«Muero de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre, con frío y sin ropa. Y aparte de eso exterior, la carga de cada día, la preocupación por todas las comunidades. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre?» (II Cor 11,27-29).
«Siguiendo a San Vicente que, según la parábola del Samaritano (Lc 10,30-37), salía al encuentro de los abandonados con soluciones prácticas, las Provincias y cada uno de los misioneros se apresurarán, en la medida de sus fuerzas, a socorrer a los marginados de la sociedad, a las víctimas de calamidades y de cualquier clase de injusticia y a los aquejados por las formas de pobreza moral, propias de esta época. En favor de ellos y actuando con ellos, trabajará con empeño porque se cumplan las exigencias de la justicia social y de la caridad evangélica». (C 18).
El Misionero ha de sentirse vivamente interrogado y conmovido ante las pobrezas del mundo actual, al igual que San Vicente por los pobres de su tiempo. El Santo se mantuvo abierto a todas las necesidades materiales y espirituales de aquel entonces; acogía a pecadores, ignorantes, niños, enfermos, ancianos, esclavos, apestados, encarcelados, hambrientos; cual otro apóstol San Pablo vivía pendiente de la Iglesia de los pequeños, humildes y necesitados. Puede decirse que a ellos, después de Dios, debió su vocación de evangelizador.
1. «Todos los hombres componen un mismo cuerpo».
La vida sobrenatural de fe y caridad activan, sobre todo, en el Misionero los resortes de la compasión evangélica. La razón teológica en que se apoya San Vicente, para empujarnos hacia los pobres, la extraen de los escritos del Apóstol San Pablo:
«Todos los hombres componen un cuerpo místico; lodos somos miembros unos de otros. Nunca se ha oído que un miembro, ni siquiera en los animales, haya sido insensible al dolor de los demás miembros; que una parte del hombre haya quedado magullada, herida o violentada, y que las demás no lo hayan sentido. Es imposible. Todos nuestros miembros están tan unidos y trabados que el mal de uno es mal de los otros. Con mucha más razón, los cristianos, que son miembros de un mismo cuerpo y miembros entre sí, tienen que padecer juntos. ¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad; es ser peor que las bestias». (VI 560-561).
2. «Siguen existiendo diferencias flagrantes».
Pese a los esfuerzos realizados por la Iglesia y otras instituciones, a lo largo de los siglos, el remedio de las pobrezas humanas no ha llegado todavía; nuevas formas aparecen cada día. Pablo VI escribe conmovido:
«Nos hemos acercado a las muchedumbres y escucharlo sus lamentos, gritos de preocupación y de esperanza a la vez. En estas circunstancias hemos podido ver con nuevo relieve los graves problemas de nuestro tiempo, particulares ciertamente en cada región, pero de todas maneras comunes a una humanidad que se pregunta sobre el futuro, sobre la orientación y el significado de los cambios en curso. Siguen existiendo diferencias flagrantes en el desarrollo económico, cultural y político de las naciones: al lado de regiones altamente industrializadas, hay otras que están todavía en estado agrario; al lado de países que conocen el bienestar, otros luchan contra el hambre; al lado de pueblos de alto nivel cultural, otros siguen esforzándose por eliminar el analfabetismo. Por todas partes se aspira a una justicia mayor, se desea una paz mejor asegurada en un ambiente de respeto mutuo entre los pueblos y entre los hombres». (OA 2).
3. «A la oración debe corresponder la entrega completa de cada uno».
Entre otros muchos medios arbitrados para redimir las pobrezas de nuestro tiempo, he aquí algunos sugeridos por el Vicario de Cristo, Pablo VI; sus palabras nos recuerdan a San Vicente hablando a los Misioneros:
«La oración de todos debe subir con fervor al Todopoderoso, a fin de que la humanidad, consciente de tantas calamidades, se aplique con inteligencia y firmeza a abolirlas. A esta oración, debe corresponder la entrega completa de cada uno, en la medida de sus fuerzas y de sus posibilidades, a la lucha contra el subdesarrollo. Que los individuos, los grupos sociales y las naciones se den fraternalmente la mano, el fuerte ayudando al débil a levantarse, poniendo en ello toda su competencia, su entusiasmo y su amor desinteresado. Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los remedios para combatirla, para vencerla con intrepidez». (PP 75).
- ¿Qué hago yo para remediar las pobrezas que cubren la faz de la tierra?
- ¿Vivo apegado a mis comodidades, insensible ante el sufrimiento y miseria de tantos hombres?
- ¿Me gusta hablar de los pobres, pero sin comprometerme a remediar sus necesidades?
Oración:
«Concédenos, Señor, permanecer siempre sensibles ante la pobreza de nuestros hermanos; inspíranos Tú mismo qué debemos hacer para aliviar sus dolores y angustias. No permitas que estemos ociosos, con los brazos cruzados, mientras otros padecen por cualquier causa».