Junta general celebrada en Madrid el domingo 22 de julio de 1860.
El Presidente del Consejo superior, después de dar gracias en nombre de todos sus consocios al Excmo. Sr. Nuncio de Su Santidad y a los señores miembros de honor presentes, por el favor que se han dignado dispensar a nuestra humilde Sociedad, dejando sus muchas y graves ocupaciones esta noche para asistir a esta modesta reunión, dijo lo siguiente:
«Según se ofreció en la última Junta general, se va a dar a conocer hoy el estado de la Sociedad en España durante el año de 1859; pero antes debemos hacer una advertencia.
Se había observado, hace ya tiempo, que la colecta en estas Juntas generales ocupa largo rato, tanto para hacerla como para contar el dinero, a causa de la mucha concurrencia que a ellas asiste, y que va siendo mayor cada día. No sabiendo qué medio adoptar para evitar este inconveniente, se consultó al Consejo general, el cual ha contestado que la colecta podía hacerse como en las Juntas del mismo Consejo general, esto es, al salir del local los concurrentes, dándose a conocer el producto en la Junta inmediata. El Consejo superior ha creído deber adoptar este medio y ponerlo en ejecución desde esta misma noche. La colecta se hará por lo tanto a la puerta conforme vayamos saliendo, y el resultado se dará a conocer en la próxima Junta.
Ahora se va a leer la Memoria relativa al año de 1859, y a manifestar en ella los resultados que ofrece el cuadro estadístico de la Sociedad en España durante dicho año. Al oír estos resultados aquí, y al leerlos en el Boletín, en que, según costumbre, deben aparecer, recomendamos mucho a nuestros amados hermanos en Jesucristo que estén en guardia contra la terrible tentación de la complacencia y de la vanagloria. Persuadámonos todos bien de que lo que la Sociedad ha hecho y hace, o, por mejor decir, lo que Dios Nuestro Señor ha hecho y hace por medio de la Sociedad, no se debe a nosotros, sino que, por el contrario, es tanto más de agradecer al Señor, cuanto que lo hace a pesar de nuestras miserias y flaquezas y de nuestra indignidad. Ni basta dejar de atribuirse a si propio los resultados verdaderamente asombrosos que la Sociedad va produciendo en nuestro país, (como en todos los demás) de lo que estaremos libres a poco que consideremos la escasísima parte en que hemos contribuido a ellos; sino que es preciso además no atribuirlos tampoco al celo, a la capacidad o a las virtudes de ninguno de nuestros consocios, como suele hacerse por falta de reflexión, pues es evidente que a Dios y sólo a Dios se debe todo, hasta ese mismo celo, esa capacidad y esas gracias con las (pie tiene a bien favorecerá algunos por puro efecto de su infinita bondad y misericordia, de su infinito amor. Es pues una verdadera ilusión, pero ilusión muy funesta, la que el espíritu maligno procura sugerirnos al hacernos creer que los resultados obtenidos por nuestra humilde Sociedad se deben a nosotros, cuando la experiencia nos enseña a cada paso lo que realmente somos abandonados a nosotros mismos, esto es, miseria, error, pecado y nada, absolutamente nada más.»