Santiago Masarnau (Sobre los medios para extender la Sociedad en España)

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Reunión General, Madrid, 25 de abril de 1852.

Señores:

De las cuatro reuniones generales que celebra la Sociedad de San Vicente de Paúl en el discurso del año, esta es la segunda. La tercera corresponde al día 19 de julio. Como para ese día es muy probable que una gran porción de hermanos se halle ausente ya, nos ha parecido del mayor interés dirigir a ustedes esta noche algunas observaciones sobre lo que pueden hacer en beneficio de la Sociedad los que dejan por algún tiempo las Conferencias a que pertenecen. Estas observaciones podrán ser de utilidad no solo para los que se ausentan, sino también para los que permanecen en Madrid; porque darán a conocer más y más el verdadero espíritu de nuestra asociación, y el gran partido que, con la ayuda de la gracia, podemos todos sacar de su sencilla y sabia organización, en beneficio nuestro y de los pobres de Jesucristo

La Sociedad de San Vicente de Paúl se halla organizada y extendida ya de modo que no es fácil decidir si el que tiene la ventura de pertenecer a ella, puede hacer más bien viajando o permaneciendo en la ciudad que suele habitar. Porque, en efecto, la extensión que nuestra Sociedad ha logrado adquirir ya, es tal que en todos los países, por todas partes se encuentra el viajero con secciones de la gran familia que componemos; y ustedes comprenden cuán grato debe sernos y cuán útil, al mismo tiempo, hallarnos con hermanos nuestros en todos los ángulos del mundo; cuánto debe esto contribuir a reanimar nuestra fe, y a aumentar nuestros sentimientos caritativos. Pero no en todos los países ha progresado igualmente la Asociación de San Vicente de Paúl; y el nuestro es de los que se hallan más atrasados en la extensión admirable que, por todas partes, ha ido tomando esta benéfica institución.

Señores: es de notar que en los dos años y medio que cuenta ya la Sociedad de San Vicente de Paúl en España, una sola Conferencia se haya podido establecer fuera de Madrid, habiéndose intentado en varias otras ciudades diferentes veces, y por personas de conocido celo y de mucha caridad, sin el menor éxito. Nos parece que tenemos una especie de obligación de llamar la atención de ustedes sobre este punto, sometiendo a su buen juicio las observaciones que acerca de él hemos podido hacer, guiados del deseo de acertar a remover los obstáculos que, hasta ahora, han entorpecido la formación de Conferencias en diferentes ciudades de España, y no desesperanzados de conseguirlo con la cooperación de todos ustedes.

En nuestro concepto, las dificultades que hasta ahora se han presentado, y se siguen presentando, estriban principalmente en dos puntos solos: 1º, cierta frialdad o apatía de parte de los que conocen la Sociedad; y 2º, ignorancia por parte de los que no la conocen. Sobre lo primero, poco tenemos que decir. Todos ustedes saben que nuestras faltas se dividen naturalmente en dos grandes secciones, a saber: de comisión, y de omisión. Y aunque, como miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl, es cierto que no contraemos obligación alguna particular, también lo es que, como cristianos, la tenemos todos de promover, por cuantos medios se presenten a nuestro alcance el bien de nuestros semejantes; y de procurar que muestras virtudes vayan siempre creciendo y robusteciéndose más y más con el único medio posible de conseguirlo, esto es, con la práctica.

Mas, para lograr esos dos grandes objetos, ¿qué medio se nos puede ofrecer más natural que el de promover la extensión de nuestra querida Asociación, de esta santa hermandad a que tenemos la dicha de pertenecer y a la que tantos beneficios debemos ya casi todos? Atendido el espíritu de la época en que vivimos, la corrupción del mundo que habitamos, el desbarajuste de ideas que por todas partes reina, ¿qué podemos nosotros hacer mejor que tratar de extender nuestras relaciones con los hombres de fe y de caridad, conocernos, unirnos y amarnos cada día más y más, y estrechar los lazos de esta santa amistad por medio de las prácticas santas de la Religión y el cuidado de los pobres? Pues este es cabalmente el objeto de nuestra asociación; y una vez comprendido, ¿quién será el que pueda descuidarlo sin culpabilidad? ¿En qué situación, en qué paraje del mundo no se hallará uno con malos de quienes huir, con buenos a quienes buscar, con pobres a quienes socorrer? Y conociendo un medio tan obvio de conseguir a un tiempo los tres objetos, ¿será posible que nos descuidemos en su aplicación, o que la miremos con frialdad o con indiferencia? No, no es fácil que el que de buena fe haya tomado parte por algún tiempo en nuestros trabajos, y saboreado las delicias incomparables con que el Señor sabe compensarlos tan abundantemente, se olvide de ellos, por mucho que viaje y por mucho que el mundo se esfuerce en distraerle. «Pero —se nos dirá acaso—, ¿en qué consiste, pues, que algunos de nuestros mismos hermanos han intentado y siguen intentando sin fruto alguno, el establecimiento de conferencias nuevas, en ciudades que parece debían acoger tan bien nuestra institución?»… Es que sin duda alguna trabaja mucho el espíritu del mal y del error para que no se extienda lo que nosotros tratamos de extender. Procuremos, pues, con esmero darnos bien cuenta, formarnos ideas claras de nuestra asociación; y así podremos, cuando llegue el caso, comunicarlas a otros y facilitar mucho su adopción y extensión.

Mirada la Sociedad en globo, con la extensión prodigiosa que ha llegado a alcanzar en el día, no es tan fácil comprender de pronto toda su organización, ni enterarse a fondo de sus reglamentos, de sus boletines, de sus manuales, etc. Pero, por fortuna, tampoco es necesario para establecerla en cualquier punto en que no se halle todavía adoptada. Para este objeto basta comprender bien la organización de una sola Conferencia (que así se llama la primera reunión que se forma); y esto es tan sencillo que no puede serlo más. Tres o cuatro individuos bastan para formar una Conferencia en cualquier parte. ¿Qué circunstancias han de concurrir en estos individuos? ¿Qué ha de hacer esta Conferencia naciente para lograr su agregación a la Sociedad? Fijándose bien en esas dos cuestiones, está resuelto todo el problema. Pues bien; no hay nada más sencillo, lo repetimos.

Los tres o cuatro individuos que traten de formar una Conferencia han de tener las circunstancias siguientes: 1ª, ser hombres de fe y de prácticas religiosas, o más claro, hombres que frecuenten los Santos Sacramentos de la Penitencia y la Comunión. 2ª, que se hallen en estado de poder dar algo para los pobres, aun cuando sea muy poco, y sin que por esto se entienda que se les obligará a dar poco ni mucho; 3ª y última, que puedan disponer de algún tiempo, aunque sea muy poco, en servicio de los pobres. ¿Se quieren todavía más detalles sobre estas tres circunstancias? Pues vamos a darlos.

Entendemos por frecuencia de sacramentos, no precisamente la comunión semanal, ni aun mensual, sino las cuatro generales que tiene la Sociedad por reglamento, y algunas otras que le dicte a cada uno su devoción particular, especialmente en las grandes festividades del año. Entendemos por hallarse en estado de dar algo, no deber nada a nadie; porque el hombre de fe que nada debe, por muy poco que adquiera, siempre podrá dar algo para los pobres, (aunque sea sumamente poco), y esto basta. Por fin, entendemos por poder disponer de algún tiempo, el hallar en la semana una horita siquiera (¡quién no desperdicia muchas sin repararlo!) para visitar, y otra en el domingo para asistir a la Conferencia. Ahora bien: preguntamos: ¿habrá alguna ciudad en España en que no se encuentren, no ya tres o cuatro, sino algunos centenares de individuos en quienes concurran esas tres circunstancias? Es imposible.

Pero supongamos que los individuos están hallados ya, y convenidos en establecer una Conferencia nueva: ¿qué falta hacer para lograrlo? Únicamente ponerse en comunicación con el Consejo establecido en Madrid, es decir, escribir a cualquiera de los individuos que lo componen, y que todos ustedes conocen; y el Consejo se encarga gustoso de dar todas las instrucciones necesarias, de resolver todas las dificultades posibles, en una palabra, de facilitar completamente el establecimiento de la Conferencia nueva, como también su agregación a la Sociedad. ¿Qué hay aquí de difícil, de oscuro o de complicado? Sin embargo, personas enteradas de todo esto no logran establecer Conferencia alguna porque tropiezan con dos o tres dificultades, o más bien objeciones, que el espíritu malo, como decíamos antes, presenta y abulta con su malicia y astucia habituales. Vamos a tratar de destruirlas completamente.

1ª Se dice: puesto que no hay obligación de dar nada; que nada se exige; que el único recurso con que se cuenta es el producto de las colectas que se hacen secretamente, es decir, sin que se sepa si uno da poco, mucho o nada; ¿cómo vamos a hacer frente a los gastos que se originen? ¿con qué contamos para pagar los socorros,  las medicinas, etc.? ¿qué vamos a distribuir entre los pobres?

2ª objeción. Se dice también: hay otra sociedad establecida ya con ese objeto. Se socorre a los pobres a domicilio; se les llevan alimentos y medicinas; se les proporcionan facultativos en sus enfermedades; se les dan ropas. ¿A qué, pues, establecer una nueva Sociedad con el mismo objeto? ¿Para qué la necesitamos?

3ª objeción. Se dice igualmente: ¿qué asociación es esta que ustedes nos proponen, que por una parte se presenta como fundada en prácticas religiosas, y por otra se compone exclusivamente de seglares? ¿Pues qué? ¿No sería más natural que las Conferencias fuesen presididas por los párrocos respectivos o, al menos, por eclesiásticos? ¿No deberían estos, desde luego, ser admitidos en ellas sin más examen ni votación que el carácter sagrado de que están revestidos?

Contestaremos por orden; pero desde luego podemos decir, en respuesta a las tres objeciones presentadas y a otras que se suelen presentar por el mismo estilo, que todas, todas estriban en no entender bien el espíritu de la asociación; en que siendo esta una institución nueva entre nosotros, se halla muy desconocida su verdadera índole, ni se comprenden su carácter particular y su objeto real; y esto es muy natural. Vamos a las objeciones.

1ª ¿Con qué se cuenta para hacer frente a los gastos? Respondemos francamente que no se cuenta con nada seguro; porque los gastos indispensables se pueden reducir también a nada. No hay entrada alguna segura, porque tampoco hay gasto alguno fijo; y si no, observemos. ¿Hay algún sueldo que pagar en esta Sociedad?—No.—¿Hay algún criado, repartidor, avisador, etc?— Ninguno.—¿Hay algún local que alquilar?—Ninguno.—¿Hay alguna función que hacer?—Ninguna.—¿Hay, en suma, algún gasto forzoso, pequeño ni grande?—Ninguno.—Pues entonces ¿qué tiene de particular que tampoco haya entrada alguna fija? Aun suponiendo que no entrase un cuarto en el fondo, se podría lograr el objeto verdadero de la Sociedad; cuyas prácticas generales son las siguientes. Por cada miembro activo se suelen adoptar (término medio) dos familias pobres; y a estas familias se las visita una vez, lo menos, por semana. Esta es la costumbre general. La visita es nuestro grande objeto; y del que más partido sacamos, tanto para nosotros, como para nuestros pobres; y este objeto se puede llenar sin gastar un cuarto, y; no faltan miembros en nuestra Sociedad que saben llenarlo con muchísimo fruto sin el menor dispendio. Pero suponer que no se ha de gastar un cuarto, es, como ustedes conocen, traer la cuestión, con el objeto de aclararla, a un extremo que nunca llega, a presentarse; pues la Sociedad da a los pobres, y da bastante, en todas partes; porque no puede menos de dar; porque la limosna es una consecuencia forzosa de la visita. ¿Cómo es posible que hombres de fe y de prácticas religiosas visiten al pobre, le traten, presencien a menudo sus privaciones y sus lágrimas, sin que se sientan movidos a dar cuanto puedan para contribuir al alivio de las necesidades que están palpando? Así es que no hay Conferencia que no dé más o menos; pero es preciso no olvidar nunca que el socorro material es entre nosotros siempre secundario, y debe estar sujeto a ciertas condiciones que nos encarga el Consejo general recordemos a ustedes por lo que llamamos muy particularmente su atención sobre ellas.

Estas condiciones se reducen, en primer lugar, a preferir siempre el socorro en especies al socorro en dinero; y en segundo, a preferir siempre la limosna de la Conferencia a la limosna individual. Observamos que entre nosotros se ha entendido mejor lo primero que lo segundo; y es de nuestro deber advertirlo así. No conviene, señores, persuádanse ustedes bien de ello, no conviene aumentar los socorros que la Conferencia destina a sus pobres, comprando para ellos bonos extraordinarios, o dándoles dinero. Si la necesidad apremia, procúrese en la reunión semanal que para eso tenemos, obtener algún aumento de socorro; pídase, ínstese: en esto hay un mérito que no debemos desconocer; y tal vez le hay mayor en someterse al dictamen de los demás cuando no nos conceden lo que pedimos; pero el aumentar por nosotros mismos los socorros, tiene graves inconvenientes. Volviendo a la cuestión, solo añadiremos que la experiencia constante nos enseña que no hay Conferencia que no dé, aun cuando no la hay en que se obligue a dar: que las Conferencias dan lo que pueden, aumentando o disminuyendo sus socorros materiales, conforme sube o baja su bolsillo: en una palabra, que la cuestión de dinero es para nosotros la última, y la que menos cuidado nos debe dar, por la misma razón que es la cuestión primera, la cuestión de vida o muerte, para toda sociedad fundada meramente en el cálculo y en la prudencia humana.—Pasemos a la 2.a objeción.

Hay otra Sociedad con el mismo objeto. ¿Para qué dos?—Esta objeción desaparece completamente, conocido el objeto verdadero de nuestra Asociación, que no es el de ninguna otra de las que hay establecidas por todas partes con los nombres de Caridad, de Beneficencia o de Filantropía. Conocemos varias, tanto en Madrid como en otras ciudades de España: apreciamos el bien que hacen, y las respetamos mucho; pero no podemos admitir su semejanza con la nuestra, porque realmente no existe. La limosna material es el objeto de todas esas asociaciones. De la limosna espiritual tratan solo algunas muy contadas; y del progreso de los socios en la práctica de las virtudes, directamente como la nuestra, nos atrevemos a asegurar que no hay ninguna.

En cuanto a la tercera objeción, es decir, a la no admisión de eclesiásticos en la Sociedad, tenemos que volver a repetir que solo se funda, como las anteriores, en el error, y en la escasa o ninguna inteligencia de nuestra organización. En primer lugar, no es cierto que no se admiten eclesiásticos en la Sociedad de San Vicente de Paúl, Cuenta, gracias a Dios, muchísimos en su seno, y hasta una dilatadísima lista de Prelados que la honran sobremanera. Estos son miembros de honor, y que siempre que nos lo dispensan asistiendo a nuestras modestas reuniones, reciben de nuestra parte toda la deferencia que por tantos títulos les corresponde en una Sociedad esencialmente religiosa. Más para que nos favorezcan con su protección y adhesión, es preciso formar antes la Conferencia, y es preciso que ésta se componga de seglares, porque no puede menos de ser así. Para comprender esto bien, que interesa mucho que se comprenda, conviene considerar que nuestra Asociación no se ha hecho para España, ni para Francia, ni para ningún país determinado, sino para todos los países; y que ciertas bases, que podrían convenir muy bien a España o a Italia, por ejemplo, no serían aplicables a Inglaterra o a Alemania, etc. El Reglamento, sin embargo, se observa en todas partes, y la experiencia muestra lo bien calculado que está, por el desarrollo que la Sociedad ha tomado y sigue tomando, hasta en países dominados por la herejía.

Los llamados miembros activos ú ordinarios van a buscar al pobre a todas partes; le encuentran en muchas y muy diversas circunstancias; oyen y presencian toda clase de conversaciones, y las escenas más repugnantes a veces: a todo se exponen fiados, en la misericordia del Señor, y en la santa intención que guía sus pasos. Tienen que tratar, no solo con impíos y gente desmoralizada, sino con gente que hasta hace alarde y exagera su impiedad y su desmoralización. Pues bien; de esta gente misma, tan grosera é ignorante, saben sacar nuestros hermanos a veces (ayudados de la gracia) muchísimo partido; y para acabar de verificar su: conversión al bien, es indispensable la cooperación de hermanos revestidos del carácter sacerdotal, de los llamados miembros de honor; pero primero ha sido preciso poner a los socorridos en estado de comprender al menos lo que es un ministro del Señor, y el respeto y miramiento que se le deben. Los miembros de honor completan la obra; pero los miembros activos preparan los materiales; y aquí se ve otra vez, como dijimos al principio, la tendencia verdadera de nuestra Sociedad y su objeto real, que no se limita, ni puede limitarse, a llevar algunos bonos de pan y de carne acierto número de boardillas.

Es, pues, evidente que las Conferencias deben componerse de seglares; y así lo exige también su organización misma, según la cual, un miembro cualquiera preside y se entiende con el que preside el Consejo inmediato, y éste a su vez se entiende con el que preside el Consejo general; y todos ellos son seglares, porque el género de servicio que prestan  a la Sociedad, no es propio de sacerdotes, ni aun compatible con el carácter y las ocupaciones elevadas de este santo ministerio. Así se ha entendido desde el principio en nuestra Sociedad. Así se ha declarado por el actual Sumo Pontífice y por su ilustre Predecesor al aprobar- el Reglamento y concedernos las indulgencias preciosas que disfrutamos bajo la condición expresa de observarle. Así lo han entendido los muchos y dignísimos eclesiásticos que tanto favorecen a la Sociedad en todas partes, y los que tanto honor nos dispensan aquí mismo ocupándose en nuestros trabajos, y dándoles el poco mérito que puedan tener, con su eficaz auxilio, con su consejo, y hasta con su presencia misma.

Penetrados del inmenso bien que nuestra Asociación está llamada a hacer; convencidos de sus santas tendencias, procuremos extenderla en nuestra España y darla a conocer, con calma, pero sin descuido. El medio tal vez más eficaz de conseguirlo, es esmerarnos cada día más y más, en practicar las obras de caridad espiritual y aun corporal, en el espíritu de humildad y de abnegación de nuestro Santo Patrono. Amémonos mutuamente, y amemos mucho a nuestros pobres. Ocupémonos en procurar su bien, el bien do su alma sobre todo. Observemos sus miserias v debilidades, no para criticarlas, sino para curarlas. Prodiguémosles nuestros cuidados, nuestros consejos, y la instrucción religiosa que tanta falta los suele hacer. Al efecto no necesitamos conocimientos muy profundos: con un par de libros tenemos todo lo suficiente. La Imitación de Cristo, ese libro incomparable, reconocido como el primero en todas las naciones, y el Catecismo de Mazo, esa obra preciosa que nos envidian los extranjeros, bastan para enterarnos en todo lo que nos toca creer y enseñar como miembros de San Vicente de Paúl. Guardemos nuestras reglas, y ellas nos guardarán; y la Asociación crecerá, si conviene. Los que no la conocen o no quieren conocerla, la irán respetando, o consintiendo al menos; y extenderá sus beneficios poco a poco a todas las clases de la sociedad y a todas las miserias de la humanidad, como lo está verificando ya, gracias a Dios, tan admirablemente en otros países.

Así será, si conviene, si procuramos todos poner de nuestra parte, de buena voluntad y con la más pura intención, la cooperación a que seamos llamados, desconfiando siempre de nosotros mismos, pero confiando- siempre en Dios, en la intercesión de nuestro Santo Patrono, a quien tan a menudo debemos invocar, y en la protección de la Santísima Virgen, de que tantas pruebas hemos recibido ya, y estamos recibiendo continuamente.

He dicho.

 

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