de hombres y mujeres de diversas edades, desde niños hasta ancianos. Todo era pobre y rudimentario, pero el Padre Yermo que era un gran emprendedor, comenzó a reconstruir el edificio hasta convertir aquel bache en un digno asilo para pobres.
Aquellas cuatro señoritas a las que luego se unieron otras, manifestaron sus deseos de ser llamadas Hermanas, y vestir un hábito. Poco a poco el Padre Yermo se percató de que entre sus manos estaba naciendo una nueva Congregación Religiosa.
En 1888 le pidieron una fundación para un Asilo de ancianos en Puebla, fue entonces cuando vio la necesidad de dar mayor consistencia a la obra y nombró superiora general a la Madre Concepción G. de Quevedo, a la vez que pensó en el nombre de la naciente Congregación. Todas estuvieron de acuerdo en el nombre de «Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres», pues en su mismo título resumía su fin.
En este mismo año, azotó a la ciudad de León, una terrible inundación de esas que llegan de vez en cuando sobre las bellas tierras del Bajío. La presencia del Padre Yermo fue notoria en auxiliar a la gente; baste citar lo que dijo un periódico: «Anoche en medio de la tempestad y con el agua a la cintura, el señor presbítero Yermo, acudía a todas partes en donde había peligro. Parecía multiplicarse. Hizo levantar un bordo cerca de la Garita y después de titánicos esfuerzos, él y los que arrastrados por su ejemplo ayudaban, tuvieron que abandonar la empresa…».5 Fue esta hazaña en la que dio prueba de inmenso amor y valentía y las acciones que le siguieron en favor de los damnificados, lo que hizo que el entonces Gobernador del Estado de Guanajuato, General Manuel González, le elogiara con el título de «Gigante de la Caridad». Aunque alguien ha dicho después de su muerte, que «el Padre Yermo fue un Gigante en todos los aspectos de su vida».
Puebla, sede de su obra
En 1889 debido a la persecución religiosa que se desataba en León, decidió cambiar la sede de la Congregación a Puebla, donde recibió albergue en el Asilo para ancianos en el que ya estaban instaladas las Hermanas. En 1891, solicitó cambio de diócesis y se incardinó a la de Puebla. Desde esta ciudad la obra sigue creciendo y se hacen varias fundaciones tanto en el Estado de Puebla, como en otros lugares de México.
Su meta era la evangelización y promoción del pobre y sobre todo de la mujer. Sabía que una mujer bien formada, es la base para una sociedad más justa y cristiana, por lo que no escatimó esfuerzos para lograr que en las escuelas y orfanatos se diera una educación integral; él quería que se abarcaran las diversas áreas de la persona, comprendiendo desde lo trascendente hasta lo meramente material o de uso cotidiano, como las labores domésticas, abarcando, por tanto, lo que respecta a las artes y los conocimientos. Gustaba mucho el Padre Yermo, de que las niñas prepararan veladas artísticas y gozaba de verlas tocar sus propios instrumentos.
No descuidó sin embargo la atención y solicitud a otros sectores de la sociedad desprotegida:
«La caridad les hará encontrar en el pobre a un hermano que ha llorado y sufrido mucho y deben ustedes saber que esas lágrimas que ustedes enjugan con cariño Cristo las guarda como preciosas perlas para adornar la corona de ustedes mismas. La Sierva del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, no buscará gratitud ni recompensa alguna terrena, su tesoro está en el cielo, por esto se alegrará en los desdenes, desprecios, reproches e ingratitudes que reciba de los ancianos, porque si todo fuera agradable, sería de temer que su recompensa quedara en el mundo».6
¡Qué bien vivía las enseñanzas de San Vicente!: «Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que con frecuencia son rudos e incultos… si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que Él quiso también ser pobre…».
En 1894 inaugura en Puebla, la gran obra de la «Misericordia Cristiana» para la regeneración de la mujer caída en prostitución. En esa casa que adquirió con mil sacrificios, construyó además, escuelas, talleres y departamentos para niñas huérfanas. Todo lo lograba por su gran confianza en Dios, y su forma noble, sencilla y convincente de hacerse ayudar de la sociedad poblana.
Su celo apostólico abarca también a sus hermanos sacerdotes y en 1896 inicia la impresión y difusión de la primera revista para sacerdotes, de la que se expresa así: «… amparada con mi nombre que es muy conocido en toda la República he logrado que al presente tenga ya como mil suscriptores. Aunque aparezco como censor, soy el único redactor y fundador de El Reproductor Eclesiástico Mexicano, pues la bondad del ilustrísimo Señor mi Obispo, a mí mismo confió la censura de mi periódico…».7
En julio del mismo año inaugura en su casa de la «Misericordia Cristiana» un gran taller de imprenta con maquinaria que hace traer desde Europa. En este taller imprime su revista y comienzan a hacer varios trabajos, incluso a empresas. Su fin era procurar a las jóvenes una preparación técnica que les ayudara a ganarse decentemente la vida y obtener alguna ganancia para la Institución.
Un corazón así de ardiente no podía pasar por alto las necesidades en campos de misión y así cuando los hijos de San Ignacio retomaron las misiones de la Tarahumara en el norte de México, anheló con toda su alma que sus hijas participaran de esta empresa. Puso ese anhelo como todos los que tenía, en el Corazón de Jesús y en la solicitud de San José. Con esa confianza y su gran humildad, pues consideraba esta hazaña muy grande para su pequeña obra, pudo ver realizado su gran sueño y en enero de 1904 funda la primera casa misión en el pueblo de Carichí, en el Estado de Chihuahua, yendo personalmente a dejar a las Hermanas en esa primera misión de su naciente Congregación.
Así en la entrega total de su vida que envuelve sufrimientos amargos y dolorosos, a la vez que grandes conquistas por el Reino de Dios, la madrugada del 20 de septiembre de 1904, tras pedir a las Hermanas que entonen el canto del «Ave Maris Stella», deja este mundo. Su ausencia fue llorada por todos los sectores de la sociedad poblana, pues todos reconocían en él al Padre de los Pobres, al Gigante de la Caridad. José María de Yermo y Parres, nunca se fue, su presencia continúa en una obra que ha trascendido el tiempo y el espacio «aquel grano de mostaza, que no sé cómo vino a mis manos, nació y creció, y hoy alberga entre sus ramas a un gran número de pobres».
Esta Congregación, obra de Dios puesta en las manos del Padre Yermo para que le transmitiera el carisma propio de vivir y dar el amor misericordioso del Corazón de Cristo a todos los hombres, con opción preferencial por los más pobres, nació el 13 de diciembre de 1885 en la ciudad de León, Gto. México. De ahí extendió en 1888 sus ramas a Puebla, y fortalecida con el ardiente amor de su fundador, fue abarcando varios puntos de la República Mexicana. Ya antes de la muerte del Padre Yermo se habían fundado obras en Mérida, Yucatán; en Teziutlán, Puebla; Tulancingo, Hidalgo; Córdoba, Veracruz; Ocotlán, Tlaxcala; Guadalajara, Jalisco; Irapuato, Guanjuato; Chihuahua, Chihuahua; y la primera casa misión en la Tarahumara. Después de la muerte del Padre Yermo, su obra siguió creciendo, se fundaron más casas en la Sierra Tarahumara y en otros lugares de México. Posteriormente las ramas de este árbol se fueron extendiendo al extranjero. Hoy se encuentra en Estados Unidos, Guatemala, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Chile, Italia y Kenya.
En todos los lugares se lucha por vivir el carisma recibido un día del Corazón de Cristo a través de San José María de Yermo y Parres. La misión de las Siervas es ser portadoras del amor misericordioso de Cristo en su vida y en todas sus obras: escuelas con varios niveles en educación, casas hogar para niñas, hospitales, dispensarios, asilos para ancianos y campos de misión con diversos servicios. En algunas partes esta atención a los pobres, se hace presente en la pastoral penitenciaria y parroquial. El Padre Yermo dejó en herencia a su Congregación como lema: «Dios Proveerá» y la experiencia de la providencia de Dios es constante en todas sus obras.
- Testimonio del Sr. Canónigo Vicente de P. Andrade, México 30 de noviembre de 1904, APY, Doc. 4848/61, cit. en Positio Super Virtutibus, Vol. I, pág. 118.
- Carta de Javier de Irazábal, Atlixco 28 de septiembre de 1940, APY, Doc. 2858/33, cit. en Positio Super Virtutibus, Vol. II, pág. 1599.
- Testimonio del Sr. Obispo Carlos de Jesús Mejía, APY, Doc. 4807/61, cit. en Positio Super Virtutibus, Vol. I, pág. 116.
- Testimonio del Sr. Canónigo Vicente de P. Andrade, Ciudad de México 39 de noviembre de 1904, APY, Doc. 4848/61, cit. en Positio Super Virtutibus, Vol. I, pág. 118.
- Crónica Carta de León, El Tiempo, México 1 de julio de 1888, APY, Doc. 4973/87D, cit. en Positio Super Virtutibus, Vol. I, pág. 374.
- JOSÉ MARÍA DE YERMO Y PARRES, Conferencia sobre la Caridad para con los ancianos, Puebla (1890), APY, Doc. 4369, cit. en Positio Super Virtutibus, Vol. I, págs. 490-492.
- Carta del Padres Yermo al Presbítero José María Bueno Pando, Puebla 10 de agosto de 1896, APY, Doc. 2117/30, cit. en Positio Super Virtutibus, Vol. II, pág. 902.
1 Comments on “Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres”
Buenas tardes quisiera saber la dirección de Guadalajara del lugar en donde se encuentran las siervas-del-sagrado-corazon-de-jesus-y-de-los-pobres